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La sombra del Escarmiento (1936-2014)

Noticias de Navarra, 19-10-2014 | 20 octubre 2014

sombra8558Fragmentos del nuevo libro de Sánchez-Ostiz

 

A CONTINUACIÓN SE RECOGEN VARIOS FRAGMENTOS DEL NUEVO LIBRO DE MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ, QUE EL PRÓXIMO MARTES, DÍA 21, OFRECERÁ UNA CHARLA SOBRE ESTE TRABAJO A LAS 19.00 HORAS EN EL ESPACIO KATAKRAK DE PAMPLONA

Domingo, 19 de Octubre de 2014

Dicen que la Guerra Civil y sus consecuencias son cosa del pasado, pero raro es el día en que no aparece alguna noticia sombría referida a aquel entonces, de hechos que hacen doblemente víctimas a quienes ya lo eran y a sus herederos; una injusticia y un atropello renovados en forma de escarnios, desatenciones, agresiones, prohibiciones, insultos mediáticos y hasta parlamentarios que en ocasiones se saldan con una petición de perdón por completo mendaz y burlesca, por lo que se toma como “excesos” o ejercicio de la libertad de expresión, y solo por eso. En España, las peticiones públicas de perdón por parte de políticos se han convertido en una burla descarada.

El Escarmiento, su título

A esta gente hay que darle un escarmiento, imagino que se habría dicho Mola en algún momento; y con él muchos de los que le secundaron de manera más activa. Pero me temo que ese espíritu de “escarmiento” permanece casi intacto en la gente que hoy gobierna el país, que es ese espíritu, y no el de justicia y buen gobierno, el que inspira sus leyes de excepción.

Leyes de excepción son la de Seguridad Ciudadana o ley mordaza, la de los Matones que beneficia a los negocios de seguridad en los que tienen intereses miembros del partido en el Gobierno o ministros, el Código Penal, la ley del aborto. Y no solo leyes de excepción, sino el aparato de un nuevo golpe de Estado, con otras armas desde luego, pero orientado a imponer un modelo social autoritario. Esas leyes parecen inspiradas en ese ánimo de dar lecciones, de escarmentar, expresamente aludido en alguna ocasión por el propio ministro de Interior, de intimidar y doblegar, el mismo que hace 75 años y que le da a este asunto un matiz inquietante; al margen de ser un motivo de reflexión sobre la naturaleza del tiempo en el que vivimos y del régimen político que se ha ido instaurando poco a poco: no sé hasta qué punto puedes hablar de que todo lo relacionado con el golpe militar y la dictadura es cosa del pasado, salvo que te estés beneficiando de sostenerlo.

Qué era para mí la guerra

[…] Oías hablar de la guerra en tu casa, en los bares, a los amigos, a los familiares y donde menos te lo esperabas. La guerra era el Museo de Armas Carlistas que armó Baleztena en el antiguo Seminario de San Juan, hoy Archivo Municipal; eran las cuestas del Perdón, donde habían fusilado, eran los carteles de las Brigadas de Navarra que había en los desvanes de nuestra casa; eran los fosos a donde no había que ir -en realidad pesaba sobre ellos el miasma: la tierra que ha sido empapada de manera violenta con sangre-, era el fuerte de San Cristóbal, adonde subimos de chavales con más miedo que alma, cuando todavía había militares, tal y como cuento al comienzo de mi novela; era el relato de la cacería de los presos, en 1938: el “tenían caracoles en las tripas”, que aparece de manera recurrente en mi novela; era el viejo palacio de Capitanía sede de la conspiración de Mola, los cuarteles y el comercio de Benito Santesteban, el santero ejecutor del requeté; era el “aquí vivía…”, el “estos fueron”, el “Ese cuando la guerra…”, el “¡Mira…!”, el “Yo sé quién fue…”; era el resumen “les quitaron todo cuando la guerra”; eran los retazos de conversaciones escuchadas cuando te creían dormido -silencios diurnos y voces nocturnas- que te permitían saber que hasta hacía nada había habido campos de concentración, niños y niñas internados y dados en adopción -¿Qué pasó en las Austriacas de Pamplona cuando estuvo en manos de Auxilio Social?… La Iglesia tiene que saberlo-, cárceles, ejecutados, maquis, como el Juanín, cuya sombra y recuerdo andaban por Valderredible, el pueblo del que era natural mi abuelo paterno, las trincheras de Suances, vistas quince años después de haberse excavado, el relato de atropellos “de los rojos”, en Cantabria… Eso en la infancia y adolescencia. Luego fue otra cosa.

