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«La transición confundió reconciliación con olvido»

Diario de León, 17/07/2016 | 29 julio 2016

page_1_thumb_largeEntrevista a Secundino Serrano, historiador y escritor

 

ANA GAITERO (TEXTO)

La primera vez que oyó hablar del ‘maquis’ era un chaval. Se quedó petrificado al oír la historia del atraco de Manuel Ramos en la casa del cura de su pueblo. Una tía suya resultó herida en el tiroteo. Cuando se puso a perseguir las historias de los guerrilleros antifranquistas, que resistieron en el monte hasta principios de los años 50, no había nada escrito. «Era un tabú y ahora es el tema más atractivo desde el punto de vista de las historias de la guerra civil». Un documental que trajo a muchos de los personajes de su libro, un bedel de instituto que fue telegrafista en la posguerra y le regaló un manuscrito con conversaciones sobre la persecución del maquis, el buceo en archivos (en algunos no le sirvieron ni las recomendaciones del entonces ministro de Defensa Narcís Serra para entrar) y el peregrinaje por registros civiles de la provincia en busca de nombres nutrieron en libro Maquis, que vio la luz en 2001. Ahora acaba de publicar Las heridas de la memoria. República, guerra, exilio, maquis, transición en Eolas en un año de aniversarios. Mañana, 18 de julio, se cumplen 80 del golpe de estado que dio lugar a la guerra civil y a una dictadura de 40 años. La entrevista es en San Marcos.

—¿Cómo lo identifica más: parador o campo de concentración?

—Además de joya del plateresco, el edificio de San Marcos es el lugar de memoria más representativo de los vencidos de la guerra en León. Como campo de concentración de infausto recuerdo en toda España, sirvió para albergar a miles de prisioneros (hasta siete mil), fue escenario de juicios sumarísimos, de hambre y abusos de todo tipo y también ‘reserva’ de donde se sacaba a los prisioneros para pasearlos’ (es decir, asesinarlos sin juicio) en la periferia de León: montes de Villadangos, Casasola, San Isidro; en Valverde del Camino, la Azucarera… El otro lugar de memoria más significativo son los taludes del río Torío en Puente Castro, donde se llevaban a cabo los fusilamientos decididos en los juicios sumarísimos.

—Abre su libro con un artículo de 2010 sobre simetrías entre víctimas y verdugos de la guerra civil. ¿Sigue de actualidad?

—Es totalmente vigente. No hemos avanzado. Hay que mirar al pasado de forma comprensiva y rigurosa para acabar con la guerra civil, que ya fue hace 80 años. Centenares de fosas siguen esparcidas por el país, algo inimaginable en cualquier otro país.

—¿Cuál es la razón?

—A diferencia de otros dictadores europeos vencidos (Hitler, Mussolini), Franco murió en la cama, tuvo un regímen durisímo durante 40 años de dictadura y reseteó la cabeza de los ciudadanos, de tal manera que pudo preparar su lugar en la historia. Incluso lo levantó el Valle de los Caídos. Es muy difícil que los españoles que vivieron la guerra y la posguerra puedan pensar libremente. Hay que esperar de generaciones futuras un ejercicio de tolerancia.

—¿Sucede lo mismo con la historia que con la memoria?

—No, son dos cosas diferentes. Como dijo un historiador francés, hay un pacto por la verdad entre historiadores. Pero la memoria es personal, subjetiva y conflictiva. No se trata de que haya una memoria única, sino una memoria mínima para que la guerra civil no se juegue en campos de la política o personales.

—¿Qué factura pasa en el presente esta falta de memoria?

—Es muy importante analizar el proceso: La gente que vive la guerra civil estuvo condenada al silencio. Los hijos de los protagonistas de la guerra se adaptaron a la realidad existente. Fueron pragmáticos. Sin embargo, a partir del año 2000, en el cambio de milenio, los nietos de la guerra han exigido la verdad. La explicación es sencilla: No tienen el miedo de sus abuelos. Son los que animan las exhumaciones, algo que debería hacer el Estado. Y como no lo hace los entierros dignos los hacen organizaciones privadas que están descapitalizadas y sin subvenciones. Y tienen que vivir de microcréditos o de donativos sobre todo extranjeros.

—¿Y la ley de memoria?

—Tengo la impresión de que la única ley que se puede incumplir es la de la memoria. Las reacciones de la derecha a la llamada Ley de Memoria Histórica demuestra hasta qué punto media España cree que el país le pertenece, incluida la memoria histórica. Incluso en entornos que pudieran considerarse dialogantes, antiguos progresistas reciclados, se ha urdido con éxito la teoría del cincuenta por ciento: todos fueron culpables y en la misma medida, lo que es una perversión intelectual. El objetivo es impedir el ajuste de cuentas democrático con el pasado y continuar con una memoria de plastilina, a la medida de los vencedores de la guerra.

