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Por fin la demolición del monumento a Onésimo Redondo

Orosia Castán. Último Cero, 23-01-2016 | 25 enero 2016

engendro onseimoEl símbolo fascista ha mantenido su presencia sobre Valladolid durante 55 años

 

Orosia Castán. Valladolid

Sábado, 23 de Enero de 2016

Más de ocho años han tenido que pasar para que se cumpla en Valladolid el artículo 15 de la ley conocida como de Memoria Histórica, que se aprobó en diciembre del año 2007 y decretaba la desaparición de la simbología franquista, presente en las calles de todos los pueblos y ciudades  de nuestro territorio nacional. Hoy por fin, comenzando el año 2016, las instituciones han decidido demoler el monumento del Cerro de San Cristóbal en cumplimiento de la ley. Ha llegado el momento en que Valladolid se libere del monumento franquista que domina el paisaje y lo estigmatiza con su carácter, porque la escultura de la que hablamos se ha convertido en la falsa seña de identidad de una ciudad que no se merece que semejante símbolo franquista impere día y noche sobre ella, siendo visible casi desde cualquier punto de Valladolid, y la primera imagen que el visitante obtiene de la ciudad desde cualquier punto por el que acceda a ella.

Durante todos estos años, muchas han sido las ocasiones en las que se reivindicó la aplicación de la norma en nuestra ciudad. La respuesta habitual fue la negativa agresiva del entonces alcalde, señor León de la Riva, que solía acompañar con descalificaciones y afirmaciones acerca de que jamás retiraría aquellos símbolos, recordatorios permanentes del golpe armado de 1936 que acabó no solo con la legalidad republicana, sino también con la vida de miles de nuestros convecinos, algunos de los cuales continúan enterrados por montes y cunetas de nuestra provincia. Entre los asesinados, justo es recordarlo, el propio alcalde, señor Antonio García Quintana, concejales, diputados, sindicalistas y políticos de todos los partidos de izquierda de nuestra ciudad, lamentablemente olvidados, a los que jamás se les dedicó un homenaje o un recordatorio desde las instituciones que presidieron.

El 24 de julio del año 1961 se inauguraba en el Cerro de San Cristóbal el enorme monumento en honor de Onésimo Redondo, ideólogo fascista, instigador del golpe militar y cabecilla de uno de los grupos violentos que pasarían tristemente a la historia por sus acciones desestabilizadoras primero y criminales después, ejercidas a lo largo y ancho de toda nuestra provincia: las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, las JONS, un grupo que compensaba su escasez de afiliados con el ejercicio de la violencia más despiadada.

Redondo, que había sido excarcelado el domingo 19 por los sublevados, murió el 25 de julio de 1936 a manos de miembros de la Columna Mangada, combatientes anarquistas que defendían la sierra de Madrid y habían bajado a la gasolinera existente en el pueblo de Labajos (Segovia) a repostar combustible. Su muerte lo convirtió en héroe y pasó a ser un icono del golpe militar; y pese a que sus ideas y los objetivos de su organización fueron completamente traicionados por los vencedores, el franquismo alimentó el mito a su conveniencia, sembrando la provincia de símbolos de todo tipo en su honor para satisfacción de sus seguidores.

La ciudad de Valladolid está rodeada por una serie de cerros pelados, todos de la misma altura, llamados “cerros testigo”. Y en uno de ellos, el más visible, se decidió colocar un grandioso monumento que por siempre recordara al caudillo castellano, haciéndolo visible día y noche, de manera que la memoria del fundador de las JONS formase parte de la representación simbólica de la ciudad, acabando por formar parte de la vida vallisoletana. Parece ser que el padre del proyecto fue el entonces gobernador civil de Valladolid, Jesús Aramburu, que respondería de esta manera a las peticiones de los falangistas, acallando además los resentimientos que el Decreto de  Unificación forzosa de Franco había provocado entre muchos de los componentes de la FET y las JONS.

