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«Sigue habiendo muchos ‘Billy, el Niño’ sueltos»

Esther López Barceló. El Diario, 02/06/2018 | 5 junio 2018

La historia de Julia Hidalgo, una universitaria comunista en la década de los setenta

De cómo conoció a Billy, el Niño, pasó por los calabozos de la Dirección General de Seguridad y la cárcel de Carabanchel. Después marchó al exilio con un pasaporte falso, mantuvo un sorprendente encuentro con Fraga en Londres y continúa en la actualidad  la lucha contra la impunidad franquista.

Dedicada a todas las resistentes y luchadoras antifranquistas cuyas historias siguen invisibilizadas o ensombrecidas.

El pasado miércoles 30 de mayo, Pablo Iglesias, -en calidad de portavoz del grupo parlamentario Unidos Podemos- preguntó en sede parlamentaria al ministro de Interior acerca de la posibilidad de que el Gobierno retirara la condecoración concedida en 1977 por Martín Villa al inspector de la Brigada Político Social Antonio González Pacheco, más conocido como «Billy, el Niño». En la tribuna de invitados se encontraban casi una decena de víctimas de este torturador franquista que asistieron para conocer in situ la respuesta del ministro. Dado que la justicia nunca ha permitido sentar en un tribunal a este hombre, era de esperar un gesto simbólico por parte del ejecutivo que aliviara la rabia y la impotencia de quienes sufrieron el célebre comportamiento sádico del que se cuenta que este inspector hacía gala durante los tiempos de la dictadura y que le valió el sobrenombre del famoso pistolero del siglo XIX. Sin embargo, la respuesta de Zoido fue tajante y unívoca: Antonio González Pacheco merecía la condecoración ya que no existía sentencia judicial contra él. Lo que conscientemente omitió el ministro es que si no existe condena contra Billy el Niño, así como no existe contra Conesa, ni contra Martín Villa, ni ningún otro, es porque la interpretación que los tribunales han emitido sobre la Ley de Amnistía ha imposibilitado que en España se juzguen los crímenes del franquismo, a pesar de su imprescriptibilidad dada su condición de crímenes contra la Humanidad.

Julia Hidalgo Argüeso, nuestra entrevistada, siguió la sesión de control al Gobierno desde su casa en Sanlúcar a través de la pantalla del ordenador. Es una de las centenares de personas que sufrieron el sadismo de Pacheco durante los interminables interrogatorios que tenían lugar en la Puerta del Sol cuando ésta albergaba a la terrible Dirección General de Seguridad del franquismo. El mismo edificio desde una de cuyas ventanas fue arrojado el torturado cuerpo de Julián Grimau.

Julia nos atiende al teléfono con voz firme y tono vehemente que no oculta los rastros de la emoción y la rabia que le acompañan desde que escuchó las palabras del ministro.

– ¿Qué sentiste tras conocer la respuesta del Gobierno a la pregunta planteada por Unidos Podemos sobre la condecoración a Billy el niño?

– Han sido sentimientos contradictorios pero muy fuertes. He llorado viendo a Pablo [Iglesias] defender el que la impunidad del franquismo siga campando por estas tierras y me ha emocionado la rabia de Rafa Mayoral, porque sus gestos reflejaban una rabia que es la que sentimos todos y todas nosotras. Porque hay muchos Billy el niño. Él es un torturador muy conocido porque era un sádico. Pero desgraciadamente, como nunca se desmantelaron los aparatos del Estado en el paso de la dictadura a la democracia, sigue habiendo mucha impunidad, siguen habiendo muchos Billy el niño sueltos y muchas víctimas a las que no se les cerraron las heridas nunca.

– ¿Quién era Billy el Niño?

-Billy el Niño era un chulo que iba por las facultades de mi época desenfundando la pistola cada dos por tres. Admiraba mucho al pistolero del que le viene el nombre. En mi facultad de Políticas yo lo vi ensañarse incluso con mi decano, don Carlos Ollero. Vi cómo subía a la Dirección General de Seguridad a un compañero de la construcción levantado por los pelos.

