Un tipo llamado Gibson, Ian Gibson
Ayer fue un dÃa grande para el bando nacional. El lugar sagrado donde se creÃa que estaba Lorca es un altar vacÃo
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Ayer fue un dÃa grande para el bando nacional. El lugar sagrado donde se creÃa que estaba Lorca es un altar vacÃo. Bien merecido que lo tienen los rojos resentidos que no tienen nada mejor que hacer que ir llenando España de agujeros para ganar en las cunetas lo que no supieron ganar en el campo de batalla. ¿Que de quién es la culpa? De Gibson, naturalmente. Los herederos sentimentales de quienes ordenaron matar a Lorca ya tienen de quién mofarse.
Ayer se levantó la veda contra el irlandés errante. Se lo tiene merecido, a ver quién lo manda a él, un extranjero, un apátrida, un descreÃdo de la católica Irlanda, o peor aún, un medio inglés, a ver quién lo manda meterse donde no lo llaman, como si los españoles no fuéramos lo bastante hombres no sólo para matarnos unos a otros, sino para investigar cojonudamente y mejor que cualquier forastero dónde nos asesinamos y nos enterramos unos a otros. Hoy todas las miradas se giran hacia Gibson porque cuatro semanas de honestas y concienzudas excavaciones arqueológicas parecen haber desbaratado cuarenta años de honestas y concienzudas investigaciones históricas.
Muchas veces se ha dicho que Lorca somos todos. Pues bien: hoy es el dÃa de proclamar que Gibson somos todos. No me llaméis Antonio, llamadme Gibson, Ian Gibson. Le debemos mucho a este tipo con aspecto de niño grande y gesto gruñón que hizo por este paÃs lo que este paÃs no habÃa sido capaz de hacer por sà mismo: señalar con coraje a los malos y buscar con pasión la verdad. CreÃmos que la habÃa encontrado, pero parece que no. La culpa no es de Gibson: la culpa será, en todo caso, de la verdad, que a veces es una borde y no está donde deberÃa. Sobre todo en España.
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