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Comparaciones, equiparaciones y omisiones históricas

Gutmaro Gómez Bravo. Ctxt, 19-09-2018 | 24 septiembre 2018

La violencia mantuvo las pautas de la Guerra Civil, y siguió usándose contra el enemigo interno durante toda la dictadura

En la posguerra la violencia mantuvo las pautas de la Guerra Civil, y siguió usándose contra un enemigo interno, sus propios compatriotas, durante toda la dictadura

GUTMARO GÓMEZ BRAVO

Todos nos hemos vistos envueltos alguna vez en una discusión sobre la Guerra Civil, más o menos amigable, a la que se intentaba poner fin insistiendo en que “todos cometieron atrocidades”. Lo sorprendente es ver cómo esta afirmación, que reconoce que la discusión no llega a ningún sitio porque no trata tanto de argumentos como de convicciones, se ha instalado prácticamente en todo lo que huele a memoria o pasado en nuestros días. El problema es que aquí el relato pierde inocencia, ya que se transmiten por distintos medios una serie de equiparaciones, deformaciones y omisiones calculadas con clara utilización partidista. Al comparar ambos bandos, por ejemplo, conviene no olvidar que el estado de guerra en España estuvo en vigor del 18 de julio de 1936 al 7 de abril de 1948. Doce años que sentaron las bases políticas, económicas, sociales y culturales de la dictadura franquista.

Las referencias a la violencia política en la zona republicana durante la Guerra Civil, por lo tanto, deben ceñirse a su estricto marco temporal. No hay duda de que existió relación directa, sobre todo durante el verano de 1936, en forma de represalias sobre todos aquellos colectivos identificados como “enemigos” en ambas retaguardias. Sin embargo, la violencia rebelde tuvo un carácter, una “lógica interna” incluso antes del comienzo de la guerra, controlada y dirigida por el Ejército sublevado para el triunfo de un golpe de Estado. Tras el fracaso de la entrada frontal a Madrid, reorienta su estrategia hacia una guerra de desgaste cuyo objetivo prioritario es acabar con las bases y apoyos sociales republicanos. Una centralización del mando y de la violencia que transcurre de forma paralela al ascenso del general Franco. La violencia inicial, la del golpe y los primeros meses de guerra, se convierte así en una represión sistemática que termina sentando las bases de un nuevo Estado. En el territorio republicano se libra un proceso contrario, ya que se trata de controlar la violencia y restituir el Estado hundido desde el golpe. Aprovechando este vacío proliferaron múltiples poderes que dirigieron una implacable violencia, también organizada y calculada pero descentralizada, atomizada, e intensificada como forma principal para ampliar su radio de acción y perpetuarse como grupos de poder. A pesar de formar y utilizar el Ejército Popular, los militares republicanos no consiguieron imponer el estado de guerra hasta enero de 1939, con la guerra ya perdida. Las diferencias en el monopolio de la violencia fueron, por tanto,  abismales. Un aspecto que también se suele pasar por alto cuando se apela a las responsabilidades. No se trata de obviarlas ni eludirlas, sino de situarlas dentro de su evolución propia, en la medida que ambos procesos fueron decisivos en las retaguardias, lejos del frente, allí donde se produjeron las grandes masacres de población civil, cuyos medios, alcances y objetivos fueron también netamente diferentes.

El intento de comparar ambas violencias con la pretensión de alcanzar mayor objetividad y equidistancia es loable siempre que no se altere las reglas del juego, y pasemos de nuevo, como en las conversaciones con amigos, de los hechos a las convicciones. Nadie exige para analizar la violencia en Finlandia, Grecia, Rusia o Colombia, por citar guerras civiles del siglo XX, un análisis comparado entre las prácticas de los dos bandos enfrentados, pero sí en cambio cuando se estudia el franquismo. El análisis comparado es perfectamente válido pero tampoco es un método infalible. El estudio sobre la violencia no consiste en una enumeración de hechos y atrocidades de los que “todos fuimos culpables” como conclusión final. Ante la incomprensión de un fenómeno, se atribuye todo a la bondad o maldad, locura o cordura, de un grupo o de un individuo indistintamente; el análisis comparado queda entonces reducido al reparto de culpabilidades y se elude toda comprensión global del fenómeno. Las equiparaciones, vengan de donde vengan, son odiosas y terminan fomentando exclusivamente valoraciones morales, una guerra de buenos y malos, en la que todos cometieron atrocidades…

Por eso resulta tan fácil obviar la violencia franquista o, en el mejor de los casos, usar este esquema comparativo que va en zigzag, de atrás hacia adelante. A un crimen se le opone otro crimen mayor,  siempre dentro de los años de la guerra o en periodos anteriores, en la II República. La violencia en la posguerra tampoco se analiza, simplemente se superpone a los “crímenes rojos” y, una vez más, resultan una consecuencia del periodo anterior. Para poder mirar la historia desde otra perspectiva ha sido necesario salir de este esquema atemporal, de falsos equilibrios y repartos de culpabilidades, por un estudio separado de las dinámicas y evoluciones de las violencias que asolaron la España contemporánea de principio a fin. Los resultados, se pueden comparar pero difícilmente equiparar. La dictadura franquista, con un millón de presos y detenidos a la altura de 1940, ostenta uno de los perfiles represivos más altos de todas las dictaduras en la Europa occidental, con la excepción de la Alemania nazi y la Unión Soviética. Ni la Francia de Vichy o la Italia fascista de Mussolini se acercaron a esas cifras en los peores momentos de la Segunda Guerra Mundial. Contabilizar y explicar la mayoría de los actos violentos que se desarrollaron en España durante la Guerra Civil y la dictadura supone un objetivo estéril e insalvable por la fragmentación o desaparición de las fuentes, pero también por los problemas de escritura de la historia y transmisión de la memoria reciente. La diferencia fundamental estriba en la dirección de la violencia, ya que en la posguerra española la violencia mantuvo las pautas de la Guerra Civil, y siguió usándose contra un enemigo interno, contra sus propios compatriotas, durante toda la dictadura. Intensidad, simultaneidad, larga duración y dirección de la violencia que explican la principal diferencia cualitativa y el trauma generacional abierto con la guerra hacia los vencidos.

El fenómeno conocido como «revisionismo» tiene una importante trayectoria en el siglo XX, además de una nueva y potente proyección mediática en el XXI. En España, su objeto ha sido fundamentalmente banalizar los aspectos represivos del franquismo y potenciar los positivos, especialmente en torno al crecimiento económico de los años sesenta; anclar, en definitiva, el origen de la democracia en la Transición, afirmando que la República fue un régimen excluyente y violento que desembocó forzosamente en una guerra civil. Lo importante del revisionismo histórico, sin embargo, no son sus argumentos, plagados de mitificaciones y tergiversaciones de los hechos, sino las inquietantes funciones que cumplen en la sociedad actual, como han recordado un buen número de ensayistas, prácticamente sin cesar, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Una de ellas, quizás la más importante, sea la de seguir manteniendo determinados episodios del pasado reciente en una constante ceremonia de la confusión en la que seguimos instalados.

Gutmaro Gómez Bravo es profesor del Dpto. de Historia Moderna y Contemporánea de la UCM. Autor de Geografía de la represión franquista. Del golpe a la guerra de ocupación 1936-1941). Cátedra, 2017.

https://ctxt.es/es/20180919/Firmas/21781/memoria-Guerra-Civil–omisiones-historicas-Gutmaro-Gomez-Bravo.htm