El regreso de Onésimo Redondo
El 13 de junio de 1941 se inauguró el Mausoleo del lÃder falangista vallisoletano, después de un apoteósico ritual
ENRIQUE BERZAL | VALLADOLID @EnriqueBerzal1
El 13 de junio de 1941 se inauguró el Mausoleo del lÃder falangista vallisoletano, después de un apoteósico ritual que condujo su féretro por el centro de la ciudad
Era el «mesÃas de la nueva doctrina polÃtica de España», el «gran apóstol de un ideal redentor para la patria», el hombre valiente y sacrificado que «entregó la vida por la salvación de su pueblo», el «Caudillo de Castilla», en definitiva, el primer gran «mártir» después de José Antonio Primo de Rivera en la guerra civil española. Onésimo Redondo Ortega, vallisoletano nacido en Quintanilla de Abajo y asesinado en la localidad segoviana de Labajos el 24 de julio de 1936, fundador de las Juntas Castellanas de Actuación Hispánica, precursoras a su vez de las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista), y promotor del diario ‘Libertad’, era considerado mucho más que un lÃder polÃtico en el Valladolid de la postguerra.
En junio de 1941, El Norte de Castilla lo calificaba como «guÃa de la juventud patrióticamente revolucionaria de Castilla», «una representación y un sÃmbolo», lÃder en Valladolid de la sublevación militar contra la República y ejemplo a seguir en la «Nueva España» comandada por Franco. Aquella apoteosis que se vivió en la ciudad en torno a su figura el 13 de junio de 1941, hace 75 años, no podÃa estar más justificada, señalaban los interesados: aunque desde el mismo dÃa de su muerte no habÃa dejado de ser exaltado, ahora llegaba el momento de darle dignÃsima sepultura.
El Mausoleo de Onésimo, costeado por «las Falanges de Castilla», aguardaba en el paseo central del Cementerio municipal. Construido según el proyecto de Argote, habÃa sido fabricado en granito y era «de estilo griego, orden dórico, de lÃneas sencillas y severas», detallaba El Norte. Estaba rematado por un frontón clásico y presidÃa su panel central una cruz erigida sobre el nombre del falangista, con laureles en los paneles laterales.
Estaba todo planeado para que la ceremonia de conducción del cadáver fuese apoteósica, para que movilizara a la población entera y sirviera de acicate para la falangista «revolución pendiente». Como destaca la profesora Cristina Gómez Cuesta, ceremonias como la del 13 de junio de 1941 constituÃan una de las señas principales del ritual ideológico del Franquismo. El «culto a los caÃdos» del bando sublevado no se limitaba al recuerdo apologético de su figura, estaba pensado para repercutir sobre los vivos como ejemplo de valentÃa, fe y sumisión a la patria, y servÃa, desde luego, para legitimar la sublevación militar del 18 de julio de 1936 y los fundamentos del Nuevo Estado franquista.
Todo eso pudo comprobarse hace ahora 75 años, cuando la actividad cotidiana de los vallisoletanos se paralizó para rendir culto y tributo al «Caudillo de Castilla» con la excusa de que se cumplÃan 10 años de la fundación del diario ‘Libertad’. Todo comenzó de madrugada, cuando una nutrida comitiva de camisas azules condujo los restos de Onésimo desde el Cementerio al salón de plenos del Ayuntamiento, donde quedó instalada la capilla ardiente. Enseguida se montó una guardia permanente de Camisas Viejas que, junto a otros militantes de Falange, iniciaron los pertinentes turnos de vela.
Reflejo fiel de la ideologÃa nacionalcatólica que caracterizaba al Nuevo Estado franquista, desde las 5 de la madrugada hasta las 9 de la mañana se celebraron misas rezadas de sufragio de su alma, mientras las mujeres de la Sección Femenina se relevaban en el rezo del Rosario. La última misa corrió a cargo del párroco de la iglesia de Santiago. Ya entonces, el público abarrotaba la sala.
A las diez en punto de la mañana llegaron las autoridades locales acompañadas del ministro de Trabajo, José Antonio Girón, el de Industria y Comercio, Demetrio Carceller, el ministro secretario general del Partido, José Luis Arrese, el de Agricultura, Miguel Primo de Rivera, el capitán general, Solchaga, y el general Moscardó, jefe directo de la Milicia.
