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Acto sobre Memoria Histórica en Tetuán (Madrid). Viernes 3 de marzo

Foro por la Memoria de la Comunidad de Madrid, | 5 marzo 2017

Intervención de Maite Gutiérrez, del Foro por la Memoria Comunidad de Madrid

El Acto se celebró el viernes 3 de marzo, en el CSO La Enredadera

 

 
LA CÁRCEL de MUJERES de VENTAS, un ESPACIO DE COMPROMISO Y RESISTENCIA.
El golpe de 18 julio 1936 y el nuevo Estado franquista cortaron de un tajo las conquistas democráticas que reconocía la Constitución 1931: derechos de igualdad y ciudadanía, acceso al mundo laboral, matrimonio civil y divorcio, aborto, derecho de asociación y educación laica. Y el voto femenino: el 19 de noviembre de 1933, las españolas votaban por primera vez. Para los militares golpistas de 1936 y quienes les ayudaron, la conquista de estos derechos era veneno para el pueblo, el símbolo de la corrupción moral. La República, la anti-España, era el mal, la degeneración de valores espirituales de tradición medieval como la raza y la hispanidad.
España necesitaba una Cruzada con el Caudillo como jefe salvador en defensa de la fe católica, la patria y la civilización. Si el elemento central de la cosmovisión franquista era la idea del mal identificado con la República, quedaba justificada la actitud hacia el enemigo republicano, acusado de rebelión militar, detenido, apresado y fusilado. El comandante y psiquiatra Antonio Vallejo Nájera fue el encargado por Franco en 1938 de investigar las raíces biopsíquicas del marxismo. Su base empírica fueron las presas de Málaga y las brigadistas.

De su trabajo Vallejo Nájera extrajo conclusiones: los disidentes eran seres inferiores -para aniquilar a alguien primero hay que negar su condición humana- por tanto la violencia ejercida contra ellos y ellas era un acto de bondad y patriotismo. Construyó todo un perverso esperpento teórico para deshumanizar al adversario político.

Había que ejecutarlos o actuar para transformarlos y después de sufrir escarmiento, expiación de sus culpas y arrepentimiento “la justicia de Franco” pudieran vivir sin conflicto en el nuevo Estado. Porque estos tarados eran portadores de un gen malvado que los hacía peligrosos y antisociales, por ello fueron sometidos a un plan doble de adoctrinamiento y segregación de la población infantil en centros adecuados o en familias adeptas al régimen.
A esta misión salvadora se entregaron vocacionalmente instituciones como la Iglesia, la Sección Femenina de FET y de las JONS y el Auxilio Social, quienes llevaron a cabo un trabajo a través de las mujeres para devolver los valores de la España tradicionalista y católica alejada ya definitivamente del ateísmo republicano y frentepopulista.

Franco quería mujeres abnegadas y sumisas. En la España patriarcal nacionalcatólica de la Dictadura las mujeres no tenían derechos. El orden jurídico regulaba la subordinación con leyes, normativas y modelos educativos asentados en la discriminación. Su destino era la maternidad y cualquier arquetipo diferente al sometimiento al varón y a la patria quedaba absolutamente deslegitimado.
Frente a este modelo arcaizante y rancio tan amado por el Caudillo, las antifranquistas/rojas, eran individuas descarriadas, libertinas y prostitutas -una confusión entre lo moral y lo político que caracteriza la represión hacia las mujeres- representaron el modelo opuesto que había que extirpar con una represión de doble perfil político y de género: transgredir el arquetipo femenino franquista y por su compromiso antifascista.
Vallejo Nájera a partir de las “investigaciones” llevadas a cabo por en la cárcel de mujeres de Málaga sacó nuevas conclusiones: las disidentes políticas eran propensas al crimen, más crueles que los hombres, resentidas, fracasadas, perversas moral y sexualmente, (acusadas de prácticas de necrofilia). Se las contabilizó como delincuentes con las presas comunes (la causa política solo constaba en sus expedientes). Ellas reivindicaron siempre la naturaleza política de su encarcelamiento.

