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“El calvari d’Antonio Espina i de Guillermo Roldán. Mallorca, 1936-1940”

| 27 mayo 2013

noname 33De Josep Massot i Muntaner

 

 

126 páginas

18,00 euros

Lleonard Muntaner

 

El purgatorio de Antonio Espina, Jordi Amat

 http://sumacultural.unir.net/201305159842/el-purgatorio-de-antonio-espina

 

El martes 3 de agosto de 1937, hacia las ocho y media de la tarde, en la parte de la iglesia de los Capuchinos de Palma de Mallorca habilitada como Prisión Provisional, un preso pendiente de ser juzgado en consejo de guerra intentó suicidarse cortándose las venas con una hoja de afeitar. Es del todo anómalo que los presos dispongan de objetos con los que puedan autolesionarse. Pero en este caso, como el barbero del presidio estaba desbordado de trabajo por la superpoblación de la cárcel, se había permitido que los presos se afeitasen ellos mismos. Con urgencia el médico se trasladó a la enfermería. Ya eran las nueve. En la cama, en posición de cubito supino, el suicida se desangraba. Taponó la herida como pudo y, cuando el doctor comprobó quien era, comprendió: aquel hombre en quien venía descubriendo evidentes señales de perturbación mental. Y no era un preso cualquiera: era el Gobernador Civil de Mallorca cuando estalló la Guerra Civil. Tenía cuarenta y seis años. Se llamaba Antonio Espina.

Antonio Espina, más que político, era un escritor. Como es bien sabido había sido uno de los grandes nombres de la vanguardia prosista española, uno de los satélites más brillantes que habían orbitado entorno al planeta de modernización que fue la Revista de Occidente de Ortega y Gasset. Primero poeta y luego novelista adscrito a una moderada deshumanización del arte, articulista y crítico literario, Espina quizá haya sido el mejor biógrafo de nuestra exigua tradición de escritura de vidas ajenas. Más escritor que político, decía, pero político también. Aceptó el puesto de gobernador civil de Mallorca, dejando el de Ávila, tal vez porque le habían prometido que su estancia en la isla sería tranquila. Sucedió exactamente lo contrario. Liberal, militante de la Izquierda Republicana de Manuel Azaña, tomó posesión del nuevo cargo el 9 de julio de 1936. Fue leal al gobierno legítimo. Al cabo de tan sólo diez días, siguiendo órdenes del golpista general Goded –quien declaró el estado de guerra en las Baleares y en menos de un mes sería fusilado en Barcelona-, Espina fue detenido. Aunque el general pidió por escrito que se respetase tanto a Espina como a su mujer y sus hijos, estos fueron tratados como unos parias.

El purgatorio de Espina, dramático, lo acaba de reconstruir con precisión Josep Massot i Muntaner –el historiador que mejor conoce el desarrollo de la Guerra Civil en sus Baleares- en un librito tristísimo titulado El calvari d’Antonio Espina i de Guillermo Roldón. Mallorca, 1936-1940. El caso no era desconocido. Andrés Trapiello, para empezar por el clásico, lo perfiló en Las armas y las letras, pero ahora el erudito Massot ha tenido acceso al dossier del Archivo de Justicia Militar de Palma donde se conserva la documentación de la causa 18 de 1937 (un dossier donde incluso, recubierta de papel y enganchada con un clip oxidado, se conserva la hoja de afeitar) y así podemos conocer, por fin y con detalle, el episodio completo. Se aclara, por ejemplo, el intento fallido de canje en el que estuvieron comprometidos el presidente Azaña y diplomáticos británicos. Durante cuatro días del mes de diciembre de 1936, en un camarote del crucero Galatea frente al puerto de Barcelona, Espina esperó que se hiciese efectivo su canje por el hijo del general Goded. Parece que los anarquistas de la FAI no aceptaron el canje. El Galatea volvió a Mallorca. En el mes de enero de 1937 su situación mental empezó a ser preocupante. “Se le aprecia un estado histérico acompañado de gran miedo  y temor que le hace sentirse enfermedades que no existen o que simulando estados psíquicos anormales intenta conseguir ser hospitalizado”. Mientras se iba acumulando información depuradora contra él y se le tomó declaración en más de una ocasión. El día 17 de junio le fue notificado su auto de procesamiento. Se le acusaba de haber cometido el delito de auxilio para cometer la rebelión, es decir, trastocando toda lógica, se le acusaba, en realidad, de haber tratado de impedir la insurrección militar. Quince días después se cortó las venas.

Espina sobrevivió al intento de acabar con su vida. De la cárcel lo trasladaron a un manicomio donde su estado, entre otros, fue evaluado por el psiquiatra y novelista Llorenç Villalonga. Deberían pasar meses, años, para su Consejo de Guerra, celebrado, finalmente, el 6 de junio de 1940. Fue absuelto. No sé cuando volvió a Madrid, donde sobrevivió como un enterrado en vida. Escribía con pseudónimo y publicó algunos libros en colecciones de quiosco. En los días de mayor vigencia del modelo cultural del fascismo español, publicó una biografía de Cervantes. El librito, apenas 168 páginas, apareció en el último cuatrimestre de 1943 en la colección “Vidas” de la editorial Atlas creada aquel año. La colección la dirigía el periodista Joaquín Arrarás, organizador del Servicio de Prensa y Propaganda en los primeros meses de la guerra, director de la Historia de la Cruzada Española y autor de la primera biografía de Franco. Según el programa editorial debían aparecer dos títulos al mes, pero entre 1943 y 1945 tan sólo vieron la luz diecisiete. Los libros valían cinco pesetas y su extensión oscilaba entre las ciento cincuenta y las doscientas páginas. En la cubierta aparecía el rostro del biografiado dibujado dentro de un medallón y el nombre del biógrafo únicamente aparecía ¡en la página 5!

El Cervantes de Espina no se ha reeditado. Cuando se publicó un jovencísimo Nèstor Luján, en el semanario Destino, afirmó que «estamos hoy ante la más delicada  biografía de Cervantes y la más difícil de escribir: sin erudición, señalando con palabras pincel detalles de un gran retablo». Es un libro modesto en el mejor sentido de la palabra. Y hoy, más que nunca, me emociona releer este pasaje en el que Espina describe el estado de espíritu del Cervantes cautivo.

El desdichado se sintió desfallecer muchas veces. La tortura física y el sufrimiento moral de los primeros días y semanas en una prisión son para el recluso tan abrumadores que en el mismo exceso de sensaciones encuentra el único alivio posible. La sensibilidad acaba por agotarse y entonces descansa. Luego empiezan a funcionar poco a poco esos resortes oscuros de adaptación psíquica que ignoramos en la vida normal y que cuando se cae en lo extraordinario condicionan el individuo a la situación; por último, al cabo de cierto tiempo, un proceso ascendente de dominio interior y de esperanzas proporciona los medios indispensables de defensa y aguante. Cierto que si la prueba es muy larga y el individuo es débil los recursos protectores de la naturaleza fallan. Entonces el prisionero sucumbe.

En 1943, a través de Cervantes, en el más absoluto exilio interior, Antonio Espina pudo relatar su calvario.