—¿Cuál es la novedad más importante sobre la guerra civil?

—Empezó con un golpe de Estado dado por los militares que fracasó en media España. Esa es la tesis aceptada. La situación provocó luego el enfrentamiento armado. Pero ahora sabemos que ya en 1931, nada más proclamada la República, una delegación de carlistas, monárquicos y militares se entrevistó con Mussolini para solicitarle armas. El 31 de marzo de 1934 firma un pacto con el dictador italiano para que, llegado el caso, les vendiera armamento, especialmente aviones. En julio de 1936 estos conspiradores hacen una compra a los fascistas italianos, que incluía 14 bombarderos pesados y 30 cazas. De este episodio se puede deducir que entre los conspiradores contra la República muchos de ellos ya pensaban en la posibilidad de una guerra civil.

—¿Qué supuso la intervención extranjera?

—Los fascistas intervinieron en España desde un primer momento. A finales de julio, lo italianos envían el material prometido, al que van añadiendo rápidamente miles de hombres. Hitler, que no había intervenido en el golpe, duda durante una semana y a finales de julio también se decide por la participación: la Legión Cóndor, el material bélico, incluidos tanques.

—¿Por qué Francia y Gran Bretaña no ayudan a la República?

—El tratado de No Intervención, patrocinado por Francia y Gran Bretaña y firmado por todos los países europeos más significativos, no es respetado ni por alemanes ni por los italianos. Por lo tanto, los países que hubiera sido aliados naturales de la República, Francia y Gran Bretaña, le dan la espalda y el único recurso que les queda a los dirigentes republicanos es reclamar el apoyo de los soviéticos.

—Y Stalin dijo que sí.

—Se lo pensaron hasta el 26 de septiembre (Operación X), que es cuando comienza verdaderamente la guerra civil en el sentido duro del término. Los últimos libros sobre la intervención extranjera en la guerra civil ponen el acento, no obstante, en lo devastadora que fue para la República la actitud de los ingleses, los supuestos amigos que en realidad favorecieron y mucho el triunfo de Franco mediante su diplomacia radicalmente conservadora y pragmática.

—¿Cómo influyó la situación interna de los dos bandos?

—Mientras que los sublevados declararon rápidamente el estado de guerra y eligieron un mando único, Franco, los republicanos, hasta la llegada al poder de Negrín (17 de mayo de 1937, con la guerra ya perdida) no consiguieron un poder central fuerte y además proclamaron el estado de guerra ¡en enero de 1939!; mientras los alzados contaban con un ejército regular desde el principio, la constitución del Ejército Popular de la República surgió de forma lenta (verano de 1937), con muchas dificultades y sin mandos profesionales para dirigirlo en muchos casos; mientras que los golpistas tuvieron el apoyo italo-alemán desde el comienzo de la guerra, los republicanos empezaron a recibir material de la Unión Soviética más tarde, y además, con problemas para trasladarlo a España: cerrada la frontera de Francia durante largos períodos, con la flota insurgente vigilando las costas…

—¿Qué se ha dilucidado históricamente sobre el pretexto de la guerra para los sublevados?

—El argumento del franquismo para justificar el golpe y la posterior guerra civil fue que España estaba a punto de bolchevizarse, de caer en manos de los soviéticos. Que Negrín era un instrumento de los comunistas. Una tesis radicalmente alucinógena a la vista de los documentos. Ejemplos. Stalin no estuvo de acuerdo con que Negrín nombrara a dos comunistas para su gobierno, Jesús Hernández y Vicente Uribe. Comunicó al menos en dos ocasiones al embajador Marcelino Pascua que deseaba para España una República parlamentaria y democrática. España estaba alejada de su área de influencia territorial y no tenían ambiciones territoriales sobre un territorio alejado del imperio soviético. De otra parte, la documentación sobre la independencia de Negrín con respecto a Stalin y a los comunistas españoles es algo que no se puede discutir. Los argumentos contra Negrín proceden del franquismo pero sobre todo de sus rivales en el partido socialista, especialmente Prieto. No podemos olvidar que Negrín fue expulsado del PSOE. Uno de los mayores fracasos de Negrín fue no haber impedido el golpe del coronel Casado el 5 de marzo de 1939, apoyado por el socialista Besteiro y el anarquista Cipriano Mera. Negrín tenía un plan para acabar la guerra, los golpistas republicanos acabaron entregando a Franco el país y a miles de republicanos que no tuvieron tiempo de embarcar camino del exilio.

—¿Por qué fue tan larga la guerra pese a la desigualdad?

