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Españoles en todas las trincheras. La diáspora tras la Guerra Civil llevó a los perdedores a las primeras líneas de la Segunda Guerra Mundial
La Vanguardia - 01/05/2005



PÉREZ DE ROZAS. España cañí se lee en el frontis de este camión semioruga, de los primeros en liberar París en agosto de 1944


Los españoles influyeron más que algunos pequeños países beligerantes

En Francia murieron unos 5.000 y más de 10.000 cayeron prisioneros

DANIEL ARASA 

Al repasar las grandes batallas de la Segunda Guerra Mundial, de cuyo final se cumplen ahora 60 años, aparece un hecho llamativo: en cualquiera de estas gigantesque combaten cienmillones hombres se encuentran españoles. En Stalingrado, Normandía, Kursk, El Alamein, Túnez, las Ardenas, Kuban, Leningrado... se halla la huella más o menos testimonial de los españoles.

No faltan tampoco en los campos de exterminio nazis, ni en los de castigo soviéticos en la taiga siberiana, ni en los campos de concentración británicos para soldados enemigos. Hay españoles en la Legión Francesa que luchan en Indochina y entre los reclutados de forma voluntaria o forzosa para la Organización Todt, creada por los alemanes; los hay entre los guerrilleros soviéticos que hostigan la retaguardia nazi en Bielorrusia o Ucrania; se les encuentra en los desiertos del Chad, de Libia o de Túnez combatiendo a los soldados de Mussolini; hay españoles protagonistas de las matanzas japonesas en Filipinas; miles son combatientes de la División Azul en los frentes del Voshov y de Leningrado; no faltan españoles entre los primeros soldados aliados que entran en el París liberado; hay religiosos españoles en China o en las islas del Pacífico donde americanos y japoneses compran a precio de sangre cada palmo de terreno. Algunos son comandos británicos en Creta o en Oriente Medio, otros conviven con los partisanos antifascistas italianos, bastantes son refugiados de guerra que van a parar a Uzbekistán y otros países de Asia Central. Hay españoles formando parte de las tripulaciones de las fortalezas volantes americanas que pulverizan las ciudades alemaen nas, pero también entre los obstinados pro nazis que luchan por Hitler en Berlín cuando todo está perdido en los últimos días de la guerra en Europa. Otros, muchos, están incorporados a las unidades francesas de la línea Maginot, combaten en los hielos del norte de Noruega o en las tierras tórridas de Líbano, o en Eritrea y Etiopía. Algunos son aviadores alemanes y otros soviéticos opuestos a los anteriores.

En todos los escenarios bélicos de Europa, Africa, el Mediterráneo o el Atlántico pueden localizarse españoles. Y, además, en los dos bandos. Sólo resulta más difícil, y a menudo no estaban, en determinados teatros de operaciones de Asia Oriental y el Pacífico. Aún así, se les localiza más o menos aislados

Saipán, Tokio, Tien-shin, las islas Marianas y Carolinas, en las luchas por las calles de Manila o en Hiroshima el día del lanzamiento de la primera bomba atómica.

La implicación en la guerra no se limita a quienes están en los frentes. Algunos se juegan la vida tanto o más aunque estén a miles de kilómetros de las alambradas y las trincheras. Hay españoles en el espionaje de uno y otro bando o actúan como guías de fugitivos de los nazis a través del Pirineo y buena parte de Francia y España. Trabajadores españoles trasladados a Alemania sufren las raids nocturnos de la RAF. Algunos embajadores o cónsules, por su lado, salvaron a miles de judíos de la persecución hitleriana.

País neutral
Tal omnipresencia es más significativa si se tiene en cuenta que España era país neutral o no beligerante. El número de españoles que luchan en ambos bandos de los contendientes de la Segunda Guerra Mundial y su influencia sobre el conjunto de la guerra es mayor que la de algunos pequeños países beligerantes. Hay españoles por doquier y bien activos.

¿Qué había pasado? La causa principal era la Guerra Civil, acaecida poco antes, entre 1936 y 1939. Fue como una enorme explosión que había proyectado españoles por todas partes, especialmente del bando perdedor. A los republicanos, que casi sin solución de continuidad se encontraban con un nuevo conflicto que no les era ajeno y en el que, ya fuere por principios o por quedar atrapados en el remolino, les tocaba implicarse.

La Guerra Mundial era la continuidad de la Guerra Civil a escala planetaria. Todos los participantes españoles entendían que no era un conflicto ajeno a la piel de toro. Más aún, la tragedia de 1936-39 había sido un prolegómeno.

El volumen de españoles participantes en la guerra es muy variable según los escenarios bélicos. Debe quedar claro que sólo en algunos ámbitos de la Resistencia francesa la presencia de españoles fue decisiva y en algunos otros casos relevante, como el de Joan Pujol García, Garbo,el espía que engañó a Hitler en el desembarco de Normandía. En muchos otros fue heroica, pero también anecdótica. En su conjunto, era un símbolo de la voluntad de personas y pueblos de estar presentes cuando se juega el destino de la humanidad.

