El recuerdo de los Caídos: una memoria hemipléjica
Luis Castro - noviembre 2003
1.- Las lápidas de los "presentes"
2.- Exhumaciones, funerales y registros de víctimas
3.- Grandes proyectos monumentales:
3.1.- El monumento nacional a los Caídos
3.2.- El palacio de la Isla, residencia del Generalísimo y ¿Museo
de la Cruzada?
4.- Canonizaciones y beatificaciones
5.- La Causa General
6.- La toponimia callejera
Anexo
En los últimos años viene haciéndose en distintos
puntos de España una labor de recuperación de la memoria
histórica (en lo sucesivo, RMH) cuyo aspecto más conocido
es la exhumación de fosas comunes con restos de personas asesinadas
durante la última Guerra Civil Española (GCE). En torno
a ello se incluyen también otras manifestaciones, como la investigación
histórica, la recopilación de informes y testimonios personales,
los homenajes a guerrilleros de la resistencia y expresos políticos
de la dictadura y otros actos semejantes. No se puede decir que esto
sea una moda o algo novedoso pues ya en la transición política
-e incluso antes- se hicieron algunos en distintos lugares .
En cualquier caso, y sin entrar en las causas que han dado
lugar a esta situación, parece claro que la RMH es una tarea pendiente
de la sociedad española y, mientras así sea, habrá un
déficit en su conciencia colectiva. Aunque haya pasado tanto tiempo
y se hayan perdido demasiadas ocasiones -tantas como personas involucradas
hayan muerto sin recibir esa reparación moral- para muchos ciudadanos
es un acto básico de justicia histórica hacia las víctimas
de la GCE y de la dictadura, y hacia sus familiares, que durante décadas
han tenido que sobrellevar el dolor de no poder rescatar los restos de
sus deudos para darles una sepultura digna y, menos aún, lograr
un reconocimiento cívico general que, de una vez por todas, selle
la convivencia española sobre bases de respeto humano y de tolerancia.
Ciertos sectores sociales y mediáticos, sin embargo, han manifestado
sus reservas o incluso su repulsa ante este tipo de actividades y defienden
como más conveniente para la convivencia social el "olvidar",
dejar las cosas como están para no volver a abrir viejas heridas,
suscitar rencores y otros supuestos peligros. Bastante, según
ellos, o aún demasiado se ha hablado ya el asunto y, aunque quedara
algún aspecto por conocer, mejor sería obviarlo. Algunos
llegan a decir que en en el mejor -o en el peor- de los casos, si finalmente
las administraciones optan por apoyar y generalizar estas labores, (puesto
que son ya varias las comunidades autónomas que han dictado normas
de apoyo a la RMH) ello sea atendiendo a las víctimas de ambos
bandos contendientes en la GCE, dando por sentado que los muertos habidos
en el sedicente ejército nacional o en la retaguardia republicana
no han sido exhumados ni han gozado de consideración alguna en
su momento y, por ello, se insinúa, tan necesitados estarían
de tales cosas unos como otros.
Ni que decir tiene que no compartimos tales premisas. Sin
entrar aquí en el ya viejo debate acerca de los orígenes
y las responsabilidades de unos y otros en el desencadenamiento de la
contienda, sólo manifestaremos de pasada nuestra extrañeza
y repugnancia ante el predicamento que de que gozan hoy interpretaciones
sesgadas de la GCE, que no son sino la puesta al día, sin apenas
materia prima documental nueva, de las obras canónicas apologéticas
del franquismo: las de los Arrarás, Aznar, Pemán, La Cierva,
hermanos Salas Larrazábal y similares. Y resulta triste e indignante
que sean personas que sintonizan con estas versiones quienes soliciten
el olvido de unos hechos históricos que autores como los citados
se han encargado de desvirtuar u ocultar. Pues solo desde el desconocimiento
se puede explicar -no ya justificar- la repulsa hacia las actividades
de la RMH.
Pretendemos mostrar en este informe que las víctimas ocasionadas
en zona republicana -donde es obvio que también se cometieron
crímenes y atropellos de todo tipo, aunque en mucho menor escala-
lo mismo que los caídos en combate en el llamado bando nacional,
fueron objeto de una intensa atención conmemorativa y reivindicativa
por parte del Nuevo Estado desde el primer momento. Los sublevados de
1936 prestaron todo tipo de apoyos para preservar la memoria de sus "caídos",
dándole una proyección social y reflejándola en
monumentos que la continuaran durante generaciones. Paralelamente, la
consideración de los enemigos del Movimiento como anti-España
llevaba a excluir a los muertos republicanos de cualquier tratamiento
conmemorativo, como no fuera para ponerlos como ejemplo de lo que no
se podía ser o hacer.
Es más, se puede constatar con facilidad que este " culto
a los caídos " era un elemento simbólico esencial
en la constitución del Nuevo Estado, encaminado a su afianzamiento
ideológico a través de la propaganda de masas. Fruto de
esta concepción fue la puesta en funcionamiento de un vasto aparato
estatal de agit-prop, bajo la dependencia del ministro del interior,
Serrano Suñer, quien, para dirigirlo, designó a Dionisio
Ridruejo y a Giménez Arnau, los cuales se rodearon de colaboradores
como Laín Entralgo, Eugenio D'Ors, Luis Escobar, García
Quiñones y muchos otros, abarcando desde la publicación
de libros, periódicos y revistas hasta emisiones radiofónicas;
desde la confección de eslóganes ("España una,
grande y libre"; "ni un hogar sin lumbre, ni un español
sin pan", "por el imperio hacia Dios", etc), hasta la
escenografía callejera para actos y desfiles (arcos de triunfo,
estrados para autoridades, pinturas de murales y fachadas etc.) En este ámbito
precisamente tenemos que enmarcar el tratamiento de la memoria y el culto
a "los caídos" como un elemento más de esta política
de adoctrinamiento de masas, muy característica de los regímenes
fascistas de los años veinte y treinta. (Aunque también
fue utilizada en esa época -con otros fines y estilos- por fuerzas
de izquierda).
Se buscaba la erección de monumentos y la puesta en escena de
actos públicos con un estilo hierático y grandilocuente,
de modo especial en las ceremonias fúnebres:
Se crea una estética de bloques verticales, el respaldo de monumentos
de dimensiones enormes que son como la huella o la planta de una divinidad
no olvidada (...). No es posible hacer política interior o exterior
sin cuidar el mecanismo y el fondo de todos los actos interiores o exteriores
del Estado. Nuestra concepción política de España
lleva consigo esta preocupación, el cuidado de los actos públicos,
la creación de cierto rito solemne
Pues bien, ese estilo solemne no quedaba reflejado en ningún
sitio como en los funerales ceremoniales y los monumentos y lápidas
conmemorativas de los Caídos. Estos ocuparán una parte
de nuestra exposición. Pero esta RMH hemipléjica -pues
cercenaba a medio país en su atención- se expresó a
través de muchas otras vías: las exhumaciones y traslados
de cadáveres, las beatificaciones y canonizaciones, la nomenclatura
de calles y edificios públicos y la Causa General, concebida como
una especie de juicio final condenatorio sin paliativos para cuantos
hubieran albergado alguna esperanza, por pequeña que fuere, en
las reformas planteadas por la II República.
1.- Las lápidas de los " presentes "
Y en los lugares de la lucha donde brilló el fuego de las armas
y corrió la sangre de los héroes, elevaremos estelas y
monumentos en que grabaremos los nombres de los que con su muerte, un
día tras otro, van forjando el templo de la Nueva España,
para que los caminantes y viajeros se detengan un día ante las
piedras gloriosas y rememoraen a los heroicos artífices de esta
gran Patria española.
(Francisco Franco, discurso con motivo de la unificación.
Salamanca 19.4.1937)
Los recordatorios de destacados militares y políticos muertos
durante la guerra fueron frecuentes a lo largo de esta y después,
pero sobresale entre todos, por la trascendencia y generalización
que llegó a tener, el referido al fundador de la Falange española,
José Antonio Primo de Rivera. Tras su muerte por fusilamiento
en la cárcel de Alicante, el 19 de noviembre de 1936, la noticia
tardó mucho en llegar a la opinión pública en la " zona
nacional ", donde las autoridades militares y los líderes
falangistas no eran muy partidarios de darla a conocer, por el posible
efecto desmoralizador entre sus combatientes. Por otra parte, y sin que
sea fácil determinar con qué grado de convencimiento, los " camisas
viejas, " que se movían en torno a Pilar Primo de Rivera,
mantenían en ascuas del mito del " Ausente, " -como
se empezaba a designar a José Antonio- como si de un momento a
otro pudiera reaparecer para tomar las riendas de los destinos de España.
