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El último de Cuelgamuros

Ángel Prieto Prieto | 11 diciembre 2009

Francisco Vera Manzano: “Fui el último preso que salí de allí: esa fue la atención que el director de la obra tuvo conmigo”

 

 

Como es bien sabido, la memoria de la guerra civil y del franquismo ha venido siendo, en los últimos tiempos, objeto de continuos debates y de no pocas iniciativas parlamentarias hasta culminar en la LEY  52/2007, de 26 de diciembre, por la que se reconocen y amplían  derechos y se establecen medidas a favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y la Dictadura (Ley de la Memoria Histórica).

En la exposición de motivos de la ley, entre otras cosas, puede leerse: “Se establecen, asimismo, una serie de medidas en relación con los símbolos y monumentos conmemorativos de la Guerra Civil y la Dictadura, sustentadas en el principio de evitar toda exaltación de la sublevación militar, de la Guerra Civil y de la represión  de la Dictadura, en el convencimiento de que los ciudadanos  tienen derecho a que así sea, a que los símbolos públicos sean ocasión de encuentro y no de enfrentamiento, ofensa y agravio”.

 El artículo 16,  dedicado  exclusivamente al  Valle de los Caídos, dice:

El Valle de los Caídos se regirá estrictamente por las normas aplicables con carácter general a los lugares de culto y a los cementerios públicos.

En ningún lugar del recinto podrán llevarse a cabo actos de naturaleza política ni exaltadores de la Guerra Civil, de sus protagonistas, o del franquismo.

Y la disposición adicional sexta establece: La fundación gestora del Valle de los Caídos incluirá entre sus objetivos honrar y rehabilitar la memoria de todas las personas fallecidas a consecuencia de la Guerra Civil de 1936-1939 y de la represión política que la siguió con objeto de profundizar en el conocimiento de este período histórico y de los valores constitucionales. Asimismo, fomentará las aspiraciones de reconciliación y convivencia que hay en nuestra sociedad”.

Las expectativas que levantó la Ley enseguida se vieron truncadas. Más de cuarenta y seis asociaciones relacionadas con la memoria histórica y la lucha contra la impunidad del franquismo en España consideraban, pese a que  el artículo 19  les reconocía su “labor en la defensa de la dignidad de las víctimas de la violencia política”, que el texto aprobado (votaron en contra el Partido Popular y Ezquerra Republicana de Cataluña, cada uno por motivos bien distintos) se alejaba de buscar verdad,  justicia y reparación  en los términos que contempla la legislación de la ONU en materia de los crímenes contra la humanidad (o de “lesa humanidad” como contempla el código penal español en su famoso artículo 607-bis). Principios, dicho sea de paso, que naciones de nuestro entorno europeo, sin tener necesidad de ninguna ley, han venido poniendo en ejecución en diferentes momentos de su historia desde el final del nazifascismo; y recientemente Argentina y Chile, “ésta en pésimas condiciones de partida”, han legislado  en la misma dirección  “en el proceso  de  justicia transicional y de esclarecimiento público de la verdad”. Así, pues toda la Ley ha sido puesta en tela juicio.

Si nos detenemos únicamente en cómo se llevará a cabo el mandato del artículo 16 y la disposición adicional sexta, o más llanamente, cómo se va a resolver el asunto del Valle de los Caídos, la cosa cobra tintes sombríos. Casi dos años después de aprobada la Ley, nadie sabe o nadie dice cómo se va a hacer efectiva la transformación del monumento emblemático del franquismo. Entre otras cosas porque no está creada la Fundación Gestora (el vacío legal que ha rodeado siempre el mausoleo no tiene parangón en ningún otro edifico público de España), pero sobre todo porque en el último momento de la tramitación parlamentaria CIU consiguió introducir  el apartado 2 del artículo 15 que exceptúa la retirada de símbolos franquistas “…cuando concurran razones artísticas, arquitectónicas o artístico-religiosas protegidas por la ley”; párrafo, pues, en el que cabe de lleno la simbología del Valle, sin que se sepa quién o quiénes se tienen que pronunciar al respecto.

Tanto ruido para tan pocas nueces nos hacen albergar serias dudas de que algún día  el Valle de los Caídos  deje de ser el relato franquista de la Guerra Civil, el certificado del triunfo del dictador, y pase a convertirse en el lugar que sirva para explicar la perversión de la dictadura de Franco y de su régimen aniquilador.