En febrero de 1939, cientos de miles de refugiados, en su mayoría catalanes, cruzaban la frontera hispano-francesa. Era el mayor éxodo de la historia de Es-paña y uno de los mayores de la historia mundial precedente. Las playas de Argelers, Barcarés, Saint Ciprien (Sant Cebrià), Agde y otras se llenaron de exiliados, vigilados de cerca por la Garde Mobil y soldados senegaleses. Algunos de los refugiados, menos sumisos, fueron internados en los campos de castigo de Vernet d´Ariège o en el castillo de Cotlliure. Además de los vigilantes, del mar invernal, de la arena, del frío y el viento glacial, los hombres, mujeres y niños exiliados tenían otros compañeros inseparables: el hambre, la sed, la suciedad, la disentería, los piojos...

Pocas eran las esperanzas de salir de allí a corto plazo, excepto para aquellos que aceptaban regresar a España. Muchas de las mujeres y niños cruzaron la frontera en dirección sur, pero otros muchos miles de refugiados temían las represalias del franquismo y estaban dispuestos a ir a cualquier lugar del mundo, excepto a territorio español mientras Franco mandara.

Los altavoces y los anuncios instalados en los campos recordaban la posibilidad de regresar a España, pero los oficiales y guardias franceses sugerían otra salida a aquellos jóvenes hambrientos: alistarse en la Legión Extranjera. Allí tendrían comida, camisa limpia, un sueldo, viajarían... El periodo de alistamiento era de cinco años, renovables.

En la Legión Francesa
De esta forma, la Legión francesa engrosaba sus filas en 1939 con miles de jóvenes españoles. Muy pronto, en septiembre del mismo año, se iniciaba la guerra entre Francia y Alemania, y otros españoles entran a formar parte de unidades militares, los llamados Regimientos de Marcha, otra forma de incorporar extranjeros con un régimen distinto al de la Legión. No se alistan por un periodo fijo, sino por la duración de la guerra, como un soldado más. En total, unos 10.000 españoles forman parte de las unidades militares regulares de combate francesas.

Un número mucho mayor, sin embargo, unos 52.000, se incorporaron a las Compañías de Trabajo, unidades militarizadas destinadas a actividades complementarias como construir fortificaciones, vigilar depósitos militares o trabajar en fábricas de material bélico o en las minas.

Todos estaban preparándose para enfrentarse a los alemanes en el norte de Francia, en la línea Maginot, pero el bautismo de fuego de los españoles en la Segunda Guerra Mundial tendría un imprevisto y lejano lugar: el fiordo noruego de Narvik, al norte de Noruega, más allá del Círculo Polar Ártico.

En una hábil y audaz operación, las tropas de Hitler ocuparon por sorpresa Dinamarca y Noruega el 8 y 9 de abril de 1940, sin que los aliados lo pudieran impedir. El objetivo alemán era garantizarse el suministro de hierro de las minas suecas de Kiruna, que se embarcaba en el puerto noruego de Narvik. Para impedir tales suministros para la industria de guerra del Reich allí desembarcaron en las semanas siguientes tropas británicas y francesas.

Entre estas últimas iba la 13.ª Semibrigada de la Legión Extranjera, formada en gran parte por españoles. Entre los muertos en la batalla, el sargento catalán Joan Ramon Pujol de Villalonga. Otros, como Carles Busquets, fueron condecorados por su lucha escalando aquellos precipicios cubiertos de placas de hielo.

Desalojaron a los alemanes de Narvik, pero, inesperadamente, el mando da la orden de rápido repliegue y reembarcar. La Wehrmacht había iniciado el 10 de mayo su ofensiva relámpago sobre Francia, Bélgica y Holanda y estaba derrotando a los ejércitos de estos países y al Cuerpo Expedicionario británico. Noruega era un frente secundario y se abandonaba.

Bloqueados en Dunkerque
Entre las pocas tropas del Ejército francés que luchan con dureza contra los alemanes que avanzan imparables están dos regimientos de la Legión y tres de los Regimientos de Marcha, y en todos ellos abundan los españoles. Resultan prácticamente aniquilados.

Miles de españoles de las Compañías de Trabajo y de los restos de las unidades militares huyen del avance alemán y van a parar a una ratonera, Dunkerque. Cientos de miles de soldados y fugitivos aliados se agolpan en los muelles en donde los británicos en todo tipo de buques, incluidos pesqueros o yates de recreo, intentan evacuar en primer lugar a su Cuerpo Expedicionario y, en lo posible, a tropas francesas o belgas. Pero allí quedarán casi todos los españoles antifascistas. Y también los polacos, judíos, checos y de otros países centroeuropeos, que eran precisamente quienes más podían sufrir si caían en manos de los nazis. A la postre, los soldados ingleses o franceses capturados se convertían en prisioneros de guerra. Los otros eran enemigos especiales del nacionalsocialismo y su destino podía ser mucho más trágico, como se demostró.

