Ausencia, vida, muerte
Un centenar de personas participa en el paseo homenaje a las mujeres que sufrieron la represión franquista
Se recordó con nombres y apellidos a las asesinadas, a las presas, a las humilladas…
A.S.R.  21/05/2017
«A ellas, las que fueron señaladas, violadas, rapadas, humilladas, asesinadas, encarceladas, desterradas, saqueadas, torturadas.
A ellas con sus tres heridas: la de la ausencia, la de la vida, la de la muerte.
A ellas, las que alimentaron las bocas del hambre, las que trabajaron por mÃseros jornales para los asesinos de sus seres queridos, las que iban al extraperlo para subsistir, las que cargaban en sus cabezas con los niños y las penas, las que visitaban y salvaban a los presos de la soledad y la desesperanza y a las palabras, de las rejas.
A ellas, las que sacaban las flores a los montes, a la cunetas, a las tapias de los cementerios, a las simas, a las veredas, a los sembrados, a los páramos… y llenaban de primavera la tristeza de las fosas que se extienden por toda la geografÃa de este jodido, podrido y oscuro lugar sembrado de las ausencias de las nuestras, de los nuestros.
A ellas, las que escondÃan a los topos y a los guerrilleros, las que transportaban informaciones y comida entre las faldas y las cestas, las que curaban heridas, las que se plantaban delante de las camionetas y las puertas como barreras, las que se la jugaban en el llano, las que lucharon contra la ignorancia, las que gritaron entre rejas, las que sobrevivieron a las torturas, las que empuñaron las armas.
A ellas, las mujeres que han preservado la dignidad y la memoria entre susurros, este humilde homenaje. Porque no perdonaremos vuestra ausencia, porque no olvidaremos. Gracias compañeras».
Ellas son las mujeres represaliadas por el franquismo en la provincia de Burgos y sus pasos guiaron ayer los de un centenar de personas que trazaron un recorrido contra el olvido y recuperan un puñado de retratos personales de lucha, supervivencia, sufrimiento, humillación, soledad… o muerte.
Desde el Teatro Principal hasta el Clunia, donde se encontraba la prisión provincial, pasando por la orilla del Arlanzón, El Espolón, la Plaza Mayor, las calles Avellanos o Fernán González, se dibujaron las historias de estas mujeres con nombre y apellidos. Lugares de cuyo paso deja constancia el contundente texto entrecomillado.
Se asomaron las llamadas madrinas de presos, que acudieron un dÃa tras otro a la cárcel, a dar aliento a unos hombres con los que no tenÃan vÃnculo familiar. Ahà estuvieron Florentina Villanueva, la mujer a la que Marcos Ana bautizó como ‘la novia del rÃo’, que recorrÃa talleres de modistas en busca de retales que sirvieran a los reclusos para hacer payasos de juguete o cuartillas de papel en los que Luis Alberto Quesada escribÃa cuentos infantiles que luego regalaba a los hijos de esas visitantes que eran rayos de luz para ellos. También Venancia López Nancy que convirtió a ese hermano al que vio un dÃa tras otro entre rejas en su compañero de vida.
Pasearon mujeres que murieron por ser esposas, hermanas, hijas de. Como Domitila Fernández, a la que asesinaron embarazada, a ella y a su hijo mayor, tras la huida al monte de su marido. Como Generosa Fernández, que cuando vio lo que le iba a suceder pidió que entregaran un mantón que llevaba a sus hijos para que se arroparan cuando tuvieran frÃo. La prenda jamás llegó a sus destinatarios.
Se recordó a las mujeres cuyo crimen fue «traspasar el umbral de sus casas y salir a la calle para ser protagonistas de su destino» y a las maestras que «limpiaron las aulas de liendres y también de miedos y supersticiones religiosas». Como Concepción Sainz-Amor. Como Raquel González MarÃn. Como Teresa EcheverrÃa.
Voces femeninas entonaron los relatos en este paseo enmarcado en las Segundas Jornadas Tras los pasos de la memoria, organizadas por la Coordinadora por la Recuperación de la Memoria Histórica, Espacio Tangente y la Asociación Denuncia. Otras biografÃas sonaron en boca de familiares.
Sereno pero revelador fue el testimonio de Susana, que recordó la vida de sufrimiento que acarreó su abuela, llegada desde tierras manchegas detrás de su abuelo, recluido en Valdenoceda; emotivo el de la hija de Jesusa, una mujer que perdió a sus hijos Evaristo y José MarÃa y en los últimos años de su vida, con noventa y tantos y aquejada de demencia, aún acudÃa donde estuvo la Casa del Pueblo a preguntar por ellos; y desgarrador el de los familiares de El ZapaterÃn, que concluyeron su intervención con un enrabietado y enérgico «¡Somos hijos y nietos de los buenos!».
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