«Nos llevaron a lavar al rÃo y, a la vuelta, varios niños habÃan desaparecido»
Anita Morales, leonesa pero afincada en Donostia, relata las penurias que sufrió en Saturrarán
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m. cifuentes – Domingo, 20 de Diciembre de 2009
donostia. No lo dicen ni su aspecto ni su memoria ni su fácil conversación, pero tiene 92 años. Casi un siglo. Más de nueve décadas. Y, en siete de ellas, Anita Morales ha tenido que convivir con un mismo recuerdo: Saturraran. Los malos tratos de las monjas, las insalubres condiciones de higiene que se llevaron por delante a decenas de internas, el desprecio hacia sus vidas, el miedo de perder a su pequeño o la posibilidad real de morir entre aquellas paredes. Nada se ha podido ir de su cabeza, sencillamente porque todo es lo suficientemente trágico como para que no pueda ser borrado por el tiempo.
«La disciplina de las monjas era terrorÃfica. No te dejaban ni moverte. Y el médico, requeté, era muy cruel. Si veÃa a un niño con sarampión, en lugar de ayudarlo, decÃa que abriéramos la ventana para que se aireara. Aseguraba que eso le vendrÃa bien, pero sabÃa que significarÃa su muerte. Y eso, cuando no afirmaba directamente «pues metedlo en una caja y ya está». Le daba igual que el pequeño estuviera vivo o que la madre estuviera delante», recuerda, desde el sofá de su casa y a modo de ejemplo, esta leonesa (natural de Ponferrada) afincada en Donostia.
Ella llegó a Mutriku el 13 de junio de 1940, procedente de la madrileña cárcel de Ventas, a la que habÃa sido destinada por trabajar en un taller de mujeres antifascistas y tras una denuncia basada en envidias y falsedades. «Hubo órdenes de descongestionar la prisión, cuyas condiciones eran de hacinamiento, y a mà me mandaron junto a otras 25 madres -su hijo apenas tenÃa unos meses- a Saturraran», comenta.
Nada más llegar comprobó que habÃa caras conocidas entre las otras reclusas. «HabÃa chicas de mi pueblo y de otros de la misma comarca. Recuerdo que, al verme, sacaron lana de sus colchones para fabricar otro para mi niño», detalla sobre un gesto que aún agradece. Porque, de allà en adelante, pocas cosas más tendrÃa que agradecer. Sólo el calor y la cercanÃa de quienes estaban en su misma situación. Sólo eso.
niños desaparecidos Después llegaron las mayores penurias. «Nos quitaban la comida de los niños y utilizaban a éstos para pedir más. Y comercializaban con todo lo que podÃan: verduras, gallinas, aceite…», precisa. Un dÃa, incluso, se llevaron a varios niños: «Tuvimos que ir a lavar al rÃo y, a la vuelta, habÃan desaparecido todos los pequeños de entre cuatro y seis años. Más de 20. Dijeron que los habÃan llevado a los hospicios y sus madres se quedaron más tranquilas, pero nunca he podido comprobar si era verdad o no».