«Carmen Polo apoyaba la represión, la mano dura: tenÃa un corazón de piedra»
Los autores del libro «Malos de la historia de España» muestran a la esposa de Franco como reina de «la apariencia y la cursilerÃa»
Javier NEIRA
Los autores del libro «Malos de la historia de España» muestran a la esposa de Franco, ovetense, como reina de «la apariencia y la cursilerÃa»
Goebbels dijo que Franco era «un beato fanático. Permite que España esté prácticamente gobernada no por él, sino por su mujer y su padre confesor». Al menos asà lo afirman Gabriel Cardona y Juan Carlos Losada en su reciente libro «Malos de la historia de España», en el que espigan once casos y el último le corresponde a la ovetense Carmen Polo, esposa del anterior jefe del Estado, a la que tratan con gran dureza.
Los autores indicados no se andan con chiquitas en ningún momento. Pintan a la que fuera primera dama como una auténtica ave de rapiña -«los actos de caridad a los que asistÃa eran todos de cartón piedra, pura comedia y de su bolsillo apenas salió ningún donativo, todo salÃa de los fondos del Estado»-. Y es que no tenÃa alma, «apoyaba la represión, la mano dura. Sin duda tenÃa un corazón de piedra». Y es que Carmen odiaba «todo lo izquierdista y republicano. En ese aspecto compartÃa el odio, no ya polÃtico sino personal, con su marido, azuzándole todavÃa más en su polÃtica represiva o, como mÃnimo, no haciendo nada o casi nada para atenuarla».
Todo lo controlaba y en todo se entrometÃa hasta el punto de que Franco llegó a decirle en alguna ocasión: «Calla, que de eso no sabes».
«El esquema mental de Carmen era muy sencillo. Dios estaba interviniendo para salvar a España a través de su marido, Paco. Ella debÃa velar para que la intercesión divina no fuese alterada por nada ni por nadie». Según esas coordenadas mentales, «Carmen, como nadie, contribuyó a que Franco se acabase viendo a sà mismo como un cruzado, como una especie de reencarnación de Felipe II, creyéndose sus propias mentiras».
La victoria militar dio paso a un ataque de soberbia, según los historiadores; asà que «por indicación suya los medios comenzaron a referirse a ella como la Señora, y como tal, dándose tremendos aires de poder, comenzó a comportarse». Un gélido señorÃo ya que «ante los miles de sentencias de muerte que Franco firmó desde el principio de la guerra, a Carmen no se le conoce más que pasividad, cuando no absoluto respaldo a la cruel carnicerÃa».
Un historiador tan prestigioso como Paul Preston indica algo parecido a propósito de la Revolución asturiana de 1934 y de su represión: «La forma especialmente dura con que Franco dirigió la represión desde Madrid reflejó tanto su experiencia en Marruecos como los miedos de la burguesÃa asturiana que le habÃa transmitido su mujer».
La esposa del general Franco «vivÃa como una reina y pedÃa que como tal se la tratase. Iba a los mejores médicos y dentistas, recibÃa los mejores y más caros tratamientos y, por supuesto, nadie se atrevÃa a cobrarle», circunstancia que consideraba «normal, estaba por encima de esos asuntos materiales y ni siquiera lo agradecÃa o, como mucho, enviaba una fotografÃa dedicada. Si alguien se atrevÃa a exigir el pago de los servicios, habÃa que hacerlo enviando la factura a El Pardo. Por supuesto, se pagaba con fondos del Estado, claro, pero quien lo hacÃa se arriesgaba a perder cierta clientela selecta o a sufrir una inspección de Hacienda».
En la puesta de largo de Carmen Franco, la hija del general y de Carmen Polo, se celebró un banquete y baile al que asistieron dos mil invitados: «la Señora vestÃa las mejores galas, pero aunque la mona se vista de seda… lo cierto es que aunque esbelta y delgada, nunca fue guapa, ni su cara agradable ni su figura especialmente atractiva. Ello se puso más en evidencia cuando Eva Perón llegó a España en 1947. Carmen Polo intentó competir inútilmente con ella en belleza, juventud y modelos, lanzándole miradas de odio cuando su marido se inclinaba a besarle la mano».
En el otoño de 1950 la ilustre carbayona «logró obtener una audiencia con el papa PÃo XII: el colmo del éxtasis religioso. Allà acudió con su hija y su yerno, anunciando que donada dos mil pares de zapatos a los católicos necesitados. Sin embargo, todo era mentira. Los zapatos eran de un fabricante amigo de la familia, no suyos. Era el reino de la apariencia y la cursilerÃa».
En las Navidades acumulaba obsequios, incluidos los dedicados a niños que llegaban a El Pardo para los nietos del general. «El ansia acaparadora de doña Carmen no sólo era de juguetes, sino de todo tipo de productos. Cualquier nuevo electrodoméstico, vehÃculo, coche, motocicleta, utensilio de cocina, vajilla que llegaba a España que era producido por primera vez, se enviaba a El Pardo como regalo y muestra de eterna gratitud».
Con los vinos, «cual urraca, la Señora los iba amontonando en sus almacenes, desechando la mayorÃa y aprovechándolos a su vez cuando debÃa hacer algún regalo; pero siempre con una mezquindad para su riqueza y para el botÃn que habÃa acumulado».
Carmen Franco Polo, en una entrevista con LA NUEVA ESPAÑA de octubre de 2000, comentó: «A mi madre, cuando hicieron las particiones, le tocó la casa de La Piniella, en San Cucao», dando en términos generales una visión de clase media acomodada y en el caso de su madre alejada de Asturias ya que «mamá, al casarse con un militar, se fue a vivir fuera». La historia oral se ha perdido en relación con una señora que hoy tendrÃa 113 años y que desde los veinte nunca vivió en su Oviedo natal.
Cardona y Losada, tan crÃtico con la figura de Carmen Polo, indican, no obstante, que «sabÃa guardar las formas y en sus ocasionales encuentros con la familia real se comportaba como la señorita de Oviedo que era, mostrando reverencia hacia la sagrada institución de la monarquÃa». Muerto el general, «decenas de camiones partieron del palacio» de El Pardo «cargados hasta los topes sin que nadie supervisara la más que probable acción de saqueo del Patrimonio Nacional que sin duda se produjo. En su nuevo y lujoso piso de Madrid apenas cabÃan los miles de joyas, por lo que tuvo que alquilar cajas de seguridad en bancos para depositar allà las más valiosas».