Hace setenta años, solo o en compañía de otros, Franco decidió construir un monumento para recordar por los siglos de los siglos la Victoria del Alzamiento: “La dimensión de nuestra Cruzada, los heroicos sacrificios que la Vitoria encierra y la transcendencia que ha tenido para el futuro de España esta epopeya, no pueden quedar perpetuados por los sencillos monumentos con los que suelen conmemorarse en villas y ciudades los hechos salientes de nuestra historia y los episodios gloriosos de sus hijos. Es necesario que las piedras que se levanten tengan la grandeza de los monumentos que desafíen el tiempo y el olvido y constituyan lugar de meditación y de reposo en que las generaciones futuras rindan tributo de admiración a los que les legaron una España mejor. (Decreto 1 de Abril, 1940, Disponiendo se alcen, basílica, monasterio y cuartel de juventudes).

La faraónica obra está situada en la sierra de Guadarrama, sobre un macizo imponente denominado  Risco de la Nava, en un paraje no menos sobrecogedor del Valle de Cuelgamuros, que dista de San Lorenzo del Escorial apenas diez kilómetros y cincuenta y ocho de Madrid capital. Empezó a construirse inmediatamente (Franco tenía mucha prisa) bajo la dirección de Pedro de Muguruza, a la sazón director general de arquitectura, con la idea de terminarla en 1941, pero la situación económica del país y la envergadura de la obra hicieron que los trabajos se alargaran hasta 1958. Finalizó bajo la dirección de Diego Méndez y participaron en su construcción tres empresas: San Román, Estudios y Construcciones Molán y Banús. Las colosales esculturas que rodean la base de la cruz fueron realizadas por el extremeño Juan de Ávalos. El conjunto se inauguró el primero de abril de 1959.

Mucho se ha escrito acerca de la mano de obra que trabajó en el Valle. Escritores de uno y otro signo convienen que la gran mayoría de obreros (se discrepa en los números) que trabajaron en la construcción del mausoleo fueron  presos republicanos organizados en batallones disciplinarios dependientes de la Dirección General de Regiones Devastadas que, bajo el sistema de redención de penas,  realizaron los trabajos más duros y peligrosos en condiciones de humillante esclavitud. Diego Méndez segundo director de la obra dice: “Ellos horadaron el granito, se subieron a andamios inverosímiles, manejaron la dinamita… Han jugado día a día con la muerte (…) sin ellos, la obra hubiese durado muchos más años, con  empleo de máquinas en número mayor, y con dispendios crecidos”.

 

Muchos y  desgarradores  son  los testimonios  de presos que podríamos aportar para ratificar las palabras del director. Los de  Trinitario Rubio, citado por Fernando Olmeda y por José María Calleja, que  nos recuerda las agotadoras jornadas de trabajo; los de  Segundo Fernández, que hablaba de los obreros que caían día a día por hambre y enfermedades; los de Teodoro García Cañas, que le contaba a Rafael Torres lo vejatorio de las vestimenta, cual campo de concentración nazi (éstos señalaban a los judíos con una estrella cosida en la camisa; aquéllos, con  un botón blanco a los condenados a 30 años y a los condenados a muerte con uno dorado).En definitiva como señala Isaías Lafuente en su libro Esclavos por la patria: “Franco aprovechó la situación para convertir a los reclusos en trabajadores forzados sobre los que recayó el sacrificio de reconstruir pueblos, hacer pantanos, trazar líneas férreas, explotar minas o erigir el monumento más emblemático de la dictadura: el Valle de los Caídos. Para los presos fue un tiempo de dolor y vejaciones sin límite. Para el régimen y sus afectos, un negocio redondo».

Pero quiero aportar aquí el testimonio de Francisco Vera Manzano, en primer lugar porque no en vano  fue el último preso de Cuelgamuros —Yo, como otros muchos, no lo llamo Valle de los Caídos,  lo llamo Cuelgamuros, porque obviamente no sirve para rendir tributo a los caídos republicanos—.

La primera vez que oí hablar de Francisco Vera Manzano fue en Robledillo de la Vera (Cáceres), su pueblo natal, allá por  el año 1977. Por aquellos entonces, yo ejercía de maestro de escuela en Valverde de la Vera (Cáceres), pero vivía en el Losar de la Vera. De modo que todas las mañanas en compañía de dos hermanos  maestros, Ángel y Rafael Borja Cañadas, tomaba el camino de Valverde no sin antes haber pasado por Robledillo para dejar en la escuela a este último, que ejercía su docencia allí. Poco más que el nombre de Francisco Vera y alguna  nota aislada de su paso por Cuelgamuros es toda la información que conservaba en una vieja agenda. Posteriormente, en el año 1996, la asociación Archivo, Guerra y Exilio lo invitó a unas Jornadas para que nos hablara de la experiencia vivida, sufrida, como preso. Nos contestó diciendo que le era imposible asistir a las mismas  porque  “hace un año que tengo a mi señora ciega,  y como no tuve hijos, estamos solos ella y yo. Os adjunto  —continuaba la carta— una fotocopia de un reportaje y una foto con una placa que me ha mandado la televisión alemana”. El reportaje está firmado por Miguel Ángel Marcos y la foto es de Amigo.  De ese reportaje está extraído el testimonio de Francisco.

