‘Me obligaron a fusilar a republicanos
Conoce la increÃble historia de Román MourÃn
«TenÃamos que tirar tres tiros a la espalda y dos a la cabeza. Empezaba la corneta: ti ti ti para que preparáramos. Cuando volvÃa a hacer ti, tirábamos del gatillo. Todos caÃan hacia atrás. Se quedaban allà un poco, sangrando. Luego los cargaban en un camión basculante, no sé dónde los enterraban».
Es la desgarradora declaración a VICE News de Román MourÃn, soldado del bando franquista durante la guerra de 1936 quien con 22 años fue obligado a participar en medio centenar de fusilamientos.
Román nació en una aldea cercana a Sarria (Lugo), donde todavÃa vive, a sus 97 años. Era hijo de una ama de crÃa de los hijos de un ministro del rey Alfonso XIII. El médico del pueblo la seleccionó entre las mejores madres lactantes de la localidad para viajar a Madrid y Román fue criado por su padre gracias a la leche de una burra.
Tras el alzamiento militar, Román se libró por no dar la talla, pero al endurecerse la guerra fue reclutado. En Asturias trabajó picando piedra que después era utilizada como explosivo de aviación y también ejerció de escolta en un campo de aviación donde un millar presos trabajaban forzosamente para reconstruirlo. «Pasábamos hambre todos», explica Román, «pero nosotros podÃamos ir a robar maÃz al campo», recuerda.
«En la guerra trataba de no matar a nadie pero muchas veces tenÃa que hacerlo porque si no te mataban a ti». Semanas después, Román, que entonces tenÃa 20 años, fue movilizado a primera lÃnea de frente donde avanzó con las tropas golpistas y participó en las batallas más duras.
«Los republicanos eran muy buenos combatientes. Creo que si no hubiese sido por los alemanes y los italianos no hubiésemos ganado la guerra. Un dÃa salimos 110 soldados por la mañana y a la hora de la cena quedábamos 23». Román salvó su vida refugiándose entre dos muertos que lo protegieron de las balas.
«Nuestro capitán era un demonio. En Teruel nos mandó enterrar a cuatro soldados, dos de los cuales estaban graves, pero no muertos», prosigue. «Le dio igual. DecÃa que le estorbaban y los camilleros no llegaban para llevárselos. Asà que les echamos algo de tierra por encima. Uno de ellos quedó gritando y pidiendo por favor que no lo dejáramos allû.
Caridad y voluntariado para desenterrar a las vÃctimas del genocidio franquista. Leer más aquÃ.
Durante todo su relato, MourÃn acusa a la Iglesia católica de ser una de las aliadas de Franco que, junto a la gran burguesÃa, compró a los militares a golpe de talonario. «Cuando nos encontrábamos alejados del frente, el cura celebraba misa. Predicaba que debÃamos matar a todos los republicanos porque eran personas que querÃan acabar con la religión y con la Iglesia. Y entre nosotros habÃa de todo, muchos no estábamos de acuerdo pero nos resignábamos y muchos estaban de acuerdo con lo que el cura predicaba».
Según Alejandro RodrÃguez, historiador de la Universidad de de Santiago de Compostela e investigador de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), la Iglesia ejerció un papel fundamental en la ejecución de miles de asesinatos. «Si bien también a veces se dio el caso contrario, son numerosos los casos de curas que ordenaron qué personas debÃan ser asesinadas en sus pueblos, emitiendo informes a los tribunales militares», detalla a VICE News.
‘Los fusilamientos eran ordenados por personas del clero y el ayuntamiento y se ejecutaban al amanecer’.
En verano de 1938, el capitán de Román quiso destinarlo al cruce del Ebro. Entonces, Román desertó. Pero no volvió a casa, sino que permaneció oculto entre las diferentes quintas movilizadas en León y Oviedo. Antes de la ofensiva final, en la primavera de 1939, Román decidió entregarse a su compañÃa. Su capitán no pudo acusarle de nada, pero lo castigó destinándolo a la primera lÃnea de frente en la toma de Ciudad Real.
Los sublevados entraron a la ciudad sin apenas resistencia. «Nos pusieron a detener a todo el mundo, a la gente que huÃa por las carreteras», sostiene Román. «Las cárceles se desbordaron de prisioneros, asà que nos mandaron rodear el campo de fútbol con una alambrada, que también llenamos de republicanos».
