La historia de los soldados que no querÃan batallar
El ensayo ‘Soldados a la fuerza’ del historiador británico James Matthews analiza el reclutamiento obligatorio durante la Guerra Civil
ALEJANDRO TORRÚS Madrid
El ensayo ‘Soldados a la fuerza’ del historiador británico James Matthews analiza el reclutamiento obligatorio del Ejército Popular de la República y del Ejército franquista durante la Guerra Civil
No todos los soldados y milicianos que batallaron en la Guerra Civil quisieron hacerlo. Entre la España que apoyó el régimen legÃtimo de la República y la España que se levantó en armas junto al bando golpista de Francisco Franco, se sitúa una tercera España. Un paÃs de pobres que fue reclutado a la fuerza, que trató por todos los medios posibles de eludir el servicio militar y al que la Guerra Civil le fue un conflicto distante, externo e impuesto desde arriba.
«En julio de 1936 solo una pequeña minorÃa de militantes habÃa interiorizado una de las ideologÃas y estaba dispuesta a luchar y a matar para imponer sus puntos de vista sobre la otra España», escribe el historiador británico James Matthews en el ensayo Soldados a la fuerza (Alianza Editorial). Para defender su tesis, Matthews expone los esfuerzos que tuvieron ambos ejércitos para retener a sus reclutas durante toda la guerra. «Los reclutas de ambas zonas recurrieron a expedientes imaginativos y a menudo desesperados para eludir el servicio», prosigue.
La obra es el primer ensayo que trata del reclutamiento obligatorio en la Guerra Civil
El reclutamiento de las tropas, defiende el historiador, dependió más de la geografÃa que de la ideologÃa. Si el lugar natal de un hombre quedó bajo control rebelde tras el alzamiento, lo más probable es que ese hombre se convirtiera en soldado del bando franquista. Si, por el contrario, su localidad quedó en el territorio fiel a la República se convertirÃa en soldado del Ejército Popular de la República. «Sin recurrir al servicio militar obligatorio, ninguno de los dos bandos habrÃa podido sostener una guerra de tres años de duración», argumenta.
Las reticencias de la República a recurrir al servicio militar obligatorio por razones polÃticas e ideológicas casi le cuestan la guerra en el otoño de 1936. Finalmente, la realidad de la guerra se impuso y la República terminó movilizando más reemplazos que los nacionales, y envió al frente a más hombres fÃsica o psicológicamente ineptos para el servicio militar. Al final del conflicto, los reclutas republicanos de más edad tenÃan 45 años, en comparación a los 33 años de los reclutas del ejército de Franco.
«Motivar a estos nuevos combatientes fue una tarea enormemente difÃcil. Ambos bandos gastaron una gran cantidad de energÃa y recursos en construir y reconstruir relatos para embellecer sus respectivas causas», asegura el historiador, que señala que la República tuvo que esforzarse mucho más en este aspecto ya que tenÃa que hacer frente al importante desafÃo de movilizar a sus reclutas para una guerra que iba perdiendo «poco a poco».
El soldado religioso y el soldado ciudadano
Para motivar y reclutar a los soldados, la República y el bando franquista tuvieron que crear un relato que justificara el sacrificio. AsÃ, el bando golpista permaneció firmemente anclado en las ideas de tradición, en la evocación de la España eterna y de la Iglesia Católica. La República, por su parte, formuló una nueva definición de lo que significaba ser soldado, hombre y ciudadano en la guerra.
Del soldado republicano se esperaba que tuviera valor y entrega pero también se le animaba a saber leer, escribir y a pensar por sà mismo
«La necesidad de distanciarse de la postura ultramasculina de los ‘nacionales’ la obligó a modificar las nociones vigentes acerca del comportamiento masculino apropiado. Del soldado republicano se esperaba que tuviera valor y entrega, pero al mismo tiempo se le animaba a saber leer y escribir, a ser educado y a pensar por sà mismo», detalla Matthews.
Las peculiaridades más visibles del Ejército republicano fueron las campañas de alfabetización y educativas, encaminadas a la emancipación personal de los combatientes, y un discurso que buscó la lealtad de los soldados rasos a través de una obediencia inclusiva y voluntaria, más que irreflexiva y automática. Como resultado, el Ejército Popular tuvo una jerarquÃa más informal que la del Ejército de preguerra aunque «laxa e ineficaz».
Por contra, la disciplina del Ejército franquista se consiguió principalmente a base de amenazar con ejercer una severa violencia punitiva sobre los soldados que no dieron su conformidad al nuevo régimen. Además, el Ejército ‘rebelde’ también funcionó como un refugio seguro -desde el punto de vista de la represión- para quienes estaban dispuestos a contribuir al esfuerzo de guerra. «De este modo evitó violaciones graves de la disciplina y consiguió retener a miles de hombres que inicialmente no eran leales a la causa rebelde», señala.
Esta habilidad del ejército franquista para asegurar la participación incluso de los combatientes recalcitrantes «les dio una importante ventaja sobre las fuerzas gubernamentales, y es uno de los factores que explican su victoria», sentencia Matthews.
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