Por la dignidad de los que perdieron
El libro que presentamos el próximo día 19 de marzo es el libro de los azpeitiarras que perdieron la guerra
POR ENEKO ETXEBERRIA Y JAVIER BUCES – Sábado, 12 de Marzo de 2016
Relataba Inaxio Larrañaga que venían los requetés en cualquier momento a registrar su casa, que maltrataban a su madre. “No sé si le pegaban o no, nunca me atreví a preguntárselo”.
Explicaba Rosario Olaizola cómo sufrió su ama las amenazas y continuos abusos de los vencedores por ser mujer de un gudari. “El menor de los hermanos solía dormir con ella y una vez nos dijo: Amatxo suele llorar cuando va a la cama”.
Contaba Maria Olazabal que mientras su aita se encontraba preso en Bilbao y su ama escondida en un desván al haber recibido la orden de marcharse del pueblo, la amona hubo de hacerse cargo de cuatro niños pequeños.
Recuerda Anastasia Sarasua que su hermano Joxe “Kukubiltxo” apenas tenía 12 años cuando, encontrándose jugando con un amigo, recibió un tiro que acabó con su vida.
El libro que presentamos el próximo día 19 de marzo es, en gran medida, un libro que quiere rendir homenaje a los perdedores y a las perdedoras, es el libro de los azpeitiarras que perdieron la guerra. Sin embargo, nunca debemos olvidar que esos perdedores, detenidos, condenados, insultados, atemorizados, embargados, multados, castigados, torturados, lesionados, mutilados, inválidos, deportados, desplazados, señalados, asesinados, fusilados, perseguidos, silenciados, abatidos, expoliados, los que perdieron todo, los humillados… tenían nombre y apellidos, hombres y mujeres que eran lo mejor de nuestro pueblo. Lucharon y se levantaron, sin nada, casi con las manos desnudas frente a los enemigos de nuestro pueblo, frente al fascismo, frente a los poderosos y frente a los militares. Con la única pretensión de que tuviéramos un futuro mejor basado en la Justicia. Lo perdieron todo, arriesgaron su futuro personal, el futuro de sus familias, su patrimonio y su comodidad. Estos hombres y mujeres fueron, y son, lo mejor de nuestro pueblo. Nunca es bonito ni fácil, y el miedo perdura, pero nunca perdieron la dignidad.
Durante estos largos años es evidente que se ha impuesto la memoria del silencio. En Azpeitia la mayoría se quedó en silencio, fue obligada al silencio, y el silencio se extendió a toda la sociedad. Un silencio negro sobre lo ocurrido. Todos se quedaron embargados por el silencio, como si nunca hubiera ocurrido nada. Sin embargo, el silencio provocado por aquella Guerra no puede convertirse en olvido. El silencio no es sinónimo de olvido, el que permanece en silencio no olvida, simplemente ha decidido no compartir su recuerdo. Lo ocurrido en la Guerra no fue transmitido a nadie. El silencio se impuso junto con un sufrimiento profundo, sin que haya existido el derecho a conocer la verdad, al reconocimiento integral. No ha existido, por tanto, una memoria integral, no ha existido una reparación real ni Justicia para nadie.
80 años después hemos conocido que fueron entre 800 y 1.000 los azpeitiarras que tuvieron que huir; 163 fueron juzgado por los tribunales militares franquistas en consejos de guerra y casi 50 de ellos permanecieron recluidos durante años en campos de concentración y batallones de trabajadores como obreros esclavos de la dictadura franquista. Decenas de azpeitiarras fueron trasladados a prisiones a cientos de kilómetros de sus casas, al tiempo que decenas de presos y presas republicanos españoles estuvieron encarcelados en Azpeitia, muriendo en prisión al menos 5 ellos. Se fraguaba así una política de dispersión que ha perdurado en el tiempo más allá del franquismo, con el único propósito de agravar la condena de los represaliados.
77 vecinos de Azpeitia fueron depurados de sus puestos de trabajo, y 35 fueron sancionados económicamente o padecieron la incautación de sus bienes. Decenas de azpeitiarras fueron desterradas de sus casas, y otras muchas obligadas a realizar trabajos forzosos para los golpistas, siendo insultadas, vejadas. A dos de ellas se las vejó rapándoles la cabeza.
Por ello, a todos ellos, tenemos la obligación de devolverles una pequeña parte de lo que nos dieron. Con el objetivo de que no se repitan los errores del pasado, debemos transmitir a las generaciones futuras el relato de lo sucedido. Un relato completo de lo acaecido, una memoria sobre la Guerra y la venganza, sobre una larga dictadura caracterizada por la crueldad y el dolor que provocó; una dictadura trágica que no puede volver a repetirse. Tampoco debemos olvidar las vulneraciones de derechos humanos más cercanas en el tiempo. Las lecciones del pasado sirven para todos, y no debemos admitir ningún silencio en las vulneraciones presentes. Es triste y difícil pero es nuestra historia. Hemos de romper con el silencio y, a partir de ahora, no debemos olvidar a nadie.
Nuestra sociedad debe construirse sobre pilares sólidos, y por ese motivo no podemos retirar la mirada o girarla hacia a un lado. Debemos, aunque sea doloroso, recuperar y dar a conocer la memoria histórica de nuestros abuelos y abuelas, tenemos que recordar su dignidad. Debemos levantar el velo del olvido sobre aquellos años y, además, reconocer el sufrimiento. Debemos también subrayar el compromiso que aquellos y aquellas azpeitiarras adquirieron en los momentos difíciles de la historia de nuestro pueblo. Fueron capaces de asumir compromisos difíciles, sirviendo de ejemplo a personas que en la actualidad asumen compromisos en nuestra sociedad.
Por todo ello, para homenajear a todos aquellos y aquellas personas que sufrieron la guerra y la posterior dictadura franquista, os invitamos a la presentación del libro que recoge las vulneraciones de Derechos Humanos desde 1936 a 1945 el próximo 19 de marzo a las 12h.
Una nota del párroco de Urrestilla a finales de 1936 decía: “No se han podido extender las partidas de los cuatro ajusticiados en la jurisdicción de esta parroquia por no querer los militares”.
Los mayores del barrio de Odria solían contar que antes de ser fusilado, le ofrecieron un café en el caserío Uresaundi.
Explicaba el propietario de aquel caserío de Mutriku a Bernardo, el hijo de Leonardo Goenaga “Txaiber”, que los asesinos de su padre le obligaron a cavar la fosa donde fue enterrado.
Dicen que Margarita, aunque le raparon la cabeza, siguió estando igual de guapa.
Porque fueron, somos. Porque seremos, serán.