Pero el asunto no pudo mantenerse oculto durante mucho tiempo y menos
una vez que llegó a manos de Pilar el testamento y otros escritos
personales de su hermano, los cuales fueron entregados por Indalalecio
Prieto a Raimundo Fernández Cuesta, que fue sacado de la cárcel
modelo de Madrid para ser canjeado por presos republicanos
Una vez que Franco y los jerarcas falangistas (Serrano Suñer,
el propio Fernández Cuesta, Ridruejo) consideraron inevitable
publicar la infausta noticia de la muerte de José Antonio, se
se organizó un solemne funeral en la catedral de Burgos, presidido
por el propio Franco. Previamente, y para la ocasión -pero al
mismo tiempo para memoria perenne, pues aún se puede ver- se hizo
una inscripción incisa en el muro situado a la derecha de la puerta
del Sacramental de la seo burgalesa. En ella se recordaba al fundador
de la Falange, que si hasta ese momento era considerado "ausente",
aunque vivo, ahora pasaba con su muerte a ser "presente", paradógicamente.
A la vez, por decisión de la Junta política de Falange, un decreto
de 16 de noviembre de 1938 fijó el 20 de ese mes como " día
de luto nacional " en lo sucesivo y ordenaba que " previo acuerdo
con las autoridades eclesiásticas, en los muros de cada parroquia figurará una
inscripción que contenga los nombres de sus Caídos, ya en la
presente Cruzada, ya víctimas de la revolución marxista " (esto
es, durante la época republicana). El ejemplo de José Antonio " héroe
nacional y símbolo de sacrificio de la juventud -decía el preámbulo
del decreto- será motivo de perenne recuerdo ", como en efecto
lo fue, puesto que en casi todos los pueblos y ciudades de España, ya
fuera en los camposantos, en las fachadas y atrios de las iglesias y catedrales
o en las casas consistoriales, se fijaron las correspondientes lápidas
con las relación nominal de los " caídos por Dios y por
España ", a los que se invocaba como " presentes " según
el ritual falangista.
Es anecdótico que muy pocos lugares se libraran de esas lápidas
conmemorativas, que aún lucen en muchas partes. Merece especial mención
el caso de Sevilla, donde el ultramontano cardenal Pedro Segura se negó a
que tales inscripciones fueran grabadas en los muros de su catedral o en las
iglesias de su archidiócesis, pues, según él, sería
algo que " desdijese de la santidad de los templos ". Comoquiera
que el gobernador civil y jefe provincial del Movimiento de Sevilla, Tomás
y Valverde, quizás con el afán de hacer méritos, aprovechara
la presencia de Franco en la Semana Santa de 1940 para mandar pintar la efigie
de este y la de José Antonio en los muros catedralicios con nocturnidad
y alevosía, Segura llegó amenazarle con la excomunión
si no borraba las pintadas. Este pequeño tour de force se saldó tan
salomónicamente como se resolvieron tantas cosas durante la dictadura:
la amenaza de excomunión fue retirada a instancias del nuncio de Su
Santidad, pero al gobernador civil le costó el puesto y ahí tuvo
fin su carrera política. Sin embargo, nadie borró las inscripciones
fascistas de la catedral de Sevilla; sólo lo hizo el tiempo .
Dionisio Ridruejo afirma en sus memorias , que la orden de poner las lápidas
citadas salió firmada por él, pero asume cierto grado de autocrítica
cuando reconoce que " la cosa resultaría, más pronto o más
tarde, cuestión litigiosa y memoria agresiva ", porque el recordatorio
-a diferencia de las lápidas puestas en Francia tras la Gran Guerra,
por ejemplo- sólo se refería a los muertos de uno de los bandos,
no a todos. Y en esas estamos.
Con ser las de los Caídos las lápidas más visibles por
doquier, no son las únicas existentes de significación franquista
y de aquella época. Por hacer referencia a algunas, y sólo a
título de ejemplo, en el ámbito de la ciudad de Burgos se pueden
contemplar las dos cartelas simétricas en la fachada del Palacio de
capitanía, que lucían ya en diciembre de 1937, siendo obra del
artesano Valeriano Martínez. En la de la derecha se recordaba -se recuerda,
pues aún se puede contemplar- el fasto de la " exaltación
del Excmo. Sr. D. Francisco Franco Bahamonde a la Jefatura del Gobierno del
Estado Español " y su nombramiento como generalísimo de
los tres ejércitos; y en la otra se rememora la labor de Mola como jefe
del ejército del Norte, en cuyo puesto encontró la muerte . Nótese
que ambas cartelas estaban puestas pocos meses después de los hechos
a que hacen referencia. (Por lo demás, el municipio de Alcocero, en
cuyo término municipal ocurrió el accidente aéreo que
costó la vida a Mola, sería rebautizado hasta hoy como Alcocero "de
Mola", análogamente a lo que ocurriría con San Leonardo "de
Yagüe", Ferrol "del Caudillo", etc. Así mismo, en
el lugar del accidente se erigió el monumento al que más adelante
haremos referncia).
También de esa época -y de un estilo parecido- es la cartela
del muro que separa el compás de Las Huelgas con el patio delantero
del monasterio, recordatoria de la sesión constitutiva del Consejo Nacional
de FET y de las JONS en la sala capitular del cenobio (diciembre de 1937);
sesión en la que juraron solemnemente sus cargos los 50 próceres
designados por el dictador, ya solo responsable "ante Dios y ante la historia".
Además, en su residencia oficial burgalesa durante la GCE, el palacio
de la Isla, pueden leerse aún las inscripciones, una en latín
y otra en castellano, donde se registra para la posteridad que "aquí permaneció vigilante
hasta la total liberación de España su inmortal defensor y gran
Caudillo Francisco Franco. 1936-1939" . Y aunque pudiera no parecerlo
a primera vista, también se puso durante la GCE la inscripción
de la fachada posterior de la puerta de Santa María, en recuerdo de
los miembros de la Junta Política burgalesa que se opusieron a la invasión
francesa de 1808 y que fueron ahorcados en Soria. Esta lápida fue inaugurada
a principios de mayo de 1937, pues el régimen franquista -que también
estableció un calendario propio de días festivos- dio en conmemorar
el Dos de Mayo dándole, eso sí, una interpretación interesada,
pues se estableció un paralelismo significativo entre dicha efeméride,
la del inicio de la sublevación popular antifrancesa, y el 18 de julio.
Así lo expresaba el arzobispo de Castro en una misa de campaña
que se celebró al efecto en el paseo de la Isla (que, en lo sucesivo,
iba a ser la "avenida del Generalísimo"):
Hoy recordamos el aniversario de aquella Guerra de la Independencia
y la recordamos en los momentos en que el pueblo español se debate
en otra igual en defensa de la independencia y de la religión.
Ayer estábamos amenazados por Napoleón y hoy lo estamos
por los marxistas y por los masones, a los que estamos
venciendo constantemente
Al acabar la guerra, los desfiles y homenajes al Caudillo
y a los caídos no podían ocultar una realidad
lóbrega, y resulta significativa, como señalan
D. Sueiro y Díaz Nosty, la coincidencia de la fecha
del "desfile de la Victoria" con la del decreto
que establecía el racionamiento de artículos
de primera necesidad. Más allá de los fastos
y discursos, un silencio atronador reinaba entre los cientos
de miles de presos políticos y sobre sus familias,
sobre los que aún iban a caer los golpes del Tribunal
de Responsabilidades Políticas y la ley de represión
de la masonería y el comunismo. Sobre ellos, así como
sobre los ya muertos como consecuencia de la guerra o de
la violencia fascista en la retaguardia, tampoco iba a caer
el olvido; pero la memoria del régimen, ajena a cualquier
idea de reconciliación o perdón, iba a tener
hacia ellos un sentido por completo opuesto a la de sus "caídos":
se trataba en este caso de escrutar hasta el último
detalle sus antecedentes políticos y su conducta social
previa para obtener indicios con que fundamentar su inicua
y brutal labor represiva. De someter a medio país
a una "Causa general" en la que se depurase toda
responsabilidad, por minúscula que fuera. No eran
suficientes las ejecuciones ya efectuadas -judiciales o extrajudiciales,
para el caso da igual-, ni los ubicuos presidios y campos
de concentración, ni los batallones de trabajadores
forzosos, ni las requisas, embargos y multas, ni las familias
destrozadas dependiendo de un irrisorio Auxilio Social...
2.- Exhumaciones, funerales y registros de víctimas
El Nuevo Estado emergente tras la sublevación del 18 de julio
muy pronto se ocupó de facilitar, en la medida que lo permitía
el contexto bélico, el traslado de los muertos en campaña
a sus lugares de origen, donde serían inhumados con todos los
requisitos, incluida la inscripción registral de defunción.
En principio, ambos bandos contendientes enterraban a los muertos habidos
en combate en el cementerio de algún núcleo de población
cercano al frente y sólo los cuerpos de personas de cierta notoriedad
eran trasladados a sus lugares de origen, para ser objeto de funerales
organizados y actos de masas con significación política.
