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Memoria histórica: Jarcha

Josu Montalbá. Deia, 07-05-2010 | 8 mayo 2010

Artículo del Diputado del PSE-EE

 

«Dicen los viejos que en este país…» Aquella canción era como un diagnóstico de la Transición que ahora revive sus cuitas por el afán de la derecha en impedir que la memoria aflore y forzar al olvido aunque sólo tenga el efecto de recuperar «el rencor de viejas deudas»

El grupo musical Jarcha ha sido, sin duda, el grupo más importante de la Transición española. Andaluz de origen y enraizado en la más profunda tradición andalusí. Cantadores de jarchas y de moaxajas recogidas del lenguaje popular, quizás porque cuando surgieron era más fácil reivindicar la vida social de los españoles amparándose en la recuperación de las tradiciones y culturas. De algún modo, la elección del propio nombre debió responder a un sencillo acto de rebeldía, como lo fue poner un nombre de origen semítico, fácil de pronunciar incluso por quienes no eran aficionados al lenguaje árabe.

Jarcha debió crearse con el fin de difundir poemas populares, pero sobre todo para incitar a la reconciliación, no en vano las jarchas mozárabes casi siempre relataban experiencias amatorias y tenían su semejanza en las diferentes tradiciones españolas, en las cantigas de amigo gallegas y en los villancicos castellanos. Poco más se podía hacer en aquel tiempo, a pesar de que Franco llevara agonizando desde varios años antes. De hecho, los últimos coletazos del dictador se sintieron incluso después de su muerte, y los sintió Jarcha precisamente en su canción más importante: el 9 de octubre de 1976, la canción Libertad sin ira, que fue el emblema de la reconciliación e himno de aquel momento inicial de la Transición, fue prohibida cuando el periódico Diario 16 la quiso utilizar como eslogan para su puesta en la calle.

Ahora, más de treinta años después, tenemos que volver a cantar aquello porque los fachas que aún quedan parecen dispuestos a borrar la memoria y obligar al olvido. La Ley de la Memoria Histórica, que cuidó en exceso no atizar las brasas aún ardientes de las entrañas españolas, quiso devolver la dignidad a quienes se pudieran sentir despojados violentamente de ella. No pretende la Ley provocar nuevas heridas, ni siquiera hurgar en las viejas, pero la derecha española actual -a la que votan una mayoría importante de españoles demócratas-, no parece dispuesta a enmendar la plana a grupos antidemocráticos, como Falange Española y Manos Limpias, que estarían dispuestos a entronizar a otro Franco si surgiera la ocasión. Esa es la vergüenza del PP, no ser capaz de aceptar la Ley de la Memoria Histórica, del mismo modo que su predecesora AP (Alianza Popular) no aceptó la Ley de Amnistía.

Que se reabren las heridas, dicen. Que los dos bandos enfrentados en la Guerra Civil hicieron atrocidades, dicen. Que la modélica Transición española no precisa de ningún tipo de revisión, dicen. ¿De dónde sacan esas consecuencias? Porque la Guerra Civil, como cualquier guerra, generó muertos en los dos bandos, sí, pero no hubiera tenido lugar si no hubiera habido un fascista como Franco decidido a destruir el marco republicano que había sido elegido por todos los españoles de forma democrática. Porque a la Guerra Civil siguió la posguerra y, tras ella, cuarenta años de dictadura que no cejó en ningún momento de perseguir a quienes no mostraron apego por ella, produciendo más muertos y desgarro social que la misma guerra. Porque la Transición se hizo partiendo de una premisa, -el perdón de todos-, que obligaba a los perdedores en la contienda y a los máximos sufridores de la dictadura a perdonar a sus liberticidas, echando en el saco del olvido las afrentas, los recuerdos tristes y los sufrimientos. Se hizo así, y quizás no sería necesario tener que recordarlo tanto, pero el franquismo jamás se ha arrepentido de lo que hizo ni ha pedido perdón. Y sería bueno que lo hicieran, al menos, quienes aún permanecen en activo recordándonos con su presencia en las instituciones democráticas (como, por ejemplo, Fraga Iribarne) que aquella miseria tuvo lugar.

