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Santos Juliá «Franco bloqueó todas las transformaciones que se habían iniciado a partir de 1910»

El País, 31/07/2010 | 1 agosto 2010

El historiador analiza la España del siglo XX en 13 ensayos reunidos en Hoy no es ayer

 

JOSÉ ANDRÉS ROJO

En Hoy no es ayer (RBA), Santos Juliá (Ferrol, 1940) ha reunido 13 ensayos recientes que vuelven sobre la España del siglo XX y proponen una manera distinta de ver las cosas. Este no fue un país fracasado, condenado inevitablemente a partirse en dos en una guerra fratricida por no haber sabido resolver sus conflictos más agudos y al que no le quedó, por tanto, más remedio que soportar una larga dictadura, que destruyó de una manera feroz a sus enemigos en los primeros años de su andadura.

 

PREGUNTA. Así que la historia de la España del siglo XX no es anómala, como siempre se ha dicho.

RESPUESTA. La historia se hace siempre desde el presente. Y una cosa es lo que ven en el pasado los que padecieron una dictadura que excluyó a España del mundo y otra, muy diferente, lo que encuentran allí quienes vuelven atrás desde una democracia más o menos sólida. Fueron, sobre todo, una serie de historiadores económicos quienes, al volver a estudiar lo que pasó durante las primeras décadas del siglo, comprendieron que no todo había sido aquí un fracaso. Descubrieron que entonces había ya parlamentarios, una cultura floreciente, una clase media viajera, profesionales competentes. Y eso significa que la industria y la agricultura tenían por fuerza que haber cambiado.

P. ¿Cuáles fueron entonces las transformaciones fundamentales?

R. A partir de 1910, aproximadamente, se observa que las grandes ciudades prácticamente duplican sus habitantes. Eso significa que el campo se está transformando y ya no necesita tanta mano de obra y significa también que ha surgido una trama de empresas de distinto tamaño que ofrecen empleo a los que llegan de fuera.

P. Si las cosas se estaban transformando, ¿cuándo se produce la quiebra que rompe con el desarrollo?

R. Hay una tesis que ha tenido mucha fortuna, la de que España era una sociedad atrasada, que dependía por completo del campo y que carecía de clases medias. De esto se deduce que los conflictos terminarían por explotar y que una guerra civil era inevitable. Aun reconociendo que en España hubo atraso, en la década de los diez el país empieza a crecer y, en los veinte, ese crecimiento se acelera. Es entonces cuando se produce el golpe de Primo de Rivera, que consigue acabar con el contencioso marroquí pero que no tarda en darle forma a la dictadura a través de un régimen corporativo, organicista, católico. Lo grave es que, en ese proceso, la dictadura arrastra a la Corona, que pierde su carácter constitucional.

P. El empuje democrático, sin embargo, sobrevive y fuerza la llegada de la Segunda República.

R. Su proclamación fue una gran fiesta popular. Y se comenzó a gobernar sobre un equívoco, que todos eran republicanos, que el pueblo era republicano, y que solo quedaban al margen algunos representantes de esa vieja España que estaba condenada a desaparecer. Así que se llevó al límite el programa: Fuerzas Armadas, reforma agraria, laicismo… Los cambios no gustaron mucho ni al Ejército, ni a la Iglesia, ni a los terratenientes, y muchos pequeños propietarios recelaban de la inseguridad jurídica. La reacción se produjo en nombre de la nación española y el Ejército se convirtió en la columna vertebral del golpe de Estado de 1936.

P. ¿Qué características específicas tuvo el franquismo?

R. Por lo pronto, Franco bloqueó todas las transformaciones que se habían iniciado en la sociedad española a partir de 1910. Tras la victoria, surgieron los primeros roces entre la Falange y la Iglesia, y lo que hubo aquí no fue un régimen fascista, aunque fuera la Falange la que le dio inicialmente su carácter totalitario. Pero el relato que se impuso fue el de la Iglesia y fagocitó el discurso fascista. España se había salvado como nación católica. Hubo un jefe enviado por Dios y una cruzada con sus mártires: a partir de ahí se montó el mito de la salvación y se orquestó el culto a los caídos en la guerra para frenar la expansión masónica, comunista, liberal.

P. ¿Fue la propia dictadura la que trajo la democracia, como sostienen algunos?

R. La fórmula que se impuso en 1959 cuando el Opus Dei tomó las riendas de la economía fue la de buena administración y poca política. A López Rodó no le interesaban las libertades políticas, quería un Estado que funcionara. El impulso democrático vino de los sectores que se opusieron al régimen y, en ese proceso, fue muy importante el papel de la clase obrera, que aprendió las reglas de la democracia cuando negociaba las mejoras de los contratos de trabajo.

P. ¿Qué ha pasado ahora para que los desastres de la guerra hayan vuelto a primer plano?

R. Los nietos, que no participaron del proceso de reconciliación de la Transición, tienen el sentimiento de que aquí no se ha hecho justicia. Sus referentes son los procesos que se dieron en las transiciones de distintos países de Latinoamérica, y entienden que aquí hubo amnesia y olvido. Es un proceso muy complejo, que no se ha sabido gestionar bien. Durante los primeros años de la Transición, hacia 1977-1979, se habló mucho de las fosas, pero no existía la necesidad de recuperar a los que cayeron durante la brutal represión franquista. Los alcaldes comunistas y socialistas, que podían haberlo hecho, pensaban entonces en el futuro. No había que remover la historia, pensaban, de lo que se trataba era de construir una nueva democracia.

 

http://www.elpais.com/articulo/portada/Santos/Julia/Franco/bloqueo/todas/transformaciones/habian/iniciado/partir/1910/elpepuculbab/20100731elpbabpor_7/Tes