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Objetivos, neutrales e hijos de puta

Guerra en la Universidad, 6 de septiembre de 2014 | 11 septiembre 2014

GUERRA CIVIL ESPA—OLACada vez que realizamos una crítica de la dictadura, los militares sublevados o la represión franquista, surgen voces que nos acusan de “falta de objetividad”

 

 

Desde que iniciamos este blog hace ya algunos años (y nuestro perfil de facebook más recientemente) hemos comprobado en numerosas ocasiones que cada vez que realizamos una crítica de la dictadura, los militares sublevados o la represión franquista, surgen voces que nos acusan de “falta de objetividad”. Por lo visto, si criticamos a Yagüe tenemos que hacer lo propio con Líster, si nos quejamos de Franco debemos acordarnos también de la Pasionaria y cualquier mención a una fosa común con republicanos debería ir acompañada de, al menos, una mención a Paracuellos. Como si los que escribimos en este blog y participamos del proyecto que lo sustenta fuéramos los grandes amigos del estalinismo o de los pistoleros de la FAI. Como si la dictadura que sufrió España hasta 1975 la hubieran liderado Largo Caballero y sus sóviets y el golpe de julio hubiera sido cosa de Melchor Rodríguez y Cipriano Mera.

Hemos repetido en numerosas ocasiones que aquí estamos contra toda dictadura, toda represión política, todo tipo de crimen de lesa humanidad. Y nos da igual que lo cometa alguien que se autodefina de izquierdas o de derechas, fascista o comunista, anarquista o monárquico. Estamos en contra de la tortura, el tiro en la nuca, la dictadura. Qué le vamos a hacer: es cierto, no somos neutrales.

Pero lo que sí tratamos de ser, y lo hemos repetido infinidad de veces, es objetivos. Esta objetividad es la que hace que excavemos con igual dedicación y esmero una fosa común con soldados franquistas que una con republicanos. En nuestras memorias científicas están todos los datos que recogemos en el campo: no nos arrogamos el monopolio de la interpretación. Conviene recordar que en el momento de escribir esto llevamos recuperados cinco veces más soldados del bando sublevado que del Ejército Popular. Unos soldados caídos por Dios y por España a los que su Caudillo no tuvo a bien dar una sepultura digna (aunque probablemente sea mejor yacer en una fosa anónima en el campo de batalla que empotrado en el egomonumento de Cuelgamuros).

Si estudiamos la violencia franquista es porque en España lo que ha habido es una dictadura derechista de cuarenta años. Esto significa cuarenta años de contar mentiras, y no de cualquier forma, sino de la forma abrumadora y monológica de la que solo es capaz una dictadura. Es necesario un esfuerzo enorme para desmontar esas mentiras y, sobre todo, esa media historia que se ha contado, con tantas medias verdades, tantas lagunas. Todo el mundo conoce Paracuellos. Pero ¿cuántos conocían Estépar antes de que nuestros colegas se pusieran a exhumar los cientos de cadáveres enterrados en este monte de Burgos? Exhumar Estépar no le resta un ápice de gravedad a Paracuellos, pero muchos parecen considerar que recuperar la memoria de las víctimas republicanas es manchar la de las víctimas de violencia izquierdista. Es lo que pasa cuando uno ha tenido el monopolio de la historia y del victimismo y del recuerdo durante años y años. Que no acepta competencia: solo sus muertos duelen. A mí me duelen todos los muertos.

¿Por qué no excavamos la represión cometida en zona republicana pues? Una de las razones es la ya expuesta: porque en España lo que ha habido es una dictadura derechista de cuarenta años, que recordó ostentosamente a sus muertos y reprimió la otra memoria sin piedad. Pero esta respuesta no es suficiente. Que la dictadura haya recordado a los muertos de su bando no significa que la democracia no deba hacerlo: al contrario, es necesario que recordemos a las víctimas de la violencia en zona republicana con memoriales democráticos y no fascistoides. Aunque solo sea porque muchos de ellos no murieron por Dios y por España y menos aun por los ideales del «Movimiento». La memorialización, sin embargo, es una cuestión que a nosotros no nos compete directamente como arqueólogos. Lo que sí nos compete es producir conocimiento objetivo y contrastado sobre el pasado. Y desde este punto de vista, podemos excavar fosas con víctimas derechistas.