¿Cómo es posible que haya gente que ve con malos ojos que los hijos y nietos de los asesinados quieran llevar sus esqueletos de las cunetas de los caminos, de las fosas comunes, a los cementerios? Precisamente a cementerios en cuyos suntuosos panteones reposan los restos de quienes les mataron, o dieron la orden de tal, tras lápidas que ensalzan sus vidas miserables. ¿Cómo es posible que las fachadas de tantas iglesias de España conserven aún el listado de los caídos por Dios y por España, aunque sólo los del bando ganador y, por tanto, del bando asesino por antonomasia? ¿Dónde anida el coraje, la generosidad y el afán de justicia de los clérigos y sacerdotes que aceptan tales ignominias? Da la impresión de que aún persiste lo que denunciaba Jarcha al comienzo de su popular canción: «Dicen los viejos que en este país hubo una guerra y hay dos Españas que guardan aún el rencor de viejas deudas… Dicen los viejos que este país necesita palo largo y mano dura para evitar lo peor».

Ahí se han quedado algunos, parecen dispuestos a que las dos Españas continúen, no en guerra, sí en la discusión perpetua que justifique, o al menos encubra, la crueldad ejercida por quienes se sublevaron al orden debidamente constituido. Ciertamente todas fueron muertes, pero no es justo ni ético equiparar las muertes provocadas por los asesinos con las provocadas por quienes tuvieron que defenderse e intentaron preservar la democracia atacada. Cuando Franco murió, los españoles permanecían callados: «Pero yo solo he visto gente que sufre y calla, dolor y miedo, gente que solo desea su pan, su hembra y su fiesta en paz». Y por eso todos voceábamos con Jarcha nuestro deseo de que la libertad que íbamos a estrenar no se viera empañada por la rabia o la ira, ni se viera empequeñecida por el miedo. El diagnóstico contenido en la canción de Jarcha era muy certero para aquel tiempo: «Dicen los viejos que hacemos lo que nos da la gana, y no es posible que así pueda haber Gobierno que gobierne nada… Dicen los viejos que no se nos dé rienda suelta, que todos aquí llevamos la violencia a flor de piel».

Ciertamente a aquellos españoles les habían inoculado el miedo a sí mismos, la desconfianza hacia cuanto les rodeaba. La canción de Jarcha intentó que abrieran los ojos, que llenaran de aire sus pulmones, que agilizaran sus mentes y pusieran a revolotear sus manos y sus pies con tanta sencillez como decisión: «Pero yo sólo he visto gente muy obediente hasta en la cama, gente que tan sólo pide vivir su vida, sin más mentiras y en paz». Querían, pues, empujar a las gentes hacia la vida sencilla, en paz. ¿Qué puede, por tanto, llevar a la actual derecha española a recelar de un proceso sencillo en el que los españoles devuelvan la dignidad a sus muertos extraviados en los campos y caminos de España?

Hay que recuperar la Memoria colectiva respetando y activando las memorias individuales. La aplicación de la Ley de la Memoria Histórica precisa de la naturalidad que desprende el estribillo de la canción de Jarcha. Sin miedo, sin ira, libremente, sin intentar inhabilitar a Garzón, que es el juez más ostensiblemente comprometido con tal memoria. La derecha española necesita armarse de generosidad y de cordura. Cuando Rajoy advierte del «carácter brutal y antidemocrático» de la campaña en contra del enjuiciamiento de Garzón que, según él, sufre el Tribunal Supremo, está siendo demasiado parcial, porque las manifestaciones que se han producido, están reclamando que la Memoria Histórica aflore, y denuncian que el enjuiciamiento sólo es una componenda para que tal Memoria se oculte tras el miedo. Quienes acuden a las manifestaciones portando carteles denunciadores, o fotos de sus antepasados desaparecidos piden justicia pero, sobre todo, reclaman que les permitan algo tan básico e irrenunciable para ellos como es buscarles, recuperar sus restos y enterrarlos en un lugar en donde, aunque sea en una lápida fría, pueden recuperar sus nombres.

Lo que está en juego no es solo el futuro de Garzón. Mucho menos el del Tribunal Supremo o el futuro de la Justicia española. Está en juego la reparación del brutal daño que la Guerra Civil y la dictadura franquista infligieron a los españoles. Quienes desde la actual derecha no parecen dispuestos a entenderlo así, están delatándose como franquistas o como meros cómplices de tal condición. Además están conformando una de las «dos Españas» que, según dicen de boquilla, es algo que debemos evitar. Son ellos los que no están por tal labor.

* Diputado del PSE-EE

 http://www.deia.com/2010/05/07/opinion/tribuna-abierta/memoria-historica-jarcha