Uno de los que fugitivos que no pudo embarcar, rechazado en uno y otro lugar por los ingleses, fue el lehendakari vasco José Antonio Aguirre. Logró esconderse en conventos y, tras una larga odisea pasando incluso por Berlín, llegaría a Suecia y desde allí a Estados Unidos. De ser capturado por los alemanes no cabe duda que habría corrido la misma suerte que el presidente de la Generalitat, Lluís Companys, que poco después de la derrota de Francia sería detenido y entregado a Franco. Su destino es conocido.

En la batalla de Francia murieron unos 5.000 españoles y cayeron prisioneros entre 10.000 y 12.000, estos últimos en su mayoría de las Compañías de Trabajo.

Los españoles de las tropas regulares francesas que cayeron en manos de los alemanes fueron prisioneros de guerra normales, como soldados franceses. Peor suerte correrían los de las Compañías de Trabajo, que eran la mayoría de los detenidos. Gran parte de ellos tendrían un destino: Mauthausen, uno de los fatídicos campos de exterminio, situado en Austria, cerca del Danubio.

El Gobierno de Madrid se desinteresó. Los primeros 392 rojos españoles llegaron al campo el 6 de agosto de 1940 y muy pocos sobrevivirían. En junio del año siguiente habían llegado ya 5.998 y seguirían luego nuevos ingresos, aunque en grupos menores, tanto por haber sido detenidos en aquella ofensiva como por formar parte de la Resistencia francesa. En las cercanías de Mauthausen, y de su filial de Gusen, que era donde liquidaban a muchos de los que estaban enfermos o en situación más deplorable, hay un monumento en el que se lee: "A los 7.000 españoles muertos por la libertad". Esta cifra da idea de hasta dónde se llegó. Uno de los fallecidos era el ex conseller de la Generalitat de Catalunya Josep Miret (PSUC), detenido por su participación en la Resistencia francesa y herido en el campo de exterminio a raíz de un bombardeo americano.

Los prisioneros españoles establecerían en Mauthausen una red de ayuda e información que contribuyó a ahorrar vidas y humillaciones. Destacable es la labor de los catalanes Francesc Boix y Antoni Garcia, fotógrafos que salvaron y guardaron centenares de negativos de las torturas y matanzas, que sirvieron en Nuremberg y otros juicios para incriminar a jerarcas nazis.

En campos de concentración
Núcleos mucho más pequeños de españoles fueron a parar a Auschwitz, Sachsenhausen, Dachau, Bergen-Belsen, Buchenwald-Dora, Treblinka, Neuengamme, Aurigny, Eperlecques, Strutthof, Natzweiler, Flossemburg, Raw-Ruska o al campo de mujeres de Ravensbrück. En el de Oranienburg sería internado el ex presidente del Gobierno y líder socialista Francisco Largo Caballero, que sobrevivió a precario.

Hitler lanza el 22 de junio de 1941 su operación Barbarroja contra su mayor adversario, la Unión Soviética. En las esferas oficiales de Madrid todo es regocijo y Ramón Serrano Suñer pronunciaría aquella frase de "¡Rusia es culpable!" ante miles de manifestantes enardecidos. De inmediato se puso en marcha el reclutamiento para la División que iba a luchar contra los soviéticos. No faltaron voluntarios, en especial falangistas. Sería la División Azul, que tras un breve periodo de instrucción y jurar lealtad a Hitler, bajo el mando del general Agustín Muñoz Grandes llegaría al frente del río Volshov (en Novgorod) en octubre de 1941. En diciembre del mismo año participa en duros com-bates de la cabeza de puente de aquel río con un frío que en algunos momentos y lugares se acerca a los 40 y 50 grados bajo cero. Al año siguiente están en el frente de Leningrado, la ciudad sitiada a lo largo de 900 días y en la que 800.000 civiles murieron de hambre y frío. La mayor de las batallas que afecta a la División sería de la Krasnyi Bor, el 10 de febrero de 1943, en que los rusos, tras un terrible bombardeo artillero, lanzan un ataque masivo que les costó miles de bajas, aunque pulverizaron un regimiento español y parte de otro.

Pasada la primera etapa ya no sobraban voluntarios para la División Azul. Todos se habían dado cuenta que bravuconadas como la de "Rusia es cuestión de un día para nuestra Infantería" nada tenían que ver con la realidad. La guerra se alargaba y desde la URSS regresaban mutilados por la metralla o el frío y muchas familias recibían telegramas comunicando que el hijo o el marido no volvería.

Cerca de 5.000 muertos y miles de heridos tuvo la División Azul a lo largo de la guerra, de entre el total de 47.000 soldados que participaron en los diferentes relevos. Huella positiva de la División fue el trato amable para con la población civil rusa, frente a la distancia y la agresividad de los alemanes y, especialmente, de las SS.

La presión de los aliados obligó a retirarla en octubre de 1943, cuando ya la estrella de Hitler iba de capa caída. Aún así se quedó el equivalente a un Regimiento, la Legión Azul, que regresó unos meses más tarde. No faltaron, finalmente, grupos de empecinados nazis españoles que, en los últimos días de la guerra, en la batalla de Berlín, estaban cerca del búnker de Hitler defendiendo a sangre y fuego al dictador.