La pinza contra Garzón
Baltasar Garzón tiene dos problemas y ambos son polÃticosEl primero es con la caverna, con los guardianes de ese jardÃn secreto que no se puede pisar, como en los cuentos: el franquismo no se toca. El segundo problema es con el Gobierno del nieto del capitán Lozano.
Garzón es probablemente el juez con menos habilidad polÃtica de toda la Audiencia Nacional, asà le fue como diputado. Tal vez por eso sea también el más valiente, o el más temerario. Garzón no es consciente de los muchos callos que ha pisado a lo largo de su carrera y el último en la lista está en el pie del Ejecutivo de Zapatero. Su intento de abrir las fosas por la vÃa judicial ha dejado en evidencia la inutilidad de una ley de la Memoria Histórica incapaz de solucionar lo más básico. En España, ese paÃs europeo, hay miles de cadáveres en las cunetas. Tras tres décadas de democracia aún siguen ahÃ.
La polÃtica judicial crea extraños compañeros de cama y en la operación contra Garzón los extremos se tocan: unos por acción, otros por omisión. De un lado está Adolfo Prego, el juez que compagina el Supremo con las colaboraciones con la Hermandad del Valle de los CaÃdos o la presentación de los libros del revisionista PÃo Moa. Del otro, Luciano Varela, el progresista juez instructor, Ãntimo amigo de la vicepresidenta De la Vega, que hoy toma declaración al juececillo valiente como primer paso antes de sentarle en el banquillo.
La venganza contra Garzón al menos deja una lección al mundo, que nos está mirando: demuestra hasta qué punto es necesaria la justicia universal. Ni siquiera el paÃs que intentó procesar a Pinochet es capaz de vencer a sus propios demonios.
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