-¿Cuál fue tu experiencia con él?

-Me puso una máquina de escribir de la época sobre la cabeza y amenazó con soltarla si no cantaba. No me estaba tomando declaración a mí. Eran otros los policías que me tomaban declaración. También sacó la pistola y la movió como los pistoleros en las películas y dijo «o cantas o te reviento». Era un pistolero que recibía órdenes de policías, de jueces y de ministros y cuando oí decir a Zoido que a él no le iba a dar lecciones nadie, refiriéndose a Unidos Podemos… ¡El PP tiene que recibir muchas lecciones democráticas porque los hijos políticos de Fraga tienen que ser muy humildes con aquellos hombres y mujeres que dieron la vida por la democracia de este país!

– ¿Cuántas veces te detuvieron los grises?

-A mí me detuvieron tres veces. Volví a ver a Billy el niño en mi tercera detención, en la que me cogieron por casualidad porque yo había ido a la calle Bravo Murillo porque había quedado con un compañero para que me diera unos apuntes. Pero había habido una manifestación del FRAP cerca y la policía me paró en la calle. Y yo en ese momento estaba en libertad condicional con una petición del fiscal de 8 años de carcel por sedición. Como ves vivimos tiempos en que ciertas cosas se repiten. Entonces me llevaron a la Dirección General de Seguridad y me recibió Yagüe que era el Jefe de la Brigada Político Social y me dijo que cómo era que me habían cogido a mí: «¿Qué va a decir Santiago Carrillo si lo supiera?» y en ese mismo momento pasó Billy el Niño por detrás y me dio un empujón y fue el propio Yagüe el que le dijo «¡Estate quieto ya que estoy yo con ella!».

– ¿Y las otras dos detenciones?

-La primera fue después de una manifestación del distrito universitario de la Complutense que era donde yo estudiaba Derecho. Al terminar la mani me cogieron a mí y a muchos más. Estuve 3 días en la DGS. En una celda oscura, siniestra, sucia, asquerosa en la que cuando tenías que ir al servicio tenías que llamar para que te acompañaran y el servicio era un agujero en el suelo. Te quitaban todo al entrar hasta los cordones de los zapatos.

– En la celda, ¿estabas sola?

-Siempre estuve sola en la celda. Sólo una vez metieron a otra mujer conmigo. Lo tengo grabado a sangre y fuego. Metieron a una mujer mayor -lo era para mí en esa época en que yo tenía sólo unos diecinnueve- que le chorreaban las piernas de sangre. La metieron conmigo porque en los calabozos había temporadas en que no cabíamos todos. Y cuando esta mujer entró no podía ni andar. Le pregunté si se encontraba bien y me dijo: «Esto es la lucha compañera». Era la hermana de Marcelino Camacho, Vicenta. La habían detenido en una iglesia en la que se habían encerrado pidiendo la libertad de los presos políticos.

La segunda vez que me detuvieron yo iba a una reunión del comité de huelga de la construcción en representación del distrito universitario. Esta tercera fue en la casa de la actiz Julia Peña, una camarada admirable aparte de una actriz magnífica, que vivía en un apartamento pequenísimo en la calle Diego de León. Pero a esta reunión vino un representante de la CGT francesa, al que nada más llegar a Madrid le siguió la policía hasta el lugar de la reunión. Y acordonaron la zona y el piso. En esa ocasión al entrar en la DGS, en la Puerta del Sol, íbamos silbando La Internacional pero a mí no me salía el aire, tenía mucho miedo y no me avergüenza decirlo.

– Pero Julia, tú naciste en Sanlúcar ¿Cómo llegaste a Madrid?

