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'Gredos, Gredos'
Luis Arias Argüelles-Meres. A Coruña Digital, 10/10/2003


Nos recuerda Juan Marichal en su reciente ensayo sobre Unamuno que al ser llevado don Miguel por Alfonso Reyes a la Torre Eiffel, cuando le indicaba los lugares históricos que desde allí se divisaban, el entonces rector de la Universidad de Salamanca e intelectual desterrado por Primo de Rivera 'repetía en voz baja como en letanía: Gredos, Gredos' Esto sucedió en 1924. Cuando se celebren las bodas de plata de la actual Constitución, por mucho que ahora se elija Gredos como escenario que anuncia tan propagada liturgia, nadie recordará que estarán a punto de cumplirse 80 años del destierro de Unamuno, y se ignorará más aún el significado que tiene don Miguel en la historia cultural y espiritual de España. Cuando muere Unamuno al finalizar 1936, Ortega escribe un texto estremecedor y, por desgracia, acierta de pleno y de plano en su vaticinio. Tras el fallecimiento de don Miguel, a España le espera, según escribió Ortega, 'una era de atroz silencio'. No puede ser casual que los fastos constitucionales se proclamen en Gredos, en ese paisaje único al que Unamuno le cedió su voz, convirtiéndose en coro y eco de uno de los lugares más genuinos de la geografía española. Y que al mismo tiempo no se invoque a don Miguel.

Gredos, Gredos. No es mi propósito incurrir en exageración si digo que cada vez parece más claro que se hizo tabla rasa de la historia más reciente. Se escribió estos días en algún sitio que La Constitución de 1978 vino a ser una especie de ley de punto final con respecto al franquismo. Lo que, en todo caso, es cierto es que la elección de Gredos para propagar los fastos constitucionales que se avecinan sin que conste mención alguna al significado de este paisaje para Unamuno parece mostrar que España no logró recuperar el pasado que se había quedado atrás en el franquismo. No se supo, no se pudo, o no se quiso enganchar el vagón de los años anteriores a la dictadura. Acaso por eso nuestra cultura sea, además de otras muchas cosas, la historia de un descarrilamiento del que aún no nos hemos repuesto. Y, lo que es peor aún, se diría que no hay voluntad de reparar esta rotura.

Max Aub aterriza en Barcelona el 23 de agosto de 1969. Pocos días después escribe en su diario: 'He venido, pero no he vuelto'. Seguramente, se sintió más desolado que Pedro Páramo en Comala. Y concluye con algo tan clarificador como esto: 'España se metió en un túnel hace 30 años y salió a otro paisaje'.

El manido topicazo de que un pueblo, si desconoce su historia está obligado a repetirla, tiene demasiado tufo de moralina de púlpito. No es ése el problema, sino otro. Y es que el desconocimiento histórico, máxime si lo que se ignora es algo cercano en el tiempo, supone una privación injusta de algo que pertenece a la sociedad que lo sufre. Y, creo, que contra eso procede rebelarse. Máxime si se trata, como es el caso, de un período de figuras irrepetibles en nuestra historia de las que tenemos tanto que aprender.

Se podría argüir que, en una sociedad democrática como ésta, nadie tiene vetado leer a Unamuno ni a ningún otro escritor de nuestra literatura. Cierto, no existe esa prohibición. Sólo faltaba que ocurriese tal cosa. Dicho esto, hay que añadir algo de extraordinaria relevancia. Una sociedad se retrata -y se delata- por lo que incluye en sus solemnidades. Si Gredos es el lugar elegido para la liturgia que proclama la buena nueva de los fastos constitucionales, y, si en ese lugar, no hay mención ni hornacinas simbólicas para alguien que coadyuvó a su inmortalización literaria, algo grave ocurre. Porque las altas instancias de un Estado moderno y democrático no pueden permitirse ciertas ignorancias.

Sin que haya voluntad explícita de ello, este ceremonial en Gredos sin Unamuno es una consagración más de la desmemoria. Durante el franquismo, había libros de don Miguel en el índice. Los oficiantes de las bodas de plata de esta Constitución monárquica ignoran al autor de Vida de don Quijote y Sancho. Lo uno y lo otro inciden en la proscripción. Y le dan la razón a Ortega. La era de atroz silencio aún no ha concluido, con respecto a aquella eclosión que las historias de la literatura siguen denominando La Edad de Plata.

Lo más trágico en la biografía de Unamuno es que su vida se desarrolla entre dos guerras civiles, la carlista y la del 36. La primera la noveló en el libro, Paz en la Guerra. De la segunda fue profeta al decirles a aquellos espadones macabros las conocidas e inolvidables palabras tantas veces repetidas. 'Venceréis pero no convenceréis'. En aquel momento, la Sierra que añoraba en Francia seguro que enmudeció. Y parece paradójico que añorase en Francia un paisaje donde descuella una peña cuyo nombre es homónimo. Ya se sabe lo que prima lo paradójico en don Miguel.

También en otro ensayo de reciente publicación sobre Unamuno, donde se recopilan textos dispersos de una de las grandes voces del exilio español, de María Zambrano, se define de modo preciso la relación de este vasco universal con Salamanca: '

'Quizá [Unamuno] él creyó que quien consigue dar nombre a una ciudad está tan dentro de la historia como quien lo ha dado a un Imperio. Quizá él pensó y quiso que Salamanca fuese la capital del espíritu hispánico en la hora en que él la habitaba' [1]

Gredos, Gredos. Ésta es una de las muchas letanías contra la desmemoria.

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[1] Juan Marichal. El Designio de Unamuno. Taurus. Madrid, 2003. Página 108.

2 María Zambrano. Unamuno. Debate. Madrid, 2003. Página 36.