 Era, se ha dicho antes,  extremeño —ésta es la segunda razón por la que escribo de él—, tenía 25 años cuando llegaron  las tropas rebeldes (Yagüe) a su pueblo. Entrar ellas y marcharse él, fue todo uno. Inmediatamente se incorporó al ejército de la República. En Guadalajara, primero; en Castuera (Badajoz) de sargento, después. Herido de gravedad en una pierna pasó un mes en el hospital de Ciudad Real, con la bala en la pierna toda su vida. Se incorporó al ejército de Levante, donde alcanzó el grado de teniente (1 de enero del 39. Academia de Godella). Su último destino, la 63 Brigada, en el frente de Teruel.   

Terminada la guerra empezó, cómo para tantísimos republicanos, otro calvario: el de los campos de concentración, el de las cáceles, el de los juzgados. Primero estuvo en el campo de concentración de Manzanera (Teruel), luego en la prisión de Soria , donde un tribunal le condenó a una pena de cárcel de casi seis años  por “auxilio a la rebelión”              (¡los tribunales de los rebeldes condenaban a los legales por el delito que los primeros habían cometido!). Una vez libre, decidió vivir en Navalmoral de la Mata “para evitar enemistades y malentendidos”, puede leerse en el reportaje. A los cuatro o cinco meses de vivir en Navalmoral tuvo que volver a los juzgados para responder por un juicio de responsabilidad política; le condenaron a una multa de 150 pesetas. “No tenía ni cinco céntimos ni sabía cómo pagar, el sueldo del mes era de tres pesetas”. Al año  y medio, como había pagado muy poco de la multa, le abrieron otro expediente, acusándole, ¡otra vez!, de rebelión militar. La condena le llevó hasta Cuelgamuros en 1947. Allí estuvo trabajando diez, doce horas diarias (diez para el Estado y dos para ellos a 1,25 pesetas hora)   “hasta que desmontaron los campos de trabajo. Cuando quitaron los campos nos quedamos diez o doce personas para recoger las cosas. Fui el último preso que salí de allí: esa fue la atención que el director de la obra tuvo conmigo”.

Muchos son los recuerdos que tenía Francisco de su estancia en Cuelgamuros, pero hay uno que recuerda con especial interés: la fuga de su compañero de litera, Nicolás Sánchez Albornoz, muy popular entonces porque era hijo de Claudio Sánchez Albornoz, presidente de la república en el exilio y después por ser nombrado  presidente del instituto Cervantes. “Me escribió una carta donde me decía que vendría a Navalmoral para saludarme, pero la visita nunca se produjo”.

Cuando abandonó Cuelgamuros, a Francisco le quedaba por cumplir un año de condena;  cumplió seis meses trabajando cerca del Valle de los Caídos en el pantano de Buitrago de Lozoya (Madrid) por estar acogido a la redención de penas. Terminó el calvario el 10 de Abril de 1951. Desde entonces, salvo siete años que estuvo por tierras salmantinas, vivió en Navalmoral de la Mata al lado de su compañera Paula, con quien estuvo casado desde el año 1937.

 En el año 1996, participó en un documental elaborado por la televisión  catalana (TV3) sobre el Valle de los Caídos. Supone —según nos cuenta Miguel Ángel Marcos— que ese documental debió llegar a la televisión alemana, pues al poco tiempo recibió una placa (aparece en la foto)  como reconocimiento a su lucha, donde puede leerse: “A Francisco Vera Manzano, el equipo de SDR/TV alemana, como agradecimiento a su lucha por la libertad”. Notable paradoja, o mejor, notable lección: los alemanes reconociendo a los presos de Cuelgamuros.

Desde hace largo tiempo los gobiernos alemanes de uno u otro signo dictaron políticas dirigidas a honrar a las víctimas del holocausto y a financiar y promover iniciativas de parecido rango en otros países. Más recientemente Argentina y Chile han aprobado  proyectos similares para sus “Lugares de Memoria”, ESMA y Estadio Nacional, respectivamente. En España, a fecha de hoy, el Valle de los Caídos expresa los mismos significados  para los que fue construido.

Bibliografía:

  • Aguilar Fernández, Paloma. Políticas de la memoria y memorias de la política, Alianza editorial, Madrid (2008).
  • Calleja, José María. El valle de los caídos, Espasa, Madrid (2009).
  • La fuente, Isaías. Esclavos por la patria, Temas de hoy, Madrid (2003).
  • Olmeda, Fernando. El Valle de los Caídos: una memoria de España. Península, Barcelona (2009).
  • Torres Mulas, Rafael (R). Los esclavos de Franco. Oberon, Madrid (2006).