Artículos y Documentos

Miranda. «En el campo de concentración nos trataron como a los animales»
elcorreodigital - 17 de octubre de 2004

http://servicios.elcorreodigital.com/vizcaya/pg041017/prensa/noticias/Miranda/200410/17/VIZ-MIR-163.html


INCANSABLE. Félix Padín ha luchado toda su vida por defender sus ideales a pesar de las represalias y amenazas. / AVELINO GÓMEZ.


Teniente del batallón Durruti, estuvo preso en Miranda, donde además de hambre, padeció de piojos, sarna y tifus Más de medio siglo después aún conserva los mismos ideales y sigue peleando por ellos desde el sindicato CNT

ESTÍBALIZ LARGO/MIRANDA DE EBRO

Cayó prisionero el 16 de julio de 1937 en Bilbao cuando tan sólo tenía veinte años. Desde ese momento empezó su calvario. El hambre y la enfermedades le acosaron en cuarteles y cárceles improvisadas, donde le arrebataron sus pertenencias. Era cuestión de días que el Ejército de Franco descubriera, a través del Archivo de Salamanca, que era teniente del batallón Durruti. Pero no lo hizo y se libró de una muerte segura. Al no encontrarle delito alguno, recaló en el campo de concentración de Miranda el 8 de diciembre de ese mismo año.

-¿Cómo fue su llegada a Miranda?

-Llegué a las 15.30 ó 16.00 horas y me tuvieron en la puerta del campo de concentración esperando varias horas bajo la lluvia y con mucho frío porque estaban celebrando la fiesta de Infantería. Yo estaba en mangas de camisa y mi única protección era un trozo de manta. Ya de noche me dejaron entrar y me metí en el segundo barracón empezando por el río. Estaba lleno de gente, apenas cabía un alma. Me tumbé en el suelo a descansar.

-¿Cómo fueron esas primeras horas?

-Cuando me levanté ví a mi alrededor a compañeros del batallón, de la organización e, incluso, a mi cuñado. Ellos me cogieron sitio para dormir y me dieron mantas. Recuerdo que uno de ellos se dedicaba a hacer escarpines -una especie de calcetines- y chaquetas con las mantas. Utilizábamos alpargatas y para andar por el campo ideamos una tabla con botes clavados o atados para evitar el barro, que nos llegaba por la mitad de la espinilla.

-¿Cuál es su peor recuerdo del campo de concentración?

-Hambre, mucha miseria, mucho maltrato... Éramos más de 4.000 personas y dormíamos prácticamente unos encima de otros en el suelo de barro de los barracones, que estaban hechos de los restos de un circo que había en la zona. No había ventanas ni puertas y padecíamos temperaturas de 18 grados bajo cero. Estaba todo infectado de piojos hasta el punto de que las mantas caminaban solas, pero era imposible matarlos. También convivíamos con la sarna, forúnculos, tifus y toda clase de enfermedades.

«Cerrados en chabolas»

-¿Cuánto tiempo estuvo allí?

-La primera vez salí en unos dos meses, pero luego me volvieron a enviar en 1939 y 1940.

-¿Qué hacía en el campo?

-Nos tenían como a los animales encerrados en chabolas, como al ganado. Nos cortaban el pelo cada 10 días y nos echaban unos polvos para desinfectarnos. Si querías beber o ducharte te tenías que ir al río. Nos contaban como al rebaño y si mientras cantábamos a la bandera alguno soltaba alguna frase desagradable para los oídos franquistas, le buscaban entre las filas desesperadamente. Como nunca le encontraban, empezaban a apalearnos a todos hasta que cantábamos el himno falangista.

-¿Y qué trabajos realizaba?

-En el campo había un cura que se había pasado en Santander al bando de los nacionales. Siempre llevaba consigo un látigo negro y nos hizo construir una iglesia con restos del circo. Para ello, arrastrábamos como podíamos enormes piedras y cuando concluyeron las obras el cura nos hizo dar un beso al santo. Después, caí enfermo y me pasaron a una tienda de campaña. Allí me dieron una leche que sabía a demonios y que compartía con un compañero que estaba muy débil. Al final, gané la batalla al tifus.

-¿Cuánta gente murió?

-No lo sé pero sí que ví, un día de mucho frío, que a uno que intentó escaparse le capturaron y cuando nos levantamos por la mañana a cantar a la bandera le vimos colgado del palo, muerto y con el cuerpo agarrotado. Otro día ví cómo se llevaban un cuerpo de la zona de la alambrada, situada junto a la carretera de Logroño. Se corría el rumor de que los que se morían eran recogidos por un furgón en la noche y se los llevaban para que nadie se enterara.

-¿Vio fusilamientos?

-La verdad es que en el campo no, como tampoco cámara de gas. Lo que sí que hicieron fue matar a cinco polacos porque intentaron escaparse atravesando las vías del tren y a otros, por tratar de hacerlo a través del río.

-¿Se encontró con muchos extranjeros en el campo de concentración?

-La primera vez que estuve allí no, pero la segunda sí. Sobre todo cuando cayó Alemania y los alemanes venían a refugiarse a España. Pero en el campo había belgas, polacos, americanos, de las brigadas internacionales... Estaban mejor que nosotros.

-¿Se comunicaba con el exterior?

-Allí no. Lo que sí que había eran machacas, que eran los que hacían recados a los jefes italianos y llevaban a sus niños al colegio. Ésos podían meter alguna cosa dentro del campo así que si tenías dinero te podían traer algo. Yo sólo salí una vez a por tejas a Bardauri cuando se cayó el barracón. Fue mi única salida.

-¿Pensó alguna vez en escapar del campo de concentración?

-Sí, claro, pero el problema es que luego era la familia la que pagaba las consecuencias. De todos modos, muchos se escaparon y especialmente en los batallones de trabajadores, que era más fácil.

-¿Qué recuerdo tiene más grabado de aquella etapa de su vida?

-Nunca se me olvidará cómo algunos se aprovechaban de nuestra situación. Recuerdo que había un joyero que tenía una cantina y se hizo rico gracias a nosotros porque con las dentaduras de oro y otros objetos que le entregábamos, él nos daba a cambio tan sólo un trozo de pan y una sardina. También recuerdo que el tren pasaba casi pegado a las paredes del campo y no sabemos si fue por el movimiento o por qué pero al salir una vez del barracón, éste se cayó y hubo dos muertos.

«Nunca lloré»

-¿Lloró alguna vez?

-Nunca. A veces se te caía alguna lágrima pero era más bien congoja y pena porque las cosas no eran como tenían que ser. Nunca dejabas de pensar si te ibas a pasar toda la vida preso y en esas condiciones infrahumanas. Como ejemplo valga decir que pesaba poco más de 30 kilos. Estábamos muertos en vida.

-¿Cómo supo que podía salir?

-Por el altavoz. Cuando te llamaban era porque consideraban que estabas 'depurado' pero si 'recaías' volvías al campo. Una vez fuera de allí, te llevaban donde quisieran. Yo recalé en el batallón de trabajadores número dos. De todos modos los batallones de disciplina eran lo peor porque hacías trincheras entre los dos bandos y cualquiera te podía matar. En el mío cayeron 70 personas.

-¿Queda algún vestigio del campo?

-Queda un depósito de agua, que lo hicieron después de estar yo la primera vez. El monolito en homenaje a las víctimas es posterior.

-¿Tras tanto sufrimiento mereció la pena luchar por sus ideales?

-Sí. Todavía hoy lo sigo haciendo y lo haré hasta que me muera.