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El último suspiro de los “indignos”

Diario de Teruel, 23/06/2014 | 24 junio 2014

artheimLos nazis mataron a 30.000 personas en el castillo de Hartheim, entre ellas a 409 españoles

 

F.J. Millán / Mauthausen (Austria)

Hartheim es un imponente castillo renacentista próximo a la localidad de Alkoven en la Alta Austria.

01La delegación de la Amical de Mauthausen de España, en la que se integró la Asociación Pozos de Caudé, en mayo pasado a la entrada del castillo de Hartheim, hoy convertido en memorial

Hartheim es un imponente castillo renacentista próximo a la localidad de Alkoven en la Alta Austria. Al verlo nada hace pensar que albergó un centro de eutanasia nazi donde fueron asesinadas en la cámara de gas miles de personas discapacitadas físicas y psíquicas, así como prisioneros de los campos de concentración. Allí no solo se llevaron a cabo operaciones de exterminio, sino que se realizaron también experimentos médicos con seres humanos. 409 españoles, todo ellos deportados republicanos, perdieron allí la vida.

Hartheim es uno de esos lugares que encogen el corazón al hacer el recorrido que hacían las víctimas, puesto que quienes eran enviados allí eran ejecutados en la cámara de gas nada más llegar. El Tercer Reich habilitó varios centros de eutanasia por toda Alemania, incluida Austria tras su anexión. El objetivo no era otro que aliviar el sufrimiento a los discapacitados y enfermos, según el ideario nazi, ofreciéndoles una «buena muerte».

Estas prácticas eran consecuencia de la «teoría de la raza», de la pureza racial que impulsaron los nazis para la mejora genética de la sociedad alemana. Se trataba de eliminar a aquellas personas que «contaminaban» la raza, aquellos a quienes los nazis consideraban «indignos de vivir».

Por allí pasaron discapacitados psíquicos, disminuidos físicos, enfermos y prisioneros de campos de concentración que no eran ya útiles para trabajar como esclavos para el Tercer Reich. En total fueron 30.000 personas las que fueron asesinadas en la cámara de gas del castillo de Hartheim.

Hitler fue quien impulsó directamente este programa y la mayoría de la comunidad médica respaldó el mismo con el argumento de que así se aliviaba a quienes padecían discapacidades. Recibió el nombre de T4, designación que se refiere al número 4 de la calle Tiergartenstrasse de Berlín, el lugar donde estaban las oficinas centrales de este siniestro programa de limpieza racial.

Seis centros de eugenesia

Hartheim fue uno de los seis centros con cámaras de gas para exterminar a los «indignos» que puso en funcionamiento el Tercer Reich. Lo otros cinco estaban ubicados en Bernburg, Brandenburg, Grafeneck, Hadamar y Sonnestein. Un total de 350 médicos de las SS se encargaban de las ejecuciones y de hacer los experimentos para comprobar la capacidad de resistencia del cuerpo humano a determinadas sustancias. Entre sus prácticas habituales estaba la inyección de gasolina en la sangre de las víctimas.

Hartheim había sido desde 1898 una institución dedicada al cuidado de enfermos con discapacidades mentales y físicas hasta que en 1939 Hitler convirtió el lugar en un centro de eugenesia, es decir, de limpieza étnica. Siguieron llegando enfermos, pero no para ser atendidos de sus enfermedades, sino directamente para ser ejecutados.

Las dependencias del castillo, convertidas hoy en memorial y museo, permiten comprobar cómo los nazis, y el personal civil que trabajaba allí, realizaban estos crímenes con absoluta frialdad. Uno podría pensar que lo hacían convencidos realmente de que así aliviaban a estas personas, pero no es así, porque cuando suspendieron estas prácticas intentaron eliminar y borrar todas las pruebas de las barbaries allí cometidas conscientes del mal que habían hecho.

Los médicos nazis engañaban a los familiares, a los que hacían creer que se llevaban a sus parientes a Hartheim para hacerles un chequeo y curarles. En cambio, al llegar al castillo pasaban directamente a la cámara de gas. Acumulaban los cuerpos de las víctimas y los incineraban. Las cenizas eran amontonadas y metidas en urnas que enviaban a los familiares, sin importarles que las mismas correspondiesen con las de su pariente o fueran de otra víctima. Enviaban las urnas junto con un certificado médico en el que indicaban una complicación médica como la causa de la muerte y ponían una fecha ficticia de la defunción.

