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El país de la impunidad

Benjamín Prado. Infolibre, 09/10/2018 | 11 octubre 2018

“Hay cosas que al unirse no dan lugar a una suma, sino a una resta más grande”@infolibre.es @PradoBenjamin

No hay peor agujero en el barco de la democracia que la impunidad, ninguno la pone en mayor riesgo de hundimiento ni hace sospechar con más fuerza de sus capitanes. Sin embargo, la nuestra está basada justo en eso, en la transacción que se hizo en 1977 con la dictadura, un régimen criminal que arrojó las armas a cambio de no ser atacados, pese a haber convertido el país en un matadero del que todos los verdugos salieron por la puerta grande, a cara descubierta, sin pagar por sus actos y mientras los partidos políticos que ya forcejeaban por hacerse con las llaves de La Moncloa miraban para otra parte y se lavaban las manos. Algunos, para hacerlo, tuvieron antes que abrir el puño. Después de eso, durante casi cuarenta años, que parece ser el sistema de medida que más nos gusta, la verdad oficial sobre aquellos hechos aplastó cualquier versión de lo ocurrido que la llevase la contraria.

Lo sé bien por la avalancha de defensores de ciertos intelectuales falangistas reconvertidos en apóstoles de la libertad que me cayó encima cuando publiqué mis novelas Mala gente que camina y Operación Gladio, en una hablando del asunto de los niños robados a los republicanos, un drama que empezó en los tiempos de la Guerra Civil y llegó hasta los años setenta, y en la otra de las negociaciones bajo cuerda que se llevaron a cabo para asegurar la inmunidad de cualquier institución o personaje relevante del franquismo, daba igual lo que hubiera hecho. A este lado de la literatura y de las teorías neoliberales, en la pura realidad, a los torturadores, en lugar de juzgarlos, se les condecoró; y al jefe de la banda se le dejó descansar en paz en su tumba monumental del Valle de los Caídos, de la que aún estamos intentando sacarlo.

Que de esos polvos vienen estos lodos lo demuestran un par de noticias de actualidad. La primera dice que la Audiencia Provincial de Madrid ha absuelto al ginecólogo Eduardo Vela de sus delitos, porque estos han prescrito, aunque le considere “de forma incontestable” autor de todos ellos: detención ilegal, suposición de parto y falsedad en documento oficial. El caso que lo ha llevado al banquillo es la sustracción de Inés Madrigal a su familia, en 1969, para dársela a otra en adopción, de forma ilegal. Pero no le condenan porque dicen que el plazo que la víctima tenía para iniciar su querella empezó a correr cuando alcanzó la mayoría de edad, dando por hecho que “a partir de ese momento pudo realizar las pesquisas y acciones que tuviera por conveniente”. La burocracia ha sido, otra vez, más fuerte que la razón. Y el totalitarismo se llevó el gato al agua: era verdad que lo dejaron todo atado y bien atado, y del resto se encargaron los relojes y los calendarios. Su líder murió en la cama y con sus secuaces va a pasar lo mismo. A quien discute las normas –aún hoy día hay quien le llama revanchista–, se le acusa de querer reabrir viejas heridas y, a menudo, de querer ganar la guerra que los suyos perdieron. Lo explican así, tal cual, y nadie parece que se escandalice demasiado. O sale la misma iglesia que se arrodilló a los pies del sanguinario general sedicioso y que lo recibía bajo palio en sus catedrales, y ofrece la de la Almudena para acoger sus restos. Si eso ocurre, alguno bautizará ese templo como la iglesia de los canallas o de los asesinos y a lo mejor infringe con eso un Código Penal donde se castigan las ofensas a los sentimientos religiosos.

La segunda habla del regreso de la extrema derecha a nuestras vidas. El acto que celebraron sus cabecillas en Madrid, aparte de un simple disparate en el que pedían desde el cierre de nuestras fronteras hasta la supresión de la ley de género, se ha saldado con las declaraciones gemelas de los líderes del PP y Ciudadanos, expresando los dos a una su “respeto” por ese mitin. Casado ha dicho que comparte bastantes de los principios de Vox. Debería explicar cuáles, pero no lo hará: dar explicaciones no es lo suyo, igual enseña la portada y vamos que nos matamos. Su mentor, José María Aznar, alardeó siempre, y continúa haciéndolo, de haber unificado la derecha. No dijo ni dice qué precio tuvo que pagar por tener dentro de sus siglas a personas que defienden lo que se defendió el otro día en Vistalegre, pero es de suponer que tenerlos contigo –sentados en tu mesa– supone compartir una parte de su argumentario, exactamente lo mismo que hace ahora su delfín. No hay peor miedo que el que una persona se tiene a sí misma. A lo mejor lo que pasa es sólo eso, que son ellos mismos pero con otra bandera.

https://www.infolibre.es/noticias/opinion/columnas/2018/10/09/el_pais_impunidad_87529_1023.html