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¿Pocas banderas en "La Boda"?
Alberto Piris - La Estrella Digital - 1 de junio de 2004

http://www.rebelion.org/spain/040601ap.htm


El viernes pasado, una prestigiosa pluma, habitual en un diario madrileño, parecía descubrir el Mediterráneo recordando a sus lectores que la bandera rojigualda no es un invento de Franco. Cualquier visitante del Museo del Ejército puede contemplar los bocetos originales presentados a Carlos III, cuando en 1785 éste decidió sustituir la blanca enseña de los Borbones -poco visible entre el humo de los enfrentamientos navales- por una bandera que se percibiera mejor en tales circunstancias bélicas. De todos modos, la bandera roja y amarilla no fue legalmente definida hasta 1843, en el reinado de Isabel II. Todo esto lo ignoraba, al parecer, el autor de un libro de texto de mi juventud, donde se veía a Colón plantando la bandera rojigualda al pisar tierra caribeña. Pero así estudiábamos en aquellos patrióticos años cuarenta, cuando la Historia era un instrumento más de adoctrinamiento de los españoles. Ahora es más fácil acercarse a la verdad histórica.

Se ha criticado en algunos círculos de opinión el ornato de Madrid con motivo de los pasados fastos reales, porque no hubo el número suficiente de banderas españolas. Pero nadie ha especificado cuál sería el número deseable: ¿habría que emular a las masas anónimas en algunos regímenes dictatoriales -Corea del Norte, China- donde dócilmente los ciudadanos agitan las banderas con las que han sido provistos por la autoridad, para festejar algún acontecimiento?

Aunque poco tendríamos que aprender al respecto los españoles. Recuerdo los años en que, en señaladas fiestas nacionales, era obligatorio engalanar con banderas ("colgaduras" las llamábamos) todas las ventanas y balcones de cada casa. Quien no lo hacía era multado. O, lo que es peor, podía convertirse en sospechoso de ser "poco adicto" al Régimen, con todo lo que esto entonces implicaba. Mi juventud transcurrió en una ciudad atravesada por la Carretera Nacional I, que cada año recorría Franco en ambos sentidos para ir y volver de sus veraneos donostiarras. ¡Ay de quien ese día no exhibiera las colgaduras al paso del Caudillo! ¿Es éste el modelo de quienes añoran una mayor ostentación de la bandera?

Conviene recordar que una cruenta guerra civil había dividido a España en dos mitades. Una de ellas se apropió enseguida de la bandera victoriosa. El desfile de "La Victoria", entre innumerables banderas rojigualdas, conmemoraba anualmente el triunfo de unos y la derrota de los otros. (Aún ahora, en la ciudad donde vivo, todavía cuesta llamar plaza de España a la que durante muchos años fue denominada plaza de La Victoria.) Esta palabra -victoria- puede no significar apenas nada para los jóvenes, pero muchos fueron los españoles que la sufrieron como una seria derrota que arruinó sus vidas.

Así pues, la bandera de España fue manipulada durante años al servicio de los vencedores de la guerra civil y, lamentablemente, sirvió para seguir dividiendo a los españoles. Todavía hoy sufrimos las consecuencias; es muy probable que ésta sea, en parte, la razón por la que algunos pueden pensar que la bandera española fue un invento de Franco, pues su régimen la impuso por la fuerza y la hizo o­ndear como signo de su victoria militar. Aunque duela reconocerlo, así ha ocurrido durante varios decenios.

Este efecto actual de algo que ocurrió hace más de 60 años no debería sorprender: más de un siglo después de la Guerra de Secesión en EEUU, todavía el uso de la bandera confederal -derrotada en esa guerra- provocó hace poco conflictos en la sociedad estadounidense. Hoy la bandera de las barras y estrellas concita la adhesión mayoritaria del pueblo de EEUU y es exhibida profusamente, aunque tras ello se pueda recelar cierto patrioterismo manipulado y bastante irracional.

Por el contrario, durante la transición española, la bandera fue instrumento de enfrentamiento entre nostálgicos y demócratas. Hasta las pulseras de los relojes se utilizaban para mostrarla. Sobre un mismo fondo rojigualda, dos escudos distintos marcaban las diferencias. El Real Madrid era acogido en el Bernabéu con las banderas españolas del anterior régimen, cuando jugaba, sobre todo, contra equipos vascos o catalanes. Así pues, la bandera siguió siendo motivo de enfrentamiento, en vez de acoger a todos bajo sus pliegues. Por eso, otras banderas autonómicas suscitan hoy a bastantes españoles mayores y más sentidas lealtades.

No es un problema de banderas. El uso y exhibición de las banderas nacionales no se puede imponer a la fuerza en ningún país, salvo en las dictaduras. Los centenares de estandartes con la cruz gamada que o­ndeaban en los grandes mítines de la Alemania nazi no son el ejemplo a imitar. Las banderas deberían suscitar adhesión por sí mismas y por lo que representan. El problema, pues, debe buscarse en su evidente raíz nacionalista. Si se exhibe un nacionalismo español excluyente, como el que en sus últimos cuatro años de gobierno adoptó José María Aznar, enfrentado a los nacionalismos periféricos, el conflicto está servido y las banderas, como las lenguas u otras manifestaciones culturales, serán motivo de enfrentamiento.

El problema consiste en que siguen sin definirse bien, ni siquiera en la Constitución, los sujetos que constituyen España. El artículo 2, que alude a una "Nación española" formada por "nacionalidades y regiones" (mayúsculas y minúsculas según el texto constitucional), presenta tal grado de ambigüedad, que recurrir a la conocida expresión de que España es una "nación de naciones" no es sino rizar el rizo y dejar abierta la puerta a una creciente confusión. La articulación de los pueblos de España sigue siendo el principal problema pendiente. Al lado de él, la cantidad de banderas que se exhiban en Madrid cuando la realeza celebra sus fastos es una cuestión secundaria. Quizá haya de ser desde una Europa cada vez más cohesionada desde donde paulatinamente nos llegue la solución al eterno "problema español", que tanta tinta ha hecho correr, tanta sangre ha derramado y tanta violencia ha generado.

Alberto Piris es General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)