Uno de los primeros -si no el primero- de estos entierros ceremoniales
fue el del capitán Carlos Miralles, miliciano de Renovación
Española, en Burgos, después de su muerte en el frente
de Somosierra el 22 de julio de 1936. También tuvo mucho boato
el del infante Alfonso de Orleans, primo de Alfonso XIII, quien murió en
accidente aéreo el 19 de noviembre de 1936, como piloto de la
aviación franquista. De él decía un comentarista
local en Sanlúcar al día siguiente: "rodeada así la
muerte de este aparato militar y litúrgico, la vida parece una
cosa despreciable. Dan ganas de convertirse en muerto" .
Por otra parte, los aniversarios de fallecimientos de personas
notables iban a ser conmemorados solemnemente. El 21 de julio de 1937,
un año después del accidente que costó la vida al
general Sanjurjo, su esquela recordatorio ocupó toda la primera
página del Diario de Burgos y con tal motivo se bautizó con
su nombre una de las principales avenidas de la ciudad. Al día
siguiente se recordó el primer aniversario de la muerte del falangista
Máximo Nebreda (que fue tiroteado por la Guardia Civil al confundir
esta la bandera de Falange con la de la CNT cuando aquél se acercaba
en un coche a limpiar la retaguardia en el norte de la provincia) . El
funeral en memoria de Calvo Sotelo se celebró durante varios años
consecutivos.
Pero, entre todas las exequias de esa época destacan las de José Antonio
Primo de Rivera, con motivo del tercer aniversario de su muerte. Su cuerpo
fue exhumado en Alicante y trasladado en fúnebre cortejo a hombros
de falangistas, que se turnaron día y noche durante diez jornadas
hasta El Escorial, donde fue enterrado solemnemente (la basílica
del valle de los Caídos, como veremos, se hallaba entonces en
proyecto). Las iglesias de los pueblos por donde discurriera el cortejo
debían tocar a difuntos y los vecinos descubrirse y saludar con
el brazo en alto.
Cierto espíritu necrófilo se enseñoreó el
régimen en la inmediata posguerra. No nos referimos a las sentencias
de muerte que continuaron en años sucesivos, sino a los monumentos
a los caídos y a las exhumaciones ceremoniales de este tipo: además
de la de José Antonio, se organizó la de Sanjurjo, cuyos
restos fueron trasladados de Estoril a Pamplona; la de Goded, de Barcelona
a Madrid; la de Mola, de Burgos a Pamplona, la de Albiñana...
El Gobierno General, organismo sito en Valladolid y dependiente de la
Junta Técnica, para regular las exhumaciones y traslados de restos
humanos, estipuló mediante orden de 22 de octubre de 1936 (BOE
de 26 y 27 siguientes) que las autoridades dieran " las máximas
facilidades compatibles con el aspecto sanitario " a esos traslados,
siempre que se efectuaran en féretros de cinc y con el correspondiente
informe médico. Otra orden del Ministerio del Interior de 31 de
octubre de 1938 (BOE de 1-3 de nov.) establece que " siendo muy
frecuentes " las peticiones de familiares que desean dar sepultura
a sus deudos en templos y criptas, las solicitudes deberán ser
cursadas al propio ministerio, quien las autorizará exigiendo
un donativo en metálico.
Acabada la guerra, muchas familias desearon trasladar los restos de
sus deudos muertos en combate o asesinados en la retaguardia republicana
durante las primeras semanas. Atendiendo a esta situación, una
ley de la Jefatura del Estado de 16 de mayo de 1939 (BOE de 16 y 17 siguientes)
instaba a los ayuntamientos a que dispensaran o redujeran " las
exacciones municipales que gravan las inhumaciones, exhumaciones y traslados
de cadáveres y restos de personas víctimas de la barbarie
roja o muertas en el frente como consecuencia de enfermedades heridas
adquiridas en campaña ". Se justificaba esta medida reconociendo
que, por parte de los familiares afectados, se trataba de una " necesidad
de rendir el póstumo homenaje de respeto a los restos heridos ".
Hay toda una serie de medidas complementarias de las anteriormente
citadas, como la orden del Ministerio de Gobernación (Serrano
Suñer), de 7 de febrero de 1940 (BOE 7 y 8 siguientes), que fijaba
un modelo oficial de acta de exhumación en el que, entre otras
cosas, se exigía que el cadáver fuera identificado por
los familiares presentes en la exhumación. Otra orden de 4 de
abril del 40 disponía que los ayuntamientos " adopten medidas
que garanticen el respeto a los lugares donde yacen enterradas las víctimas
de la revolución marxista ". Se trataba en este caso de personas
asesinadas en la retaguardia republicana, fruto de la violencia incontrolada
de las primeras semanas, las cuales por lo general se hallaban en fosas
situadas en parajes apartados. (Una realidad que también se conoció al
otro lado de las líneas en un mucho mayor escala, pero cuya consideración
aún hoy está pendiente de plantear). La orden preveía
que tales restos, por lo general de difícil identificación,
fueran acogidos en el futuro Panteón de los Caídos (cuya
erección, como veremos, se estaba planteando por esas mismas fechas)
y, mientras tanto, los ayuntamientos deberían acotar y cerrar " aquellos
lugares en donde conste de manera cierta que yacen restos de personas
asesinadas por los rojos, que no han sido identificados o reclamados
por los familiares ". Además se solicitaría a las
autoridades eclesiásticas la concesión al lugar acotado
del carácter " de tierra sagrada, en la misma forma que si
se tratase de un nuevo cementerio municipal ". Y cuando el número
de cuerpos existentes en la fossa fuese reducido serían trasladados
a un lugar adecuado en el cementerio municipal más próximo.
Otra norma del Ministerio de Gobernación de mayo de 1940 de nuevo
facilitaba las " exhumaciones de aquellos que gloriosamente cayeron
por Dios y por España víctimas de la barbarie roja",
previa autorización del gobierno civil. En consideración
a la patética muerte de esas personas el traslado quedaba exento
del pago de derechos sanitarios.
Por otro lado, no fueron pocas las dificultades de los familiares
de los muertos como consecuencia de la guerra a la hora de verificar
las correspondientes inscripciones de defunción en los registros
civiles y de regularizar situaciones referentes a herencias, derechos,
segundas nupcias, etc. También en ese aspecto el Nuevo Estado
tendió a ayudar a " sus Caídos " mediante la
creación de un registro central de Ausentes, estipulado en el
artículo 198 del código civil, que fue reformado con ese
fin por una ley de 8 de septiembre de 1939 y un decreto del día
30 siguiente. En este se dispusieron detalladas medidas para que los
registradores de la propiedad, notarios y autoridades judiciales, con
una serie de requisitos, facilitaran dichas inscripciones de ausencia
o defunción. De todos modos se puede observar en la documentación
de la Causa General que muchos fallecidos aún estaban sin el correspondiente
registro de defunción en 1940. (Es precisamente una de las cosas
que se pregunta en la encuesta).
En principio, estas normas, a diferencia de las reseñadas en otros
apartados, no hacían discriminación explícita alguna
en cuanto al color político de los desaparecidos, pero, a la hora
de llevarlas a la práctica, no pudieron ser utilizadas con igualdad
por unos y otros. Por indicios documentales y testimonios personales
nos consta que no se dieron demasiadas facilidades a los familiares de
muertos republicanos en este aspecto. En particular, los familiares de
personas "paseadas" o "desaparecidas" durante las
primeras semanas en el territorio franquista tuvieron muy difícil
o imposible su inscripción registral, y muchas veces los obstáculos
burocráticos para ello los ponían quienes habían
sido responsables o cómplices de los asesinatos. Es más,
sabemos por esos testimonios que incluso en algunos lugares se les prohibía
a los familiares mostrar el luto en la indumentaria, costumbre entonces
muy general en España. (Vestidos negros las mujeres y brazaletes
del mismo color los hombres).
La violencia institucionalizada -y socialmente asumida- y
el miedo consiguiente impidieron luego durante muchos años que
las familias de las víctimas se plantearan no ya reivindicar la
memoria de estas, sino simplemente regularizar su situación registral
o localizar los restos y conseguir un enterramiento digno. Cuando la
ley 5/1979 otorgó por primera vez ciertas ayudas a estos familiares,
algunos tuvieron dificultades para acogerse a la misma, precisamente
por carecer de las certificaciones de defunción correspondientes.
Obra en nuestro poder, por ejemplo, copia del expediente gubernativo
promovido por la señora Basilisa Martín, que en 1981 (¡)
solicitó el registro de defunción de su marido -uno de
los muchos paseados en la Ribera del Duero burgalesa-, caso que no debió ser único
en esa zona, ni mucho menos. Esta mujer logró los correspondientes
certificados, pero después de muchos trajines de papeleos y abogados,
que le gestionó un hijo suyo.
Tampoco, en general, se ha facilitado el acceso a los fondos
documentales de los archivos para dar cuenta a los familiares de los
antecedentes relativos a sus deudos. Por testimonio personal de José Luis
Manjón Somavilla sabemos que, a principios de los años
noventa, los responsables de los archivos militares de la capitanía
general de Burgos le impidieron obtener la fotocopia del sumarísimo
339/1936, en el que su padre y otros 20 vecinos de Villadiego (Burgos)
fueron condenados a muerte por haberse enfrentado a tiros, al comienzo
de la sublevación, a un vehículo de falangistas que se
acercaba a su pueblo, sin producir víctimas. José Luis
debió ir a las oficinas militares para copiar a mano durante semanas
el expediente judicial de su padre y sus compañeros. (Fueron ejecutados
nueve, entre ellos su padre) .