La muerte de miles de enfermos alarmó a la sociedad alemana y el destino final de los allí enviados se convirtió en un secreto a voces. En agosto de 1941 se suspendió, en teoría, el programa por las protestas que estallaron, pero siguió aplicándose con los considerados asociales, los ancianos y los deportados de los campos de concentración.

Un turolense, el calandino Pascual Castejón Aznar, estuvo a punto de morir en Hartheim al ser enviado allí desde Gusen. Al llegar junto con otros deportados, el castillo se encontraba saturado y finalmente fueron enviados a otro campo de prisioneros en Dachau. Pudo salvar así la vida y contó mucho tiempo después su experiencia en el libro autobiográfico Memoria en carne viva.

Castejón contó en sus memorias cómo fue a parar allí desde el campo de Gusen, de donde recordaba que se hacían experimentos con los presos más fuertes suministrándoles medicamentos nuevos. «Llegaron a hacerse experimentos para saber cuánto tiempo podía aguantar una persona sin comer», escribió.

En noviembre de 1942, Pascual Castejón quedó medio helado durante una de las terribles duchas de agua fría que se aplicaban a los prisioneros en Gusen. Debido a su debilidad y a su delicado estado de salud, pues apenas pesaba treinta kilos, fue seleccionado junto con otros presos para ser enviado al castillo de Hartheim en los llamados «transportes fantasmas».

Macabro plan

«Sábado era cuando tomaron el número de aquellos que presentábamos un mayor grado de invalidez. Nos formaron en la plaza y nos metieron en los camiones fantasmas, camino de la cámara de gas. Una vez allí, se produjo una situación bastante insólita: tras unos minutos de silencio angustioso, casi agónico, que todos considerábamos como el preludio de nuestra entrada a la cámara de gas, llegaron unos oficiales de las SS con la orden de suspender este macabro plan», contó Castejón en sus memorias.

Recorrer Hartheim es sentir la crueldad inhumana de los totalitarismos, imaginar cómo las personas que murieron en ese castillo lo hicieron conducidas como si fueran ganado al matadero, ajenas muchas de ellas a la suerte que les esperaba.

Los visitantes hacen el mismo recorrido desde el espacio donde se encontraban las cocheras para llegar a la cámara de gas. Lo hacen en silencio y sobrecogidos. Fue el primer lugar que visitó este año la representacion de la Amical de Mauthausen de España que asistió a los actos conmemorativos de liberación del campo en mayo pasado, en la que también participó una delegación turolense de la Asociación Pozos de Caudé. Fue en Hartheim donde esta asociación turolense presentó las actividades que realiza en Teruel para la preservación de la memoria histórica. Unas y otras víctimas, las de la España franquista y las de la Europa bajo el dominio nazi, perecieron a manos del fascismo que hoy día vuelve a asomar su rostro bajo otras formas de totalitarismo que están impulsando las desigualdades sociales.

Convivir con la memoria del nacionalsocialismo en Austria

Convivir con la memoria dejada por el nacionalsocialismo no ha sido fácil para los austríacos, un país que se ha debatido durante décadas entre la conciencia de haber sido víctima a la vez que verdugo, de haber colaborado con el nazismo. Hoy día su territorio está plagado de sitios convertidos en memoriales de aquella barbarie y la juventud se pregunta qué representan esos lugares históricos a los que siguen peregrinando personas procedentes de todos los rincones del mundo para recordar a las víctimas.

Birgit Pichler nació en Linz aunque creció en el pueblo de Gusen y hoy día es guía de Mauthausen. Cuenta que durante mucho tiempo el antiguo campo de concentración fue para ella «algo muy espantoso, sin palabras», a la vez que siempre ha quedado como algo «muy abstracto».

«La narrativa de la víctima estuvo muy presente durante los primeros años después de la guerra», cuenta Pichler, quien añade que con la guerra fría se enfatizó la «teoría de la víctima». Todo empezó a cambiar a finales de los 60 y dio un giro radical en 1986 con el llamado asunto Waldheim, un candidato a la presidencia del partido conservador austríaco con un pasado nazi. Hoy Austria se debate todavía entre esa memoria como víctima y su pasado como cómplice.

http://www.diariodeteruel.es/noticia/49799/el-ultimo-suspiro-de-los-indignos