Pero nos encontramos dos problemas: en primer lugar, con la falta de financiación que padecemos, sería una injusticia dedicar unos recursos casi inexistentes a exhumar las escasas tumbas de este tipo que puedan quedar (y sobre las que no ha habido reclamaciones de familiares, que sepamos), en vez de las miles de fosas con republicanos cuyos familiares, además, han vivido estigmatizados durante décadas y sin posibilidad de duelo. Cuando se ha realizado una petición expresa, sin embargo, se han llevado a cabo exhumaciones de asesinados por la violencia izquierdista: este es el caso del pozo de la mina de Camuñas, en Toledo. Y se volverán a realizar las veces que haga falta. En segundo lugar, nosotros somos arqueólogos, no historiadores. Los arqueólogos trabajan con lo que queda de la historia. Lo que queda del período comprendido entre 1936 y 1948 son fundamentalmente fosas con gente asesinada por los sublevados durante la guerra, fosas con guerrilleros asesinados por la Guardia Civil después de la guerra, fosas con personas condenadas a muerte por la justicia de Franco, campos de concentración, prisiones y destacamentos penales de la dictadura, monumentos franquistas, arquitectura franquista, urbanismo franquista. Esto es lo que compone nuestro registro arqueológico, o al menos el 90%.

Con los crímenes de lesa humanidad adoptamos una postura simétrica: tan execrables son los que cometen unos como los que cometen otros, el anarquista o el falangista. Pero esta simetría no se puede hacer extensible a todo. No es lo mismo la República y los sublevados. Las diferencias han sido expuestas en innumerables ocasiones por historiadores y politólogos con más argumentos que los que podamos ofrecer nosotros. Pero lo que está claro es que en julio de 1936, en España había un régimen constitucional con un gobierno elegido democráticamente. El golpe de estado lo llevaron a cabo militares africanistas apoyados por diversos sectores de la derecha. El golpe fracasó, dio lugar a una guerra civil y desencadenó una revolución sangrienta en zona republicana, que después se utilizó retroactivamente para legitimar la guerra. Daniel Goldhagen ha demostrado que casi todas las políticas eliminacionistas (desde las de los nazis hasta Ruanda) se han tratado de justificar afirmando que sus asesinatos son preventivos, para evitar que los otros -a los que asesinan en masa- acaben con ellos si se les da la oportunidad. El franquismo no difiere de este comportamiento y mucha gente sigue dando por buena su tesis: si no se hubiera producido la sublevación, lo que nos esperaba era un holocausto rojo.

No sabmos lo que habría pasado con la República si hubiera ganado la guerra. Pero sí sabemos cómo era la República antes del 18 de julio de 1936 y sabemos cómo fue la dictadura que sucedió a la República. Decir que todos los bandos eran iguales no solo nos impide comprender la historia, con toda su complejidad y sus matices. Equiparar la República a Paracuellos es más que una calumnia. Es un error histórico de primer orden. Pero la teoría de los dos bandos nos impide, sobre todo, distinguir entre democracia y dictadura. Por muy imperfecta y conflictiva que fuera esa democracia en 1936, era una democracia – el peor de los sistemas a excepción de todos los demás, como diría Churchill. Y justificar el golpe de estado en 1936 abre la puerta a dar por válidos los golpes de estado en general.

A veces en la historia hay que tomar partido, porque, como ha dicho Desmond Tutu, “si eres neutral en situaciones de injusticia has elegido el lado del opresor”. Si eres neutral ante un golpe de estado, estás con el golpe de estado. Si eres neutral entre dictadura y democracia, estas con la dictadura. Nuevamente, no ser neutral no significa carecer de objetividad. Más bien es lo contrario: el crítico inglés Terry Eagleton ha señalado que el tomar partido y la objetividad van de la mano. Un ejemplo: recientemente en una recensión de un libro sobre la historia de la esclavitud en EEUU publicada por The Economist, el reseñista escribía que en la obra “casi todos los negros son víctimas; casi todos los blancos, malvados. Esto no es historia; es activismo”. Menos de 24 horas después The Economist retiraba el artículo y se disculpaba con la siguiente nota: “La esclavitud era un sistema maligno, en el que la gran mayoría de las víctimas eran negros, y la gran mayoría de los blancos implicados en la esclavitud participaban voluntariamente en ella y se beneficiaban de ese mal. Lamentamos haber publicado el artículo y pedimos disculpas”. The Economist está reconociendo que una lectura objetiva de la historia, en este caso, no permite la simetría. Nos obliga a señalar a los opresores y definirlos como tales.

Cuando alguien se siente ofendido porque criticamos a un general franquista o un asesino de la Falange, inmediatamente nos achacan falta de objetividad. Yo no siento ningún tipo de molestia cuando alguien arremete contra Líster u Orlov. No veo la necesidad de responderle que se acuerde también de Yagüe o Queipo. Básicamente porque no me identifico de ninguna manera con aquellos personajes. La retórica del “y tú más” se la dejo, por tanto, a nuestros políticos. Se dice que Cordell Hull, secretario de Estado de Roosevelt dijo del dictador Somoza: “puede que sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. En España, quiero pensar que son pocos los que defienden abiertamente las dictaduras o la represión política. Pero muchos siguen teniendo sus hijos de puta. Y ya va siendo hora de que se libren de ellos.

http://guerraenlauniversidad.blogspot.com.es/2014/09/objetivos-neutrales-e-hijos-de-puta.html