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Una sentencia distinta

Mikel Arizaleta. Kaos, 28 julio, 2015 | 29 julio 2015

Oskar-GroningAuschwitz en su conjunto fue una maquinaria erigida para asesinar, subrayando en su conjunto

 

El 24.4. de 2015 escribí en Rebelión que el  23 de abril del 2015, en “Der Spiegel”, la periodista alemana Gisela Friedrichsen, presente en el juicio que se estaba celebrando en Lüneburg, informaba sobre el acusado Oskar Gröning de contribuir de algún modo al asesinato de 300.000 personas en el campo de concentración de Auschwitz. Hoy un anciano de 94 años se expresa lisa y llanamente ante las preguntas del juez sobre los crímenes del régimen nazi, en los que él estuvo presente y participó de alguna manera. Oskar Gröning, voluntario en el ejército de las SS, de 1942 a 1944 perteneció al departamento IV de la comandancia del campo de concentración de Auschwitz fue uno de los responsables de la administración de los valores y sumas de dinero de los judíos condenados a muerte. El señor Oskar Gröning se dio cuenta rápidamente de lo que allí ocurría cuando con 21 años llegó  “eufórico” al campo de exterminio. Pudiera ser que él mismo no se hubiera manchado las manos de sangre, que no hubiera matado directamente a nadie, algo que él ha ido sosteniendo siempre a lo largo de los años. Pero de lo que no hay duda es de que estuvo allí presente: Que olió, oyó y vio cómo miles y miles de personas eran asesinadas en cámaras de gas y luego quemadas, cómo morían como moscas y eran tratadas como sabandijas. De todo esto no hay duda. El historiador Stefan Hördler lo explicó claramente ante el juez al relatar cómo estaba organizado el trabajo en el campo de concentración que, dependiendo de la valoración jurídica y su fundamentación que se ha hecho del mismo a lo largo de los años, ha llevado a la exculpación de muchos de las SS activos en el exterminio de los campos de concentración: “Yo sólo conducía los camiones a los hornos crematorios, yo sólo encargaba el abastecimiento del Zyklon B (el gas venenoso), yo tan sólo fui un mero observador…” o, como Gröning, “yo fui puesto para vigilar las maletas de quienes llegaban”. En juicios anteriores muchos se habían visto favorecidos al amparo de este “papel subordinado”, de obedecer órdenes. Ya en 1963, en el primer proceso celebrado en Franckfurt sobre lo acontecido en Auschwitz, el fiscal general de Hessen, Fritz Bauer, intentó que jurídicamente se consideraran los asesinatos allí perpetrados como un gran crimen organizado, como un único todo y no como partes diversas: quien participó y estuvo presente colaboró en el crimen, por tanto, todo el que estuvo participó en el masivo asesinato llevado a cabo en Auschwitz.

Pero no se aceptó esta tesis.

El presidente del tribunal, Hans Hofmeyer –en 1944 juez supremo en la jurisdicción militar del nacionalsocialismo- fraccionó la matanza industrialmente organizada en partes sueltas: A quien no se pudiera acusar fehacientemente de haber cometido una acción concreta, por ejemplo de haber matado a tal persona, quedaba absuelto. Y este proceso de Francfurt marcó la línea en lo acontecido en Auschwitz. Hoy se conocen los nombres  de 6.500 personas, que presuntamente participaron en el exterminio de personas en el campo de concentración de Auschwitz, de ellas, a juicio del juez Kompisch, que ha presidido este juicio en Lüneburg, tan sólo 49 fueron condenados.

Oskar Gröning no lo niega: “Yo conocía y estaba al tanto”, afirmó ante el tribunal de Lüneburg. Se expresó abiertamente sobre el servicio y la organización, y recordó algunos “incidentes”. Por ejemplo que “en Birkenau sólo había judíos de Hungría, porque allí no había mucho sitio”. Y que allí se seleccionaba más rápidamente que en Auschwitz I, porque los que llegaban, en palabras de Gröning, no eran “llevados” en camiones sino que caminaba a pie a la muerte. Los unos a la derecha, los otros a la izquierda dependiendo de su valía para el trabajo. “Mis impresiones fueron horribles, dice el Sr. Oskar, era consciente que este esfuerzo del Tercer Reich por desembarazarse de los judíos húngaros se basaba en un odio imposible de llevarse a cabo”.

Y por lo visto este odio llamó la atención de Gröning. Ante la pregunta del juez sobre “¿qué observó en la rampa, en el muelle de descarga?” su respuesta fue: “De lo que sí estoy seguro es de que no se daban excesos. Todo transcurría en paz. Se abrían los vagones de mercancía y ganado y los judíos ni siquiera debían molestarse en llevar consigo sus paquetes. Es decir, había personal que se encargaban de ello”. Todo se desarrollaba con mucho más orden y no tan penosamente como en Auschwitz I. “Uno puede imaginarse, continúa, el trajín que ocurría cuando de pronto llegaban 45, 50 vagones cargados con 80 personas cada uno”. “En un campo de concentración ocurren esas cosas”, dice, como si fuera lo normal. Describe como “normal” y “decente” lo que sucedía en el campo de exterminio de Birkenau. “Quienes llegaban aguardaban de pie en filas de cinco. ¡Vaya usted a saber quién lo determinó así! El transcurso y desarrollo era dirigido por los mismos presos. Era su trabajo y repercutía en su propio interés y beneficio. Porque también tenía sus ventajas y su zanahoria: como tocino, comida, prostitutas. Y como mejor se desarrollaba todo era habiendo orden”. En las vías de tren no debía quedar olvidada ninguna maleta. “De manera que en 24 horas se acomodaba a 5000 personas”. ¿Acomodar? “Sí, por supuesto, porque el siguiente transporte sólo se abría cuando el anterior había sido atendido ya. Lo exigía el orden, lo demás hubiera ocasionado un grave desbarajuste”. Literalmente: Después y todo la capacidad de las cámaras de gas y los crematorios era limitada. Cabe recordar que de mayo a julio de 1944, en el marco de la denominada “Ungarn-Aktion”, llegaron en una serie larga de vagones destinados a transporte de animales más de 400.000 judíos húngaros, entre 2.600 y 4.000 personas por tren. Y allí estaba Gröning.