-Nací en Sanlúcar de Barrameda donde no tenía ninguna actividad política. Yo era una buena niña de colegio de monjas. Tuve una infancia privilegiada y como todos los jóvenes cuando pensábamos en ir a la universidad pensábamos en vivir en un mundo nuevo y diferente. Y cuando llegué a la facultad me encontré con que la Complutense prácticamente era un campo de concentración tomado por los grises. La autonomía universitaria se la pasaban por el forro. Te hacían estudiar Derecho Eclesiástico, las Leyes Fundamentales del Régimen pero, al mismo tiempo, había tanta ebullición, tanta ansia de saber y tanta solidaridad en el distrito… Viendo tanta injusticia era imposible estar allí y abstenerme. Tenía que tomar partido. El más luchador, el más serio era el Partido Comunista de España. Entonces, antes y ahora. Empiezo a militar en el PCE en una precélula donde dos compañeros de facultad hablaban conmigo, me daban lecturas… y después entré en una célula en el distrito universitario de la Complutense. Yo estudiaba Ciencias Políticas. No pude acabar y cuando pude, no quise. No me interesó tener el título. Llegué hasta cuarto.

– ¿Llegaste a entrar en la cárcel?

-Tras mi segunda detención paso a Carabanchel. Y suena extraño decirlo pero sentí un alivio al llegar allí y salir de la DGS. Porque allí había más compañeras como yo. Presas políticas que te dan calor. Pero pasé por algo que fue absolutamente denigrante. Me atrevo a decir que fue casi lo peor que me pudo pasar y es que me llevaron a una «revisión médica». Había un señor sentado con su bata blanca y me dijo: «Desnúdese usted». Y yo pregunté: «¿Entera?» «¡Le he dicho que se desnude!» me contestó. Pues desnuda. Me quedé delante de él en pelota picada. El señor se cruzó de brazos mirándome. Y como yo había otras mujeres de pie desnudas. Seguramente fueron segundos pero a mí se me hizo interminable esa mirada de ese ser asqueroso. La única pregunta que me hizo ese doctor fue: «¿Cuando fue la última vez que tuvo usted el periodo?» Y después de que le contestará me dijo: «Túmbese en la camilla que la voy a palpar». Fue tan denigrante que un señor se cruzara de brazos y me mirara desnuda… Después recibí el calor de las compañeras y no comías mal porque nos llevaban comida las familias de las presas. No estaba como en la DGS en que cualquier ruido te hacía pensar que volvían a llevarte a declarar. Era esa otra forma de maltratar a la gente porque te repetían los interrogatorios a cualquier hora, de madrugada incluso. Y en la cárcel te sentías más segura porque no éramos ni una ni dos, eramos muchísimas las presas políticas que ahí estábamos. Nos organizábamos en comunas para comprar en el economato, para repartir lecturas, para repartir ejercicios… En la cárcel aprendí a hacer croché y me hice un poncho. No había dinero, teníamos unos talones que marcaban un precio y había una tesorera que administraba lo que teníamos porque allí todas compartíamos todo.

– ¿Cómo llevaron tus padres tu paso por la cárcel?

– Sufrieron muchísimo. Yo ahora como madre lo entiendo perfectamente. Me impusieron una multa gubernativa de 200.000 pesetas y les dije a mis padres que no se pagaba nada. No podía permitir que se gastasen ese dinero. Yo les escribía diciéndoles que la cárcel era como un colegio, con muchas compañeras… pero no eran tontos y sabían que no era del todo cierto. Sí, sufrieron mucho.

– ¿Cuánto tiempo pasaste en la cárcel? ¿Erais todas presas políticas?

– Allí estábamos todas las presas políticas, sobre todo éramos del PCE, también había mujeres del FRAP, alguna mujer de la Liga. Había mujeres de ETA pero estaban en otro patio. Estuve mes y medio. No llegó a los dos meses que era lo que tenía que cumplir porque mis padres ya no podían más y pagaron el tanto por ciento que me quedaba de pena. Lo que pasa es que me volvieron a detener. Y el Partido dijo que me tenía que ir porque había una petición fiscal de 8 años de condena por sedición contra mí. Y la tercera vez salí porque todo el distrito se puso en pie de guerra y hubo muchísima presión. Pero el Partido me advirtió que si me detenían otra vez ya no saldría hasta que se celebrara el juicio. Así que me fui al exilio. A Londres pasando antes por París. Allí fui al CISE, conocí a Marcos Ana. Y dormí unos días en casa de la viuda de Grimau, Ángela. Hablamos de España, de los detenidos… Grimau para nosotros era un héroe. Alguien que luchó hasta morir. Lo mismo que Enrique Ruano. Sus historias eran muy cercanas y emocionantes para nosotros, para mi generación. También fue muy importante para mí conocer a Marcos Ana. El hombre, el compañero que más tiempo había estado en la cárcel. Lo primero que veías al entrar a la sede del CISE era su uniforme de preso colgado en la pared. Era todo muy impresionante.

