El asesinato de un pueblo
En La Teyera (Asturias) fueron asesinados durante la Guerra Civil 15 vecinos de los cerca de 50 que habitaban el pueblo por entonces
Descendientes de las vÃctimas presentan una denuncia en la embajada de Argentina en Madrid que se adhiere a la Querella presentada contra los crÃmenes del franquismo en Buenos Aires
ALEJANDRO TORRÚS Madrid
Quince vecinos fueron asesinados, siete pasaron por diferentes campos de concentración y prisiones y otro más fue desterrado. No son cifras espectaculares. El lector podrá decir que prácticamente en cualquier localidad española un número mayor de personas fue asesinada durante la Guerra Civil. Sin embargo, hay un dato importante. La Teyera, pueblo asturiano donde se centra una nueva denuncia interpuesta por vÃctimas de la dictadura, no tenÃa en 1936 más de 50 habitantes. Miembros de la Guardia Civil y de Falange asesinaron a más de un cuarto de los habitantes del pueblo en apenas cuatro años.
«Fue una masacre. No hay derecho a que en la historia de este paÃs sólo se hable de reyes, reconquistas y guerras de independencia. ¿Por qué no se habla del daño que hicieron quienes nos arrebataron la II República?», se pregunta JoaquÃn Fernández GarcÃa, nieto de una vÃctima de la localidad, que junto a otros familiares de vÃctimas de la localidad han denunciado estos hechos ante la embajada argentina en Madrid adhiriéndose a la Querella Argentina contra los crÃmenes del franquismo.
La Teyera es un pueblo diminuto que se encuentra en Langreo (Asturias) a caballo entre los municipios de Sama de Langreo y Mieres. En 1936 habÃa unas «cinco o seis casas, que albergaban al doble de familias, todas trabajadoras, vinculadas a la industria del carbón y al cultivo de pequeñas propiedades de tierra». A pesar de ello, constituÃa un importante valor para las fuerzas progresistas en la zona gracias a su ubicación geográfica y a las sedes del Sindicato Minero y de la Juventud Socialista Unificada. Las huelgas mineras y la revolución asturiana de 1934 pusieron las cartas sobre la mesa. Todos se conocÃan las caras en la zona pero no todos compartÃan los mismos ideales.
«Las huelgas mineras y el intento de revolución fue el punto de inflexión. Ahà es donde los de izquierdas quedaron marcados y sus nombres quedaron anotados en libretas. Una vez producido el golpe de Estado ya no tenÃan cabida en el pueblo. Los persiguieron hasta llegar a la atrocidad», denuncia Maximino RodrÃguez, nieto de dos vÃctimas de la represión franquista en la localidad.
Los dos primeros asesinatos se produjeron el 27 de octubre de 1937, sólo seis dÃas después de la entrada en Gijón de las tropas franquistas. Fueron Vicente RodrÃguez y Cecilio González. Ninguno habÃa participado en la guerra. A Vicente lo sorprendieron en la calle y a Cecilio fueron a buscarlo a casa. Esposados iniciaron el camino hacia Santa Emiliano, donde tenÃa el cuartel la Guardia Civil. «Pero no entran al cuartel. En un monte cercano los someten a las más crueles torturas hasta causarles la muerte. Sus cuerpos son enterrados en el mismo monte (…) Y allà permanecerán sus restos hasta 1952 cuando la familia consigue recuperarlos», señala la denuncia, a la que ha tenido acceso Público.
Con la victoria definitiva de las tropas franquistas en la batalla del Norte, miembros de la Guardia Civil, del ejército, falangistas y mercenarios traÃdos de Marruecos comenzaron a instalarse en el pueblo para operar en una amplia zona. «Lo que era un espacio de actividades cÃvicas se convierte en escenario de violencia y muerte. Los ancianos, las mujeres y los niños tienen que hacer su vida entre aquellas tropas enloquecidas . Los jóvenes varones habÃan huido al monte o permanecÃan ocultos en refugios de casas», prosigue el escrito.
A partir de este momento, el número de vÃctimas va aumentando como un goteo. Pocos dÃas después fallece en la prisión de Avilés el vecino Jesús Iglesias. El 4 de diciembre de ese mismo año dos hijos del asesinado Vicente, que habÃan huido al monte, eran detenidos y condenados posteriormente por un Consejo de Guerra a la pena de muerte. Después fue descubierto en el monte y «acribillado a balazos» otro hijo de Vicente, de mismo nombre. Carmen, la vecina que le protegÃa, fue enviada al Campo de Concentración de As Figueiras (Castropol). Otros dos hijos de Vicente también fueron perseguidos. Uno fue desterrado y el segundo, junto a su esposa, fue enviado al mismo campo de concentración.
