Más exacto habría sido decir que fue ambas cosas, pero ayer El País remataba la faena diciendo que, según “fuentes próximas a la portavoz del Gobierno”, su padre había sido “un alto funcionario, pero en la Segunda República”.

De Wenceslao Fernández de la Vega Lombán, hijo de un prestigioso médico de Vegadeo (Asturias), se dice que era camisa vieja (falangista de antes de la guerra) y que combatió en el ejército nacional. Tras la guerra fue “separado del servicio” por Orden publicada en el BOE el 22 de enero de 1940, en aplicación de la Ley de Responsabilidades Políticas. Hay quien dice que fue por simpatías frentepopulistas y otros que por ser de una corriente izquierdista dentro de las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista).

Dentro de lo no documentado pero tampoco desmentido, se le figura voluntario en la División Azul y combatiente en Rusia. Los documentos sólo registran que su separación del servicio duró nueve años, y que el 22 de abril de 1949 fue reintegrado al “servicio activo” (BOE del 8 de mayo). Tras más de seis años sin cargos relevantes conocidos, el 11 de noviembre de 1955 (BOE del día 22) es nombrado Delegado Provincial de Trabajo de Zaragoza, por decreto que firman Franco y su ministro falangista de Trabajo, José Antonio Girón de Velasco.

De la Vega no sobrevivió políticamente al cambio más trascendental del franquismo, la salida de los ministros falangistas duros en febrero de 1957. Aún presidió, el 10 de marzo, la inauguración del Colegio Oficial de Graduados Sociales de Zaragoza. De nuevo faltan documentos sobre su cese, lo mismo que cuando se habla de su “rehabilitación” a finales de los años 60.

Familiares incómodos

Con más fuerza que de la Vega, reescribió su propia historia el ex ministro Mariano Fernández Bermejo, al declarar en 2003 que “luchamos en su día contra los papás de los que nos gobiernan y no tenemos ningún temor a los hijos”. Lo decía en Arenas de San Pedro (Ávila), donde nació en 1948, hijo de Mariano Fernández Alonso, teniente de alcalde y jefe local de Falange. Dentro de los hijos de falangistas se cita a menudo a José Bono (precisando el número de carné de su padre, 230.096, que fue alcalde de El Salobre) y al ex presidente del Congreso Manuel Marín, de cuyo padre, sin dar el nombre, se dice que era “aguerrido falangista” y presidente de la Hermandad de Alféreces Provisionales.

Reescribir la historia le resultará difícil al fiscal general Cándido Conde-Pumpido, cuyo abuelo, el coronel auditor Luciano Conde Pumpido, fue nombrado por Franco durante la guerra vocal del Alto Tribunal de Justicia Militar, donde confirmó algunas de las sentencias de muerte que hoy se quieren revisar (por ejemplo las 25 de los marineros de la motonave Mar Cantábrico, entre los que había dos menores de edad).

El presidente Rodríguez Zapatero ha hecho famoso a su abuelo el capitán Juan Rodríguez Lozano que, si bien combatió a los mineros asturianos rebeldes en octubre de 1934, para entonces ya se había ofrecido para escribir en El Socialista y difundirlo en los cuarteles, motivo por el cual fue suspendido de empleo y sueldo por ocho meses. Su otro abuelo, el pediatra vallisoletano Faustino Zapatero Ballesteros, liberal y acomodado, permaneció en zona nacional, y el presidente parece haberle borrado de su memoria. No digamos al guardia civil Gregorio Díaz, abuelo materno de su mujer, Sonsoles Espinosa, sublevado en Ávila con los franquistas y muerto por el disparo accidental del arma de un compañero.