Por otra parte, la inmensa población reclusa que originó la
contienda padeció un alto índice de morbilidad y de mortalidad
como consecuencia del hacinamiento, la mala alimentación, deficientes
condiciones higiénico sanitarias, etc. En caso de fallecimiento
en la cárcel, no siempre la noticia llegaba a conocimiento de
de las familias, que muchas veces ni siquiera sabían dónde
se encontraba su pariente, pues era frecuente el traslado de los presos
de unos centros a otros (lo que ellos mismos llamaban " turismo
carcelario "). Recientemente (en 2003) hemos tenido ocasión
de informar telefónicamente a los familiares de un preso de Terrinches
(Ciudad Real) muerto por septicemia en la cárcel de Burgos durante
la inmediata posguerra. La familia le daba por fallecido, pero no sabía
exactamente la causa ni el año ni otras circunstancias. No es
la primera vez que atendemos este tipo de consultas.
3.- Grandes proyectos monumentales
Desde que los ejércitos adquieren históricamente un carácter
nacional-popular en la época de la Guerra de la Independencia
de Estados Unidos y de la Revolución francesa es usual la costumbre
de orientar la memoria colectiva de los países hacia la rememoración
de los muertos habidos en contiendas anteriores. Esos muertos resultan
héroes y su recuerdo es elemento esencial para formar la identidad
colectiva y dar cohesión ideológica a los Estados contemporáneos.
Particular significación tienen, en este sentido, los monumentos
al " soldado desconocido " muerto en alguna de las guerras
mundiales del siglo XX (que se llevaron por delante a no menos de 65
millones de personas), y cuyas referencias simbólicas proliferan
por todas partes en los países contendientes. Esto es algo independiente
de las creencias religiosas, aunque la presencia de estas en esas manifestaciones
conmemorativas les da un sesgo especial. Vemos, por ejemplo, que en el
proyecto de " monumento a los Caídos " (sic) recientemente
inaugurado en el jardín de la sede de las Naciones Unidas en Nueva
York y dedicado " a los miembros del personal de las NN.UU. que
perdieron la vida a en la defensa de la paz " se integran elementos
fuertemente simbólicos (un surtidor de agua central, 191 losas
de piedra traídas de los cinco continentes [191 es el número
de los países miembros de Naciones Unidas], etc.), pero ninguna
referencia religiosa, salvo la que puedan aportar los ánimos de
los visitantes del jardín, concebido como " lugar de recuerdo
y reflexión ". Por lo demás, esa referencia sería
difícil de explicitar, dada la gran diversidad de credos en presencia.
Al acabar la GCE, o incluso antes, surgió una auténtica
fiebre de iniciativas para erigir todo tipo de monumentos (cruces y altares,
monolitos, grupos escultóricos etc.) encaminados a cultivar el
recuerdo a "los caídos", surgiendo incluso cierta rivalidad
entre distintas localidades por este motivo. Esto fue muy visible en
zonas de reconstrucción y de nueva planta, como la ciudad universitaria
de Madrid, muy castigada durante la guerra, cuya ejecución incluyó un
monumental arco del triunfo y la inevitable estatua de José Antonio,
entre otras cosas.
Por ceñirnos al caso de la provincia de Burgos -objeto preferente
de nuestra investigación-, constatamos que, un año después
del último parte de gerra, se hallaban inaugurados o a punto de
estarlo varios monumentos, sin contar las numerosas lápidas e
inscripciones a que ya hemos hecho referencia. El monumento al general
Mola, inaugurado por Franco en junio de 1939, fue uno de los primeros
primeros proyectos de este tipo. Se trata de una construcción
megalómana con arcos y escalinatas hecha por batallones de prisioneros,
una fuerza de trabajo muy empleada entonces para obras civiles o de este
tipo. Poco depués estaban construídos el llamado "cementerio
de los italianos" (ubicado ya en la provincia de Santander, en la
subida al puerto del Escudo, pero muy próximo al frente burgalés,
desde el cual las CTV participaron en la ofensiva de la primavera y verano
de 1937); el monumento a la 62 división del general Sagardía;
el de la cuarta bandera de falange de Palencia y otros de menor envergadura
en distintos puntos del norte de la provincia, que fue frente de guerra
durante el primer año de la GCE .
Al final de la guerra flotaba en el ambiente la idea de realizar, además
de obras conmemorativas de este tipo en las provincias, un magno panteón
con carácter nacional y máxima carga simbólica. Como es
sabido, tal idea se atribuye comúnmente al propio Franco, que la materializaría
en la basílica del valle de los Caídos, pero quizá convenga
señalar que el proyecto, en términos generales, surgió mucho
antes de 1940 (fecha en que aparece el decreto que ordena la construcción
de la basílica de Cuelgamuros) y estuvo en vías de concretarse,
teniendo a Burgos como escenario.
3.1.- El monumento nacional a los Caídos
Al parecer, la formulación inicial de la idea de un monumento
a los caídos -o algo semejante- es una propuesta anónima
de principios de noviembre del 36, que va dirigida a la alcaldía
por "un buen burgalés" . En ese momento las vanguardias
del ejército de África estaban llegando a los arrabales
del suroeste de Madrid; la toma de la capital parecía inminente
y, con ella, el fin de la Guerra Civil. En Burgos se habían preparado
con antelación carteles y grandes fotos de Franco a repartir por
la ciudad para celebrar el evento; y el Diario de Burgos tenía
dispuestas las planchas que anunciaban la victoria a toda plana.
Es en ese momento cuando algunos ven con angustia la fugacidad
con que Burgos ha disfrutado su papel de "Caput Hispaniae" y
proponen paliar los efectos del traslado de la jefatura del estado a
Madrid con el proyecto de un magno monumento en Burgos. " Próximo
a caer Madrid -dice el "buen burgalés" en su escrito-
(...) perderá Burgos la importancia que hasta ahora venían
teniendo", de manera que había que aprovechar la coyuntura
para hacer algunas obras que dieran más empaque a la ciudad. Entre
ellas, se sugiere la urbanización del Castillo y la restauración
de la fortaleza "para dar elocuentes lecciones de heroísmo".
O, si ello resultaba demasiado costoso, se plantea la erección
de un monumento al Sagrado Corazón de Jesús con estatuas
alrededor representando a "los actuales salvadores" y a los
antiguos héroes (el Cid Campeador, Franco, Mola, etc). Como se
ve, la idea inicial no se presenta muy perfilada, pero su intención
fue asumida calurosamente por las autoridades locales.
En diciembre, el concejal Moliner presenta una moción al pleno
que es tomada en consideración y el alcalde, en febrero del 37,
se dirige a Mola anunciándole que el ayuntamiento promueve un
museo nacional de la Cruzada -que, en principio, se iba a ubicar en la
Casa de Miranda- en el que se expondrán "cuantos elementos
puedan obtenerse relacionados con ella: uniformes, emblemas y banderines,
armamentos y municiones, arengas y discursos patrióticos (...)
recuerdos de esta segunda Reconquista (...) una cosa parecida a la muestra
fascista hecha en Roma" . El alcalde pide a Mola que, con ese fin,
le entregue un ejemplar de cada objeto mencionado, pero su estado mayor
le contesta que todo ello va al servicio de recuperación y que
no es posible complacerle. La idea del museo de la guerra cruzada quedó,
de momento, aparcada, pero no olvidada, como veremos más adelante.
Lo mismo puede decirse del monumento al Cid, por el que se pronunciaron
el concejal Moliner, el "buen burgalés" y el general
Orgaz.
En lo sucesivo, los esfuerzos se orientaron en otra dirección.
El 8 de septiembre del 37 se constituyó, en el despacho que la
alcaldía, una comisión pro-Monumento Nacional a los Caídos,
bajo la presidencia del propio alcalde y con el jefe provincial de FET-JONS,
el presidente de la Cámara de Comercio y otras autoridades como
vocales. Su fin era la construcción de un "monumento a los
caídos en la Santa Cruzada que a mayor gloria de Dios y salvación
del mundo civilizado sostiene España" . El proyecto se concretó en
un gran complejo monumental emplazado en el Castillo y en el cerro de
San Miguel, que comprendería una plaza de armas, un "Museo
de la Revolución" (sic), una biblioteca, una capilla y una
cripta, además del monumento propiamente dicho, que consistiría
en una gran torre o cruz con un grupo escultórico. (También
se formó por las mismas fechas una comisión pro-Monumento
a Calvo Sotelo, que no llegó a concretarse).