Las fosas

Asistir a la apertura de una fosa enseña mucho. Es algo que no te deja indiferente y que te obliga si no a tomar partido, sí cuando menos a reflexionar tanto sobre las víctimas, como sobre sus familiares y el calvario vivido por estos durante décadas, y también sobre sus verdugos cuyos nombres, en la mayoría de los casos, desconocemos y debemos contentarnos con generalidades: los requetés, los falanges, la Guardia Civil, los militares, en el caso en que hubiese mediado uno de sus consejos de guerra, una de esas burlas jurídicas de proporciones colosales todavía no del todo estudiadas ni publicitadas de manera suficiente. Resulta asombroso que no se alcen más voces reclamando su anulación.

Las fosas molestan. Está demasiado extendido que quienes fueron asesinados están bien donde están, porque ahí llevan setenta años y no es necesario remover nada. Otros pensamos que ese, el de buscar a las víctimas, dar con la tierra que los acogió y darles una sepultura en condiciones, es un deber de justicia, un último gesto de justicia que les debemos. Un deber de memoria este, complejo y discutido.

“Derecho a saber, deber de no olvidar”, hermosa frase y mejor propuesta. No hay quien no la suscriba, pero pensando en su bando. Por ejemplo se la oirás a quien se muestra conmovido por los crímenes de dictaduras como la argentina y la chilena, pero invierte los términos y calla, y te invita a pasar página si de hablar del franquismo se trata. En este caso no hay otro deber que el del olvido ni otro derecho que el de hacerte callar.

Revisionismo

Y frente a ese empeño de Verdad, Justicia y Reparación, digo bien frente, se ha producido un apabullante y agresivo movimiento revisionista, dándose el caso grotesco de que esa acusación, la de ser revisionistas, la esgrimen políticos de zafia ideología reaccionaria, como el navarro Miguel Sanz, uno de los muchos a los que les molesta particularmente todo lo relacionado con la memoria histórica, como si les fuera algo personal en ello, pero para referirse precisamente a quienes están empeñados en escribir una historia de lo sucedido más fiel a la verdad.

La ley general de Memoria Histórica, como la navarra o la sancionada en otras comunidades del Estado, viene siendo contestada por comunicadores afines al Partido Popular o situados todavía más a su derecha, cuyas actuaciones tienen un amplio y banderizo aplauso social. El negacionismo de las víctimas del golpe militar de 1936, de la guerra y del franquismo es sostenido de manera beligerante por los medios de comunicación, las tertulias o los foros a través de los que la derecha autoritaria crea, día a día, una opinión venenosa y violenta; un estado de opinión de mucho mayor alcance social que el de los medios de izquierda, algo que a estos parece que se les pasa por alto.

Esa labor revisionista encuentra su eco en la destrucción de placas conmemorativas y ataques a panteones, fosas y monolitos que recuerdan los lugares de martirio y enterramiento de víctimas de la represión, ante la indiferencia de una mayoría social a la que esto no le importa en absoluto. Al revés, me temo que lo ve como una demostración de poder y algo que no se ve obligada a condenar ni a perseguir; pero que pondría el grito en el cielo, con rasgado ritual de vestiduras, de tratarse de los monumentos que recuerdan a los suyos. Porque aquí seguimos sintiendo y expresándonos por los nuestros y los suyos, los unos y los otros, de manera cada vez más acusada. Casi todo el discurso oficial está teñido de ese sentimiento profundo de recochineo y desprecio propio de una “moral” de vencedores.

http://www.noticiasdenavarra.com/2014/10/19/ocio-y-cultura/cultura/la-sombra-del-escarmiento-1936-2014