El Hombrecino que guardó durante 30 años la lista con los nombres de sus amigos fusilados
Francisco RodrÃguez guardó esta lista en su monedero durante más de 30 años para no olvidar a ninguno de sus amigos que fueron fusilados
Esta es la historia del reencuentro de un anciano con su memoria. También es la historia de una lista de nombres de los que desaparecieron al principio de la Guerra Civil Española en un pueblo de Badajoz llamado Almendral. Francisco RodrÃguez guardó esta lista en su monedero durante más de 30 años para no olvidar a ninguno de sus amigos y conocidos que fueron fusilados por las tropas franquistas.
Muchos trabajaron con él en el campo. Francisco, que tenÃa 17 años cuando empezó la Guerra Civil, nunca le contó a nadie los horrores que habÃa presenciado en su pueblo hasta que su nieta, la fotógrafa Susana Cabañero, empezó a interesarse por las historias de su abuelo.
«Le decÃan el Hombrecino porque a los 14 años ya hacÃa el trabajo de un hombre», cuenta Cabañero. «Cada vez que me leÃa los nombres de la lista, me contaba con todo lujo de detalle quién era cada persona, cuál era su apodo, cómo se lo habÃan llevado, en qué dÃa y en qué circunstancias. La mayorÃa eran republicanos o personas comunes que habÃan sido denunciadas por los vecinos», añade.
El Hombrecino no militaba en ningún partido polÃtico cuando las tropas de Franco irrumpieron en la paz bucólica de este pueblecito rural. «Para huir de los nacionales, se escondió en las montañas junto a otras personas, pero bajaba de vez en cuando al pueblo a por comida. En una de estas expediciones fue capturado y le ofrecieron dos opciones: alistarse con los franquistas o morir. Por esta razón mi abuelo tuvo que luchar con Franco. No le hizo ninguna gracia. Después siempre ha sido comunista», revela la fotógrafa.
Durante muchos años sus abuelos mantuvieron un prudente silencio acerca de aquellos años grises de miedo y represión, aunque de vez en cuando en la intimidad familiar surgÃan relatos sobre sus años mozos, que Cabañero absorbÃa con avidez. «Yo era consciente de que la gente de mi entorno, de mi generación no sabÃa mucho sobre aquella época. Era de las pocas personas que tenÃa un testimonio directo de aquellos años. Por eso tuve la idea de hacer un proyecto fotográfico», explica.
En 2006 la fotógrafa empezó a grabar estos testimonios en vÃdeo. Desde el primer momento quedó patente el recelo de su abuela, Cecilia González Zambrano, a abrir aquella dolorosa caja de Pandora y la obsesión del Hombrecino por no olvidar. «De una forma natural comencé a centrar el trabajo en mi abuelo y, sobre todo, en la lista de nombres que llevaba guardada en el bolsillo desde hacÃa más de 30 años. Yo siempre supe de ella. Cada vez que hablaba de la guerra, la sacaba del monedero y leÃa los nombres de aquellas personas que vivÃan en su pueblo y en los alrededores. A veces lloraba», recuerda Cabañero.
Desde el principio la fotógrafa se dio cuenta de que la lista se convertirÃa en la gran protagonista de su historia. «Él nunca me dijo de dónde la habÃa sacado, a lo mejor por miedo. Lo descubrà mucho tiempo después, cuando comencé a investigar y me enteré de que habÃa más listas como aquella. Alguien habÃa impreso los nombres de las vÃctimas del franquismo cuando empezaba la democracia y repartió la lista entre los que la quisieron. La hicieron para la gente no olvidase a los fusilados y a los desaparecidos», relata la fotógrafa.
Cada vez más sumergida en las mareas de la memoria, Cabañero decidió visitar algunas de las antiguas fosas en la que habÃan empezado a exhumar a las vÃctimas de la guerra. La fotógrafa necesitaba entender lo que impulsaba a los familiares a buscar a sus allegados durante años e incluso décadas.
«Allà me di cuenta de que el centro de todo era la lista. Era una lista muy concreta de personas muy concretas, pero al mismo tiempo era muy universal porque hablaba de los desaparecidos de una guerra, de cualquier guerra. Hablaba de los sentimientos que produce la desaparición de un familiar. Las personas que estaban en las exhumaciones decÃan que lo más importante de su vida habÃa sido encontrar a sus seres queridos, y que solo después de hallarlos podÃan morir en paz. A mà eso me llegó al alma», señala la autora de El Hombrecino.
En 2011 su abuela falleció. Poco después, Cabañero se empecinó en llevar a su abuelo a su pueblo natal por última vez para que se reencontrase con los fantasmas de su pasado. HacÃa más de 20 años que él no regresaba a su tierra. «Mi abuelo se mostró reticente al principio porque no se encontraba con muchas fuerzas. DecÃa que no podÃa aguantar el viaje. Mi madre tampoco estaba muy convencida, pero la experiencia fue preciosa», cuenta la fotógrafa.
Fue el último viaje del Hombrecino. «Mi abuelo rejuveneció varios años cuando llegó al pueblo. En aquella época ya habÃa empezado a olvidar algunas cosas, pero una vez en Almendral se acordaba de todo. Estuvimos con un antiguo alcalde que conocÃa mucho de la historia del pueblo, de la guerra y de estas personas. Nos llevó a los lugares donde habÃan hecho las exhumaciones. Él mismo habÃa decidido hacerlas por su cuenta cuando era alcalde. Casi todas las personas que estaban en esta lista habÃan sido exhumadas y entregadas a sus familiares», recuerda Cabañero, que está trabajando en un fotolibro que se llamará El Hombrecino.
Junto a su abuelo y a su madre, visitó el cementerio, donde por fin descansaban en paz casi todas las personas de la lista. «Mi abuelo vio a mucha gente que conocÃa. Fue un reencuentro con los nombres de la lista, es decir, con los que estaban muertos, pero también con los que todavÃa vivÃan y que se encontraron por última vez con él», afirma.
A la vuelta del viaje, la memoria de Francisco comenzó a fallar. Cuando un dÃa su nieta le preguntó por la lista, su respuesta fue demoledora. «Mi abuelo preguntó: ‘¿Qué lista?’ Ya no se acordaba de ella. Yo flipé. Lo más raro es que fui a buscarla en su monedero y ya no estaba. Pregunté a mi madre y al personal de la residencia en la que vivÃa: nadie sabÃa dónde estaba. Yo creo que alguien cogió sus pantalones para lavarlos con el monedero dentro y la lista se deshizo porque era de papel», narra.
Para la fotógrafa, el proyecto se cerró de un modo natural y, de alguna forma, curioso. «Cuando mi abuelo perdió la memoria de la lista, la lista también desapareció. Esto aconteció cuando acabábamos de volver de viaje. Mi conclusión es que por fin podÃa olvidar estos nombres y morir en paz. Y fue lo que ocurrió poco después. Fue un cierre muy bonito», asegura.
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