La prisión de Ventas (1933, capacidad 500 presas) fue un proyecto impulsado por las reformas penitenciarias de Victoria Kent, primera directora general de prisiones de España. Puso en marcha un modelo de cárcel moderna y humanitaria.

La guerra y la posguerra impactaron profundamente en términos de encarcelamiento masivo y extensión de la pena de muerte. La primera medida del nuevo Régimen fue restablecer el reglamento penitenciario de 1930, depurar a los funcionarios del cuerpo de prisiones de la República y se proceder a nuevos nombramientos de afectos al Movimiento.
Con el fin de la guerra el programa represivo continuó. El 5 de agosto de 1939 hubo una ejecución en Madrid de 56 personas, entre ellas Las Trece Rosas. Entre 1939-43 solo en Madrid fueron ejecutadas 84 mujeres, la mayoría presas de la cárcel de Ventas.

En la cárcel era tal el grado de hacinamiento -el régimen lo llamó “problema penitenciario”- que hubo que habilitar un antiguo asilo y otra prisión para madres, la Prisión Maternal de San Isidro. Como resultado de la falta de espacio, las pésimas condiciones higiénico sanitarias y de la mala alimentación, había otra mortandad invisible a causa de enfermedades contagiosas como la tuberculosis y el tifus. Para descongestionar, en los años posteriores se llevaron a cabo indultos, concesión de libertad condicional y revisiones de pena. Había familias enteras, madres con hijas, varias hermanas, incluso tres generaciones de una misma familia (Trinidad Gallego, apresada junto a su madre y su abuela) pues las detenciones formaban parte de la represión familiar; falangistas y policías detenían a las mujeres cuando no encontraban a los varones que habían ido a buscar. Denunciadas por política, identificadas como desafectas y acusadas de rebelión militar o por haber desempeñado cualquier tarea en la retaguardia: maestras, enfermeras, cocineras o limpiadoras de cuarteles y comisarías, modistas como Petra Cuevas que confeccionaba los uniformes del ejército republicano, incluso se las denunciaba por insultos a la aviación que las bombardeaba.
El proyecto del nuevo Estado era redimirlas y doblegarlas. Vallejo Nájera impartía los cursos de formación a funcionarias y religiosas, encargadas de la misión redentora a través de la religión y el control de las reclusas con un programa dirigido al despojo de su identidad y la destrucción de su dignidad personal donde no faltaba el chantaje para su conversión y bautizo (Matilde Landa se suicidó ante la presión insoportable), la incertidumbre emocional sobre su destino en prisión, la incomunicación -destrucción de cartas y prohibición de recibir visitas/alimento de familiares- la intimidación, la humillación, además del hambre y la confiscación de toda pertenencia.

El encarcelamiento femenino contiene rasgos que lo hacen singular:

1- La prisión como metáfora del hogar cerrado -en contraste con las cárceles para hombres en donde se podían realizar trabajos al aire libre- donde las mujeres hacían labores propias de su sexo y eran reeducadas a través de la oración y el trabajo.
2- Los castigos tenían una clara marca de género. Se les castigaba con el uso de violencia física, simbólica y moral: torturas, violación, abusos, maltrato, humillación pública, el rapado del cabello, la ingesta de aceite de ricino y la exposición de sus cuerpos desnudos en la plaza pública. La violencia hacia el cuerpo femenino fue clave en la deshumanización de las mujeres antifascistas y una manera de destrozar los ideales republicanos igualitarios.
3- Y el castigo a través de sus hijos. La presencia de niños en las cárceles fue un sufrimiento añadido, una sobrecarga emocional; podían entrar embarazadas o con sus hijos pero solo podían permanecer, si lograban sobrevivir, hasta los tres años. Se las separaba de sus hijos para evitar la influencia moral. Pasados los tres años tenían que abandonar forzosamente la cárcel y ser recogidos la mayoría por una institución del Estado o un centro religioso. Y desde ahí se los entregaba a familias franquistas. El robo de bebés alcanzó también a los hijos recién nacidos o ya criados de madres ejecutadas.