Aparentemente, la comisión tuvo halagüeños comienzos,
pues pronto dijo haber logrado importantes apoyos políticos y
económicos. El general Jordana -entonces presidente de la Junta
Técnica- y el coronel Antonio Almagro, gobernador civil, aceptaron
la presidencia y la vicepresidencia de honor de la comisión, respectivamente,
y se anuncia que la suscripción había recaudado 800.000
pesetas en los tres meses iniciales. Pero el asunto enseguida se empantanó en
gestiones que no dieron resultado alguno en años sucesivos. El
estorbo mayor lo constituía la propia prolongación de la
guerra -algo no imaginable en octubre o noviembre del 36-, que obligó a
los poderes públicos a volcar sus esfuerzos en ella, dejando en
segundo plano un proyecto de carácter histórico-artístico.
Por otro lado, la pretensión de que el monumento tuviera un carácter
nacional resultaba desmesurada, al menos para muchos otros ayuntamientos
que, al ser requeridos en ayuda, señalaron la existencia de otros
lugares con tantos o más merecimientos que Burgos para tener el
honor de albergar tamaño monumento (se hablaba de Salamanca, Pamplona
o el Alto de los Leones), o bien eran partidarios de hacer no uno, sino
varios monumentos de ámbito local o provincial (Bilbao, Cádiz,
Córdoba, Oviedo, etc). Por lo que se ve, varios ayuntamientos
se habían adelantado al de Burgos en la idea, pues alguno añade
que su proyecto ya está dictaminado o incluso en vías de
ejecución; es el caso que Las Palmas, que estaba haciendo un monumento
en el lugar en que Franco tomó el "Dragon Rapide" para
ir a la Península a dirigir el Movimiento.
Pero los concejales burgaleses no cejaron en el empeño. Una moción
de enero de 1939 urge a comenzar de inmediato la obras del monumento
y da algunas ideas para el proyecto: que en la cripta haya restos de "soldados
desconocidos" de cada uno de los países amigos (alemanes,
italianos y portugueses) junto a un puñado de tierra de cada una
de las provincias españolas en artísticas arquetas con
escudos, así como banderas de las distintas unidades fogueadas
en combate. Pero estos planteamientos chocaban con los criterios estético-simbólicos
que Eugenio D'Ors, Jefe Nacional de Bellas Artes, propugnaba; entre otros,
que los monumentos no debían situarse en cumbres o sitios destacados
del paisaje "que pudieran alterar su contorno o aspecto habitual"
Al acabar la guerra, los concejales burgaleses creyeron que
el proyecto iba a entrar en una fase decisiva. El propio Franco, en la
inauguración del monumento al general Mola (junio de 1939) señala
que "nuestro monumento a la victoria no será un mausoleo
más de piedra, ni un grupo escultórico, cosa de tiempos
pasados, tendrá más grande dimensión, tendrá basílica,
monasterio y cuartel" . Pero no consta que el dictador estuviera
pensando en Burgos para su erección. De hecho, las circunstancias
se revelaron adversas. A la competencia o indiferencia de otros municipios
se sumó la actitud del propio gobierno, que en agosto del 39 decreta
la suspensión de cuantas iniciativas de este tipo hubiera en curso.
Un decreto posterior, de abril del 40, dispone que sea el paraje de Cuelgamuros,
próximo a El Escorial, el que albergue el monumento a los caídos,
así como una basílica y un cuartel de juventudes, y para
allegar los medios económicos se ordena la oportuna suscripción
nacional. La elección de dicho lugar -no muy lejano al alto de
Los Leones, otro de los lugares propuestos - se atribuye al propio Franco,
que en años sucesivos seguiría muy de cerca la marcha de
las obras, realizadas por presos políticos.
La frustración de las autoridades locales burgalesas ante esta
decisión se agranda cuando la Inspección General de Suscripciones
ordena que le sean transferidos los fondos recaudados en Burgos. Hubo
varias gestiones y maniobras dilatorias para tratar de evitar esto, incluso
una petición de audiencia ante Franco -al parecer, no atendida-;
y se pide que, al menos, el dinero pueda emplearse en un monumento de
tipo local o provincial, hasta que un escrito-ultimátum del gobierno
civil, con fecha de 3 de octubre del 40, ordena que en un plazo de veinticuatro
horas "sin excusa ni pretexto alguno, que implicaría desobediencia
a una decisión de Su Excelencia el Jefe del Estado" se haga
dicha transferencia, como así se hizo al día siguiente,
fecha en la que, además, tuvo lugar la última reunión
de la junta, en la cual decide su autodisolución.
El dinero recaudado (231.175, 25 pts.) ni siquiera fue empleado
en la construcción del Valle de los Caídos, sino que fue
a parar a la Asociación de Familiares de los Mártires de
Madrid.
3.2.- El Palacio de la Isla, residencia del Generalísimo y ¿Museo
de la Cruzada?
Relacionada con la idea del proyecto antedicho, estuvo también
la de hacer un " museo de la Cruzada " en el palacio de la
Isla, residencia oficial del dictador desde el verano de 1937 hasta la
despedida oficial de Franco. Cuando esto tuvo lugar, 18 de octubre de
1939, el alcalde Manuel de la Cuesta llamó a todos los burgueses
para que despidieran al Caudillo fervorosa y multitudinariamente, y en
la nota pública que redacta al efecto exclama: "... la ciudad,
como al Caballero de Vivar, le dio como presente el corazón y
hoy le dice: Caudillo, aquí está Burgos, gloria a Dios
en las alturas y alabanza a ti, Salvador de España" .
Pero, como expresión de agradecimiento hacia él por parte
de la ciudad, no era suficiente el haberle otorgado la medalla de oro
de la ciudad, nombrado alcalde honorario de la misma, dedicado una de
sus mejoras avenidas, lucir su efigie en paredes y medianerías
o felicitado una y mil veces por sus victorias. El ayuntamiento quiere
tener un último gesto de generosidad e hidalguía con su
heroico guerrero y para ello le cede gratuitamente como residencia personal
el palacio donde había vivido los dos últimos años
y desde donde había dirigido la guerra hasta el "Primer Año
de la Victoria ", que se esperaba fuera el comienzo de la Nueva
Era nacional-sindicalista.
El palacio se hallaba en la zona más elegante de la ciudad, un
ensanche lujoso urbanizado desde finales del siglo XIX, tras la demolición
de los lienzos de muralla contiguos al arco de Santa María. En
la zona se levantaban los imponentes edificios de la Audiencia, el Banco
de España y el hotel "infanta Isabel", contiguos al
ambiente más tradicional del hospital de Barrantes, del palacio
episcopal y del paseo de los Cubos, flanqueado este por lienzos de muralla
hasta la puerta de San Martín. Al otro lado del río había
construcciones de no menor calidad: la Merced, (que albergó milicias
falangistas durante la guerra y luego fue devuelta a la Compañía
de Jesús), el instituto "cardenal Mendoza", la iglesia
del Carmen, el seminario menor y la lujosa urbanización de "la
Castellana", que estaba entonces en vías de construcción.
Todos estos edificios había jugado un papel destacado durante
la guerra: el palacio de Justicia albergó al ministerio franquista
del mismo nombre (y al tribunal regional de responsabilidades políticas
desde su constitución), el hotel había estado monopolizado
durante varios meses por pilotos de la legión "Cóndor",
etc.
El Palacio de los Muguiro estaba hecho al gusto de la época -una
estética historicista emparentada con el modernismo de fin de
siglo- y había servido de segunda residencia a una familia de
origen navarro ennoblecida por Alfonso XII en los primeros años
de la Restauración. El lugar ofrecía algunas ventajas:
cierta amplitud, un jardín que proporcionaba un aislamiento favorecedor
de la seguridad, y proximidad al centro urbano; pero durante la guerra
se había revelado muy insuficiente en cuanto a espacios y dotaciones,
pues debía albergar a las familias de Franco, de Serrano y de
Franco Salgado-Araujo, además de parte del Estado Mayor, un retén
de la Guardia Mora y a la servidumbre. Pero ahora, en época de
paz, podía muy bien desempeñar otro papel .
En 1938, la ciudad de La Coruña había donado a la familia
Franco el castillo de Santa Cruz y el pazo de Meirás, que habían
pertenecido a la familia de Emilia Pardo Bazán. No sabemos si
fue por influencia de este donativo el que las autoridades burgalesas
decidieran tener aquí un gesto semejante con Franco. El caso es
que la corporación, a propuesta del alcalde, decide adquirir el
palacio y ceder su propiedad al Caudillo "para que sirva de residencia
al Jefe del Estado y Generalísimo de los ejércitos nacionales
en sus estancias en Burgos, a fin de que esta ciudad disponga siempre
de alojamiento digno de tan egregio huésped". Las estancias,
se dice, "habrán de ofrecer al Caudillo Salvador de España
mansión, jardines y oratorio que sirvan de reposo, solaz y comunicación
con el Altísimo" .
En el expediente que se inicia se añade que el edificio, cuando
no se halle habitado por el Jefe del Estado, podrá servir de residencia
a altas personalidades que se encuentren en tránsito por Burgos.
