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Un defensa condenado a muerte. Se editan las memorias de un capitán del Madrid represaliado en 1936
EL PAÍS - Última - 24-10-2005



Pedro Escobal, en su casa de Nueva York en 2000, con 97 años. (PABLO ESCONDRILLAS)


DANIEL BORASTEROS  -  Madrid

Pedro Patricio Escobal, Perico, estuvo cuatro veces a punto de ser fusilado. Vivió hasta los 99 años. Murió en 2002 de viejo, al otro lado del Atlántico, en un apartamento de la isla de Manhattan. Antes, fue defensa diestro y capitán del Real Madrid, internacional con España en los Juegos de París de 1924, impulsor del primer sindicato de futbolistas españoles, prisionero condenado a treinta años durante la Guerra Civil, exiliado en Estados Unidos y Cuba, a donde marchó en barco desde la costa vizcaína, y responsable, como jefe de ingenieros, del alumbrado de Queens, el barrio más extenso de Nueva York.

En 1968 escribió sus memorias, que aparecieron en inglés, en 1974, con el título de Death row (Fila de la muerte). Después de algunas ediciones casi clandestinas, que circularon desde 1981 por La Rioja, su tierra natal, se publica de nuevo el texto en español, Las sacas (Ediciós Do Castro). Picasso, admirado por las peripecias de Escobal, se ofreció a hacer unos dibujos para la primera edición. Nunca se concretó el proyecto.

Escobal, en su casa de Nueva York, se levantaba la camisa y mostraba unos bultos extraños, cráteres duros, viejas costras que aún supuraban. Estigmas de su paso por la cárcel. De una de sus muchas reclusiones desde 1936. Por ejemplo, la de Pedernales, en Vizcaya. O en la cárcel de Logroño. O el confinamiento en un viejo frontón riojano. Signos de una enfermedad que casi acaba con su vida. Yacía "entre las ratas" sin poder moverse, moribundo, y maldijo en voz alta a Franco. Mejor, se "cagó" en Franco, precisa un familiar, Pablo Escondrillas, rememorando el relato. Lo dijo delante del general Millán Astray, fundador de la legión y célebre, entre otras cosas, por exclamar: "¡Muera la inteligencia!". Creía que iba a morir sobre las losas del penal. Padecía de tuberculosis.

Desde su primera reclusión, Escobal fue testigo de "las sacas", fusilamientos que se practicaban, sin lógica aparente, todas las noches. Supo que su nombre figuró en dos de esas "sacas". En otras dos ocasiones formó parte de un convoy de la muerte, "pero, en el último momento, le hicieron regresar al camión", recuerda su familiar. Escobal, en los cuatro años que estuvo encarcelado, vio como asesinaban a sus amigos por los motivos más peregrinos. Remarca el cainismo de aquellos meses: "Una maestra fue asesinada por un pelotón en el que había dos antiguos alumnos suyos".

A Escobal se le paró el reloj en el puerto de Portugalete en 1940, después de escapar de su confinamiento en Pedernales. "Casi todos sus recuerdos son previos al exilio", confirma Escondrillas. No siempre eran tristes. Recordaba, por ejemplo, los bailes galantes, la juerga, las aventuras amorosas en el Madrid de los años veinte, futbolista, amigo de Santiago Bernabéu y "muy guapo". Acabó en comisaría por abofetear a una mujer casada con la que mantenía una relación porque ésta le confesó que sólo estaba con él "para probar a qué sabe un futbolista".

Entonces, a Escobal le llamaban El Fakir, se entrenaba en el Madrid con Mr. Petland, era íntimo de Bernabéu y conspiraba en los cafetines para lograr el estatuto del futbolista. "El deporte rey eran los toros, el fútbol se quedaba para el invierno", se lamentaba Escobal, que participó en la primera gira de un equipo español fuera de España.

Pero el discurso sobre su época de futbolista, las discusiones para lograr "un sueldo digno" para los jugadores, el casino, su primera afiliación a Izquierda Socialista, el partido de Azaña, se acaban tiñendo de amargura: "No nos daban de beber más que agua sucia", recuerda de su primera reclusión en Logroño, en un frontón lleno de piojos.

Amigo del pintor Eugenio Granell, gran conversador que igual recitaba la alineación del Madrid de Bernabéu que largos pasajes del Quijote, Escobal acabó su vida profesional felicitado por el ayuntamiento de Nueva York por regenerar el alumbrado de Queens. Antes tuvo una tienda de electrodomésticos. Pero la memoria se le había congelado en 1936. Sólo regresó a su país por el fallecimiento de su madre, en 1974: "La decencia había desaparecido en España".