La apropiación del Cerro de San Cristóbal y su dedicación al desaparecido cabecilla subía la moral de los jonsistas vallisoletanos, que conseguían un lugar propio donde reunirse y reivindicar sus revoluciones pendientes, mostrando toda su parafernalia. Todo era muy conveniente y la idea comenzó a tomar forma. El proyecto, además de la escultura, contemplaba una acción ejemplar sobre el Cerro: la presencia del mismísimo Franco en la ceremonia de la inauguración, que se proyectaba multitudinaria, arrolladora y espectacular; una demostración de fuerza y a la vez un recordatorio de la victoria obtenida sobre los rojos.

El  arquitecto Jesús Vaquero fue el encargado de redactar el proyecto, mientras el escultor canario Manuel Ramos se hacía cargo de la escultura, que al final resultó ser el enorme grupo escultórico que todos conocemos, un puñado de hombres guiados por el propio Onésimo, que avanza bajo un yugo y unas flechas de 12 metros mientras saluda brazo en alto. El monumento está sobredimensionado, alcanzando una altura total de 31 metros y un peso que se acerca a los 5.000 kilos, por lo que es difícil no verlo y más difícil todavía desmontarlo o demolerlo.

La inauguración fue ampliamente seguida por los medios de  la época y difundida por el NO-DO en todos los cines del país. Durante el acto, Franco se dirigió a las 20.000 personas presentes, muchos de ellos falangistas uniformados, entre los que estaba José Antonio Girón de Velasco, que sin duda como resultado de la evolución natural, había pasado de camarada de Onésimo a Ministro de la Vivienda con Franco. Un baño de multitudes y una ocasión más para recordar la Cruzada y sus consecuencias, como un nuevo aviso a navegantes.

Durante los discursos que se pronunciaron en este acto se habló, como  no podía ser de otra manera, del héroe caído; y una de las intervenciones más entusiastas se debió al gobernador civil vallisoletano Antonio Ruiz Ocaña, que calificó a Onésimo Redondo como “uno de los mayores héroes de la historia de España”, muerto al intentar “lograr la unidad entre los hombres y entre las tierras” españolas.

El Cerro quedó en manos de los falangistas, que convirtieron el lugar en su particular  santuario, una zona sagrada por la que desfilar con sus gallardos uniformes mientras contemplaban la ciudad a sus pies. Y así fue durante años y años: el día 18 de julio, los grupos derechistas de Valladolid tenían como norma reunirse a los pies de la efigie de Onésimo para ofrecerle un homenaje entre cánticos y desfiles; y cuando perdieron poder en las instituciones y fuerza en las calles, comenzaron a organizar razzias de castigo por las zonas vallisoletanas frecuentadas por los que ellos creían izquierdistas, maltratando al que podían encontrar. Estas acciones, siempre impunes, se produjeron durante años, sobre todo tras la muerte del dictador, en la vidriosa etapa de la transición, cuando la ultraderecha intentaba refundirse y aumentar su poder, que veían disminuir de día en día. Precisamente de aquella época data el insultante sobrenombre que a veces acompaña a nuestra ciudad: Fachadolid.

Onésimo Redondo, fundador de las Juntas Castellanas de Actuación Hispánica en Valladolid, había nacido en el pueblo de Quintanilla de Abajo, situado en la vega del Duero. Se licenció en Derecho y viajó a Alemania como lector, precisamente en los días en que el nazismo comenzaba a imponerse en aquel país, y se convirtió en un ferviente admirador de las ideas nazis, hasta el punto de que las intentó imponer en su tierra natal a su regreso. Onésimo fue uno de los más precoces filo nazis españoles de la época.

Otra de las bases de su ideología era un profundo catolicismo, muy militante y activo, que se contradecía de manera llamativa con sus constantes apelaciones a la violencia, que a la postre ayudarían a desencadenar la terrorífica orgía de sangre que nuestra provincia y nuestro país entero sufrieron a raíz del golpe militar del 36.

