De niño cantor de Franco a denunciante contra el franquismo
José Luis Galán fue interno en la escolanÃa del Valle de los CaÃdos e incluso cantó para el dictador en actos solemnes
José Luis Galán fue interno en la escolanÃa del Valle de los CaÃdos, presenció los homenajes a José Antonio Primo de Rivera e incluso cantó para el dictador en actos solemnes
La lectura de un libro sobre la explotación de presos republicanos en el Valle le impulsó a buscar la verdad de su propio padre, represaliado por la dictadura
Ahora, además de ser uno de los querellantes en Argentina contra el franquismo, trabaja en documentales que dan otra versión de la propaganda que durante años inculcó el NO-DO
José Luis Galán creció fascinado por la imponente simbologÃa del Valle de los CaÃdos. Como un primo suyo cantaba en la escolanÃa y habÃa viajado a Japón para ofrecer recitales, se empeñó en entrar también en el internado. Ante su insistencia, su padre consintió, y en 1967, poco antes de cumplir diez años, fue admitido en la abadÃa benedictina, en pleno franquismo. Era un niño cantor, que, además de voz, tenÃa buen oÃdo, afinaba.
Era uno de esos muchachos que recibÃan a Franco en fila de a dos cuando entraba bajo palio a la basÃlica junto al abad Luis MarÃa de Lojendio, mientras tronaban desde el imponente órgano los acordes del himno nacional: «Recuerdo los brillos de los correajes y las botonaduras, los cascos y de las botas de los uniformados, a Franco en el sitial ubicado tras el altar, a la derecha del coro, mientras el entonces rey Juan Carlos se situaba a la izquierda».
Durante cuatro años presenció los homenajes a José Antonio Primo de Rivera y a los caÃdos del bando vencedor: «No recuerdo haber escuchado en las homilÃas referencia alguna a ideas como la de reconciliación; eran ceremonias de exaltación del Caudillo y de su obra, en las que jamás se mencionaba a los otros, a los republicanos, salvo para acusarles de los males de España».
En 1971, antes de cumplir catorce años, rechazó seguir la carrera religiosa y volvió a Orcasitas (Madrid), donde se enfrentó a una vida muy diferente de la que habÃa conocido. Fue entonces cuando su percepción tanto de Cuelgamuros como del franquismo cambió por completo. Leyendo La verdadera historia del Valle de los CaÃdos, de Daniel Sueiro, descubrió que buena parte de quienes habÃan construido aquel monumento de la sierra madrileña habÃan sido presos republicanos. Su propio padre también habÃa sido esclavo de Franco, solo que en otro lugar. A partir de ese momento, se propuso descubrir la verdad sobre «aquello» de lo que nunca se habÃa hablado en casa. Inició en solitario la tarea de esclarecer la historia -no contada- de la rama paterna de su familia.
QuerÃa saber, por ejemplo, cómo, cuándo y por qué fue fusilado su tÃo. Tiburcio Galán, tejero de profesión y concejal de abastos de Santa Ana de Pusa (Toledo), fue detenido al final de la guerra, acusado junto a varias personas más de ser inductor del asesinato de dos sacerdotes el 18 de agosto de 1936, condenado a muerte y ejecutado el 29 de abril de 1940 en la tapia del cementerio del Este.
José Luis recorrió archivos y halló respuestas en los documentos: «El examen es terrible, acusaciones sin pruebas, condenas a muerte… Para mà el documento más estremecedor es el oficio por el que se entrega a mi tÃo al pelotón de fusilamiento. En ese momento, los condenados aún viven, pero unas horas después ya los han matado». El drama familiar se acentúa porque José Luis cree que uno de esos sacerdotes pudo ser un primo de su abuelo materno, aunque la hagiografÃa que sirvió de base para su beatificación por Benedicto XVI en 2007 no concuerda con los relatos individuales que sirvieron de base para la redacción de la sentencia de muerte de su tÃo: «Como era habitual en aquellos procedimientos, las declaraciones de hechos recogidos en las sentencias solÃan obtenerse mediante torturas o dando validez probatoria a delaciones realizadas por personas de orden».
Supo también que otro tÃo, Lucio, habÃa muerto en la defensa de Madrid, y que su abuelo habÃa sido detenido al final de la contienda por la denuncia de un vecino. «Nunca se habló de él en casa, ni de mi tÃos», añade. Adriano Galán estuvo dos años en el campo de concentración de San Bernardo, en Toledo capital, y como no habÃa causa contra él, lo pusieron en libertad, pero, por su condición de familiar de ‘rojo’, le dieron una paliza al volver a casa. Tuvo que irse a otro pueblo, La Mata, donde habÃa nacido y donde murió.
