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Las cinco rosas de Mallorca

Diagonal, 17/06/16 | 21 junio 2016

rosasmallorca2El grupo de teatro de Son Servera (Mallorca) estrenó ‘Comte Rossi’, escrita y dirigida por Antoni Palerm

 

Laura Corcuera

El 29 de abril de 2016, el grupo de teatro de Son Servera (Mallorca) estrenó ‘Comte Rossi’, escrita y dirigida por Antoni Paler.

En la madrugada del 5 de septiembre de 1936, decenas de milicianos y milicianas republicanas, entre ellas cinco enfermeras voluntarias de la Cruz Roja, eran detenidas por las tropas fascistas en la playa de Sa Coma. La Columna de Baleares, dirigida por el capitán Alberto Bayo, se había retirado a Valencia un día antes, dejando a miles de milicianas y milicianos en la isla.

Las cinco enfermeras fueron violadas, torturadas y fusiladas públicamente en el pueblo de Manacor. Un escarnio público, una represión “ejemplarizante” por parte de las tropas falangistas y del escuadrón Dragones de la Muerte, creado por el fascista Arconovaldo Bonaccorssi.

No hay certeza de sus nombres completos. El papel del historiador Antoni Tugores ha sido fundamental para descifrar parte de lo que ocurrió. Una de las enfermeras, anónima hasta el momento, escribió un diario fechado desde su salida del puerto de Barcelona el 16 de agosto de 1936 hasta su último día con vida en Mallorca, el 4 de septiembre del mismo año. Gracias a este manuscrito sabemos el nombre de las otras mujeres: dos de ellas, Daría y Mercè Buxadé y Adroher, habían nacido en Puebla de Zaragoza (México), eran hermanas y de procedencia catalana. Fueron asesinadas con 18 y 22 años. Otra se llamaba María García, y posiblemente tuviera 53 años cuando la fusilaron. Teresa era el nombre de la quinta, se desconoce el apellido.

Las cinco enfermeras trabajaban en la finca Sa Torre Nova, convertida en el principal hospital para milicianos y milicianas en Mallorca. Por el dietario sabemos que eran mujeres que tocaban el piano, leían, escribían y elaboraban línea política, con un profundo compromiso con la legalidad democrática de la república española.

Josep Massot i Muntaner (La guerra civil a Mallorca, 1976) también investigó el atroz suceso: “Ni eran prostitutas, ni era gente procedente del lumpemproletariat” (¿y qué si lo hubieran sido?). “Tampoco eran aquellas bestias salvajes –en palabras del franquista Ferrari Billoch– ni analfabetas arrastradas por turbios instintos sexuales, partidarias del amor libre, lesbianas sin escrúpulos, diablos reencarnados en figura humana, como se predicó durante años” (¿y qué si hubieran sido unas bolleras diabólicas?). “Eran simplemente enfermeras de la Cruz Roja barcelonesa (…) abnegadas y dispuestas a todo para ayudar a los enfermos y heridos”. Una sociedad estratificada, heteropatriarcal y clasista don­de algunas personas tenían unos privilegios que otras no (¿nos suena?).

Pero volvamos a esta obra de teatro recién estrenada en Son Servera, al este de Ma­llorca, muy cerca del lugar donde ocurrieron los hechos. “Estos se desarrollaron en parte a escasos tres o cuatro kilómetros de mi casa, o en el pueblo vecino, en cualquier caso en una isla cuyas dimensiones son reducidas”, cuenta a Diagonal Antoni Palerm, director de la obra y del grupo de Son Servera.

En este montaje el protagonista parece el “Conde Rossi”, un sádico italiano crecido en el fascismo de Mussolini que llega a la isla acompañado de máquinas de guerra ante el “auxilio” de los golpistas franquistas, previo pago millonario de Juan March y también a costa de los ahorros de las familias mallorquinas. Este horrible personaje creará su propia imagen de héroe macholover, un hooligan militar que, entre desfile y desfile, se dedica a aniquilar a toda persona que no sea franquista.

La segunda parte del montaje saca a la luz a las verdaderas protagonistas de la historia: las cinco rosas mallorquinas que, como cientos de miles de mujeres, defendieron con su vida la construcción de la primera democracia española, la legalidad y los ideales de la República frente al golpe militar de Franco. Mujeres que lucharon contra el fascismo en Europa, anónimas en Mallorca y que, sin embargo, deberían ser recordadas. Y sus nombres, completados.

La obra recoge con detalle y abundancia el imaginario apocalíptico, la erótica del poder castrense, las banderas, los saludos, las canciones de una ideología fascista multiforme que hoy resurge peligrosamente en Europa.

Teatro, memoria y teoría

El grupo decide crear esta obra documental y mostrarla en el Teatre Municipal L’Unió de Son Servera, el pasado 29 de abril. En un abarrotado tea­tro, el antiguo cine del pueblo, los murmullos son intensos antes de que se abra el telón. De fondo, se escucha a un viejo tararear el Cara al Sol. Las personas que ahora tienen 86 años, en 1950 tenían 20, y en 1936, seis. Un niño o una niña de seis años se acuerda de lo que vio en su plaza, de lo que vivió en su casa. Se puede ocultar, pero no se puede olvidar.

La principal fuente informativa fue la oral, “ir tirando de las lenguas, a pesar de que éstas, respecto de los acontecimientos brutales, tienden a callar. De cuando en cuando se descubre a alguien que tiene un profundo respeto por la verdad de los hechos acaecidos. Y estas pocas personas son fundamentales a la hora de llenar esa secuencia de olvidos que forma nuestra historia oficial. O sea, que a ellas me remito, sin despreciar el resto de canales habituales, en especial las fotografías, que en esa época aún constituían una de las caras de la verdad”, cuenta Palerm.

Para el director, “cualquier acercamiento a los episodios de represión supone un estudio de la condición humana capaz de practicarlos. Difiere el paisaje, pero no el fondo. En este caso se trata de resaltar, en quien la practica, la animalidad del otro, de manera que su violación o su asesinato apenas represente un mínimo cargo de conciencia. Esa concepción del otro como no persona me parece fascinante. Una vez se concreta el giro mental que lo permite, cualquier cosa es posible, o sea que deberíamos detenernos atentamente en ese momento. El instante en que alguien dice “todo vale”, y quien lo escucha no sólo lo cree, sino que lo practica”.

La filósofa y teórica política Hannah Arendt acuñó la expresión “banalidad del mal” para describir en el nazismo el comportamiento individual no reflexivo dentro de las reglas de un sistema totalitario al que se pertenece: “No se preocupan por las consecuencias de sus actos, sólo por el cumplimiento de las órdenes. La tortura, la ejecución de seres humanos o la práctica de actos ‘malvados’ no son consideradas a partir de sus efectos o de su resultado final, con tal de que las órdenes para ejecutarlos provengan de estamentos superiores”.

Antoni Palerm continúa: “Este proceso se realiza a muchos niveles; sin embargo, cuando implica la violencia física resultan más evidentes, aunque no creo que debamos detenernos sólo en ellos, porque éstos se inician en otros ámbitos, sociales y culturales. Entonces se utilizaba la palabra rojo para dar a entender, suprema idiotez, que los integrantes de ese bando no pertene­cían exactamente a la raza humana, por lo que una violación o un asesinato apenas constituían una violación o un asesinato”.

https://www.diagonalperiodico.net/culturas/30610-cinco-rosas-mallorca.html