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Los sobornos de Churchill

Joaquín Armada. Historia y Vida, 17/10/2017 | 18 octubre 2017

¿Cómo logró Churchill que España no entrase en la II Guerra Mundial? Pagando a los generales de Franco
 

Entre 1940 y 1941 Londres gastó 14 millones de dólares

Como los granos de arena de la playa escapan del puño mejor cerrado, 338.226 soldados británicos, franceses y belgas han burlado el cerco de acero de los Panzer del Grupo de Ejércitos A, de Gerd von Rundstedt. Los últimos 26.175, el 4 de junio de 1940, cuando los agotados defensores aliados de Dunkerque se rinden.

Esa tarde, en la Cámara de los Comunes, el primer ministro británico Winston Churchill convierte la derrota en victoria: «Combatiremos en las playas, combatiremos en los campos de aterrizaje, combatiremos en los campos y en las calles, combatiremos en las colinas, jamás nos rendiremos».

Churchill apela a la épica porque sabe que Gran Bretaña ha rescatado un ejército sin armas. La larga playa belga es un cementerio de cañones, tanques y vehículos.

Esa misma noche, a las 22.15, el flamante embajador británico en Madrid, sir Samuel Hoare, envía un mensaje cifrado –de la máxima urgencia, secreto y «personal»– a lord Halifax, ministro de Asuntos Exteriores británico. «Hay indicios de que está cobrando impulso la idea de abandonar la neutralidad, y tengo la impresión de que ha llegado el momento de actuar de forma inmediata para verificarlo».

Hoare cree que la entrada de España en la Segunda Guerra Mundial es inminente, pero tiene un plan para detenerla. Necesita 500.000 libras para sobornar a los generales de Franco, los hombres que deberían conducir al paupérrimo ejército español a la guerra europea y, sobre todo, que podrían tomar Gibraltar.

Churchill oculta que piensa defender Gran Bretaña y su imperio a golpe de libras. Es su arma secreta, y está muy lejos de la épica que pide públicamente a los británicos.

La caballería de San Jorge

Sir Samuel Hoare ha llegado a Madrid unos días antes de este telegrama urgente y confidencial. Tiene 60 años y, como destaca ABC en su edición del 25 de mayo, dirigió el servicio secreto británico en Rusia durante la Primera Guerra Mundial.

El veterano Hoare, simpatizante desde el principio de los generales sublevados contra la República, llega a España con una única misión: impedir que Franco se una a Hitler. Los británicos temen un ataque coordinado de alemanes y españoles.

La misión de Samuel Hoare al llegar a España era clara: impedir que Franco se una a Hitler.

En la calle, falangistas y universitarios lo reclaman a gritos. «¡Abajo Inglaterra!», gritan el 1 de junio ante la embajada británica. Si la Roca se pierde y se instalan baterías en la costa africana, el Estrecho quedará cerrado y la flota británica deberá circunnavegar África para acceder a Egipto y, en especial, a la India.

El agregado naval y responsable del espionaje británico en España, el capitán Alan Hillgarth, sabe que es el momento para que cargue «la caballería de San Jorge». La metáfora alude a las guineas de oro con que los británicos ayudaron a sus aliados en las guerras del pasado, decoradas con el patrón británico, lanza en ristre.

Sin épica mediante, Hillgarth sabe que es la hora del dinero. Alan Hillgarth lleva casi un decenio en España, desde que se instaló en Mallorca a principios de los años treinta. Allí conoció a Churchill en 1936, quien le aprecia y promociona, y, lo más importante, al hombre clave en la gran operación de corrupción que ha planeado: el multimillonario Juan March.

Es con March con quien negocia Hillgarth los sobornos, aunque su nombre no aparezca en los primeros telegramas. «Las negociaciones secretas proceden satisfactoriamente», informa a Londres Samuel Hoare el 9 de junio.

Pero March quiere más dinero, y Hoare avisa que necesitará «cantidades más amplias» que el medio millón de libras inicial.

Al día siguiente, Italia declara la guerra a Francia y Gran Bretaña. «Con poco esfuerzo obtendremos mucho», dice Mussolini a sus generales reticentes. Dos días más tarde, Franco anuncia que España pasa de la neutralidad a la «no beligerancia».

Será Juan March el que dé el dinero a los generales sobornados fingiendo ser lo que nunca fue: un patriota que no quiere ver España envuelta en otra guerra.

Para el embajador británico en Madrid, es el último paso antes de que Franco entre en la guerra. Pero en Londres quieren saber más detalles antes de autorizar la operación. «Dudo de si enviar ningún nombre, ni siquiera en un mensaje cifrado», responde Hoare el 15 de junio. «Debe aceptar mi palabra de que las personas son de la mayor importancia […] la entrada de España en la guerra depende de nuestra rápida acción […] la situación es crítica».

