La herencia de la República
Los exiliados españoles pudieron desarrollar en México su proyecto humanitario y modernizador
JORDI SOLER 20 JUL 2014
Durante los primeros meses de la Guerra Civil, Daniel CosÃo Villegas, que era entonces el encargado de Negocios de la embajada de México en Portugal, observó que en medio del caos que se habÃa adueñado de España, habÃa un valioso grupo de intelectuales que se habÃa quedado sin medios para desempeñar su quehacer. Antes de la guerra, el Gobierno de Manuel Azaña habÃa empezado a implementar una ofensiva humanÃstica que buscaba situar a España en un nivel de desarrollo, cientÃfico y cultural, que le permitiera integrarse, de manera cabal, a Europa. La Reforma Educativa, inspirada en la Institución Libre de Enseñanza, que habÃa emprendido la II República, ya era notoria en 1937; habÃa una legión de maestros, muy preparados y con una nueva sensibilidad, que trabajaba para elevar el nivel de los alumnos españoles, y lo mismo pasaba en otros campos, habÃa una serie de publicaciones, cientÃficas y literarias, que reflejaban el empeño republicano de construir un paÃs mejor. HabÃa en España, para decirlo pronto, evidencias de un renacimiento cultural. Todo este panorama lo observaba Daniel CosÃo Villegas desde Portugal, y cuando empezó la guerra, y vio que de prosperar el golpe militar aquel empeño iba a desvanecerse, pensó que México tendrÃa que ofrecer ayuda a los intelectuales españoles, ofrecerles un asilo temporal en lo que terminaba la guerra, una casa donde pudieran dar clase, escribir, continuar con sus investigaciones porque al ayudarlos, y aquà es donde la lucidez de CosÃo brilla de manera especial, México se beneficiarÃa enormemente de sus conocimientos y de su cultura, pues era entonces un paÃs que batallaba todavÃa contra los fantasmas de la Revolución Mexicana.
Asà fue como en 1938, en plena Guerra Civil, un grupo de intelectuales españoles se instaló en una institución, creada especialmente para ellos, de nombre La Casa de España, con el apoyo del presidente Lázaro Cárdenas y bajo el aura intelectual de Alfonso Reyes. Un año después los republicanos perdieron la guerra y su proyecto humanÃstico fue arrasado por la brutalidad militar del General Franco.
En 1939 casi medio millón de españoles huyeron a Francia y fueron internados en una serie de campos de concentración que hoy constituyen una de las páginas más oscuras de la historia francesa. Lázaro Cárdenas, que era un hombre convencido de que a los exiliados habÃa que tenderles la mano, desplegó en Francia un operativo diplomático para rescatar a los republicanos que se habÃan quedado sin paÃs; ya no se trataba solo de un proyecto para rescatar intelectuales, sino de una operación masiva de la que podÃa beneficiarse cualquier español que deseara reinventar su vida en México. De manera que el Gobierno mexicano, en ese operativo que ha quedado como uno de los episodios más emocionantes de la diplomacia internacional, fletó una serie de barcos que se llevaron, entre 1939 y 1942, a 25.000 españoles a México. El primero de aquellos barcos, el Sinaia, llegó a Veracruz hace, precisamente, 75 años.
Un episodio ilustra la vocación cosmopolita que tenÃa aquel Gobierno, la idea de que el asilo polÃtico enriquecerÃa a la sociedad mexicana
En cuanto terminó la guerra, La casa de España, que habÃa recibido un año antes a los intelectuales de la República, cambió su nombre a El Colegio de México, esa entrañable institución que sigue, hasta hoy, enriqueciendo al paÃs. Pero la riqueza que aportó el exilio republicano a México no proviene solo de los intelectuales, los cientÃficos y los artistas que ya tenÃan un nombre y un prestigio, y que pronto empezaron a nutrir las aulas de la UNAM y del Instituto Politécnico Nacional; o a colaborar en proyectos como el del Fondo de Cultura Económica, o a fundar editoriales como Era o JoaquÃn Mortiz. La verdad es que no hay espacio aquà para escribir los nombres de todos los exiliados ilustres que llegaron a México y se fueron integrando, algunos con más éxito que otros, en todos los campos y a todos los niveles, asà que haré, sin más ánimo que dar una idea de lo que era aquella selecta multitud, un breve apunte testimonial, una corta e imprudente ráfaga: José Gaos, JoaquÃn Xirau, Indalecio Prieto, Remedios Varo, Eulalio Ferrer, Ignacio Bolivar, Emilio Prados, Luis Cernuda, Luis Buñuel, Leon Felipe, José Moreno Villa, Manuel Altolaguirre, Max Aub, Elvira Gascón y un largo, y sustancioso, etcétera.
Pero todo lo que aportó esta zona ilustre del exilio, como decÃa más arriba, es solo una parte de la riqueza que invirtió, de manera involuntaria, la República española en México; la otra parte, por cierto constituida por la gran mayorÃa, era una multitud de exiliados sin nombre, que se habÃan preparado para elevar el nivel de su paÃs y que se veÃan de pronto, con todo ese conocimiento, en otro paÃs que los invitaba a aplicarlo; porque el gobierno de Lázaro Cárdenas estaba precisamente en esa gesta, querÃa sacar a México del sopor revolucionario y orientarlo hacia la modernidad, por esto los exiliados, que eran lo mejor y lo más moderno de España, eran un elemento crucial de su proyecto.