«Esa gente no tenÃa nada. Por un trozo de pan nos daban el anillo, la pulsera, todo cuanto tuviesen. Las mujeres empezaron a prostituirse con los soldados. Se levantaban la falda y te decÃan: ‘Mira que buena la tengo… A ver si puede darme algo, tengo marido e hijos y se mueren de hambre…’Aquello era horrible. Yo muchas veces lloré.»
«Román MourÃn formó parte durante más de año y medio del cuerpo de guardia de la cárcel de Ciudad Real y participó en varias ocasiones como piquete de ejecución», explica a VICE News José Antonio Millán, abogado y presidente de la Asociación Memoria de Ciudad Real.
Según Román, los fusilamientos comenzaron por la necesidad de reducir la cantidad de prisioneros y de eliminar inmediatamente a todo aquel implicado en la defensa de la Segunda República. Eran ordenados «por personas del clero y el ayuntamiento» y se ejecutaban al amanecer. «Nos despertaban a las seis de la mañana. DebÃamos ir cinco soldados por cada preso».
Setenta y seis años después, el anciano todavÃa recuerda lo que le gritaban los que estaban a punto de morir:»‘Tirad bien, soldaditos, tirad bien, no nos dejéis sufriendo…’, ‘Soy padre de familia y me matan sin tener porqué’, ‘Matáis a los pobres para que los ricos vivan bien'».
El historiador Alejandro RodrÃguez sostiene que, aún hoy, es muy difÃcil cuantificar el alcance de la represión franquista. Asegura que los datos más fiables provienen de especialistas y colectivos que han realizado investigaciones por iniciativa propia, pero que todavÃa hay miles de ciudadanos enterrados en lugares sin identificar.
«El dato más contrastado es la recopilación de investigaciones llevada a cabo por el juez Garzón en la que cuantificó, en base a denuncias de colectivos y familiares, una cifra de 114.226 personas desaparecidas en todo el Estado».
«En la provincia de Ciudad Real el alcance de la represión es inexacto, pero calculamos que puede llegar a 10.000 desaparecidos», precisa José Antonio Millán.
El macabro relato de Román prosigue: «Una vez disparamos a catorce, pero uno quedó vivo, de pie. Empezó a gritarnos: ‘¡Matadme! ¡TodavÃa no me matasteis! ¡Si Dios existiera, matarÃa a quien manda matar!’ Tras disparar de nuevo, fueron advertidos: ‘El que se haya negado a disparar será fusilado con el que quedó'».
Asegura que antes del fusilamiento, un cura acudÃa a confesar a los condenados. «Existe un cielo y hay que arrepentirse», les decÃa el sacerdote.
«Una vez uno le dijo que sÃ, que se querÃa confesar. Pero cuando el cura se acercó, se tiró encima de él y empezó a pegarle una paliza… Le decÃamos que lo dejara, hacÃamos como que le apartábamos, pero en el fondo le permitimos pegarle un rato. Le metió los dedos en los ojos y al final se lo llevaron en camilla. A partir de entonces no se confesó a nadie más».
Como guardia de la cárcel, el joven soldado grabó en su mente la escena del último adiós de la familia del alcalde de Ciudad Real, Calixto Pintor, poco antes de su fusilamiento: el llanto de toda la familia, el desmayo de su mujer y el grito con promesas de venganza de uno de sus hijos al despedirse.
«Ese hijo murió joven, la mayorÃa murieron jóvenes», explica José Antonio Millán. «Calixto Pintor, que fue alcalde socialista de la ciudad entre 1937 y 1939, tuvo dos consejos de guerra. Del primero se libró gracias a los avales de personas influyentes, pero fue nuevamente denunciado y fusilado, el 24 de julio de 1940. Actualmente sólo vive una hija del alcalde, en una residencia de ancianos. Todas fueron educadas en familias franquistas».
Román recuerda las torturas que cada dÃa se cometÃan allÃ: «En el patio central habÃa una soga donde ahorcaban a un prisionero hasta la asfixia. Luego lo soltaban y le dejaban respirar un poco. Asà todo el dÃa hasta que terminaban matándolo».
Esta es la primera vez que Román cuenta su historia a un medio de comunicación, y no porque no haya querido hacerlo antes. «A veces he contado mi historia, pero a la gente no le interesa», recuerda. «Yo creo que hay quien no se cree que estas cosas sucedieron. Con la República empezábamos a despertar, pero tras la guerra aquella gente que nos abrÃa los ojos desapareció. Lo peor de todo serÃa que esto volviera a pasar».
«Su historia es la misma de la de muchos otros, muchos más de los que pensamos», sostiene Millán, «hombres de izquierdas atrapados por el franquismo y obligados a asesinar a otras personas».