El día 21, el Foreign Office confirma al embajador que el dinero ha sido depositado en el Swiss Bank Geneva de Nueva York, según lo acordado. Juan March se frota las manos. Porque es él quien dará el dinero a los generales sobornados fingiendo ser lo que nunca fue: un patriota que no quiere ver a España envuelta en otra guerra. Las condiciones acordadas son las que March ha impuesto a los británicos.

El hombre que lo compra todo

«Todo hombre tiene un precio, y si no lo tiene, es que no lo vale». Es uno de los aforismos que el historiador Pere Ferrer atribuye a Juan March, el hombre que puso precio a los generales de Franco.

Ferrer cree que para comprender a March hay que asumir que era, sobre todo, «un comerciante de guerra», fiel solo a sí mismo. En su afán por enriquecerse, comerció con británicos y alemanes en la Primera Guerra Mundial; vendió fusiles a los rifeños que mataban a los soldados españoles, los mismos soldados españoles que transportaba en los barcos de su compañía, la Transmediterránea; financió el golpe de Estado de 1936; y volvió a hacer negocio con británicos y nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

Cuando Alemania invadió Polonia y Gran Bretaña y Francia declararon la guerra a Hitler, Juan March comprendió que tenía ante sí la gran oportunidad para convertirse en uno de los hombres más ricos y poderosos del mundo.

Si en los primeros días Hoare no da nombres en sus telegramas cifrados, el 26 de junio el comandante Furse detalla en un informe de dos páginas, dirigido únicamente a Churchill y a Halifax, los detalles del plan. «Franco –escribe Furse– desea seguir siendo neutral, pero está aterrorizado con Alemania; Suner [sic], Yague [sic] y el ala izquierda de la Falange están a favor de la intervención; el ala derecha (requetés, carlistas, empresarios, la mayoría del Ejército y los campesinos) están por la neutralidad».

De todos los documentos desclasificados por el gobierno británico, estos dos folios de Furse son los más importantes. «El objetivo de sir Samuel Hoare –explica el comandante– es dar al ala derecha la fuerza necesaria para que se pueda organizar. Esa organización sería pro-España y antiextranjera (por ejemplo, tanto antiitaliana como antiinglesa), pero no reclamaría Gibraltar hasta después de la guerra».

La suma de dinero inicial de los sobornos pasó de 500.000 libras a 2,5 millones de dólares.

Por primera vez, Juan March aparece mencionado. «La oposición a Suner [sic] está siendo organizada a través de Juan March», indica Furse, que destaca que fue agente doble de británicos y alemanes en la Primera Guerra Mundial, pero omite que aún es confidente del almirante Canaris, jefe del espionaje alemán.

Los británicos quieren usar a March para que los generales no sepan que es el gobierno británico quien les compra. La suma inicial de 500.000 libras ha aumentado ya a 2,5 millones (10 millones de dólares). El dinero debe depositarse en el Swiss Bank Geneva de Nueva York.

Según Furse, dos millones de dólares ya han sido pagados, otros tres deben pagarse inmediatamente y los otros cinco restantes seis meses más tarde, si el plan funciona. Furse da por fin los nombres de los sobornados y las cantidades que deben cobrar.

Nicolás Franco, hermano mayor del dictador y embajador en Lisboa, debe recibir dos millones de dólares. Es la misma cantidad destinada a los generales Varela, ministro del Ejército, y Aranda, capitán general de Valencia y crítico indiscreto de Franco. Otro millón es para el coronel Valentín Galarza, jefe de la Milicia de Falange. Por último, el general Kindelán, capitán general de Cataluña y al que Furse define entre paréntesis como «un chorizo» –insulto que pronto reciben también March y Queipo de Llano–, debe cobrar medio millón.

Juan March se quedará con cinco millones de dólares, la mitad del dinero.

Furse menciona a siete generales más que no están en contacto directo con March, pero sí con los cinco sobornados: Queipo de Llano, Orgaz, Moreno, Alonso, Solchaga, Asensio y Muñoz Grandes.

Solo los tres primeros han recibido dinero, aunque Furse no aclara cuánto. Los generales ganan unas 5.000 pesetas mensuales, pero la inflación es galopante, por lo que March ha puesto a los británicos un precio muy elevado. Sin embargo, su comisión será todavía mayor. Juan March se quedará con cinco millones de dólares, la mitad del dinero.

Guerra sí, guerra no…

Aunque Franco ha abandonado la neutralidad, no ignora que su ejército es un gigante con pies de barro y, más importante aún, que depende de Gran Bretaña y Estados Unidos para que los españoles no se mueran de hambre.

