Los Vitini
JAVIER CERCAS - EL PAÍS | Cataluña - 17-07-2001
Todos ustedes han visto mil veces esa fotografía
de tres guardias de asalto defendiendo la legalidad republicana
en las calles de Barcelona: la tomó Centelles el 19
de julio de 1936. Lo que casi nadie sabe, en cambio, es que
el guardia que apoya su peso en el caballo muerto se llama
Vitini, Mariano Vitini. Quien sí lo sabe es Manuela,
su hija, una mujer madura, revoltosa y pelirroja con quien
estoy tomando café en el bar del Avenida Palace, en
Gran Via. Manuela me ha traído fotografías,
recortes de periódico, diplomas, documentos: la memoria
trunca de la familia. Le pregunto por su padre. 'Murió
en el 83', dice. 'Pero nunca hablaba de la guerra'. La familia
era de Asturias, y él vino a Cataluña durante
la República. Manuela sabe vagamente que, además
de en Barcelona, durante la guerra peleó en Valencia
y en la Ciudad Universitaria de Madrid. También sabe
que al terminar pudo quedarse aquí sin demasiados problemas,
que llevó una vida silenciosa y amedrentada, que sin
demasiados problemas sacó adelante a su familia. 'Era
un hombre de orden', dice Manuela, un poco burlona, acordándose
de las broncas que en la década de 1970 le pegaba su
padre por meterse en política, y acordándose
también de que cuando ella le replicaba con el recuerdo
épico de la fotografía de su juventud, él
invariablemente contestaba: 'Eso no tiene ningún mérito.
Los buenos están muertos'.
Los buenos eran sus hermanos: Luis y José. La peripecia
bélica de Luis, el más pequeño, sólo
puede reconstruirse de forma fragmentaria con los papeles
de Manuela (Luis hizo la guerra con los republicanos desde
el principio, al final huyó a Francia, entró
en la resistencia y llegó a ser comandante de las Forces
Françaises de L'Interieur, regresó clandestinamente
a España en julio de 1944 y se integró en los
maquis; al mes fue detenido en Barcelona: lo fusilaron en
el Camp de la Bota en la madrugada del 14 de septiembre de
1944). La aventura de José es similar, sólo
que respecto a ella los papeles de Manuela son más
precisos; además, acaba de relatarla con minucia Andrés
Trapiello en La noche de los cuatro caminos. Paso a resumirla:
José Vitini tenía 23 años cuando estalló
la guerra; militaba en el PCE y, como Mariano, era guardia
de asalto. Peleó en diversos frentes del sector centro
y alcanzó el grado de comandante. Al acabar la guerra
huyó por Cataluña a Francia, estuvo internado
en los campos de Argelès y Septfonds, a inicios de
la dácada de 1940 se sumó a la resistencia contra
los nazis y, con el grado de teniente coronel y al mando de
la 168 División de las FFI, tomó parte en la
liberación de la región del Tarn y del Aveyron,
y en la de las ciudades de Albi, Rodez, Carmaux, Décazeville,
Villefranche de Rouerge y Lourdes. Derrotados los nazis, como
otros muchos españoles Vitini creyó que los
aliados no permitirían que el último dictador
fascista de Europa siguiera en el poder, así que se
aprestó a prepararles el terreno: dejó en Francia
a su mujer y a su hija y regresó a la España
de Franco para impulsar la resistencia. Aquí el rastro
de Vitini se vuelve confuso. Sabemos que entró en el
país en diciembre de 1944, que se refugió fugazmente
en casa de Mariano, que llegó a Madrid el 15 de enero
de 1945. En la capital organizó el primer núcleo
urbano de maquis, que el 26 del mes siguiente atentó
contra una subdelegación de Falange: murieron dos falangistas.
El eco del atentado fue mayor del previsto, y al poco empezaron
a caer colaboradores de Vitini; el propio Vitini no tardó
en hacerlo, delatado por uno de los suyos. Lo interrogaron
en la Dirección General de Seguridad, pero la paliza
de muerte que le pegaron no consiguió que abriera la
boca; todavía incrédulo, Carlos Conejo, que
a la sazón estaba detenido allí, recuerda que,
cuando bajaron a Vitini ensangrentado y a rastras a los calabozos,
le oyó gritar: '¡Ánimo, compañeros!
¡En momentos como estos hay que cantar La internacional!'.
Vitini cantó La Internacional. Días después
fue a visitarlo la mujer de Mariano; José le dijo que
se fuera: 'Ya no hay nada que hacer aquí', le dijo,
y le entregó lo único que le quedaba: el reloj
de su madre. Por supuesto, Vitini tenía razón:
en Francia hubo mítines, manifestaciones, campañas
de prensa y manifiestos de intelectuales pidiendo el perdón
para él; no hubo perdón: fue juzgado, condenado
a muerte y fusilado con un puñado de compañeros
al amanecer del 28 de abril. Omito el relato que algunos testigos
hacen de sus últimas horas; diré que su firma
figura junto a su sentencia de muerte, y que es grande.
En el bar del Avenida Palace miramos con Manuela
fotos de su padre, de Luis y de José, desfilando en
Tarves con su uniforme de teniente coronel de las FFI; también
carteles y sellos franceses con su nombre y su cara. Y dos
diplomas idénticos; traduzco uno del francés:
'A M. José Vitini (muerto por la libertad), que ha
servido con bravura en las filas de las FFI en calidad de
teniente coronel durante la guerra de liberación nacional.
Tiene derecho al reconocimiento de la patria liberada'. 'Tiene
gracia', dice Manuela. 'En Francia es un héroe; aquí
sigue siendo un delincuente'. Le pregunto si vive la hija
de José. 'Creo que sí', dice. 'Cerca de Toulouse.
Pero no la he visto nunca: sólo sé que no habla
una palabra de español'. Salimos a la Gran Via y Manuela
insiste en acompañarme a la estación. No hablamos.
'Por cierto', le digo, justo antes de tomar el tren. '¿Qué
fue del reloj?'. 'Me lo dio mi madre antes de morir', me dice.
'Lo perdí en una mudanza'.
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