Pero, además, se pretendía que el palacio tuviera cierto
carácter de monumento o museo de la Cruzada. Para ello se conservarían
los despachos y habitaciones como habían sido utilizados desde
mediados de 1937, incluso con los mapas de operaciones militares y los
documentos de las últimas órdenes de guerra, que Franco
deja expresamente. El jardín se adornaría con placas, alegorías
y leyendas de los principales hechos "durante el tiempo en que el
Generalísimo llevó desde Burgos sus ejércitos por
rutas de inmortalidad y de Victoria". (De hecho, la idea del museo
era ya vieja al acabar la guerra, pues en marzo de 1937 ya se había
planteado la posibilidad de reconvertir la Casa de Miranda con ese fin,
para "testimonio vivo y perenne que diga a las generaciones venideras
lo que significa y es el actual Movimiento Nacional y cómo obra
la joven y antigua España y cómo se ha conducido la anti-España" ).
Se constituyó una comisión mixta especial, integrada por
concejales y diputados provinciales, bajo la presidencia del edil José Ramón
Echevarrieta, con el fin de hacer gestiones, planear las reformas y,
en lo sucesivo, garantizar el mantenimiento que el edificio necesitara.
La compra de este supuso un desembolso 821.025,22 pesetas, que fueron
costeadas a partes iguales por el ayuntamiento y la diputación.
Ambas instituciones, en lo sucesivo, harían frente del mismo modo
a cuantos gastos originara el mantenimiento del palacio. En el año
siguiente la comisión empleó más de 300.000 pesetas
adicionales para la adquisición de muebles, vajilla y enseres,
lo que obligó a ambas corporaciones a pedir un nuevo préstamo
por más de 600.000 pesetas, que se añade a los contratados
anteriormente, con el consiguiente aumento de las cargas financieras.
Por otro lado, la comisión solicitó del Alcázar
de Toledo y de los ayuntamientos de Badajoz, Teruel, Madrid, Oviedo,
Andújar (Santa María de la Cabeza) y otros lugares el envío
a Burgos de "sillares, tierras, piedras o restos de columnas" que
recuerden las gestas pasadas y que puedan adornar y servir de testimonio
para la posteridad en los jardines del palacio. El conjunto, así adornado,
adquiriría cierto carácter museístico que se creía
interesante. Según el expediente, hay testimonios de que algunos
objetos fueron enviados a Burgos , y debieron colocarse en el jardín
del palacio, al menos por un tiempo, pero no hemos podido averiguar qué fue
de ellos posteriormente. (A título de hipótesis, sugerimos
la posibilidad de que fueran enviados al Alcázar de Toledo cuando
este fue habilitado como una especie de museo de la Cruzada).
Mientras tanto, la penuria financiera de las corporaciones burgalesas les obligó a
solicitar a la Dirección General de Bellas Artes en 1942 que reconociera
el edificio como monumento histórico-artístico, y se hiciera
cargo de su mantenimiento. Y aunque el director general, marqués de
Lozoya, señala que "el edificio carece de cualquier valor artístico",
el informe de la Real Academia de la Historia resalta su valor porque "durante
la Cruzada Nacional sirvió de residencia al Generalísimo de los
ejércitos y Caudillo de España, en la ciudad de Burgos, y en
el cual se concibieron los más gloriosos hechos de armas". El palacio
pasó al patrimonio nacional y en lo sucesivo las reformas y gastos de
mantenimiento debieron ir, en teoría, a cargo de los presupuestos del
Ministerio de Educación. (Decimos "en teoría" porque
la comisión mixta siguió existiendo durante muchos años,
hasta la década de los sesenta, al menos, haciéndose cargo del
mantenimiento del edificio) . Por fin, el Ministerio de Hacienda, respondiendo
a requerimientos del alcalde Martín Cobos y del presidente de la Diputación,
Dancausa, otorga una compensación económica de 1.175.613, 17
pts. por los gastos efectuados en el palacio los años anteriores, gastos
que, según las citadas autoridades ascendían a más de
2.500.000 pts., si bien harían falta aún 1.670.000 pts. más
para "completar el proyecto que permita quede el palacio con la prestancia
y decoro que corresponde" . Así pues, el edificio siguió generando
gastos unos cuantos años más.
Franco, al parecer, no quiso aceptar la cesión como patrimonio personal,
pero usó el Palacio como residencia en las frecuentes ocasiones que
visitó Burgos durante los años siguientes. Generalmente solía
ser en los veranos, a veces yendo hacia el norte o en visita expresa para alguna
celebración protocolaria en Burgos. Ocasiones destacadas fueron las
celebraciones del Milenario de Castilla, en 1943, (cuando por segunda vez se
entregó a Franco la medalla de oro de la ciudad), el X Aniversario de
la Exaltación a la Jefatura del Estado, en 1946, o la inauguración
de la estatua del Cid, en 1955. Como señala el profesor Peña
Pérez, el nuevo régimen usó la figura del Campeador como
uno de sus mitos de referencia privilegiados: "... al Cid, cuya estampa
simbólica se actualiza en la estatua ecuestre (...) le correspondía,
en este proyecto de rehabilitación cultural del régimen, la gloria
de ser el guardián intimidador de la identidad y unidad de la Patria,
ya casi eterna" . El franquismo asumía y refrendaba con todos los
honores uno de los viejos sueños de "buenos burgaleses".
4.- Canonizaciones y beatificaciones
El régimen nacional-católico -que, entre otras cosas, bautizó a
la GCE como " cruzada "-, tenía que dar una consideración
muy especial a los religiosos muertos durante la guerra. Según
datos oficiales de la Conferencia Episcopal Española, serían
6.832 los religiosos, tanto seculares como seglares, que habrían
sido asesinados entre el 18 de julio de 1936 y el 1 de abril de 1939
. (Ignoramos si en ese total se incluyen los 16 sacerdotes vascos fusilados
por el ejército franquista). La inmensa mayoría de ellos
fueron víctimas de la persecución religiosa en zona republicana
durante los primeros meses de la sublevación, especialmente en
las grandes ciudades, donde el anticlericalismo estaba muy arraigado
entre las masas proletarias y ciertas clases medias.
La Causa General, a la que haremos referencia, mostró una atención
específica a los desmanes de los que fue víctima el clero
español, así como a los robos, profanaciones y destrozos
que sufrieron los templos en zona republicana, lo cual quedaba ilustrado
con multitud de fotografías tremebundas centradas en esos hechos.
A pesar del tiempo transcurrido, este sigue siendo un tema
polémico, incluso en torno a la cuestión básica
de fijar el número de víctimas habidas. Las mismas fuentes
confesionales son parcialmente contradictorias. Así, por ejemplo,
mientras la Conferencia Episcopal Española fija la cifra de muertos
antedicha sólo para el período de la GCE, la asociación
Hispania Martir avanza los mismos dígitos exactamente, pero incluye
en ellos los religiosos víctimas de la violencia durante los años
1931 y 1936, y particularmente los habidos a consecuencia de la revolución
de Asturias de octubre del 34. Más significativo resulta que,
cuando la guía de la iglesia en España, en 1954, es decir,
con una distancia temporal respecto de la contienda ya notable, cuantifica
en 7.287 el número de víctimas entre los religiosos, advierte
que su relación incluye los sacerdotes muertos en el frente como
capellanes, los que fallecieron " por penalidades " (sic) e
incluso, en algunas diócesis, los muertos naturales. El listado
integra asimismo a los seminaristas muertos en las trincheras " por
Dios y por España ", de los que nos consta hubo una aportación
considerable a las filas de los sublevados .
A la vista de estos datos, no parece suficiente la diferencia
numérica entre los datos citados de la Conferencia Episcopal y
los de 1954 (455 personas), para poder incluir todos esos casos ajenos
a la violencia deliberada en la retaguardia republicana y para poder
calibrar los efectos destructivos que para la mayor parte del clero español
trajo su beligerante alineamiento -no sólo ideológico-
con los sublevados. (Sin que con estas reflexiones queramos aminorar
lo más mínimo la condena moral que merecen estos crímenes).
Por el mismo motivo, habría que considerar hasta qué punto,
en muchas iglesias rurales próximas a los frentes de combate,
los destrozos se deben a la propia guerra y no a la violencia anticlerical,
teniendo en cuenta que los campanarios, por ejemplo, eran excelentes
puntos de vigilancia y de tiro frente al enemigo, y así fueron
utilizados por unos y otros.
Sea como sea, este amplio cupo de religiosos asesinados fue
considerado desde el primer momento como una gigantesca promoción
de mártires, merecedores, en buena medida, de iniciar su camino
hacia los altares a través de los correspondientes procesos de
beatificación y canonización. Estos fueron iniciados en
1939, siendo uno de los primeros beatificados el hermano Jaime Hilario,
fusilado en Tarragona en 1937. Y continuaron con cierta rapidez durante
el pontificado de Pío XII, cuyo inicio coincide prácticamente
con el final de la GCE. Para septiembre de 1953 había 353 españoles
entre los incluidos en causas de beatificación y canonización
incoadas ante la Sagrada Congregación de los Ritos, de los cuales
174 -la mitad aproximadamente- habían muerto entre 1936 y 1939.