El país necesita trigo y petróleo, y ni alemanes ni italianos pueden facilitarlos. Churchill lo sabe y cree que, si corta el suministro de estos bienes a España, echará al dictador a los brazos de un Hitler al que Franco adula.

«Querido Führer –escribe Franco a Hitler el 3 de junio–: en el momento en que los ejércitos alemanes bajo su dirección están conduciendo la mayor batalla de la historia a un final victorioso, me gustaría expresarle mi admiración y entusiasmo…». El día 27 Franco cesa a Yagüe, hasta entonces ministro del Aire y destacado partidario de la participación española en la contienda, tras denunciarse un supuesto complot contra el dictador.

Hoare se apunta el tanto. «Los planes están dando resultados –telegrafía a Londres al día siguiente–. El general Yagüe, protagonista de la entrada de España en la guerra, ha sido despedido».

Durante todo el verano, y hasta su decisiva entrevista con Hitler en Hendaya, Franco deshoja la margarita de la guerra. El 13 de septiembre, mientras los cazas británicos derrotan de forma decisiva a la Luftwaffe sobre los cielos de Londres, Serrano Súñer, germanófilo convencido, se reúne con Hitler en Berlín.

El cuñado de Franco llega a la capital alemana con un séquito de falangistas ansiosos de que España entre en la guerra, pero las conversaciones fracasan. A cambio de su ayuda militar para recuperar Gibraltar, Hitler pide bases en el Marruecos español y una de las islas Canarias. No hay acuerdo, y Serrano Súñer se marcha de Berlín con las manos vacías y el recuerdo de una incursión en la ciudad de los bombardeos de la RAF.

En Londres, donde los planes para invadir las Canarias están ya listos, dudan del plan de Hoare.

El 17 de octubre, unos días antes de su reunión con Hitler, Franco cesa a Juan Luis Beigbeder como ministro de Exteriores y le da la cartera a Serrano Súñer. Apenas dos semanas antes, Beigbeder había logrado que británicos y estadounidenses enviasen trigo a España a través de la Cruz Roja.

En Londres, donde los planes para invadir las Canarias están ya listos, dudan del plan de Hoare. Ya el 20 de julio, Alexander Cadogan, subsecretario permanente del Foreign Office, había pedido al embajador que contactase con la resistencia republicana de la Alianza Democrática, que opera desde Londres.

«Por favor, queme esta carta cuando la haya leído», anota Cadogan al final de la misiva, en la que pide a Hoare que piense cómo organizar una guerra de guerrillas si los nazis invaden la península. Solo pensar, porque, como insiste en un telegrama posterior: «No queremos que la organización haga algún movimiento a menos que España entre en la guerra […] debe quedar claro que solo podemos dar apoyo moral».

El 23 de octubre, Franco y Hitler se reúnen en Hendaya. El encuentro dura tres horas, pero ninguno consigue lo que quiere. Hitler da a entender a Franco que no le puede dar el Marruecos francés sin perder la Francia de Vichy como aliada, y menos aún el Rosellón, como ambicionaba Franco. «Es intolerable esta gente; quieren que entremos en la guerra a cambio de nada», sostiene Serrano Súñer que le dijo Franco tras aquel encuentro histórico.

El bloqueo del dinero

En los primeros días de enero de 1941, el capitán Hillgarth elabora un detallado informe de diez páginas mecanografiadas sobre la situación de España: tras la invasión de Francia, «ya veíamos a España en la guerra, y sabíamos que Gibraltar no estaba preparada», escribe Hillgarth, para quien sir Samuel Hoare llegó en un momento decisivo.

«La primera cosa que hizo fue ganar tiempo», pero Hillgarth no especifica cómo se puso el embajador en contacto con la oposición para «organizarla». En su informe no menciona ni los sobornos a los generales españoles ni a Juan March, pero sí que «varios líderes del movimiento han sido un poco indiscretos».

«Si los alemanes invaden España encontrarán aquí su cementerio» escribió Hillgarth en su informe sobre la situación de España en 1941.

Hillgarth se refiere a un general (probablemente el sobornado Aranda, según Paul Preston «el más enérgico y vocinglero de los conspiradores»), aunque deja en blanco el hueco donde debe ir su nombre.

Para Hillgarth, el gobierno británico debe dejar claro que, si gana la guerra, no forzará la vuelta de la república a España. «En conclusión –finaliza su informe Hillgarth–, la situación es buena […] si los alemanes invaden España encontrarán aquí su cementerio».

Mientras Hillgarth redacta su informe, las tropas británicas vencen a las italianas en Egipto. El tropiezo italiano no hace que Franco descarte totalmente la entrada en la guerra, pero durante los primeros meses de 1941 el intercambio de telegramas entre Madrid y Londres sobre la operación de soborno se ralentiza.