Onésimo, en sus tiempos de joven abogado, se opuso frontalmente a la República, a la que culpaba de todos los males morales habidos y por haber. Atacaba sobre todo a los  valores éticos republicanos: el laicismo, la solidaridad, la igualdad… Desde la Casa Social Católica vallisoletana, situada en la calle Muro de la ciudad, arengaba a los jóvenes de Acción Católica y los empujaba a la lucha para combatir  la coeducación, la pérdida de poder de la iglesia católica sobre la educación, el socialismo, los sindicatos obreros….

Paralelamente fundó una revista llamada Libertad, en la que publicó abundantes artículos que rechazaban frontalmente el sistema democrático y atacaban al capitalismo burgués, a los marxistas y demasiado a menudo, a los judíos. De hecho, una de sus aportaciones fue la traducción (posiblemente la primera en nuestro país) del falso documento titulado “El Protocolo de los Sabios de Sión”, que sería una herramienta muy útil a la hora de expandir el antisemitismo y justificar horrores como el Holocausto.

Los métodos que propugnaba para alcanzar el poder se basaban en la acción directa: la violencia y las agresiones al oponente, acciones que muy pronto se generalizaron en la ciudad, desestabilizando la convivencia normal de la ciudadanía.

Estas ideas y su forma de aplicarlas calaron entre sus seguidores, gente generalmente muy joven que no dudó en poner en práctica las directrices de su caudillo. Ésta es, sin duda, la gran responsabilidad de Onésimo Redondo, quien, tras predicar insistentemente la violencia, siempre declaró tener “las manos limpias, sin sangre”.

A finales del año 1931 Redondo decidió unir su organización a la de Ramiro Ledesma Ramos, pro nazi como él, y de la unión de ambas fuerzas surgieron las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista), cuya finalidad era la creación de un estado nacionalsindicalista totalitario que se impondría mediante la acción directa, ya que ambos dirigentes abominaban del sistema electoral.

Ledesma acudía a Valladolid en su moto y enseñaba a los chicos de Onésimo el manejo del látigo y la cachiporra. Después, los aguerridos jonsistas comenzaron a adiestrarse militarmente en los pinares de las afueras de la ciudad, haciendo prácticas de tiro. Todas estas habilidades serían abundantemente ejercidas más adelante, cuando parte del ejército se levantó contra el estado legal; y por desgracia, sus acciones violentas se cebaron sobre todo en la población civil, en sus propios vecinos, que sorprendidos y desarmados sufrieron una represión criminal que acabaría con miles de vidas de la forma más cruel.

Onésimo Redondo, como le ocurrió a José Antonio, no llegó a comprobar la eficacia de sus enseñanzas, ya que ambos murieron al principio de la contienda. Muchos de los que se consideranfalangistas auténticos repiten sin cesar que las acciones de las miles de personas que se afiliaron en masa a la Falange tras el golpe y que actuaron violentamente sobre todo en la retaguardia, nada tenían que ver con la Falange, ni con Onésimo, ni con José Antonio, y puede ser que tengan razón; pero la realidad es que ambos dirigentes encauzaron la acción de sus seguidores hacia la violencia, de tal manera que nadie vio contradicción entre ser falangista y asesinar a civiles desarmados, hombres, mujeres, ancianos y adolescentes, torturándolos y enterrando sus restos en descampados.

Las obras de demolición del monumento a Onésimo Redondo comenzarán este lunes 25 de enero de 2016. El monumento será desmontado y el grupo escultórico se llevará a un depósito a la espera de su destino final, posiblemente el Museo de la Memoria Histórica de Salamanca.

Se cerrará así un capítulo controvertido para nuestra ciudad, que de ningún modo se merece la presencia del símbolo fascista que ha mantenido su presencia sobre Valladolid durante 55 años.

Esperemos que este ejemplo sea pronto seguido por todas las ciudades donde se visibilizan todavía los símbolos franquistas, en sus calles, en sus monumentos o en las paredes de sus iglesias. Es el cumplimiento de un imperativo legal para las instituciones y de un imperativo moral para todos los ciudadanos.

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