Estos procesos siguieron tramitándose durante el pontificado de
Juan XXIII, pero fueron paralizados por Pablo VI hasta llegar al papa
actual.
El período de Juan Pablo II (1978- ), tan notable por otros conceptos,
también lo ha sido en lo relativo a las canonizaciones. Baste
decir que el número de nuevos santos y beatos elevados en sus
veinticinco años de ejecutoria -443 y 1227 respectivamente-, supera
ampliamente al total de los existentes en toda la historia anterior de
la iglesia católica -296 santos y 808 beatos-. Entre esos nuevos
beatos, 471, -el 38%-, corresponden a religiosos muertos durante la GCE,
lo cual constituye un aspecto de la política pastoral del papa
Wojtyla que ha resultado bastante polémico, y no sólo entre
sectores laicos, de la sociedad española.
5.- La " causa general "
Los sublevados el 18 de julio trataron de justificar su golpe
presentándolo como una reacción preventiva ante el supuesto
peligro de una inminente y sangrienta revolución comunista en
España. Según esa idea, los grupos de izquierda españoles,
actuando como longa manus de malignas fuerzas internacionales -el comunismo
y la masonería- tenían ya fecha fija para una insurrección
generalizada en todo el país, a la cual seguiría un mortífero
ajuste de cuentas contra las personas de orden, los eclesiásticos,
los patronos y los terratenientes. El país se hundiría
en el caos y la barbarie, siguiendo las pautas de la revolución
bolchevique y continuando una diabólica tendencia cuyo objetivo último
sería la desaparición de la civilización cristiana
occidental.
Esta peregrina idea, ya avanzada por los nazis, no es sino
una versión más de la entonces ya vieja noción de
la conspiración judía internacional, que, con distintos
tonos y variaciones ha quejado a algunas conciencias europeas desde hace
siglos. Resulta un mito negativo muy poderoso, que sirve para corporeizar
en un grupo humano determinado -los judíos, los masones, los jesuitas,
los comunistas,... los marcianos, etc- las causas de los sentimientos
de ansiedad o angustia generados por los cambios en la sociedad contemporánea
y por la emergencia de formas de vivir y pensar distintas a las de la
cultura propia . Los apologistas del franquismo elaboraron cuidadosamente
ese mito, que en su origen era una burda patraña, tal como demostró hace
años el profesor Southworth , y luego fue incorporado a la historia
de la Cruzada dirigida por Joaquín Arrarás, repetido por
la historiografía franquista y, ya en tono menor, asumido por
los revisionistas actuales.
No vamos a entrar en ese debate, que para nosotros está concluso
hace ya mucho tiempo solamente vamos a señalar cómo el
mito del complot se halla explicitado en la formulación de la
Causa General, incoada a principios de 1940. El decreto que la ordena,
de 26 de abril (BOE de 4 de mayo) enuncia que se trata de un " proceso
inquisitivo " destinado a investigar
cuanto concierne al crimen, sus causas y efectos, procedimientos empleados
en su ejecución, atribución de responsabilidades, identificación
de las víctimas y concreción de los daños causados,
lo mismo en el orden material que en el moral, contra las personas o
contra los bienes, así como contra la Religión, la Cultura,
el Arte y el Patrimonio nacionales
Estos crímenes y daños materiales, se dice, en sintonía
con el concepto de complót antes aludido, convenía averiguarlos
de un modo sistemático, abarcando todo el territorio nacional,
supuesto que, " por sus similitudes y coincidencias descubren un
plan preconcebido, fruto de unas mismas inspiraciones al servicio de
los más perversos ideales ". En consecuencia, el fiscal del
Tribunal Supremo procedió a incoar un gigantesco expediente que
comenzó con una encuesta dirigida a los alcaldes de todos los
municipios de España, los cuales debían responder de inmediato
con un informe certificado en que constara la relación nominal
de las víctimas de " los rojos " avecinadas en el municipio,
así como las circunstancias relevantes de los crímenes:
responsables, encubridores, fecha, inhumación o no de los cadáveres,
etc. Así mismo, se solicitaban informes acerca de los desperfectos
ocasionados en el patrimonio cultural, en el eclesiástico o en
bienes muebles o inmuebles de particulares y se ordenaba a las autoridades
judiciales que hubieran incoado causas de este tipo que las entregaran
al fiscal general.. Obviamente, aunque no se dice en el documento, se
estaba hablando de los tribunales militares que venían actuando
con procedimientos sumarísimos en las zonas " liberadas " desde
1936.
Es difícil que, para mayo de 1940, cuando se incoa la Causa General,
quedara algún adversario real o potencial del Movimiento que no
hubiera caído ya de una u otra forma bajo las garras de los tribunales
militares, de la violencia " incontrolada " de las primeras
semanas en la zona nacional, de las comisiones de incautación
de bienes o del tribunal de responsabilidades políticas, creado
un año antes que la propia Causa General. (y, por si fuera poco,
el mismo año 1940 se públicó la ley de represión
de la masonería y el comunismo), por lo que debemos ver en esta
iniciativa, de carácter político simbólico, el designio
de demostrar documentalmente la intrínseca perversidad de republicanos,
anarquistas, comunistas, socialistas, librepensadores y cuantos hubieran
sostenido al régimen republicano. (Los que vulgarmente -y no sólo
vulgarmente- eran denominados " rojos ").
La intención era que, una vez concluida la causa, el Ministerio
de justicia publicara una " memoria resumen comprensiva de los resultados
de las actuaciones y estudio de la delincuencia marxista en todo el territorio
español ". Tal documento constituiría el monumento
a la infamia, algo así como el reverso de la labor conmemorativa
y exaltadora de los Mártires y caídos por Dios y por la
Patria, merecedores, como veremos a continuación, de un tratamiento "sagrado".
El carácter burdamente maniqueo de la Causa General queda acentuado
si se considera el contenido de la ley de 23 de septiembre del mismo
año, que estableció una amnistía para cuantos, desde
el 14 de abril de 1931 hubieran cometido delitos " contra la Constitución,
contra el orden público, infracción de las leyes de tenencia
de armas y explosivos, homicidios, lesiones, daños, amenazas y
coacciones (...) por personas respecto de las que conste de modo cierto
su ideología coincidente con el Movimiento Nacional".
Esta zafia y brutal separación entre buenos y malos, entre españoles
y anti españoles, es quizá la formulación más
vergonzosa de la teoría de las " dos Españas " y,
lo que es peor, dio la pauta de lo que iba a ser durante muchos años
la actitud deMovimiento a la hora de eliminar a sus adversarios. La posguerra
no se inició con medidas de reconciliación y perdón
hacia los vencidos, sino de consolidación de un régimen
de represión permanente y de desprecio hacia las víctimas
de su violencia.
En cualquier caso, contra lo que el régimen dictatorial esperaba,
la tramitación de la Causa General no dio el resultado apetecido,
pues los datos evidencian una represión republicana mucho menos
significativa cuantitativamente de lo denunciado en un primer momento.
Si al principio se hablaba de cientos de miles de víctimas de
la " horda roja " (por ejemplo, Serrano Suñer, en un
discurso de junio de 1938, decía hablar " en nombre de los
400.000 hermanos muertos martirizados por los enemigos de Dios " )
la Causa acabó con un saldo bastante inferior a las 100.000 personas,
de modo que la síntesis general nunca se publicó, sino
sólo un avance parcial en 1943, lleno, eso sí, de fotografías
macabras. La documentación acumulada permaneció inaccesible
a los investigadores hasta mediados de los años ochenta.
Además, la tramitación de la Causa General involuntariamente
puso en evidencia realidades muy distintas a las que el régimen
deseaban mostrar . No fueron escasos los alcaldes que, no teniendo víctimas
de la violencia republicana a los que señalar, no tenían
mayor inconveniente en mostrar la eficacia que en su municipio habían
tenido los partidarios del Movimiento. Así, el alcalde de Fuentemolinos
informa de que en su pueblo no ha habido ninguna víctima de la " barbarie
roja ", pero -añade- " si tuvieran que ser incluidos
los desaparecidos en los primeros días de estallar el Glorioso
Movimiento, por sus ideas izquierdistas, ruego me devuelva el adjunto
oficio para su cumplimiento ". El escrito de Mahamud es de parecido
tenor, pero en este caso se envían los nombres y apellidos de
tres " desafectos al Glorioso Movimiento Nacional (que) han desaparecido ".
En Villamayor de los Montes del asunto es más grave. En la relación
figuran ocho personas de las que, en algunos casos, se expresa su condición
de concejales y alcalde del pueblo, así como su " desaparición " el
31 de agosto y el 12 de septiembre de 1936. Dado que el pueblo, situado
en las proximidades de Lerma, se halló desde el primer momento
en zona nacional, parece claro, y así lo hemos podido confirmar
con testimonios de ciertos vecinos, que se trata de ciudadanos de significación
republicana víctimas de la represión de los sublevados.