«La Transición fue primordial en el olvido de las vÃctimas», explica Alejandro RodrÃguez. «Un olvido cimentado en la Ley de AmnistÃa y administraciones que nunca han amparado los esfuerzos de una gran parte de la sociedad con una clara voluntad de conocer el pasado, de hacer justicia y educar en cómo se implantó la dictadura».
El testimonio de Román es uno de los pocos testimonios de los verdugos del bando nacional registrados hoy en dÃa. Cuenta su historia de una manera natural, con la distancia necesaria que le ha permitido seguir viviendo. A lo largo de ella recuerda el hambre que pasó y que fue criado con la leche de una burra. «Por eso no fui listo en la vida», sentencia con humor.
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«El dato más contrastado es la recopilación de investigaciones llevada a cabo por el juez Garzón en la que cuantificó, en base a denuncias de colectivos y familiares, una cifra de 114.226 personas desaparecidas en todo el Estado».
«En la provincia de Ciudad Real el alcance de la represión es inexacto, pero calculamos que puede llegar a 10.000 desaparecidos», precisa José Antonio Millán.
El macabro relato de Román prosigue: «Una vez disparamos a catorce, pero uno quedó vivo, de pie. Empezó a gritarnos: ‘¡Matadme! ¡TodavÃa no me matasteis! ¡Si Dios existiera, matarÃa a quien manda matar!’ Tras disparar de nuevo, fueron advertidos: ‘El que se haya negado a disparar será fusilado con el que quedó'».
Asegura que antes del fusilamiento, un cura acudÃa a confesar a los condenados. «Existe un cielo y hay que arrepentirse», les decÃa el sacerdote.
«Una vez uno le dijo que sÃ, que se querÃa confesar. Pero cuando el cura se acercó, se tiró encima de él y empezó a pegarle una paliza… Le decÃamos que lo dejara, hacÃamos como que le apartábamos, pero en el fondo le permitimos pegarle un rato. Le metió los dedos en los ojos y al final se lo llevaron en camilla. A partir de entonces no se confesó a nadie más».
Como guardia de la cárcel, el joven soldado grabó en su mente la escena del último adiós de la familia del alcalde de Ciudad Real, Calixto Pintor, poco antes de su fusilamiento: el llanto de toda la familia, el desmayo de su mujer y el grito con promesas de venganza de uno de sus hijos al despedirse.
«Ese hijo murió joven, la mayorÃa murieron jóvenes», explica José Antonio Millán. «Calixto Pintor, que fue alcalde socialista de la ciudad entre 1937 y 1939, tuvo dos consejos de guerra. Del primero se libró gracias a los avales de personas influyentes, pero fue nuevamente denunciado y fusilado, el 24 de julio de 1940. Actualmente sólo vive una hija del alcalde, en una residencia de ancianos. Todas fueron educadas en familias franquistas».
Román recuerda las torturas que cada dÃa se cometÃan allÃ: «En el patio central habÃa una soga donde ahorcaban a un prisionero hasta la asfixia. Luego lo soltaban y le dejaban respirar un poco. Asà todo el dÃa hasta que terminaban matándolo».
Esta es la primera vez que Román cuenta su historia a un medio de comunicación, y no porque no haya querido hacerlo antes. «A veces he contado mi historia, pero a la gente no le interesa», recuerda. «Yo creo que hay quien no se cree que estas cosas sucedieron. Con la República empezábamos a despertar, pero tras la guerra aquella gente que nos abrÃa los ojos desapareció. Lo peor de todo serÃa que esto volviera a pasar».
«Su historia es la misma de la de muchos otros, muchos más de los que pensamos», sostiene Millán, «hombres de izquierdas atrapados por el franquismo y obligados a asesinar a otras personas».
«La Transición fue primordial en el olvido de las vÃctimas», explica Alejandro RodrÃguez. «Un olvido cimentado en la Ley de AmnistÃa y administraciones que nunca han amparado los esfuerzos de una gran parte de la sociedad con una clara voluntad de conocer el pasado, de hacer justicia y educar en cómo se implantó la dictadura».
El testimonio de Román es uno de los pocos testimonios de los verdugos del bando nacional registrados hoy en dÃa. Cuenta su historia de una manera natural, con la distancia necesaria que le ha permitido seguir viviendo. A lo largo de ella recuerda el hambre que pasó y que fue criado con la leche de una burra. «Por eso no fui listo en la vida», sentencia con humor.
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