A finales de abril, Hillgarth visita Londres y pide otros tres millones de dólares para comprar a almirantes y armadores, aunque no aporta nombres.

En mayo, Franco cambia su gobierno. Serrano Súñer pierde el Ministerio de Gobernación, que pasa a Valentín Galarza, uno de los sobornados. Para los británicos es otro éxito de su operación. «En España ha estado cargando la caballería de San Jorge», anota en su diario Hugh Dalton, ministro de Guerra Económica y creador del SOE (Special Operations Executive), organización de espionaje y apoyo a movimientos de resistencia durante la guerra.

Pero el 22 de junio Hitler invade Rusia, y Franco apenas tarda horas en ofrecer voluntarios. Con la División Azul, España entra en la guerra por la puerta de atrás. “¡Rusia es culpable!”, grita públicamente Serrano Súñer. Franco va aún más allá. “La suerte ya está echada […]. Se ha planteado mal la guerra y los aliados la han perdido”, dice en el Consejo Nacional de Falange el 17 de julio, quinto aniversario de la sublevación.

Los estadounidenses sospechaban que March tenía negocios con los nazis por lo que bloquearon el dinero.

En agosto, Hoare habla ya de 14 millones de dólares, y destaca que solo un millón se ha convertido en pesetas para los sobornados. Entonces, inesperadamente, los estadounidenses, que ya han cerrado el grifo del petróleo para frenar la euforia bélica de Franco, bloquean el dinero. Sospechan que March tiene negocios con los nazis.

Durante tres meses, el intercambio de telegramas entre Londres y sus embajadas en Madrid y Washington es frenético. En Londres creen que lo mejor es que el dinero siga bloqueado, pero para March «el dinero bloqueado es dinero perdido», y sus presiones sobre Hoare son enormes.

El 12 de septiembre, este, tajante, afirma que «el plan fallará» si las cuentas no se desbloquean. Al día siguiente solicita que se acuda directamente al presidente estadounidense Roosevelt. Pese a los consejos en contra, Churchill acepta. «El primer ministro desea que el Sr. Morgenthau –secretario del Tesoro de Roosevelt– sepa que esta petición debe considerarse una petición personal de él», informa el Foreign Office a lord Halifax, ahora embajador en Washington, el 21 de octubre. «El mejor plan es que le diga al Sr. Morgenthau que en las primeras etapas de la guerra pagamos una suma de 10 millones de dólares por los servicios políticos prestados».

La utilidad de los sobornos

La intervención de Churchill fue decisiva, y a principios de diciembre el dinero se desbloqueó, para disgusto de Halifax, que vio cómo March quería usarlo enseguida para sus sospechosos negocios. «March avanzó la mitad de la suma a los otros […]. Parece difícil que nos opongamos, teniendo en cuenta que los dólares están a su libre disposición», le contestan desde Londres al preocupado Halifax en Nochebuena.

March se llevaba cinco millones de dólares sin que pudiera impedirse. Aunque los documentos desclasificados se interrumpen el 31 de diciembre y dejan la historia sin final, la pregunta es inevitable: ¿qué lograron los británicos con la operación? Es más fácil saber qué pensaron que habían logrado.

Los generales corruptos no mentían cuando le decían a Franco que el ejército español no estaba preparado.

Meses antes, el 26 de septiembre, con el dinero bloqueado, Churchill anota en uno de los documentos: «No debemos perderlos ahora [a los generales comprados], después de todo lo que hemos gastado y ganado».

Es evidente que el líder británico se implicó personalmente porque pensaba que los sobornos estaban funcionando. Al menos en dos ocasiones, los británicos se atribuyeron como éxitos cambios en el gobierno que Franco acometió en su propio interés.

Pero si la influencia de los sobornos siempre fue difícil de medir, la presión económica, el otro as de Churchill, sí tuvo unos efectos indiscutibles. «La gente humilde no puede materialmente sustentarse –informa Carrero Blanco a Franco días antes del bélico discurso en el que afirma que los aliados ya han perdido–. Hoy el alimento de la gran masa obrera tiene que limitarse a una taza de malta sin azúcar como desayuno, un plato de habas cocidas al mediodía y una cosa parecida por la noche».

Franco sabía que miles de españoles se morían literalmente de hambre y que, si entraba en la guerra, ni Alemania ni Italia reemplazarían el trigo y el petróleo de los aliados.

La hambruna era tan real como la precariedad de las Fuerzas Armadas. Los generales corruptos no mentían cuando le decían a Franco que el ejército español no estaba preparado. Que lo dijeran por patriotismo es otra cuestión.

Este artículo se publicó en el número 547 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.

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