Es más: se cree saber dónde se halla su fosa común,
cerca de la cuneta de la carretera N-1, que discurre a pocos kilómetros
del pueblo.
No son las únicas irregularidades que hemos podido advertir en
la documentación de la Causa General. Son varios los casos en
que quedan registrados fallecimientos que son consecuencia de acciones
de guerra, no de la represión, ya sea entre militares o entre
civiles, como es el caso de fray A. Campo Pascual, vecino de Yudego-Villandiego,
a quien la guerra le sorprendió en Barcelona y que fue " muerto
por la aviación nacional " (sic).
Es de suponer que este tipo de irregularidades y errores
documentales no sea un exclusivos de esta provincia, lo cual, por sí mismo
bastaría para invalidar un iniciativa política de todos
modos viciada en origen.
6.- Toponimia callejera
Un aspecto de la simbología urbana que resulta muy afectado por
los vaivenes políticos -especialmente si son drásticos
o traumáticos- es el que se refiere a la denominación de
las vías, lugares y edificios públicos (educativos, culturales,
deportivos, etc). Ello queda reflejado en la dedicación de éstos
a personas, hechos, conceptos o valores en sintonía con el régimen
político bajo cuyo amparo actúa la administración
denominadora, que suele ser el ayuntamiento, ya sea bautizando calles
o lugares de nueva planta o mediante el cambio de nombres anteriores
que se consideran inaceptables.
Dado que es un asunto de conocimiento general y que ha afectado
a casi todos los núcleos habitados de España, sólo
nos referiremos a la ciudad de Burgos a título de ejemplo (por
lo demás, y contra lo que podría pensarse, no especialmente
significativo, a pesar de haber ostentado con orgullo y durante décadas
el título de "Capital de la Cruzada" )
Vemos en el cuadro del anexo la relación de vías públicas
afectadas por este tipo de cambios, que no merecen mayor comentario en
cuanto a su significación por ser análogos a los que se
produjeron en otros núcleos urbanos y que sacamos aquí a
colación porque, evidentemente, son un aspecto más del
mantenimiento de la memoria histórica con un sesgo muy determinado.
Casi todas esas denominaciones surgieron durante la GCE o en la inmediata posguerra,
en algunos casos para bautizar avenidas del ensanche urbano. Quizá vale
la pena mencionar las peripecias de la actual calle de la Merced, una de las
más céntricas y vistosas. En origen debe su nombre al monasterio
mercedario y a la iglesia gótica de igual nombre (s. XV), que se hallaban
situados en ella. El primero desapareció con la desamortización,
siendo ocupado su solar por los jesuitas a finales del siglo XIX. Proclamada
la II República y a instancias del grupo municipal socialista, esta
fue una de las pocas vías cuya denominación fue alterada, en
este caso para recordar al fundador del PSOE, Pablo Iglesias. El cambio fue
duramente criticado por la derecha y el clero local, tanto más cuanto
que, como es sabido, la Compañía de Jesús fue disuelta
como consecuencia de un mandato constitucional. (La iglesia de la Merced pasó a
depender del arzobispado). Así pues, cuando llegó el bienio radical-cedista,
las derechas burgalesas aprovecharon para devolver a la calle su nombre anterior.
Pero la época del Frente Popular y la franquista supusieron sendos cambios
adicionales, en el sentido que se puede imaginar. El nombre propuesto por las
izquierdas era máximamente inconveniente, si tenemos en cuenta que el
inmenso caserón jesuítico fue usufructuado durante la guerra
por el cuartel general de FET de las JONS y sirvió luego como alojamiento
provisional de la academia de ingenieros militares. (Posteriormente, la dictadura
devolvió sus bienes a los jesuítas, que han acabado vendiendo
el inmueble a una cadena de hoteles de lujo. Se conserva dentro de él
su hermoso claustro: donde en otro tiempo deambulaban los discípulos
de Loyola y se agitaban frenéticos los uniformados fascistas hoy se
celebran desfiles de modas y convenciones de ejecutivos y empresarios. Llegó por
fin la "modernidad").
Así mismo, cabe decir que el muy reciente expurgo del nomenclator franquista
no es tan radical y exhaustivo como puede parecer, pues deja aún en
el tintero muchos nombres de personajes ligados al bando nacional o a la dictadura
ya consolidada, si bien por lo general se trata de gente no muy conocidos por
la mayoría del vecindario con ese carácter. Así, encontramos
aún nombres de próceres tan destacados como el cardenal Pedro
Segura -de origen burgalés-; el arzobispo de Castro, primera autoridad
religiosa durante la GCE y ferviente partidario del Movimiento-; los condes
de Jordana y de Vallellano, figuras políticas de primer plano en el
Nuevo Estado; de Julio Sáez de la Hoya o Máximo Nebreda (falangistas
locales caídos los primeros días), por no hablar de los políticos
locales o nacionales ligados al régimen: Manuel de la Cuesta (alcalde
varias veces y diputado), Pedro Alfaro, Martín Cobos , Eladio Perlado,
López Bravo, López Rodó...
Por otra parte, el recuerdo de los "viri illustres" queda
también reflejado en la denominación de edificios y lugares
públicos. En Burgos resulta muy notable, a este respecto, el tratamiento
dado al General Juan Yagüe, que ocupó la capitanía
general de esta región durante casi diez años (1943-52)
y que ya antes, quizá desde su actuación represora en la
llamada "revolución de Asturias", era muy popular entre
las fuerzas vivas y la derecha sociológica burgalesa. Gustaba
aquí su talante de hombre enérgico ante los envalentonamientos
de las izquierdas y se le atribuía, en parte con motivo, su contribución
al "éxito" de la Guerra Civil. Aunque era de origen
soriano, se le consideraba burgalés de adopción, pues hizo
estudios en Burgos y casó con una mujer burgalesa. Pues bien:
en reconocimiento a esa ligazón con la cuna del Cid -con el que
alguna vez se le comparaba, lo mismo que al propio Franco- el nombre
de Yagüe figura en un polideportivo militar, un hospital general,
una barriada y un grupo escolar, todos ellos construidos durante su mandato.
El cambio de denominación de la avenida que llevaba también
su nombre no fue del todo asimilado por muchos burgaleses, que le seguían
considerando un gran militar y un gran español .
NOMBRE ANTERIOR AL 18 DE JULIO
|
POSTERIOR AL 18-J.
|
ACTUAL
|
|
|
|
Paseo de la Isla
|
Avda. del Generalísimo
|
Pº de La Isla
|
-
|
Del 18 de Julio
|
C. de la Concordia
|
Plaza de la República
|
P. de José Antonio
|
P. Mayor
|
Plaza de la Libertad
|
P. de Calvo Sotelo
|
P. de la Libertad
|
Calle de Pablo Iglesias
|
C. de La Merced
|
C. de La Merced
|
Plaza de M. Primo de Rivera
|
P. M. Primo de Rivera
|
P. del Cid
|
Plaza del Instituto
|
P. del Dr. Albiñana
|
P. de L. Martín Santos
|
Calle del Progreso
|
C. General Mola
|
C. del Progreso
|
Travesía del Mercado
|
C. Gral. Queipo deLlano
|
Tr. Del Mercado
|
|
C. General Dávila
|
C. Federico Olmeda
|
|
C. General Sanjurjo
|
Av. del Arlanzón
|
|
C. Defensores de Oviedo
|
C. de Oviedo
|
|
C. Héroes de la D. Azul
|
C. Dr. Fleming
|
|
C. Alférez Provisional
|
C. Antonio Machado
|
|
C. conde de Jordana
|
C. Gran Teatro
|
|
Av. Fr. Justo P. de Urbel
|
Av. de Castilla y León
|
|
C. Conde de Guadalhorce
|
|
Cuando Sagardía estuvo
operando en Burgos aún no era general ni existía tal
división, según cuenta él mismo en su libro Del alto
Ebro a las fuentes del Llobregat. 32 meses de guerra
de la 62 división. Madrid, 1940. Sagardía dedica
el libro a sus “muchachos”, a los que había prometido
dos cosas: el monumento –ya acabado al publicarse el
libro– y el libro mismo, donde recoge sus azañas bélicas.
El monumento fue reformado en 1962, para hacer referencia
a la 62 división, no a la "columna" que operaba
en la zona entre 1936 y 1937. El de los italianos, a
cuya inauguración acudió Ciano, ministro de exteriores
de Mussolini, era un panteón de los soldados del CTV
muertos durante la ofensiva de Santander. En 1975 sus
restos fueron exhumados y trasladados a Italia y a un
cementerio de Zaragoza.
En los párrafos
siguientes nos referimos a la provincia de Burgos,
donde sólo pudo haber represión republicana en una reducida
zona bajo control gubernativo en el norte y el noroeste de la provincia durante
el primer año de la guerra. (Fondos relativos a la Causa
General en Burgos y Palencia, que se conservan en
el Archivo Histórico Nacional).
|