Franco, Queipo, la Iglesia… y la España soñada
Lo que se espera de un Estado supuestamente aconfesional es que actúe en consecuenciaPara empezar convendrÃa revisar el Concordato
FRANCISCO ESPINOSA MAESTRE
28 DE NOVIEMBRE DE 2018
Entiendo que haya creyentes a los que no guste que estos individuos ocupen espacios religiosos tan visibles, pero no parece que haya habido muchas quejas en este sentido. Pienso por otra parte que a los que nos hallamos al margen de la Iglesia católica nos deberÃa resultar indiferente que esta albergue a la plana mayor del golpe militar del 36 o que haya imágenes que porten fajines, medallas, varas de mando y otras reliquias fascistas. ¿Es aceptable esto en una sociedad democrática? Ellos desde luego están convencidos de tener pleno derecho a hacer lo que les apetece, desde adornar a las imágenes con los sÃmbolos falangistas hasta celebrar misas por Franco, Queipo y toda la casta africanista. Llevan haciéndolo desde 1936. Y esto se explica porque en España el fascismo nunca fue derrotado y por el hecho de que cuando se pudieron tomar algunas medidas orientadas a que desaparecieran dichas anomalÃas (¡24 años de PSOE!), no se hizo. Ya se han visto ahora las dificultades que plantea cualquier reforma en este sentido. Evidentemente hay cuestiones que quedaron atadas y bien atadas.
En estas circunstancias lo que se espera de un Estado supuestamente aconfesional –una de las ficciones de la Constitución– es que actúe en consecuencia. Para empezar convendrÃa revisar el Concordato. Se trata de una cuestión aplazada y con la que serÃa posible superar las limitaciones con las que se realizaron los acuerdos previos a la Constitución. Asà mismo parece ya tiempo de que, al igual que en otros paÃses –Portugal sin ir más lejos–, el patrimonio monumental eclesiástico pase a manos del Estado, que es realmente a quien pertenece y quien lo mantiene, por más que la Iglesia pueda seguir utilizándolo como ha hecho hasta la fecha. También de que la Iglesia se plantee por fin autofinanciarse, tal como se comprometió en la transición. Además habrÃa que pensar en llevar al ámbito que corresponde, que es el de la parroquia, la enseñanza de la religión. En este mismo sentido, en un plazo razonable de tiempo, la enseñanza privada, religiosa o no, deberÃa dejar de ser subvencionada por el Estado. Una vez que se inicie este proceso nos dará igual que quieran seguir adorando a Franco en su mausoleo o que en la lápida de Queipo vuelva a verse lo que taparon. Como si los quieren canonizar.
Es probable que si se plantean estas cuestiones haya quien diga que en qué mundo vive quien piense que tales propuestas pueden llegar a buen puerto en este paÃs y seguro que hay motivos para pensar asÃ. Otros pensarán que si se iniciara semejante proceso se producirÃa un caos tal que podrÃa acabar en otra guerra civil. Es normal que esto ocurra. La sociedad española tiene grabado a sangre y fuego que hay que tener cuidado con ciertas cosas y una de ellas es la Iglesia. Una parte tiene asumido que, en caso de que tal cosa ocurriera, la derecha permanente saldrÃa a la calle en defensa de las esencias patrias dispuesta a lo que fuera y la otra que hay que ser muy cautos porque ya se sabe de lo que es capaz esa gente. Esta es la memoria oculta de la guerra civil. De fondo la experiencia de la II República, pero no para aprender de sus aciertos y errores en este terreno, sino para asociar sus proyectos reformistas a su destrucción final, responsabilizándola de la guerra civil. La voz interna dice: ¿Pero es que no habéis aprendido la lección? A nivel de partidos polÃticos la pregunta serÃa: ¿Vamos a atrevernos a perder parte del electorado por cuestiones que no preocupan a la gente?
Con la Iglesia ha ocurrido algo curioso. Ante la inhibición de los diferentes gobiernos, ha tenido que ser la propia evolución de la sociedad en democracia la que haya socavado su influencia. Cada vez un mayor número de personas organizan su vida al margen de sus ritos y preceptos. En lo cual debe haber influido bastante la actitud reaccionaria que sus representantes manifiestan una y otra vez sobre cuestiones que la mayorÃa social ya ha superado hace tiempo. Sin embargo, cada año el Estado sigue derivando religiosamente hacia la Iglesia una gran cantidad de dinero, que se suele calcular en torno a doce mil millones de euros, que no sabemos si cubren la totalidad de lo que realmente manejan. Si este dineral lo pagaran los fieles no habrÃa problema. Lo que pasa es que lo pagamos todos. Y ya se sabe que la Iglesia católica, maestra en victimismo, es insaciable en su afán de dinero y propiedades.
Los tres frentes son, como se ha dicho, la propiedad de patrimonio material, que han ido ampliando de manera escandalosa gracias al favor que les hizo Aznar; la financiación, que sigue creciendo año a año, y la enseñanza, pilar fundamental del dominio que ejercen desde la primera ley general del siglo XIX. Para todo ello habrÃa que partir de la revisión del Concordato. No resulta admisible que propuestas como la estatalización del patrimonio, la autofinanciación tanto de la Iglesia como de los centros privados católicos y la salida de la religión de la enseñanza pública sean tachadas de anticlericales. Solo estamos ante el viejo ideal krausista de la secularización. Iglesia y Estado se enfrentarÃan a una nueva realidad que sin duda serÃa beneficiosa para ambos. La enseñanza pública es la base de cualquier paÃs democrático y sin duda la nueva situación repercutirÃa beneficiosamente en los graves problemas que en este terreno padece nuestro paÃs. La situación actual distorsiona la vida española. SerÃa más justo, equitativo, igualitario y democrático si la base de la educación fuese una enseñanza pública garantizada por el Estado. La libertad de enseñanza ampararÃa en todo momento que las órdenes religiosas siguieran dedicándose a estos menesteres, solo que la subvención del Estado no podrÃa ser como hasta ahora.
Surge la pregunta de si España está preparada para llevar adelante estas reformas. Ya sabemos que tal cosa no vendrá de la derecha y que el PSOE nunca se ha tomado en serio este asunto, por más que sepa que esas reformas vendrÃan bien al paÃs. Desecharlas equivaldrÃa a reconocer que, a estas alturas y ya perdidas las ocasiones que se presentaron anteriormente, la mayorÃa social no permitirÃa ir en ese sentido. O sea que habrÃa que resignarse a que todo siga igual y a que lo máximo que se consiga, volviendo a Franco, sea que, a cambio de a saber qué, la Iglesia rechace finalmente que sus restos acaben en la Almudena. Es decir, el tiro por la culata. No obstante, debe tenerse en cuenta que el bipartidismo se encuentra en vÃas de extinción y que al abrirse el campo polÃtico también surgen esperanzas de que estas reformas puedan ser realizadas en un tiempo no muy lejano. Leyes como las del divorcio, el aborto y la enseñanza provocaron en su momento y aún provocan la movilización permanente de la derecha y de la Iglesia y sus muchos medios afines. Pero una vez más, ante el pesimismo de la razón, debe prevalecer el optimismo de la voluntad.
AUTOR: Francisco Espinosa Maestre