Las presas políticas de Ventas (y de Segovia, Saturrarán, Amorebieta, Les Corts, Málaga…) hicieron de la cárcel un espacio de compromiso y militancia. Allí convivían mujeres que carecían de formación con otras que se habían formado cultural y políticamente durante la República, consideradas las más peligrosas porque continuaron su actividad política después de la guerra. Eran las irredentas y recibieron los castigos más duros y las sentencias más largas.

Se organizaron. Se las arreglaron para ocupar puestos clave como las oficinas, las comunicaciones y los paquetes. Desde allí controlaban el cambio de destinos, la demora de un expediente, el camuflaje de una sanción o una carta comprometedora, la organización de fugas.

Entendieron que la formación cultural y política eran claves para sobrevivir física y moralmente. Convirtieron la prisión en escuela. Festejaban clandestinamente el 1 de mayo y el 14 de abril y saboteaban festejos de carácter oficial –como desentonar en el coro de la cárcel- o los resignificaban en actos de rebeldía como gestos de denuncia.

Mujeres como Concha Carretero, en prisión como todos sus hermanos. Recibió una paliza la noche que fusilaron a las Trece rosas de quienes fue compañera de celda.
Julia Manzanal, detenida por ser comisaria de las primeras milicias organizadas en Madrid en 1936. Ingresó en Ventas con su hijita recién nacida que falleció a los pocos días.
Trinidad Gallego, titulada universitaria, enfermera y comadrona. Puso en marcha una enfermería de niños y desde allí, ella y sus compañeras inventaron toda clase de trucos para mejorar las condiciones de higiénico- sanitarias y hacer frente al altísimo grado de mortalidad y sufrimiento infantil.
Matilde Landa, con la colaboración de Carmen Castro, María Sánchez Arbós y Antonia García, organizó un gabinete de asistencia jurídica a las presas y consiguió evitar el fusilamiento de muchas compañeras. Petra Cuevas. Interrogada ante Arias Navarro. Los funcionarios de policía colocaron cables pelados en sus muñecas pero no obtuvieron la información requerida. Ingresó embarazada y tuvo a su hija, que murió seis meses después, en la cárcel de San Isidro. Rosario Sánchez Mora, la Dinamitera que aprendía costura cuando jóvenes milicianos, el 20 de julio 1936 entraron en el taller buscando voluntarios para ir al frente. Preguntó “¿Las chicas también podemos? Pues apúntame”
Juana Doña, Tomasa Cuevas, María Salvo… y muchas más.

Mujeres que se la jugaron y, sin negar los conflictos a causa de las distintas sensibilidades y diferentes opciones políticas, fueron configurando toda una cultura esencialmente femenina, muy politizada. Que construyeron una trama de complicidades para manejar a su favor la arbitrariedad de los programas de redención de penas, para subvertir cuanto pudieron el discurso oficial del régimen carcelario y hacer de Ventas un modelo de prisión militante antifascista.
Acudieron al relato oral de sus vivencias el hilo rojo de la memoria conjurando el silencio de la Dictadura y equilibrando el sesgo masculino de la historia de las cárceles en España.

Hoy las hemos traído aquí para hacerles el homenaje que merecen.
Maite Gutiérrez. Foro por la Memoria Comunidad de Madrid

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

ARMENGOU, Montserrat: “Los niños robados del franquismo” y HERNÁNDEZ HOLGADO, Fernando: “Cárceles de mujeres durante el primer franquismo (1939-1945) en Verdad Justicia y Reparación Actas del I Congreso de Víctimas del Franquismo, 20-22 abril 2012 Rivas Vaciamadrid. Ed. Atrapasueños.

NASH, Mary: “Vencidas, represaliadas y resistentes: las mujeres bajo el orden patriarcal franquista” (pp. 191-227) en 40 años con Franco CASANOVA, Julián: Ed. Crítica Barcelona, 2015

EIROA, Matilde y EGIDO, Ángeles: “Los confusos caminos del perdón: de la pena de muerte a la conmutación” en Franco: la represión como sistema ARÓSTEGUI, Julio (coord.) Ediciones Flor del Viento, Barcelona, 2012

VINYES, Ricard: Irredentas. Las presas políticas y sus hijos en las cárceles franquistas Madrid, Planeta, 2010