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Una familia burgalesa en el corazón de las tinieblas

Diario de Burgos, 23-03-2014 | 24 marzo 2014

_PrDiariodeBurgosEn agosto de 1940 un convoy con 927 españoles llegaba al campo de exterminio de Mauthausen

 

R. P̩rez Barredo / Burgos Рdomingo, 23 de marzo de 2014

«Fue un sufrir tremendo», contaría Luis muchos años después rememorando la llegada de su tren, tras cuatro días de un viaje agonizante, a aquel pueblecito austriaco de resonancia germánica. Fue un día de verano. Un día de fuego. Mientras Londres ardía por las primeras bombas de la aviación nazi, un convoy con 927 españoles, hacinados en vagones de ganado, llegaba al campo de exterminio de Mauthausen. El 20 de agosto de 1940, familias enteras de refugiados a las que los alemanes habían interceptado en la localidad francesa de Angoulême fueron obligados a subir a ese tren, uno de los primeros trenes del horror que tenían como destino un matadero industrial. El corazón de las tinieblas.

Una familia burgalesa viajó en aquel siniestro ferrocarril: Elías González Santamaría, natural de Estépar, y cuatro de sus siete hijos: tres chicos y una niña. Ésta y el más pequeño de los varones, menor de 13 años, no llegaron a pisar el campo y fueron devueltos. Elías y sus dos hijos mayores, Luis y Elías, fueron bajados de inmediato. «¡Abrieron las puertas, me cogieron del cuello y para abajo!», contaría Luis. Estaban desorientados y hambrientos, ignorantes de su destino. «Cuando entramos en el campo no sentía miedo, era todo muy rápido y confuso, no daba tiempo. Y más adelante tenía en la cabeza que íbamos a salir vivos, nada de que iba a morir allí…», relataría Luis.

Uniformados con pantalón, camisa, chaqueta y gorro, padre e hijos trataron de mantenerse unidos. Sin embargo, los planes de los jerarcas del campo eran otros y decidieron enviar al progenitor a Gusen, tentáculo de Mauthausen, un lugar todavía peor. Elías hijo, que era el más pequeño, no quiso separarse de su padre y consiguió ser destinado a Gusen con él. Cuando se despidieron, Luis no podía imaginar que jamás volvería a ver a su padre, a aquel burgalés recio que se convirtió al anarquismo después de haber abrazado durante años la vida monástica; que se fue de Burgos y se instaló en Aragón con su familia y que se vio obligado a exiliarse, a cruzar con toda su prole y una sola burra los Pirineos para huir del fascismo que se instalaba en España.

El cabeza de familia murió con 58 años, el 10 de febrero de 1942, según los archivos. Nadie sabe cómo. Tampoco llegaron a saberlo nunca sus hijos. «Solamente supe lo que me dijeron, que en Gusen estaba sentado, trabajando y marcaba las vagonetas que pasaban. Luego le quitaron de aquel puesto y lo reemplazaron por un polaco… mal asunto… Elías estaba con él allí. Un día el capitán de Mauthausen, Bachmayer, hizo un llamamiento a todos los jóvenes españoles del campo y mi hermano regresó por ello. ¡Qué aspecto tenía!Estaba seco como una espátula… Dijo ‘he tenido tifus’, estaba muy demacrado».

El grupo Poschacher. Supervivientes a los dos primeros años, los hermanos González formaron parte del llamado grupo Poschacher, formado por españoles que trabajaban en una cantera fuera del campo de exterminio. Hicieron más labores: trabajaron en la cocina, uno pelando patatas y el otro lavando marmitas. Como Elías no terminaba de recuperarse y de coger algo de peso, su hermano Luis se afanaba por hacerle llegar comida. Conseguía pequeños trozos de una suerte de salchichón y cualquier producto que pudiera distraer para hacérselo llegar.

Luis relataría con mucho aplomo lo cerca que estuvo de acabar convertido en humo. Enfermo de tuberculosis, durante la visita a la enfermería de uno de los oficiales del campo, éste señaló al burgalés con dedo admonitorio e imperativo y pronunció estas escalofriantes palabras: ‘horno crematorio’. Por fortuna, tuvo suerte: un medicamento milagroso le hizo recuperarse en poco tiempo y evitar dar con su alma en la chimenea de Mauthausen. Contaría Luis anécdotas heladoras. Las torturas, el hambre, el frío de las duchas, el trabajo agotador, el día que un oficial les ofreció un gato para que se lo comieran a cambio de que le guardaran la piel del animal y le hicieran con ella unos guantes con los que combatir el frío de Rusia, adonde iba a ser destinado.

La liberación. Suele resultar difícil explicar cuanto sintieron los pocos supervivientes del convoy de los 927 aquel 20 de mayo de 1945, cuando el campo de Mauthausen fue liberado por las tropas norteamericanas. Luis lo haría así: «Todos salimos eufóricos de alegría». No fue fácil recuperar una vida normal. Luis y Elías marcharon a Francia junto con otros deportados supervivientes del horror. Luis se instaló en París, donde terminó ganándose la vida con trabajos mecánicos; Elías se fue a vivir a Tolouse.En alguna ocasión ambos regresaron a España, a visitar a su hermana, la que consiguió eludir el infierno, que residía en Lloret de Mar.Ambos se casaron y tuvieron familia. Hasta el final de sus vidas estuvieron vinculados a los colectivos relacionados con Mauthausen para mantener viva con sus testimonio la llama de tanto horror.Para que no se olvidara. Aunque ellos pudieron contarlo, Mauthausen fue la tumba de su padre. Como la de tantos miles de españoles. Una de las grandes sepulturas de la cultura occidental.De la historia del siglo XX. De la historia del ser humano.

Fuente: Vivos en el averno nazi. Montserrat Llor. Editorial Crítica. 2014.

http://www.diariodeburgos.es/noticia/Z39365DA7-F955-E01F-96C4E9491E60A102/20140323/pionero/memoria