Una cuestión de honor
Entre 1936 y 1950 hubo en Cazalla de la Sierra 49 mujeres asesinadas y otro centenar de ellas sufrieron cárcel
ANTONIO AVENDAÑO / Sevilla / 22 Jul 2013
En el sangriento verano de 1936 mucha gente tenÃa bastantes papeletas para ser asesinada, pero poca de ella habÃa reunido tantas como para que su suerte estuviera inequÃvocamente echada si el golpe del 18 de julio triunfaba. Las sirvientas de Cazalla de la Sierra afiliadas al sindicato CNT figuraban entre esa gente con muchas papeletas para morir: eran pobres, criadas, sindicalistas y republicanas. Eran mujeres.
Dos meses antes del golpe las sirvientas hicieron un huelga porque sus patronos no aceptaron ni siquiera sentarse a negociar una tabla de exigencias en la que se incluÃan reivindicaciones tan subversivas como tener una jornada laboral de siete horas, descansar el domingo o cobrar el jornal en caso de baja por enfermedad. En la España del 36 mucha gente pensaba que el paÃs iba directo a la anarquÃa si hasta las criadas se atrevÃan a ponerles condiciones a sus señores. A muchas de aquellas criadas sindicalistas acabaron matándolas por reclamar unas cosas que no es que sean normales ahora, es que ya entonces eran normales en muchos paÃses del Occidente cristiano en nombre del cual serÃan asesinadas.
Dentro de la Guerra Civil del 36 hubo muchas guerras civiles. Hubo una guerra de los militares, una guerra de los milicianos, una guerra de los curas, una guerra de los comunistas, una guerra de los fascistas… pero por debajo de todas esas guerras, como sustentando y dando sentido a todas esas guerras estaba la guerra de las sirvientas. Metafóricamente, la II República fue toda ella algo asà como una rebelión de las sirvientas. Casi de un dÃa para otro, como quien dice, media España le exigió a la otra media cosas tan normales como una jornada de siete horas y descansar el domingo, ¡y eso sà que no! ¡Hasta ahà podÃamos llegar! ¡Y si hay que hacer una guerra para poner a cada uno en su sitio se hace una guerra y en paz! Y se hizo esa guerra. Vaya si se hizo.
Para los señoritos de la Cazalla de entonces una huelga de criadas no era simplemente una huelga: era una ofensa. Era una falta de respeto, de educación, una bofetada, un desafÃo de honor formulado por alguien sin honor. ¿Conque unas desgraciadas se atrevÃan a retar a sus señores sin cuya generosidad no serÃan más que unas muertas de hambre? ¡Se iban a enterar aquellas deslenguadas de quién mandaba en España! Y vaya si se enteraron: entre 1936 y 1950 hubo en Cazalla 49 mujeres asesinadas y otro centenar de ellas sufrieron cárcel.
La venganza fue terrible porque, en opinión de los ofendidos, la ofensa también lo habÃa sido. Los ofendidos con dinero siempre suelen decir lo mismo en estos casos, que no es una cuestión de dinero, sino de honor, que no se trata de pagar o no pagar unas pesetillas más o menos, pues a fin de cuentas qué importancia tiene un poco más o un poco menos de dinero en este bajo mundo, no, no, la cuestión de fondo es ¿cómo dirÃamos? espiritual, no hablamos de dinero, de lo que hablamos es de respeto, de orden, de jerarquÃa, de valores, hablamos, en fin, de que cada cual sepa cuál es su sitio.
Las criadas de Cazalla no supieron quedarse en su sitio y asà les fue. La II República no supo quedarse en su sitio y asà le fue. Media España no supo quedase en su sitio y asà le fue. Recuperar la memoria tantas veces difamada de aquellas criadas, de aquella República y de aquella España es una manera de restaurar el sitio natural de todas esas cosas: es una manera de recalcar que en aquella cruenta guerra la normalidad fue derrotada por la anormalidad y esa anormalidad duró cuatro ominosas décadas. De hecho, aún sigue durando de algún modo. La absoluta falta de conciliación nacional en torno a la Ley de Memoria Histórica, hoy condenada al desprecio y el olvido, es una prueba más de que aquella anormalidad victoriosa sigue vigente y de que, de una manera u otra, la guerra de las sirvientas no ha terminado.
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