Los exiliados no contemplaban regresar a España mientras el Gobierno golpista estuviera en el poder y esta condición, como ya empezaba a verse que las democracias del mundo no se movilizarÃan a favor del Gobierno legÃtimo de la República, los hacÃa ver a México como un paÃs en el que permanecerÃan algunos años, y a la oportunidad que les habÃa brindado el General Cárdenas como el inicio de una nueva vida, que no serÃa demasiado larga, porque en cuanto se fuera el dictador podrÃan regresar a España. Ninguno imaginaba, desde luego, que a Franco le quedaban, en ese año de 1939, treinta y seis años en el poder, ni que la mayorÃa, después de ese tiempo tan largo, ya ni siquiera se plantearÃa regresar, porque ya serÃan más mexicanos que españoles.
México fue el único paÃs del mundo que, en 1937, en la sede de la Sociedad de Naciones, en Ginebra, defendió el Gobierno legÃtimo de Manuel Azaña, y condenó el golpe de Estado de Franco y la intervención de Alemania e Italia en la Guerra Civil, ante el silencio y la pasividad del resto de los paÃses que optaron por mirar hacia otro lado. Desde entonces México rompió relaciones diplomáticas con el Gobierno español y mantuvo su posición, su rechazo a la dictadura, hasta 1977, cuando el general Franco llevaba más de un año muerto.
Dentro del proyecto de modernización del General Cárdenas los republicanos eran una pieza fundamental
En 1939, cuando empezaron a llegar a Veracruz los barcos cargados de exiliados republicanos, México era un paÃs enorme donde habÃa solo 18 millones de habitantes (hoy hay casi 120 millones) y todo estaba por hacerse; el presidente Lázaro Cárdenas acababa de expropiar la industria petrolera e implementaba una serie de polÃticas sociales que intentaban sacar a México del atraso en que se encontraba, modernizarlo y abrirlo al mundo. Un poco antes de que llegaran los republicanos, hubo un episodio que ilustra la vocación cosmopolita que tenÃa aquel Gobierno, la idea de que el asilo polÃtico, el acoger personas que venÃan de otros paÃses, enriquecerÃa a la sociedad mexicana. En 1936 el presidente Lázaro Cárdenas dio asilo a León Trotsky, el lÃder polÃtico ruso que llevaba años mudándose de un paÃs a otro, buscando un sitio donde establecerse. Trotsky llegó a la ciudad de México, como huésped de la Casa Azul de Frida Kahlo y Diego Rivera, era un polÃtico perseguido del que ningún Gobierno querÃa hacerse cargo y, mientras llegaba el desenlace trágico que lo esperaba en su nuevo exilio, se convirtió, junto con sus anfitriones, en un polo de atracción que convocaba todo tipo de fuerzas polÃticas y culturales, tanto que el poeta francés André Breton, que también fue huésped de esa casa en esa misma época, identificó que México era un paÃs donde, en aquel año de 1938, reinaba cierto «clima mental». Cuento esto porque me parece que en esos años habÃa en México, efectivamente, un clima mental que permitió que los exiliados pudieran rehacer su vida. Dentro del proyecto de modernización del General Cárdenas los republicanos eran una pieza fundamental; visto a la distancia, desde el siglo XXI, para México era crucial tener una inmigración como aquella. Desde la distancia todo parece lógico y elemental, pero lo cierto es que el Gobierno mexicano tuvo que hacer un esfuerzo importante para rescatar a esos 25.000 republicanos, y para ayudarlos a situarse una vez que llegaron al paÃs. Sin la visión que tenÃan del exilio Cárdenas y sus diplomáticos, sin ese idealismo, sin ese clima mental que detectó el poeta francés, México le hubiera dado la espalda a los republicanos, como lo hicieron el resto de los paÃses.
Mientras André Bretón contaba en Francia de ese clima que habÃa encontrado en México, los republicanos españoles, esa multitud de exiliados sin nombre, desembarcaban en Veracruz, y se encontraban con ese paÃs donde podÃan ejercer sus oficios y aplicar sus conocimientos. Sinaia, Ipanema, Mexique, eran los nombres de los barcos, que hoy tienen un eco mitológico, de donde bajaban médicos, ingenieros, arquitectos, maestros de escuela, quÃmicos y farmacéuticos, pero también campesinos y gente sin ninguna preparación. Ahà mismo, en el puerto, eran recibidos por voluntarios, y destinados a las zonas del paÃs donde eran más útiles y asÃ, de golpe, comenzaron a llegar a las ciudades y a los pueblos de México, a enriquecerlos, todos esos españoles que se habÃan quedado sin casa.
Buena parte de ese gran proyecto de la República, que la Guerra Civil expulsó de España hace 75 años, fue heredado por México: no se perdió, cambió de paÃs, en lugar de desvanecerse. Esto es, precisamente, lo que hay que celebrar.
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2014/07/18/actualidad/1405681503_837349.html