Artículos y Documentos

La Guerra Civil vista por los nietos. Con la renovada visión de una persona joven, Emma Aixalà da la palabra a trece supervivientes de la quinta del biberón
La Vanguardia - 02/06/2004

http://www.lavanguardia.es/web/20040602/51156335224.html


Josep Ballarín, Joan Perucho o Josep Benet fueron algunos de los muchachos llamados a defender la República

JOSEP MARIA SÒRIA

La Guerra Civil española ha marcado indeleblemente la vida de quienes la vivieron y de sus hijos. Quienes la sufrieron en primera persona y, sobre todo, los que la perdieron, tuvieron que añadir a la penuria de toda guerra la vida en blanco y negro de la posguerra y la larga dictadura que generó. El recuerdo de la guerra y el miedo fue durante muchos años el escenario de las relaciones familiares. Esto explicaría que una generación de españoles intentara pasar página de aquella losa que marcó tantas vidas y quién sabe si, en parte, no explica también el fenómeno del olvido de la memoria durante la transición política, protagonizada por los hijos de los que vivieron la Guerra Civil en primera persona.

El actual auge de trabajos sobre la Guerra Civil y el fenómeno de recuperación de la memoria histórica tienen, por supuesto, que ver con la apertura de los archivos, especialmente los militares. Pero también con el hecho de que quienes acceden a ello son los nietos de los que vivieron la guerra que no están marcados por los prejuicios de quienes les precedieron. Este es el caso de Emma Aixalà (Barcelona, 1971) que ha publicado un trabajo-reportaje sobre trece supervivientes de la quinta de 1941, es decir de los nacidos en el año 1920, que en 1938 tenían entre 17 y 18 años. “La quinta del biberó. Els anys perduts" es un recorrido por las vidas de aquellos muchachos con la renovada visión de quien está libre de prejuicios. Ni en el lenguaje de Aixalà ni en los aspectos que destaca hay el mínimo resabio. Igual es el que pasó todo el calvario del exilio, tras un mes y medio de retirada con los fascistas en los talones, como el que a última hora y a la primera ocasión se pasó al bando de los vencedores. Es el producto de quien sabe que está narrando algo trascendente para la vida de un país y sus habitantes, pero que lo hace sin pasar cuentas personales, lo que no significa que esté libre de juicio moral.

“La quinta del biberó" es un bien trabado viaje de trece historias personales, entre ellos el escritor y sacerdote Josep Ballarín, el poeta Joan Perucho, que murió antes de ver publicado este libro, el político e historiador Josep Benet, o el ex alcalde de Cervera, Joan Salat. Trece adolescentes que con apenas 18 años fueron llamados a defender la República y, tras una breve e insuficiente preparación, fueron enviados al frente de Lleida, de Balaguer o del Ebro, donde vieron morir a muchos de sus compañeros y amigos. De muchachos que aún no se afeitaban o no habían salido nunca de su pueblo.

La despedida de las familias es un emotivo inicio del relato de Aixalà, especialmente el de Ballarín cuando describe a su padre despidiéndolo en la parada del tranvía, mientras éste se alejaba calle abajo, como la “imagen más trágica que llevo dentro". El sacerdote Josep Llauradó, otro de los narradores, cuenta que su entrada en la guerra fue en la cabeza de puente de Balaguer, en el cerro del Merengue, la primera derrota de la quinta del biberón: “El espectáculo era dantesco, muchos muertos, muchos heridos, algunos se incorporaban pidiéndonos que los matásemos".

La mayoría de los muchachos de la quinta del biberón participaron en la batalla del Ebro, una de las acciones bélicas más cruentas de la historia de las guerras del siglo XX. Josep Llauradó, que fue movilizado para relevar a las Brigadas Internacionales, recuerda a Aixalà que entre batalla y batalla, en el Ebro, tenían que recoger las armas de las víctimas caídas en las trincheras: “Tardé más de una semana en eliminar el fortísimo hedor a muerto de mis manos". Pere Godall explica que en el Ebro “siempre estábamos igual: ganábamos las montañas de noche y las perdíamos de día, porque era imposible avanzar con la aviación franquista encima nuestro". Unos bombardeos cuya intensidad cambió la orografía del terreno.

La autora dedica buena parte de su trabajo a la vida cotidiana en la guerra, a la sed, el hambre, las enfermedades, las infecciones, el calor y el frío y, sobre todo, la añoranza. Uno de los aspectos al que casi todos los testimonios aluden es el miedo provocado por la incertidumbre de la noche, durante las guardias. Josep Benet dice que “en la quietud y el silencio de la noche es cuando piensas que mañana habrá nuevas bajas y una de ellas puedes ser tú. No hay batallas sin bajas". Pere Godall recuerda con pavor lo que es estar de guardia en la oscuridad de la noche y “sentir como se mueve alguna cosa cerca de ti". Para Miquel Morera, “era una eternidad de sufrimiento y de nervios". Otra misión nocturna eran las escuchas, que obligaba al soldado a abandonar por unas horas las trincheras para acercarse al enemigo y estudiar sus movimientos. En cuanto al miedo a caer herido, Godall asegura que “si caes herido cuando avanzas, es posible que tengas ayuda, pero si caes herido cuando retrocedes, te quedas solo porque todos piensan en salvar su piel".

La retirada produce sentimientos encontrados, de tristeza por haber perdido la guerra, pero también de alegría por terminar con una pesadilla. Ballarín recuerda a Aixalà que en Salt “éramos un grupo andrajoso, triste y escuerzo; yo debía ser el más andrajoso, triste y escuerzo porque se me acercó una mujer y me dio un pedazo de pan diciéndome: 'Tengo un hijo que debe pasarlas como tú'". Pere Godall, tras haber sobrevivido diez meses de combates, balas, bombardeos y compañeros muertos, decidió volver a casa. Abrazado a su llororsa madre sólo atinó a decir: “No me han matado, madre, no me han matado". Joan Perucho explica que el comandante de su unidad le dijo que si quería marcharse a casa con sus padres, “yo me giro y no he visto nada". A otros, lo mismo les costaría el pelotón de ejecución. Como aquellos desgraciados que recuerda Josep Maria Cañigueral: “Asistimos al fusilamiento de dos que intentaron pasarse a los nacionales. Eran del 41. Nunca olvidaré el espectáculo y la entereza de que dieron muestra". Perucho subraya a Aixalá que “yo hice una guerra para terminar con la guerra".

Todos aquellos jóvenes querían acabar con la guerra, pero la guerra siguió durante muchos años. Unos emprendieron el camino del exilio. Otros tuvieron que enfrentarse con consejos de guerra, como Joan Salat, que fue juzgado por un tribunal militar formado por franquistas mutilados durante la guerra, que le hacían responsable de sus males. Otros fueron movilizados por el ejército de Franco, como Joan Perucho, que fue destinado a “liberar" Menorca, una operación que fue fácil gracias al sabotaje que inutilizó los cañones de Maó, Llucalari i Favàritx. Algunos fueron a parar a la Modelo a la espera de ser clasificados adictos, contrarios o indiferentes y, finalmente, otros fueron licenciados y vueltos a movilizar cuando la Segunda Guerra Mundial se volvió a fines de 1942 contra las fuerzas del Eje.

Los trece supervivientes de la quinta del biberón han podido, afortunadamente, contar su historia a Emma Aixalà. Para memoria de los muchos que quedaron en los campos de batalla.