Y es en este momento cuando la periodista explota en su relato: ¡Cuanto más se le escucha más indignación produce! Se agradece que preste testimonio con sinceridad sobre los crímenes del nazismo, pero produce grima la forma como lo hace, ¡cómo resalta y destaca la necesidad de paz y orden a la hora de la ejecución! Pregunta el presidente del tribunal: “¿Se dieron algunas indicaciones caso de alboroto y desorden?2 “No, responde el acusado, pero hubiéramos reaccionado de forma racional”. “¿Y cómo era el ánimo, el ambiente en los que llegaban?”, vuelve a preguntar el presidente. “Inocente, ingenuo, sin tener ni idea”. Sin asomo de vergüenza. Uno de los jueces del tribunal cita una declaración de Gröning como testigo en 1978, donde dijo que “a veces no pasaba nada en la rampa pero que otras había que trabajar de lo lindo durante las 24 horas”. Hoy Gröning no lo recuerda así: “No, no ocurría eso, un plan de trabajo así hubiéramos tenido que modificarlo totalmente”. Recalca varias veces que nadie hubiera podido conocer la dimensión que alcanzó con el tiempo. Todavía parece ser que lo que más le molesta a día de hoy es la dimensión que llegó a adquirir “la cosa”.

Gröning lamenta que en Auschwitz hubiera faltado la instrucción militar. “Un sistema así tenía que terminar ablandándose”, comenta. “Hubo gente que se acomodó en el vivir con mantas de seda y con una mejor manutención. Algo que aportaron y trajeron consigo los judíos”. El transporte es valorado de distinta manera. “Entre los polacos desharrapados y harapientos no había nada que buscar, pero entre los húngaros, lo sabíamos, había abundancia”.

Y al final del interrogatorio añade Oskar Gröning una frase: “Yo entonces no era más que un simple suboficial”.

¿Entendió el Sr. Oskar lo que al final declaró la primera superviviente, la octogenaria Eva Mozes Kor? Habló en inglés con traducción al alemán y Gröning se esforzó por no escucharla, quizá conocedor de primera mano de lo mucho que sufrieron los concentrados, quizá porque oye ya mal o quizá, vete a saber, porque no quiere oírla. Los padres de Kor y dos de sus hermanas murieron en Auschwitz. Sólo ella y su hermana gemela Miriam sobrevivieron porque cayeron en manos del médico del campo Josef Mengele, quien experimentó con ellas. “Mengele observó su gráfico de temperatura y sonrió, y recuerda que dijo, una pena que todavía sea tan joven”. Y sobrevivieron ambas por su indomable ganas de vivir y, también, por haber perdonado a los nazis. “De ese modo tomé las riendas de mi vida, porque con rabia y dolor una no puede vivir”. El perdón es un acto de autoliberación, “gratis y sin efectos secundarios”.

Ante esta frase Gröning no sonríe, tampoco ha escuchado cuando la anciana le ha animado a que diga a los jóvenes que en Auschwitz no hubo vencedores, que sólo hubo perdedores: “El régimen nazi no funcionó, Señor Gröning, diga eso a la juventud”.

Pues bien, Oskar Gröning en este último proceso en Lüneburg ha sido  juzgado culpable de los crímenes de Auschwitz, de haber colaborado (y no sólo de ser mero engranaje como se sostenía en sentencias anteriores, de recibir órdenes o de ser mera ruedecilla sin importancia en la maquinaria) en el asesinato de 300.000 personas y condenado a cuatro años de cárcel, que a sus 94 años de edad suena a cadena perpetua. Hoy es un hombre débil y cascado y la fiscalía debe examinar si sigue siendo carne de cárcel. “En Auschwitz no se debió colaborar”, sostiene el presidente del tribunal Franz Kompisch en la fundamentación de la sentencia. “Usted decidió trabajar allí, en Auschwitz, una maquinaria montada para asesinar personas”. Y aunque los 70 supervivientes de Auschwitz, acusadores y víctimas de Gröning, no solicitaban un castigo concreto y la fiscalía pedía tres años y medio, el tribunal le ha impuesto cuatro años de cárcel. Los acusadores se sienten satisfechos porque por primera vez en un proceso contra los crímenes nazis un acusado se confiesa culpable y se disculpa por haber colaborado en “el holocausto”.

Y ha quedado marcada para la historia la fundamentación en la sentencia por parte de su presidente, Franz Kompisch: “Auschwitz war insgesamt eine Mordmaschinerie.” Mit Betonung auf “insgesamt“. (Auschwitz en su conjunto fue una maquinaria erigida para asesinar, subrayando en su conjunto). Y, por tanto, todo aquel que participó en Auschwitz, de la manera que fuese, es declarado culpable de asesinato.

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