Luis, esclavo del franquismo: «Lo que vemos en la televisión que pasa en Siria ocurrió antes aquû
Luis Ortiz sufrió hambre y malos tratos en diversos campos de concentración franquistas
Carlos Hernández
Luis Ortiz sufrió hambre y malos tratos en diversos campos de concentración franquistas y fue trabajador esclavo en uno de los batallones disciplinarios que construÃan carreteras en Navarra y Guipúzcoa
A punto de cumplir 100 años, todavÃa sueña con el bombardeo de Guernica: «El recuerdo es horroroso, habÃa niños gritando, padres ensangrentados quitando escombros para buscar a sus hijos…»
Tras cuatro décadas de silencio obligado, Luis lleva varios años sin parar de hablar: «Yo tenÃa una espina clavada que me estoy quitando»
Franco fue «un gran asesino», el PP está dirigido «por los hijos y nietos de los dirigentes de la dictadura», Felipe González se ha convertido «en un vividor», Albert Rivera «es neofranquista» y Pablo Iglesias «un poco trepa». Con 100 años de vivencias –los cumplirá este jueves–, una guerra y cuatro años de sufrimiento en cárceles y campos de concentración franquistas a sus espaldas, Luis Ortiz ya no se muerde la lengua. Nos ha citado en su ‘despacho’: una céntrica cafeterÃa de Bilbao en la que suele reunirse con familiares, amigos y, cada vez más, con periodistas e historiadores que desean profundizar en su intensa y larga vida.
Quince minutos antes de la hora fijada, él ya espera sonriente, sentado en una silla frente a la barra: «Siempre llego antes de tiempo; como vengo en autobús no me arriesgo a llegar tarde». De Luis sorprenden muchas cosas: su enorme vitalidad, su envidiable estado fÃsico y, sobre todo, su privilegiada memoria: «Ésta no me funciona nada mal», dice satisfecho mientras señala con el dedo su cabeza coronada con su inseparable txapela. «Me acuerdo de casi todo y ya verás como no llevo papeles, ni notas, ni nada».
Y asà es, Luis va desgranando su vida con mimo, hablando del Bilbao que le vio nacer un 13 de octubre de 1916 y que cambió radicalmente 20 años después, cuando hasta él llegaron las primeras noticias de la sublevación franquista: «Mi padre era de Izquierda Republicana, y yo me alisté voluntario en el batallón Capitán Casero, formado por militantes de ese partido». La serenidad con que detalla su paso por diversos frentes en Vizcaya se quiebra al recordar un lugar: Guernica. «Estábamos muy cerca cuando se produjo el bombardeo. Cuando llegamos a la ciudad tuvimos que recoger muchos muertos y heridos. TodavÃa sueño con lo que vi allÃ, el recuerdo es horroroso. Ver a los niños gritando, a padres ensangrentados quitando escombros para buscar a sus hijos… Lo que ahora vemos en la televisión que pasa en Siria, en Alepo… ya ocurrió antes aquû.
Tras ser herido por la explosión de una bomba en el puerto del Escudo, escapó de Santander en uno de los últimos barcos que logró zarpar antes de la llegada de las tropas fascistas: «Desembarcamos en Francia y de allà regresamos a Cataluña para continuar la lucha». En los últimos meses de la guerra Luis alcanzó el grado de teniente y se encargó de dinamitar puentes y carreteras para retrasar el ya imparable avance de las fuerzas rebeldes.
En febrero de 1939 cruzó la frontera y dio con sus huesos en los campos de concentración franceses de Argelès-sur-Mer, Septfonds y Gurs. Su suerte pareció cambiar cuando fue acogido por un matrimonio formado por una donostiarra exiliada y un francés: «Adela era profesora y él ingeniero. El problema es que el Ejército francés le movilizó a él y a sus dos hijos. Yo no me podÃa quedar allÃ, solo, con 22 años, con una buena mujer que además era guapa; sabÃa que la criticarÃan mucho si eso ocurrÃa. Asà que escribà a mi familia en Bilbao y mi padre, tras indagar un poco, me contestó diciendo que los franquistas no tenÃan nada contra mà y que podÃa volver. Pensé que no ocurrirÃa nada y regresé. Me equivoqué».
