La Gran VÃa: Una herida de guerra en Madrid
La popular calle fue el epicentro de los bombardeos franquistas durante el conflicto español mientras la población de la capital vivÃa entre el miedo y la diversión
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JESÚS MIGUEL MARCOS – MADRID
No todo es neón, glamour y arquitectura ejemplar en la Gran VÃa de Madrid. Ni lo es, ni lo ha sido, ni seguramente lo será. Ya nació como un tajo al pueblo llano, que sufrió la fuerza centrÃfuga de las ambiciones de un rey, Alfonso XIII, que soñaba con un Madrid a la altura de las grandes metrópolis europeas. Tiró 300 casas a codazo limpio, largó a obreros y comerciantes al extrarradio y conectó lo que habÃa que conectar: los barrios pudientes de Argüelles y Salamanca.
Desde aquel gran navajazo, se podrÃa decir que todo lo que ocurre en Madrid, sea feliz o sea triste, pasa en la Gran VÃa. Lo mismo aparece el prÃncipe haciendo el paseÃllo antes de casarse en la Almudena, que Alaska en biquini cantando El rey del glam a lomos de una carroza en la marcha del Orgullo Gay. En la acera, unos hacen cola para comprar el iPhone, otros entran al cine y otras buscan clientes en las esquinas, donde unos limpian botas y a otros se las limpian.
Contrastes sin fin que se agudizaron en los años más dramáticos de la historia de la calle, los de la Guerra Civil (aunque pocos dudarán de que el drama continuó después). La Gran VÃa fue el pulmón de la resistencia republicana. El frente estaba a sólo unos cientos de metros del bar Chicote, donde los milicianos reponÃan fuerzas entre botellas de vino y escotes. Franco disparaba obuses contra el edificio de Telefónica, pero terminaba haciendo un boquete con dos niños dentro a la altura de la Red de San Luis.
«La Gran VÃa estaba hecha una mierda. Metralla en cada pared. Pero la gente hacÃa una vida normal. El temor era continuo, pero te acostumbrabas. No dejamos de dar paseos por la Gran VÃa, porque era donde se iba a pasear», cuenta José del Corral, autor del libro La Gran VÃa, historia de una calle (Silex), que en la época vivÃa en la calle del EspÃritu Santo, «donde hubo muchas fosas».
La calle del espectáculo, el Broadway español que se ha dicho, vivió la guerra a su manera. Un drama asumido donde un dÃa pegaban dos tiros a uno que pasaba por llevar sombrero y al dÃa siguiente una señora vendÃa la capa de su marido muerto por seis huevos.
Además, la población madrileña fue la primera en ser bombardeada por aire, un acontecimiento que la población de la capital no se quiso perder. «La gente se iba desde los barrios hasta los alrededores del edificio de Telefónica, donde estaba el centro de comunicaciones republicano, para ver caer los obuses. El mes de agosto del 36 estuvo lleno de dÃas de bombardeos feroces y mucho entretenimiento. Se trataba de una ciudad miliciana y alegre, donde el No pasarán estaba arraigado», indica Ignacio Merino, autor de BiografÃa de la Gran VÃa (Ediciones B). Por eso los vecinos le decÃan la calle del 15 y medio, que era el calibre de la munición nacional.
La parodia de vivir en guerra
La vida querÃa ser normal, pero evidentemente la Gran VÃa cambió. Las tiendas de lujo situadas en el primer tramo de la calle, el que va de Alcalá a la Red de San Luis, cerraron tras los primeros bombardeos. «Si las comidas se habÃan convertido en parodias de comida, ¿quién iba a querer comprarse un traje caro?», recuerda Del Corral. Las juventudes socialistas ocuparon el edificio de la Gran Peña, en el número dos, que era un casino de la nobleza. Con el cuero de las butacas, se hicieron zapatos que luego lucÃan en el Chicote, unos metros más arriba, mientras altavoces colocados en lugares estratégicos martilleaban con la propaganda.
La Gran VÃa tenÃa algo de pasacalles durante la contienda. HabÃa verbenas, teatros… Los milicianos volvÃan del frente por ella, para mostrarse, igual que décadas más tarde harÃa Pedro Almodóvar en una carroza en forma de zapato para el estreno de Tacones lejanos. «Es el lugar de Madrid donde más bombardeos hubo y al mismo tiempo era donde más jarana habÃa», subraya Ignacio Merino. Y todo bajo la atenta mirada de Lenin, Stalin y Marx desde sus cartelones gigantes.
Correr hacia las bombas
Madrid era el sÃmbolo de resistencia al fascismo y la Gran VÃa se transformó en un enjambre multicultural. A ella llegaban las Brigadas Internacionales y en sus calles trabajaban los más de 2.000 periodistas extranjeros que cubrÃan el conflicto. «Cuando caÃa una bomba, habÃa gente que corrÃa hacia un lado y otra gente que corrÃa hacia el otro. Los que corrÃan hacia el lugar donde habÃa estallado la bomba eran los corresponsales extranjeros», explica Merino.
Los corresponsales, Hemingway y Dos Passos entre ellos, se hospedaban en la acera de los números impares de la Gran VÃa (principalmente en el Hotel Florida de Callao), más a resguardo de la artillerÃa nacional. El problema es que para mandar sus crónicas tenÃan que cruzar la calle hasta el edificio de Telefónica. «Era el centro de comunicaciones, desde donde se transmitÃa toda la información. No habÃa noticia que no pasara por allû, explica el catedrático de Historia Julián Casanova. El edificio, el más alto de Madrid, también albergaba la oficina de la censura, por la que pasaban todos los textos de los corresponsales extranjeros.
El tercer tramo de la Gran VÃa, desde Callao a Plaza de España, era la frontera de la ciudad con el frente. Varias barricadas de un lado a otro de la calle manchaban de guerra un paisaje urbano que también escondÃa un submundo oculto de putas a peseta y mercadeo negro. El cine Velusia, después Azul, se transformó en un hospital de campaña. «La Gran VÃa fue parada obligatoria para el embajador soviético durante la guerra y, ya en 1940, también recibió al embajador nazi», cuenta Ignacio Merino.
Tras el conflicto, la Gran VÃa se convirtió en un nido de espÃas. Acababa de estallar la Segunda Guerra Mundial y el espionaje inglés y alemán se movilizó en Madrid para saber cuál serÃa la decisión de Franco sobre su entrada en el conflicto. Pero para entonces España ya habÃa tenido suficiente guerra.