Apaleadas hasta la muerte
Una vez eliminada la familia de Vicente, la violencia fascista se ceba con la familia de la viuda Pilar Terente. Todo comenzó cuando su hijo mayor, Belarmino Fernández, quien se niega a acudir al llamamiento de filas del ejército franquista y huye al monte. La respuesta de la Guardia Civil fue quemar el domicilio familiar dejando a la viuda y a cinco hijos pequeños en la calle. Belarmino, de 17 años, serÃa encontrado posteriormente en el monte y asesinado inmediatamente.
En octubre de 1938, llegarÃa el turno de la propia Pilar y su vecina Amada Zapico, cuyo marido estaba huido. La Guardia Civil las detuvo en su casa y las condujo al mismo monte donde ya habÃan sido asesinados dos vecinos, las asesinan y arrojan a una sima abierta por las explotaciones de la minerÃa del carbón. JoaquÃn Fernández, nieto de Pilar, recuerda para Público la historia familiar que tantas veces ha escuchado en casa.
«Les cortaron el pelo, las violaron y les cortaron los pechos. Mi padre, que iba agarrada a sus faldas mientras la llevaban a la Guardia Civil, me lo ha contado. En este trayecto de apenas 500 metros un agente le dio un culatazo con el fusil y apartó a mi padre de mi abuela. Una vez solo con las dos mujeres las tiró a las dos por la chimenea de una mina», narra JoaquÃn a este medio. Argentina Zapico, hermana de Amada, de 90 años, aporta el siguiente testimonio a la denuncia:
«Yo misma en persona, acompañada de Helia, hija de Pilar, fuimos a ver el lugar donde las habÃan arrojado, después de asesinarlas. Era una chimenea de una mina. Se podÃan ver sus cuerpos perfectamente, no estaban muy profundos», detalla la hermana de una de las vÃctimas. Con el asesinato de Pilar quedaban cinco niños con edades entre los 7 y los 16 años huérfanos de padre y madre y completamente desamparados. Todos tuvieron que irse del pueblo y servir como criados.
«Una tropa enloquecida»
El siguiente en la larga lista de vÃctimas de la represión franquista de este pueblo es Samuel SolÃs. Fue fusilado en el cementerio de San Salvador de Oviedo. Después serÃan asesinados el marido de la ya asesinada Amada, Tomás Fernández, además de Aladino GarcÃa, Silvino Iglesias, César RodrÃguez y Eliseo Argüelles, todos ellos capturados en la montaña. «Los cadáveres de los dos huidos [en referencia a César y Eliseo] eran expuestos largo tiempo, como trofeos, en la plaza pública, para asombro de la vecindad y regocijo de sus carniceros», refleja la denuncia. Por las mismas fechas, otro joven cecino, Manuel González, fallece en el Penal del Dueso (Santander).
«Los cadáveres de los dos huidos eran expuestos largo tiempo, como trofeos, en la plaza pública»
La última persona en morir será la viuda de Vicente RodrÃguez, Josefa Zapico. El 27 de octubre de 1941 esta mujer ya habÃa sufrido destierro y habÃa visto morir a su marido a dos de sus hijos y condenar a pena de muerte a otros dos. Sin embargo, no fue suficiente pena para sus verdugos. Ese mismo dÃa, según describe la denuncia, una «tropa enloquecida entra en la casa violentamente. Le gritan. La insultan. La golpean con rabia, con fusiles y bastones. La tumban al suelo y la patean. La arrastran. Se ensañan con su cuerpo exhausto hasta lÃmites inenarrables. Acaban con su vida y allà abandonan el cadáver».
Perseguidos
La persecución que vivieron sus familias también les afectó a los denunciantes, a pesar de no haber vivido la Guerra Civil. JoaquÃn recuerda cómo cuando tenÃa 10 años (corrÃa el año 1962) y escanciaba sidra en el bar de sus padres cuatro falangistas entraron en el bar destrozando todo a su paso y propinaron a su padre varios golpes con sillas y botellas. «Me acuerdo que mis padres denunciaron el asalto pero la consecuencia fue que nos tuvimos que cambiar de pueblo también», recuerda JoaquÃn.
«No fuimos nosotros los que hicimos las cosas mal, fueron ellos. Y encima nos mataron»
Ahora, estos descendientes de las vÃctimas se han decidido a dar el paso y presentar las denuncias en nombre de sus tÃos y abuelos. Argentina representa una puerta abierta a la esperanza. «Mi padre tenÃa ganas de denunciar y yo también. Lo hago por él y para que este paÃs sepa lo que ha pasado hace no tanto tiempo. Lo tiene que saber todo el paÃs. No fuimos nosotros los que hicimos las cosas mal. Fueron ellos. Y encima nos mataron», sentencia JoaquÃn.
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