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Un Día especial

Emilio Sales, | 20 junio 2014

en el tiempo no es nadaMe he hecho una promesa de que no voy a ver la televisión, oír la radio, leer la prensa, ni nada que afecte a mi higiene mental

 

UN DIA ESPECIAL

Amanece, que no es poco, y las perspectivas son, cuando menos, inquietantes. Es día de fiesta en la comunidad autónoma castellano manchega (también en Madrid por el hecho de que ambas regiones están hermanadas por el vínculo de la caspa) y hace mucho calor, el ambiente está mustio (será la eliminación de la selección patria) y a primera hora no hay apenas gente por la calle. Me he hecho una promesa (y las que se hace uno mismo deben ser las primeras en cumplirse) de que no voy a ver la televisión, oír la radio, leer la prensa, ni nada que afecte a mi higiene mental, ante la previsible avalancha de fervor hacia el que ayer era príncipe y hoy (por designio divino, eso sí con el permiso del abuelo del joven y siempre inspirándose en los principios del movimiento nacional que rigen nuestros destinos desde hace décadas) se convierte en F6, que no es una marca de coches aunque si es un producto de muy elaborado marketing.

Por ello he decido leer, oír música, realizar las labores del hogar, comer adecuadamente y echarme una siesta (eso sí, muy española, de poca ropa y orinal). Todo ha ido según el plan previsto. Que placer no escuchar ni ver el mensaje único, uniforme y previsible, hasta que ¡zas!, todo se ha ido al garete. Mira que había dejado en silencio el móvil, desconectado ese invento llamado whatsapp (por cierto creo que es la palabreja que más variaciones tiene en los últimos tiempos), pero cuando me he reincorporado al mundo e los vivos me he encontrado con cientos de llamadas, guasas (las mejores las de Cádiz), mensajes, etc…. Ningún improperio pero si toques de atención sobre mi estado de letargo veraniego.

De entre ellas la más significativa es la de mi amigo Arsenio, del que ya he hablado alguna vez y que es conocido por el círculo íntimo como Arsénico (por su capacidad tóxica en sus análisis). Me comenta que de buena mañana, y tras un copioso desayuno, se dispuso a ver por televisión los fastos de la proclamación como rey de reyes del nuevo monarca. Mando en ristre, por eso de cambiar de canal aunque ya sabía que en todos era lo mismo (¡Qué morbo eso del mando a distancia para ver casi siempre la misma mierda!) se puso a ver la tele, eso sí, me recalca, quitando el color. Su teoría es que de esa manera se sentiría más joven. Y he aquí su argumento. Salvo la posibilidad de cambiar de canal, nada había cambiado, era como volver a su niñez cuando veía la tele (él había sido de los pocos que en su barrio podía tener este artefacto, es más, recordaba como se le ponía a la pantalla una especie de papel transparente, recuerda que verde, porque rojo no podría ser, para fardar que encima era de color) y  contemplar al caudillo en el mismo coche y la misma plaza, era como ver a su nieto (más alto y guapo, señal inequívoca de la mejora de la raza) seguir los pasos que hacía cerca de cuarenta años (este país siempre está en cuarentena) hizo su padre. Se emocionaba, se le caían las lágrimas se entrecortaba su voz al pensar que todo estaba atado y bien atado, que para qué tanta lucha, para que tanta sangre de tanta gente, para que tanto sacrificio si todo sigue igual, si la legalidad por la que se luchó queda en manos de los vencedores y sus acólitos (Casado venció).

En fin, se acaba la jornada y mañana nos enfrentaremos con los problemas cotidianos, esos por los que pasan todos y cada uno de las españolas y los españoles. No seáis cazurros, el nuevo rey y familia, los abdicados monarcas (que no depuestos), los banqueros, los que poseen grandes fortunas, los que ayer doraban la píldora al ¿nuevo? jefe del tinglado, también tienen sus preocupaciones y problemas. Si yo fuera uno de ellos me descojonaría ante esa “multitud” de patrios que banderita en mano me saludaban.