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El cadáver número 5 recupera su identidad

El Diario Montañés, | 2 junio 2014

_PrElDiarioMontañésLos restos de Delfino Campo fallecido en la cárcel de Valdenoceda, fueron entregados a su familia tras siete décadas de anónima sepultura

 

 

Los restos de Delfino Campo García, joven de Cartes fallecido durante el franquismo en la cárcel de Valdenoceda, fueron entregados a su familia tras siete décadas de anónima sepultura

SERGIO HERRERO | SANTANDER @Sbahillo

Al esqueleto Af5 número 5 la Guerra Civil le extirpó su identidad durante más de 70 años. Pero ese conjunto de huesos hallado en los enterramientos de la antigua Prisión Central de Valdenoceda forman el cuerpo y la historia de un joven: Delfino Campo García. Preso por el franquismo, una tuberculosis pulmonar acabó con la vida de este hombre nacido en Santiago de Cartes. Al igual que 22 de sus compañeros de encierro y muerte en el penal burgalés, el pasado 12 de abril, por fin, se reencontró con su familia. Tan lejana y desconocida después de décadas de anónima sepultura. La Agrupación de Familiares y Amigos de Represaliados en Valdenoceda trabaja desde 2003 para devolver a los allí inhumados a su hogar, a su familia. Andoni, sobrino nieto de Delfino y residente en Bizkaia, fue el encargado de recoger sus restos: “Fue una sorpresa cuando nos llamaron. No sabíamos dónde estaba”. Una vorágine de sentimientos encontrados. “Acongoja estar ante un familiar que sabes por todo lo que ha pasado, aunque es una persona tan distante en el tiempo…”.

La vida de Delfino se compone de las escasas piezas que han quedado sanas de un puzle muy antiguo. Hijo de Segundo y Eulalia, vino al mundo en la comarca del Besaya el 24 de diciembre de 1914. De profesión metalúrgico y de estado civil soltero, el 4 de julio de 1937 ingresó en la cárcel de Las Merindades, habilitada en una fábrica de seda artificial cerrada y que fue expropiada a sus propietarios para ser utilizada como penal. Su delito: “adhesión a la rebelión”. “Lo dice todo y no dice nada”, afirma Andoni Gutiérrez Campo al referirse a la acusación. El consejo de guerra al que fue sometido estableció una pena de 30 años de prisión. Nunca más volvería a ser libre.

Los días eran como meses en la Central de Valdenoceda, una cárcel compuesta por tres naves, divididas en tres plantas. En cada uno de los pabellones, 400 prisioneros hacían malabarismos vitales para no caer enfermos y tiraban de imaginación para burlar el aburrimiento y las protestas del estómago vacío. A Andoni le llamó especialmente la atención “una baraja fabricada con los librillos del papel de fumar” que todavía se conserva. Para tirarse un farol ante la muerte.

Ni siquiera el certificado de buena conducta firmado por el subdirector administrador de la prisión permitió que Delfino llegase a cumplir su condena. Tampoco aguantó hasta el cierre de la cárcel, que se produciría en 1943 y que conllevaría una de las primeras amnistías del franquismo. El hacinamiento, el hambre y la insalubridad tentaron a la tuberculosis pulmonar, que acabó con su vida. El médico titular de la cárcel de Valdenoceda, Facundo Curiel Muñoz, certificó el fallecimiento del joven a las 21.00 horas del 6 de diciembre de 1941. “Lo que más me llama la atención de toda la historia es que la notificación de la muerte nunca llegó a su destino. Mi abuelo nunca lo supo”, reconoce Andoni.

La tuberculosis no fue la única enfermedad presente en el penal. Una gran mayoría de los 152 fallecidos oficiales aparecen en los registros con “colitis epidémica” como causa principal de su muerte. Una afección derivada directamente de la falta de alimento. El director de la prisión fue castigado después por el propio régimen por corrupción. El dinero destinado a la manutención de los presos se quedaba en sus bolsillos

Laudelino, el abuelo de Andoni, falleció con el único convencimiento de que Delfino había muerto durante la Guerra Civil, un periodo del que “jamás hablaba”. Al igual que su hermano, y por la misma “adhesión a la rebelión” que citan los documentos de la época, también pasó un tiempo entre rejas durante el segmento bélico y los años posteriores. Recorrió diversos penales, entre ellos el de El Dueso, en Santoña.

Delfino, su identidad y su historia quedaron sepultados en una parcela anexa al cementerio del pueblo, propiedad de Instituciones Penitenciarias, donde los presos daban el trato más digno posible a sus compañeros fallecidos con cuatro maderas que apañaban para hacer un ataúd. Su meticulosidad en los enterramientos quiso que la profundidad en la que dejaron los cadáveres para evitar el expolio de los cuerpos por parte de los animales de la zona permitiese, años después, que los restos siguieran allí.

En 1989, la parroquia adquirió la parcela y decidió ampliar el camposanto local, acumulando sepultura sobre sepultura. Pero nunca llegaron a tocar hueso. En 2007, con la llegada de una subvención, se iniciaron cinco largos meses de trabajos de exhumación e identificación. Los cuerpos estaban enterrados tan profundos, que los antropólogos llegaron a dudar de su existencia. El segundo paso fue cruzar el estudio de los restos con los expedientes penitenciarios conservados en Burgos.

1,70 de altura, entre 20 y 30 años, y presencia de periostitis “en la superficie ventral del cuello y la región proximal de la diáfisis de las costillas, compatible con la tuberculosis pulmonar…” No había lugar a dudas. El esqueleto Af5nº5 era de Delfino Campo García.

La Sociedad de Ciencias Aranzadi, participante en los trabajos, se puso en contacto con el Ayuntamiento de Santiago de Cartes para encontrar a la familia de Delfino. Al joven fallecido en Valdenoceda sólo le queda una hermana de 94 años residente en Paris. Pero los descendientes de ésta prefirieron no involucrarse. La otra pista, la definitiva, era la de su hermano Laudelino. Su viuda delegó en su nieto Andoni. Demasiado lejano para realizar la prueba de ADN, pero que aceptó con cariño la misión de permitir que su tío abuelo descansase por fin en paz.

Un reposo que iba a llegar el pasado 12 de abril. Coincidiendo con el aniversario de la II República, se celebró un acto de entrega de los restos de 23 presos identificados. Andoni acudió con su familia para recibir a Delfino. Reconoce haber vivido una emotividad “neutra, porque es una persona de la que nunca tuve referencias, ni siquiera una foto”. Es la cicatriz que dejó, en familias de uno y otro bando, la Guerra Civil y sus consecuencias. El olvido. En este caso el reencuentro llegó tarde, pero llegó. “En Santiago de Cartes ya no queda ningún familiar y a Bizkaia no le unía nada, por eso hemos decidido que descanse con sus compañeros en Valdenoceda”.

http://www.eldiariomontanes.es/torrelavega-besaya/201406/01/cadaver-numero-recupera-identidad-20140531205357.html