– ¿Y cómo regresaste a España?

– Volví a España cuando estaba de embajador en Inglaterra, Fraga (73). Estuve en el exilio durante un año y medio. Por entonces habían matado ya a Carrero Blanco y los exiliados del 39 decían: «Esto se acaba».  Así que me fui a la embajada de España. Iba yo muy bien vestida porque llebaba unos pantalones escoceses y una chaqueta roja. Me quedé esperando en la puerta a que alguien la abriera y me colé. Entonces, por una gran casualidad, vi a Fraga subiendo unas escaleras y le dije: «¡Usted ha sido mi profesor!». Me llevó a su despacho y continué: «Mire, usted me ha dado a mí clase de Teoría del Estado (era una asignatura compartida entre Fraga y Ollero). Si no me da un pasaporte en el distrito universitario se van a enterar de que usted le niega ayuda y asilo a los estudiantes.» Y él me dijo «usted nunca ha estado aquí y esta conversación no ha tenido lugar. Vaya al consulado que el cónsul se lo arreglará todo». Conmigo se portó de escándalo Fernando Morán, el que después fue ministro con el PSOE. Me dio un pasaporte de tránsito que era sólo válido para Londres-España y regresé.

– ¿Cómo habías pasado al exilio? ¿Con un pasaporte falso?

– Claro. Como todos, yo tenía un pasaporte hecho por Domingo Malagón. Ya no lo conservo porque después de usarlo yo, un compañero se lo llevó para que lo usara otro compañero. Mi nombre era Ángela, pero mi apellido falso se me olvidó.

– Después de comprobar cómo las querellas presentadas contra Billy el niño y otros son archivadas, ¿cómo analizas el papel del PCE durante la transición?

-Yo creo que nosotros hicimos la mejor transición que pudimos hacer. Hay que tener en cuenta que nosotros tras la muerte de Franco aún éramos un partido clandestino que tenía su dirección en el extranjero, no en el interior. Cuando se hace la transición y más adelante cuando se redacta la Ley de Amnistía no se la concebía como una Ley de Punto final porque «el punto final» se refiere únicamente a dos renglones, no más. Un párrafo que se introdujo a última hora del debate. Desde luego, en ese momento, la gente como yo estábamos contentas pero no teníamos ni idea de que con la introducción de esos renglones se les perdonaba todo a los torturadores, a los franquistas. De eso todos, incluídos los compañeros que nos representaban allí, nos hemos enterado después. Y, por cierto, esos renglones que garantizan la impunidad franquista, son renglones que por dos veces el Partido Socialista se ha negado a modificar.

– ¿Qué podemos hacer para acabar con la impunidad franquista?

-Yo voy a seguir siendo siempre vocera en la denuncia contra la impunidad franquista. No pueden progresar las querellas contra Billy el Niño porque hay que modificar la Ley de Amnistía y esto solo tiene que ver con un párrafo que no han querido modificar ni el bipartidismo, ni el régimen borbónico. No hay un Billy el Niño, hay muchos Billy el Niño. Porque nunca se desmantelaron los aparatos del Estado franquistas y han seguido subiendo en el escalafón. Pero si tú no desmantelas los aparatos del Estado la democracia está coja, es una democracia falsa. Si se quiere no cuesta ningún trabajo abrir fosas en este país. Porque a la gente le duele su gente, caramba. Y no es justo, no es justo que sigan las víctimas así de maltratadas. Hay que comenzar un proceso constituyente de ruptura y conseguir hacer de este país un país feminista, democrático… ¡Construyamos la III República, caramba!

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