Conducido el féretro a la iglesia de San Benito, donde a las 10,45 los Padres Carmelitas oficiaron el funeral, acto seguido comenzó el impactante cortejo de camisas azules que, portándolo en hombros, se dirigieron al Cementerio municipal. Siguiendo órdenes del alcalde, Luis Funoll, y del gobernador civil, Jesús Rivero Meneses, de 2 a 5 de madrugada abrieron al público los cafés Cantábrico, Corisco, Regio y La Villa, y de 5 a 8, el Café España, Aurita, Nacional, Norte y Madrid; además, los vallisoletanos habÃan «exteriorizado sus sentimientos» colocando en los balcones colgaduras con crespones negros. La ciudad estaba de luto.
Trasiego fúnebre
Cacho inmortalizó con su cámara el trasiego fúnebre, que desde la Plaza de la Rinconada transitó por la del Ochavo, calle EspecierÃa, Fuente Dorada, Queipo de Llano, Plaza de Onésimo Redondo, calle Angustias, Plaza de San Pablo, Cadenas de San Gregorio, Plaza de Gondomar y San Pedro. Al pasar por la cárcel Provincial, donde Onésimo Redondo habÃa sido encarcelado antes de la sublevación y en cuya celda el Ayuntamiento habÃa erigido una capilla oratorio, se rezó el correspondiente responso.
Una vez en el Cementerio, el ministro de Trabajo, José Antonio Girón, se encargó de la ofrenda de flores tributando un sentido homenaje a su ex compañero de militancia y combate: «Onésimo es el jefe que comparte con nosotros la inquietud de cada hora, que nos anima y nos conforta en la lucha; el camarada a cuyas órdenes tenemos el deber v el derecho de someternos. Siempre y en todas partes, pero especialmente hoy y aquÃ, sentimos su presencia viva y vigilante», aseguró Girón.
Una vez inhumado el cuerpo en el Mausoleo, situado el mismo paseo que el Panteón de ‘Vallisoletanos Ilustres’, se entonó el ‘Cara al Sol’, se dieron «los gritos reglamentarios y el de ¡Viva Franco!». Como señala Matteo Tomasoni en su tesis doctoral sobre Onésimo Redondo, para la edificación de su mausoleo, «el Ayuntamiento concedió de forma gratuita los 33,20 m² de superficie entre los cuadros 28 y 35 del cementerio municipal de El Carmen; mientras por su parte, el arquitecto municipal, Juan Agapito, fue quien hizo una descripción detallada de los materiales, ubicación, forma, etc. que le habrÃa dado al monumento».
A las seis en punto de la tarde le tocó el turno al resto de autoridades, aunque esta vez en un nuevo y más céntrico escenario, el Campo Grande. Introducido el acto por Narciso GarcÃa Sánchez, director de ‘Libertad’, hablaron el gobernador civil y los ministros restantes. Los discursos no solo ensalzaron la figura y actuación del «Caudillo de Castilla», al que no dudaron en evocar junto a José Antonio Primo de Rivera, sino que también sirvieron para reivindicar el propósito revolucionario de Falange en unos momentos que no pocos «camisas viejas» consideraban de peligrosa relajación de su ideal.
Asà hizo, por ejemplo, el gobernador Rivero Meneses, al recordar a los presentes su deber de «accionar de aguijón en la nueva modorra de la desidia y la apatÃa que retorna a invadir voluntades y afanes que ayer tan virilmente vibraron y hoy consumen su intensidad en lo cómodo o en lo egoÃstamente materializado», a la vez que animaba a permanecer en guardia contra «los enemigos de ayer y de siempre», pero también contra los «que se acomodan hoy (…), los peligrosamente ruines de la oportunidad y del cálculo, que no saben dudar siquiera al someterse a servilismo de extraños intereses».
Por si quedara alguna duda, José Luis Arrese, ministro secretario general del Partido, recordó que «vinimos a ser revolucionarios y las circunstancias nos han obligado a ser delegados de Abastos; es decir, las circunstancias no, los que siendo amos del mundo no se resignan a que los españoles seamos amos de nosotros mismos».
Además de inaugurar el Mausoleo de Onésimo en el Cementerio municipal, el evento del 13 de junio de 1941 impulsó el cambio de nombre de Quintanilla de Abajo, su localidad natal, que un mes después, concretamente el 28 de julio de 1941, pasó a denominarse oficialmente Quintanilla de Onésimo.
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