Versos que campan en la memoria
Thomas, da una cifra de ciento noventa y tantas mil sentencias de muerte firmadas por el anterior jefe del estado durante los dos primeros años de su dictadura
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 ALFREDO CONDE
Leà dos libros de Lord Hugh Thomas. El primero lo escribió cuando aún no era lord, ni habÃa conocido a Mariluz Barreiros. Lo tituló La guerra civil española. El segundo que leà de él fue escrito cuando ya habÃa conocido a la hija de su biografiado. No me creerán pero, ahora mismo, no me acuerdo de su tÃtulo. Sà de que se trata de un gran libro, de una gran biografÃa, que hace el retrato exacto de un tiempo, el que envolvió al personaje que retrata y enaltece: Eduardo Barreiros.
Me acordé del primer texto hace unos dÃas viendo en la tele a Flor Baena, hermana de Fernando Baena, uno de los fusilados el 27 de septiembre de 1975. Si recuerdo bien, ya saben que todo lo fÃo a la memoria puesto que se me quedaron atrás demasiados libros, Thomas, da una cifra de ciento noventa y tantas mil sentencias de muerte firmadas por el anterior jefe del estado durante los dos primeros años de su dictadura. Describe como el ferrolano solÃa desayunar utilizando tres sillas, sentándose en la de en medio y utilizando las otras dos para depositar sobre sus asientos los expedientes recién firmados: sobre una los de las condenas a muerte, en otra, las conmutadas por cadena perpetua. Asà hasta casi doscientas mil. Me lo imagino tomando café con leche con churros, o con porras, pulcramente cogidos con la yema de los dedos, mientras leÃa velozmente y decidÃa a dónde enviar a cada uno. Creo recordar que la escena se describe o en un apéndice de la obra o en una de las múltiples notas a pie de página que la ilustran. El Ãmpetu que lo movió, la inercia que tal afán produjo lo trajo tal cual hasta ese fatÃdico 27 de septiembre. Qué pronto nos olvidamos de todo.
Me sobrecogió algo que contó Flor Baena en su entrevista televisada. El enterrador encargado de dar tierra al cuerpo del asesinado cavó la fosa pero se negó a sepultar el cadáver, a cubrirlo de tierra. Se negó a participar en barbaridad tamaña como la que se acababa de cometer y tuvieron que ser los propios hermanos del difunto los que realizaron tarea tan ingrata y cruel. Al oÃrlo recordé un poema de Neruda y algún que otro verso suelto que todavÃa campa en mi memoria: que un rÃo de ojos de niños muertos te recorra el cuerpo eternamente, general, reza uno de ellos. Al dÃa siguiente de la entrevista leà como en el juicio no fueron admitidas ciento cuarenta y cinco pruebas aportadas por la defensa de Fernando Baena. Entonces me acordé de Don Nicolas Salmerón, presidente de la Primera República Española, masón y hombre de bien. Dimitió antes que firmar una sentencia de muerte. Murió ajeno al afán que guió la mano que cogÃa los churros con delicadeza extrema. No asà las porras, como es bien sabido y no siempre recordado.