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Julia Conesa, que mi nombre no se borre de la historia

Los ojos de Hipatia, 19-11-2014 | 7 enero 2015

Julia_Conesa1Estas serían las últimas palabras que redactase en la madrugada del 5 de agosto de 1939 antes de ser fusilada

 

 

En esta ocasión, desde la curiosa mirada de Hipatia queremos hablarles de una mujer que antes de morir le rogó a su madre que su nombre no se borrase de la historia. En su carta, Julia Conesa, antes de ser fusilada junto a sus doce compañeras, escribiría: “Madre, hermanos, con todo el cariño y entusiasmo os pido que no me lloréis nadie. Salgo sin llorar. Me matan inocente, pero muero como debe morir una inocente. Madre, madrecita, me voy a reunir con mi hermana y papá al otro mundo, pero ten presente que muero por persona honrada. Adiós, madre querida, adiós para siempre. Tu hija, que ya jamás te podrá besar ni abrazar”. Julia cerraba su carta con una suplica, “que mi nombre no se borre en la historia”.

Estas serían las últimas palabras que Julia Conesa Conesa redactase en la madrugada del 5 de agosto de 1939 antes de ser fusilada contra la tapia del cementerio del Este de Madrid junto a 12 compañeras más, siete de ellas menores de edad. Sus nombres: Carmen Barrero Aguado, Martina Barroso García, Blanca Brissac Vázquez, Pilar Bueno Ibáñez, Julia Conesa Conesa, Avelina García Casillas, Elena Gil Olaya, Virtudes González García, Ana López Gallego, Joaquina López Laffite, Dionisia Manzanero Salas, Victoria Muñoz García y Luisa Rodríguez de la Fuente, quienes se convirtieron en Las Trece Rosas.

Julia Conesa Conesa (19 años, modista). Nacida en Oviedo. Vivía en Madrid con su madre y sus dos hermanas. Entró en política por casualidad, pues, se afilió a las JSU por las instalaciones deportivas que presentaban a finales de 1937 donde se ocupó de la monitorización de estas. Pronto se empleó como cobradora de tranvías, ya que su familia necesitaba dinero, y dejó el contacto con las JSU. Fue detenida en mayo de 1939 siendo denunciada por un compañero de su novio. La detuvieron cosiendo en su casa.

Julia Conesa fue detenida al igual que sus compañeras por el temor que tenia el régimen de Franco a la reorganización de las Juventudes Socialistas Unificadas. Sin embargo,  poco a poco, las JSU fueron cayendo sin tiempo a reorganizarse. Los detenidos, tras sesiones de interrogatorio y cruenta tortura, delataban a sus compañeros o se les dejaba ir, seguidos por policías. Parte de los militantes de las JSU fueron delatados, tras duras sesiones de tortura en la comisaría del Puente de Vallecas, por el que hasta ese momento era su dirigente, José Peña Brea. Asimismo, otros muchos fueron detenidos por la acusación de vecinos o familiares. Entre esta multitud de detenidos se hallaban las trece muchachas que, más tarde, serían conocidas como “Las Trece Rosas”. Tras una estancia, más o menos larga en distintas comisarías, fueron ingresando en la cárcel de mujeres de Ventas durante los meses de mayo y junio de 1939. Esta cárcel, con una capacidad máxima de 450 personas, pero que en aquel verano de 1939, albergaba a más de 4.000 internas, fue el último lugar donde estuvo Julia Conesa y sus compañeras. Ellas y las otras reclusas sufrieron, a consecuencia del hacinamiento, problemas de higiene, insalubridad y mala alimentación, propiciando la proliferación de enfermedades.

¿Por qué murieron las Trece Rosas? Todo ocurrió a raíz del asesinato del comandante de la Guardia Civil y encargado del ”Archivo de Masonería y Comunismo” Eugenio Isaac Gabaldón Irauzun, su hija y su chófer el 27 de julio de 1939 en Talavera de la Reina, una acción que se atribuyó a tres miembros de las JSU, y que tuvo como represalia que 58 de los detenidos fueran encausados en el expediente 30.436 y llevados ante el Tribunal de las Salesas donde serían juzgados. Debido al caos reinante en los tribunales, algunas de las detenidas, acusadas por el intento de la reorganización de las JSU no fueron encausadas y, en cambio, otras detenidas por otros motivos sí que lo fueron como en el caso de Julia Conesa.

El único contacto de las reclusas con el exterior en estas semanas o meses eran las escuetas visitas familiares y, sobre todo, la correspondencia, una correspondencia que debía eludir los controles penitenciarios siendo escondida en los paquetes con ropa que entregaban a sus seres queridos. Algunas de ellas no fueron conscientes de su realidad hasta los últimos instantes antes de su muerte, pues, esperaban que llegase un indulto.

El día 3 de agosto de 1939, aquellas trece muchachas y los cuarenta y tres hombres escucharon la sentencia del Tribunal de las Salesas. Ésta disponía lo siguiente:

“Reunido el Consejo de Guerra Permanente número 9 para ver y fallar la causa número 30.426 que por el procedimiento sumarísimo de urgencia se ha seguido contra los procesados (.) responsables de un delito de adhesión a la rebelión (.) Fallamos que debemos condenar y condenamos a cada uno de los acusados (.) a la pena de muerte.”.

Se les acusó de reorganizar las JSU y el PCE con el objetivo de cometer actos delictivos contra “el orden social y jurídico de la nueva España”; pero la mayoría de los militantes de las JSU encausados habían sido detenidos poco después de finalizar la guerra sin tiempo a integrarse en la organización clandestina o lo habían hecho recientemente.

Aquella madrugada del 5 de agosto, Julia y sus compañeras se despertaron sobresaltadas por el sonido de los cerrojos y los pasos de las funcionarias. Ya conocían aquel ritual  antes del último viaje. La directora y su lugarteniente recorrían las dependencias buscando a aquellas que componían la saca, la lista de las condenadas a muerte, en aquella ocasión, Julia y sus doce compañeras serían las nombradas, las que la historia las bautizaría como las trece rosas. Juntas recorrieron los últimos metros de su vida. Primero, hacia la capilla de la prisión, donde se confesaron y escribieron cartas de despedida para las familias. Después, una a una, atravesaron la puerta de la cárcel para subir al camión que las llevaría hacia su destino final. Eran las 4 y media de la mañana y en apenas 15 minutos recorrieron los 500 metros que las separaban del cementerio del Este. Allí se bajaron del camión y comprobaron sobre el muro del camposanto lo que hasta ese momento se habían negado a comprender.

Puestas en línea sobre la pared, lo último que pudieron oír fue el estruendo de una descarga de balas sobre sus cuerpos cuando apenas comenzaba a despuntar el día.  En la madrugada del día 5 de agosto de 1939, se llevó a cabo la ejecución de la sentencia a pesar de que no había pasado el período que había establecido el tribunal para que llegase el enterado del dictador Franco, necesario para llevar a cabo las ejecuciones.

Los 43 hombres primero y las 13 muchachas minutos después, fueron fusilados junto a la tapia del cementerio del Este de Madrid, que se encontraba a poca distancia de la cárcel de Ventas, entre ellas, Julia Conesa, quien rogó que su nombre no se borrase de la historia, y efectivamente, su muerte y la de sus doce compañeras no se ha borrado de la historia…

Por A.Carceller.

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