Luis confiesa que fue tan confiado e ingenuo como para llevar en la maleta los documentos que habÃa guardado durante la guerra: «Llevaba mis carnés, los planos de los puentes que habÃa volado… todo. Al llegar a la frontera de Hendaya, el puente estaba lleno de guardias civiles y de falangistas; me detuvieron en el acto y me quitaron la maleta. La suerte es que uno de ellos se encaprichó de ella y se la quedó. Debió de tirar todos mis papeles sin mirarlos y eso fue lo que me salvó la vida».
Campo de concentración
A pesar de ese golpe de suerte, Luis comenzó un viaje al corazón del aparato represor y exterminador del franquismo: «Estuve primero en un campo de concentración que habÃan establecido en la antigua fábrica de chocolates Elgorriaga en Irún y después me mandaron a la universidad de Deusto, ¡pero no para estudiar! –Luis sonrÃe con esta broma que suele repetir a sus interlocutores–. Era otro campo de concentración aún más duro. DormÃamos en el suelo, estaba todo sucio, repleto de ratas y nos obligaban a cantar el Cara al sol. Como yo sabÃa escribir a máquina me cogieron para que trascribiera los interrogatorios… asà fui testigo de innumerables palizas a los presos».
En julio de 1940 le trasladaron al campo de concentración de Miranda de Ebro: «El trato era inhumano y la gente desaparecÃa; se llevaban a uno y ya no le veÃamos más. Yo pensaba siempre en mi maleta, en que si aparecÃan los papeles vendrÃan a por mà y yo también desaparecerÃa». Unos meses después, Luis fue incorporado a un Batallón Disciplinario de Soldados Trabajadores: «Éramos esclavos. Mano de obra gratuita para las grandes empresas. Trabajamos construyendo carreteras y otras infraestructuras en RenterÃa, en Jaizkibel… en varios sitios. Lo peor fue en Vidángoz, en el valle del Roncal; yo era un afortunado porque trabajaba en la oficina, pero los demás presos pasaban un hambre atroz. Nunca se me olvidará el dÃa en que un compañero se peleó con un perro por un hueso que tenÃa restos de carne… Aún sigo viendo esa lucha que acabó con el hombre en el hospital. HabÃa muy poca comida y, encima, el oficial se quedaba con parte del dinero destinado a la manutención de los prisioneros para gastarlo en bebida, mujeres…».
Luis recuperó la libertad en 1944; una libertad a medias porque seguÃa siendo considerado desafecto al Régimen: «TenÃa que presentarme en el cuartel y no podÃa trabajar. Al final tuve que pagarle 5.000 pesetas a un funcionario para que eliminara mi ficha. 5.000 pesetas de aquella época, ¡lo que me costó devolverlas!as permanecer 4 décadas de silencio obligado, Luis lleva varios años sin parar de hablar: «Yo tenÃa una espina clavada que me estoy quitando. Hay que contarlo todo y yo me siento orgulloso de decir que fui un esclavo del franquismo. El Gobierno vasco está haciendo un gran trabajo en materia de Memoria Histórica, no como el Gobierno central que ni cuando estaba dirigido por los socialistas ha hecho lo que debÃa».
Luis, aunque no es militante, siempre ha estado vinculado al PSOE y, por ello, no puede evitar hablar de la crÃtica situación que vive el partido: «Mi hermano siempre fue socialista y a mà me quieren mucho; hace años incluso me metieron en la lista para las elecciones municipales. Yo ahora estoy asustado, no pensaba que Ãbamos a llegar donde hemos llegado. Es un error dejar gobernar a Rajoy; a esta gente que ha destrozado todo, que ha acabado con lo que tanto nos costó conseguir… no se le puede ayudar en nada. El PSOE tiene mucha historia y espero que lo arreglen pero nos va a costar dos o tres años salir de esto».
En más de dos horas de entrevista, Luis no ha querido tomar ni siquiera un sorbo de agua. Al acabar conserva la misma energÃa: «Voy a celebrar mi cumpleaños con la familia pero también me harán un homenaje en el Banco de Alimentos en el que soy voluntario desde hace 21 años. Y después, a seguir adelante. Cuando me acuesto por la noche me siento el hombre más feliz del mundo. No voy a parar, yo quiero morir con las botas puestas
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