Le quedaba reconstruir la historia de su padre, que solo en los últimos años de su vida se animó a hablar. A recordar. VÃctor Galán, tejero como su hermano Tiburcio, habÃa sido movilizado en 1938 y destinado al frente de Pozoblanco (Córdoba). Tras pasar por un centro de clasificación de presos de Madrid -el colegio Miguel de Unamuno, donde, casualmente, después estudiarÃa el propio José Luis- fue destinado al Batallón Disciplinario de Soldados Trabajadores número 40, encargado de construir el aeródromo de La Morgal, en Lugo de Llanera (Asturias): «Aunque no tenÃan nada contra él, por haber sido soldado republicano lo enviaron a trabajos forzados a la espera de informes posteriores. De esos informes dependÃa la suerte de los soldados, que podÃan ser trasladados a una prisión con cargos o a un consejo de guerra sumarÃsimo».
Su trabajo consistÃa en desecar la marisma en la que iban a construirse las pistas, sin herramienta pesada y en condiciones precarias de alimentación y abrigo. De noche, en los barracones, sufrÃan palizas a vergajo limpio. Allà permaneció un año. Al salir de aquel infierno, aún tuvo que cumplir tres años de servicio militar. Paralelamente empezó a grabar testimonios de otras personas, para establecer concordancias. Para comprobar que ese relato de su padre no estaba influido por la subjetividad o el olvido.
Como sus padres ya han fallecido, José Luis quiere contar su historia personal y familiar para acabar con lo que denomina ‘relato interpuesto’: «Ha prevalecido el relato de otros. Lo que ocurrió ha pasado por el tamiz de historiadores, escritores, cineastas, polÃticos, abogados, etc., pero han sido interpretaciones, han faltado muchos relatos directos de vÃctimas y familiares. Durante años se acudió a la fuente primaria solo como base testimonial de la represión, pero no se difundieron tantas y tan diversas tragedias que habrÃan cambiado la percepción social del trauma infligido por la dictadura».
José Luis fue uno de los querellantes en el proceso instruido en Argentina. Gracias al esfuerzo de su abogada Ana Messuti acudió a declarar en el juzgado de MarÃa Servini de CubrÃa junto a Ascensión Mendieta y otros familiares de vÃctimas: «En Argentina se enjuició a los responsables, pero aquà no; aquÃ, el entramado judicial y polÃtico ha construido una arquitectura de impunidad que ha ocultado el daño que se hizo a miles de familias; si hoy se interpreta como odio lo que dicen raperos o tuiteros, no es descabellado interpretar como un acto de odio hacia las vÃctimas la dictadura la negación de la justicia. De no ser por ese sentimiento ya no existirÃa la Ley de AmnistÃa de 1977 y ya se habrÃan juzgado aquellas violaciones de los derechos humanos, se habrÃan reconocido a las vÃctimas, se habrÃan abierto las fosas, etc.; en el fondo creo que se actúa con una mezcla de desprecio y miedo hacia las vÃctimas. Parafraseando a uno de aquellos curas del Valle de los CaÃdos, dirÃa que el tiempo pasa y solo la eternidad (de la injusticia) perdura».
Su trabajo como memorialista consiste en la realización de audiovisuales inspirados en la idea de acabar con la manipulación de la historia que el régimen hizo a través del No-Do: «La imagen que se difundió durante décadas fue la de un régimen blando, paternalista, providencial; aquel dulcificado selfie se consolidó en el subconsciente de España, pero era una imagen irreal, porque la guerra no terminó en 1939, Franco siguió en estado de guerra reprimiendo ferozmente la disidencia, y causó un enorme trauma a millones de españoles».
Con el corto titulado Franquismo ordinario ganó el Festival Internacional Ciudad de Soria. Además, es autor de una trilogÃa de documentales. En «Crónicas de aquel infierno» abordó la mecánica represiva; en «La luz que no apagaron», el trauma; en el último, aún sin tÃtulo, se centrará en la negación de la justicia. Ese trabajo incluirá las imágenes grabadas durante la reciente visita de los eurodiputados a Cuelgamuros, a la que se pudo sumarse: «El ambiente era extraño, artificial, sutilmente hostil, no sé que sensaciones se llevaron los europarlamentarios, pero no creo que fueran positivas. Para mÃ, volver al Valle fue como un desquite, como romper un maleficio. Alguien, con talante democrático y con voluntad de combatir lo que representó y representa el monumento, estaba allÃ, y yo estaba con ellos. La sensación fue reparadora. Me liberó».
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