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El lugar de la memoria
ANGEL González - El Adelanto de Salamanca - 05/06/2004

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Por fin en este país vuelve a hablarse de la memoria, del honor y de la dignidad. Después de años de sistemático ocultamiento de la historia y de vil desprecio al derecho moral, que es el más caro derecho humano, en este país el Congreso de los Diputados reconoce a las víctimas de la guerra civil y del franquismo.

Ellos son nuestras víctimas, las de la barbarie y la imposición, las de la sinrazón y el juego de intereses y de dioses vengativos que sumieron durante demasiados años en la oscuridad y el terror a esta quebrada piel de toro.

Lentamente, como si todavía pareciera no importar demasiado, como si hubiese causas que merecieran más la atención de nuestros flamantes diputados que la causa de la pura justicia (sólo entre 60 y 70 diputados asistentes a la sesión en que se aprobó el reconocimiento moral, social y económico a las víctimas de la guerra civil y del franquismo).

Lentamente, como todo lo que toca esa mancha indeleble que es la guerra civil y el franquismo, ese plomizo lastre cuya presencia abierta todavía nos impide caminar derecho, al fin algunas cosas van tomando la forma que les corresponde, elevándose, mostrándose desde el vertedero de silencios, manipulaciones, mentiras, ocultamientos y pueriles justificaciones.

Quedan todavía muchos silencios que quebrar, demasiadas servidumbres que eliminar de ese período negro de la historia de España, que aún luce por ahí en estatuas, medallones, inscripciones y fotografías que dan muestra y explican por qué el Congreso de los Diputados está casi vacío cuando se habla del franquismo y de los crímenes que cometió, por qué seguimos enfangados en un enfrentamiento civil que hunde sus raíces en algo mucho más profundo que el interés territorial o político, como es la concepción de nuestra propia identidad, de qué somos en realidad, qué historia común nos condiciona y qué intereses nos alinean en la defensa del grito o del silencio.

Por eso no somos capaces todavía de considerar la guerra civil y el franquismo como un período histórico que condicionó nuestra existencia como nación en lugar de sólo nuestra vida particular o familiar; que nos signó colectivamente con una precisa forma de afrontar el futuro, en lugar de enfrentarnos a ella utilizándola como argumento contra el otro.

Existen muchos países que han sufrido períodos de dictadura cuyas consecuencias, en la mayoría de los casos, una vez superados, han sido puestas a la luz, juzgadas públicamente y situadas en la historia en el preciso lugar que les corresponde.

Eso queda por hacer en este país, realizar un gran juicio al franquismo, a sus consecuencias y a sus responsables; situar en el lugar adecuado la inevitable memoria de aquellos años, adjetivando adecuadamente sus restos en ámbitos que recuerden lo que no debe repetirse, al modo del portalón de Buchenwald o el Museo Judío del Holocausto, no para la evocación sentimental ni para el homenaje, sino para la memoria histórica, la verdad, la justicia, la sabiduría y, tal vez, nuestro propio escarmiento. Sólo de este modo lograremos superar las mordazas y el rencor, la venganza y el odio.

Mientras tanto, bien está que se reconozca y proclame el honor de los que lucharon y murieron víctimas de la imposición y la ilegalidad.

Pero seguirá siendo insuficiente mientras en una sociedad que se llama democrática no se elimine el franquismo como referente o ejemplo, como parte de nuestra vida cotidiana, o dejen de formar parte de nuestro presente los símbolos que recuerdan que hubo vencedores que todavía comen el pan de los vencidos, y que éstos reciben poco a poco, lentamente, las migajas.

Cuando eso sea posible, cuando hayamos sido capaces de juzgar y condenar, de pronunciarnos como pueblo en las palabras que hoy se callan, y hayamos colocado aquella historia en los museos donde le corresponde estar; cuando, por fin, hayamos saldado cuentas con nuestra propia historia, entonces, tal vez, cuestiones como el lugar de ubicación de documentos o el reconocimiento del derecho de los pueblos, serán cuestiones administrativas en lugar de, todavía, motivo de enfrentamiento y argumentos del honor.

*Escritor y director de Etón Teatro