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De vuelta al Ebro. Milton Wolff, el último comandante de la brigada Lincoln, recuerda la batalla que decidió la guerra española
TONI ORENSANZ - 14/11/2005 - La Vanguardia


Llegado a la ribera del Ebro, junto al agua, en Flix, el que fuera el último comandante del batallón Lincoln, Milton Wolff, a sus noventa años, reclamó un poco de recogimiento. Una maraña de autoridades, fotógrafos y curiosos lo acompañaba en su retorno al Ebro 67 años después de cruzarlo en la ofensiva republicana del Ebro que diera inicio a la batalla más sangrienta de la guerra civil española, la noche del 25 de julio de 1938. El viejo comandante siguió pidiendo recogimiento, sin éxito, y al final gritó "silencio" con una fuerza como sólo los militares, o los que lo fueron, deben de saber hacerlo.

Milton Wolff, una de las últimas leyendas vivas de la Guerrra Civil, sigue siendo todo un carácter, como debió de serlo cuando le pispó una novia a Hemingway en Madrid (o eso cuenta la leyenda) o cuando Robert Capa lo convirtió con sus fotos en un héroe en toda regla. Nacido el 8 de octubre de 1915, alto como una alta torre, pese a la edad, Milton Wolff anduvo por los escenarios de la batalla del Ebro el primer fin de semana de noviembre. Deseaba celebrar así, volviendo a cruzar el río, su reciente aniversario. A sus 22 años le tocó comandar las tropas norteamericanas, agrupadas en el batallón Lincoln, en la XV brigada, en la batalla del Ebro. Había llegado a España como voluntario desde Estados Unidos para unirse a la lucha antifascista en mayo de 1937. Wolff, para no disgustar a su madre, le dijo que se trasladaba a trabajar una temporada a Europa. Pero la prensa, en aquel entonces, empezaba a construir un mundo global y la santa madre terminó por saber que su inquieto hijo andaba de comandante con las Brigadas Internacionales al ver su foto, codo con codo con Hemingway, en el diario que leía habitualmente allá, a lo lejos, al otro lado del océano.

Ésta no era la primera vez que Milton Wolff regresaba a los escenarios de la batalla del Ebro. Pero también es verdad que el periplo cobró en esta ocasión una significación especial por varios motivos. Principalmente por la presencia del cónsul norteamericano, en lo que representó un reconocmiento oficial del Gobierno de Estados Unidos a los brigadistas de ese país. No ha sido lo habitual. Al regresar a su patria tras la Guerra Civil, muchos de ellos - y Wolff no fue una excepción- fueron llamados a declarar como sospechosos de actividades antiamericanas por su militancia comunista. Y ya en los años cincuenta, el último comandante de los Lincoln y otros fueron sospechosos de actividades subversivas, en la locura de la caza de brujas de McCarthy.

Es por todo ello que palabras como las pronunciadas por el cónsul general de Estados Unidos, Juan A. Alsace, junto a Wolff en el Ebro tienen un cierto valor histórico. Dijo el cónsul: "El señor Wolff y aquellos jóvenes norteamericanos fueron una vanguardia, si quieren, de los cientos de miles de jóvenes norteamericanos que les siguieron a Europa a luchar contra Hitler y los nazis en la Segunda Guerra Mundial. A diferencia de aquéllos, que serían considerados como parte de la generación más notable de Estados Unidos, los sacrificios del señor Wolff y su tropa no fueron reconocidos durante mucho tiempo". Y añadió: "Agradezco que este olvido haya sido subsanado". Fueron antifascistas prematuros, como alguien dejó sentado años después de la Guerra Civil.

Pero, más allá de las palabras, el recorrrido de Milton Wolff por el Ebro llega en unos momentos en los que hablar de la guerra empieza a no ser tabú, aunque sobrevivan aún una infinidad - se mire la guerra desde el lado que se mire- y las pasiones sigan desbordándose con una facilidad pasmosa. Mas es verdad que, en los escenarios de la batalla del Ebro, en la Terra Alta, en la Ribera d´Ebre, en los pueblos ribereños, hablar de la Guerra Civil era casi un imposible hace dos días. Como en muchos otros lugares, el silencio lo copaba absolutamente todo. La memoria debía de restar en conserva. Punto en boca.

Hoy las cosas han cambiado y, aunque la presencia de Milton Wolff y los homenajes a los brigadistas sigan molestando a según quiénes, al menos pueden celebrarse con normalidad. Surgen por doquier iniciativas de recuperación de la memoria colectiva y local, y en la Terra Alta, donde la guerra no podía ni mentarse, hoy se impulsan museos, centros de interpretación histórica y hasta rutas por los escenarios de la batalla del Ebro.

Por si todo ello fuera poco, Milton Wolff acaba de ver traducida al español su novela Another hill,publicada en inglés en 1994. La obra, titulada Otra colina,es una novela autobiográfica, bien escrita, con buenos diálogos y, encima, equilibrada. No es una historia de buenos y malos, ni de héroes idealistas que nada temen. También están los cobardes, los miedosos, los mezquinos. O mejor aún: están los héroes cobardes y los miedosos valientes. Están los hombres, tal cual.

Wolff tiene un recuerdo muy vívido de la Guerra Civil, aunque se diría que en España se contagió de un humor socarrón muy al estilo de Berlanga. Impresiona oírle contar, entre sonrisas y carcajadas, las semanas que precedieron a la batalla del Ebro, los días previos a cruzar el río. "Preparamos la gran ofensiva sin agua de ninguna clase. Entrenábamos en el lecho de riachuelos que estaban completamente secos, con sacos, y simulábamos que remábamos y nos reíamos mucho, y nos gastábamos bromas continuamente", cuenta. La mayoría eran jóvenes, tenían veintitantos. Luego vino el Ebro, pero a fin de cuentas, ¿qué es nuestro Ebro al lado del Mississippi o del río Hudson, que eran los ríos de esas gentes del batallón Lincoln?

Como dice un personaje de la novela de Milton Wolff: "¿Qué es esta mierda de río comparado con el Atlántico?". La frase da que pensar. Desde nuestra perspectiva de hoy en día cuesta entender qué hacían estos tipos, brigadistas de veinte y pocos años llegados desde la otra punta del mundo, en la España de los años treinta. Luchar contra el fascismo, de acuerdo. Pero si para nosotros Estados Unidos pilla lejos, en los años treinta eran puro exotismo, el más allá, las quimbambas.