—Se ha escrito en numerosas ocasiones que Franco prolongó la guerra más allá de lo razonable por dos razones: tener tiempo para imponerse a los militares (especialmente los monárquicos, que buscaban la restauración) y sobre todo laminar al Ejército republicano, dejarlo inservible de cara al futuro. Pero tal vez tenga importancia en este aspecto la lección de pundonor y osadía del pueblo republicano, que luchó de manera eficaz contra un ejército regular, con mejor armamento y mandos profesionales. De hecho, Ángel Viñas, el gran historiador sobre la guerra civil, sostiene que «la pregunta crítica sobre la guerra civil hoy ya no es por qué la República la perdió, sino cómo y por qué logró resistir durante tanto tiempo». Si se compara con Francia, Países Bajos, Bélgica, Polonia, etcétera, la resistencia de la República está emparentada con la épica.

—Muchos maquis continuaron la guerra tras la guerra.

—Fue ‘el último frente’ contra el franquismo, la oposición más importante de posguerra, reconocido incluso por el hispanista Paul Preston. León además ocupa un puesto especial dentro de esa lucha: en el pueblo de Ferradillo, al lado de Ponferrada, surge la primera organización armada de la posguerra y además es una organización plural, abierta a todos los antifranquistas. La guerrilla fue un episodio extraordinario, sugestivo desde un punto incluso comercial porque sus protagonistas resultan transgresores, incluso legendarios, ajenos a la actitud servil de la mayoría con el régimen, una lucha en la que estaba en juego su propia vida: el acto supremo de servicio a la comunidad cuando lo que se busca es un país mejor, más justo, más libre.

—La generación 15-M cuestiona la transición. ¿Tienen razón?

—La transición tuvo aspectos positivos: ni desde la historiografía ni desde la política se puede negar. Pero no fue ese período idílico (591 muertos, de ellos, 188 por «violencia política de origen institucional») ni tampoco la transición modélica, canónica y única que nos han querido vender, pues el relato todavía vigente de la transición se debe a historiadores, periodistas y políticos que la protagonizaron.

—¿Y la Constitución?

—La Constitución de 1978 está necesitada no sólo de pintura en la fachada sino de cambios estructurales para cumplir con los retos de la España actual. Esta Carta Magna no se puede convertir en un fetiche intocable, una especie de tótem. Un ejemplo: la transición no resolvió el problema central de la organización territorial de Estado, y en estos momentos ese problema se ha agudizado, véase la situación en Cataluña entre independentistas y españolistas. Cada vez parece más evidente que ese período político mitificado no significó el paso a una democracia plena, sino a una democracia de baja calidad, que es la definición más benigna que se puede hacer del actual sistema político español. Desde el punto de la memoria histórica, la transición resultó perniciosa: se confundió reconciliación con olvido, justicia con venganza. La consecuencia: la memoria republicana fue arrojada al basurero de la historia.

—¿Cómo pasará a la historia Podemos?

—Es el suceso político más importante desde el 78. Un tsunami que ha alterado la vida política: la agresividad, incluso el encono, de la mayoría de medios de comunicación y representantes políticos evidencia que estamos ante una organización capaz de socavar el régimen del 78. El ataque generalizado contra ellos demuestra que han herido de muerte el bipartidismo en el que se asentaba el régimen de la postransición. Pero todavía tienen que consolidarse. Dentro de unos años sabremos si Podemos fue una estrella fugaz o la organización política sobre la que reconstruir un tiempo nuevo, un país verdaderamente democrático, una España para el futuro. Pero adivinar no está entre los cometidos del historiador.

—¿La historia de la guerra civil hace justicia a las mujeres?

—La República hizo posible el voto de de las mujeres. La guerra civil y el maquis significaron la irrupción de esas mujeres en la vida política del país. En la guerra, hubo milicianas que combatieron contra los sublevados, al igual (pero en menor número) que en el maquis. No obstante, las leyes no implican el cambio de las mentalidades, y las mujeres republicanas fueron ‘relegadas’ en su mayoría al trabajo en la retaguardia: fábricas, intendencia relacionada con la Sanidad, velar por la economía familiar, actividades educativas con los niños… En el maquis, las mujeres fueron mayoría entre los enlaces. Este proceso de emancipación sería aplastado por el franquismo. De todos modos, la mujer es el sujeto invisible de la historia del pueblo republicano. Todavía hoy.

—El Gobierno en funciones del PP ha condenado el golpe fallido en Turquía. ¿Debería de condenar el del 18 de julio de 1936 que cambió el destino de España?

—No estaría de más, por higiene democrática, que mañana, aniversario oficial del comienzo de la guerra civil, la derecha española reprobara también el golpe militar que acabó con la Segunda República. Aunque sea con 80 años de retraso.

TRAS EL MAQUIS. Nadie ha ‘perseguido’ a tantos maquis como Secundino Serrano (Velilla de la Reina, 1953). Pero no en el monte, donde fueron aniquilados los últimos resistentes de la guerra civil española, sino en los archivos, los pueblos y la memoria de la gente. Acaba de publicar ‘Las heridas de la memoria’ (Eolas) con artículos desde los años 80

http://www.diariodeleon.es/noticias/afondo/la-transicion-confundio-reconciliacion-olvido_1084607.html