Artículos y Documentos

Memoria y mala conciencia
PEDRO OLIVER OLMO/PROFESOR DE Hª CONTEMPORÁNEA DE LA UCLM - elcorreodigital - 04/06/2004


Todos tenemos derecho al olvido de un pasado doliente, pero nadie podrá imponer el silencio eternamente. Lo saben en Chile, en Argentina, en Guatemala y en muchos otros países que sufrieron golpismos, guerras civiles, guerrillas y dictaduras. Y es eso mismo lo que ocurre con la Guerra Civil y la Dictadura en España. Porque lo que parece que exigen quienes hablan de una 'guerra fratricida' sin condenar la sublevación militar del 18 de julio, y lo que requieren -con más legitimidad- las víctimas de la represión republicana, no es un olvido imposible. Piden el silencio, una especie de mutismo voluntario y democrático que suceda al obligatorio de cuarenta años. Está claro que claman en vano, porque el pasado insepulto siempre vuelve.

No hablan los muertos, pero sí los supervivientes de aquella infamia. Sencillamente, en todo lugar se acaba abriendo paso el derecho a la memoria. Nadie evitará que los fusilados, los encarcelados, los exiliados y los esclavos del franquismo salgan del ostracismo al que fueron largamente condenados. No sólo durante la victoria. También la democracia impuso un consenso olvidadizo supuestamente reconciliador. Era injusto e hipócrita. Ni había ruptura democrática ni se resarcía a las víctimas del franquismo, pero se obtenían réditos electorales aireando el espantajo de Franco sobre todo en las campañas electorales.

Aquel espíritu falsario explica en parte que en España se recurra a un pobre historicismo en torno a las simbologías republicana y franquista. Y en cierta manera también revela el porqué de la inflación actual de publicaciones sobre la represión franquista. Libros y libros y más libros que no pocas veces no son más que la misma burra pintada y vendida con distintos colores. A la vista está que hay trabajos coherentes y serios, resultado de años de investigación y de trabajo en equipo, junto a otros muchos que no dejan de demostrar de forma recurrente que las agendas historiográficas se dejan colonizar demasiado por las agendas partidarias y mediáticas, y, lo que es peor, que la historiografía contemporánea sigue tan falta de método como mediatizada por las necesidades curriculares además de sobrada de oportunismo editorial (más repugnante si cabe cuando se nos vende travestido de 'rojeras').

No obstante, si obviamos las miserias de estos últimos oportunismos (sobre todo los que en su vertiente curricular ha disparado y disparatado la apuesta 'competitiva' de la legislación del PP en materia universitaria), lo que socialmente se observa en torno al fenómeno de la recuperación de la memoria es la fuerza de un par de vectores que, pasada la Transición y llegada la era Aznar, se pusieron a funcionar de forma inevitablemente interactiva: uno pro-activo, el de la fuerza imparable de la memoria de los represaliados; y otro re-activo, el de la mala conciencia de quienes defendieron la necesidad de un silencio ignominioso.

Al final, con o sin universitarios de por medio, el fenómeno recuperador de la memoria se está haciendo movimiento social. Y de eso se trata. Que actúe la sociedad civil, es decir, la gente de los colectivos sensibilizados (herederos o no de aquellas ideologías), y sobre todo las víctimas. Que los historiadores -con sus sesgos ideológicos desvelados- continúen escrutando el pasado sin obviar los ecos presentistas de sus representaciones. Y que las instituciones faciliten medios para la investigación superando el guerracivilismo interesado: si antaño concertaron el silencio, que hoy sepan acordar el cómo de la recuperación de la memoria, haciendo bien una tarea tan ineludible para una cultura de paz como dolorosa por las heridas que quedaron abiertas.

No van conmigo ni los emblemas guerreros ni me gustan las placas conmemorativas, pero al replantearme estas polémicas pienso que, exceptuando situaciones insuperables de utilidad pública, ningún monumento franquista debería ser derruido, y que, al igual que en las carreteras que hicieron los soldados represaliados o que en los canales de los presos de la dictadura, por muchos otros lugares de la memoria debería quedar escrita con valores de paz la triste historia de la infamia.